Está entre que si es el horno o la pintura o un problema intrínseco a las tuercas. Yo había sugerido el alambre en la tapa del cubo, porque los del primer turno y los del segundo turno podrían querernos fuera; pero no se movió, suponiendo que fuera el mismo, jamás visto, extraído o repuesto. Y pintamos con la misma pintura, suponiendo que fuera la misma, dando por sentado que el alambre daba por sentado la misma pintura atomizada cayendo atomizada sobre las tuercas adhiriéndose azul a la bandeja de las tuercas.
A veces, la imposibilidad logística de la refutación de las teorías (o su demostración), que es nuestra incapacidad lógica o la lógica (o ilógica) incapacidad de nuestras lógicas de allanar el fideicomiso temporal,
Porque todos los tiempos son fideicomisos, o todas las realidades son fideicomisos, o todas las realidades son tiempos (o como mínimo temporales o lo suficientemente temporales como para ser fideicomisos que, en este caso, empleamos en el cumplimiento de nuestro contrato-acuerdo-venta con la Magnum Staffing)
distribuyendo sus partes para la probatoria (o reprobatoria) de
asociaciones mecánicas conceptualistas,
Pintar bandeja de tuercas, quemarlas en el horno cien grados por debajo, revisarlas.
Pintar bandeja de tuercas, quemarlas cien grados por encima, revisarlas.
Pintar bandeja de tuercas con pintura más licuada, quemarlas, revisarlas.
Pintar bandeja de tuercas 20 grados más calientes, quemarlas, revisarlas.
Pintar bandeja de tuercas 20 grados menos calientes, quemarlas, revisarlas.
Pintar bandeja de tuercas lavadas, quemarlas, revisarlas.
Genera el cuadro paranoide y el Negro me observa con una tercera parte de su pupila, que consigo presentir, entrando por su derecha/izquierda (dependiendo de la dirección Este/Oeste de su mirada –siempre evita el Norte, de espaldas a mí, y el Sur, la confrontación directa–) al cuarto de los botes de pintura, para lavar la olla, secando la pintura con los trapos, llenando la olla de lejía, para limpiar la manguera mientras la pistola dispare, a chorros porque zafé la manguera para la salida del aire y ahora el aire solo presiona la olla presiona el líquido sin desfigurarlo, contra la cavidad semiocupada del cubo de 300 L que dice el Negro se llena poco.
Yo tampoco quiero que nos boten del trabajo. En diciembre los trabajos cierran. Es diciembre y no se puede aplicar, o se puede aplicar y esperar enero para que revisen las planillas. Y como quiera estamos cómodos. Quemamos las tuercas, las pintamos, las volvemos a quemar, yo lavo la olla, se va la noche. Está bien que cambiemos la pintura, por eso lavo la olla. Pero ya viste, Negro. El alambre no se movió. A lo mejor ellos tampoco quieren. Pero en la mañana viene Arturo que le da lo mismo y no tenemos nada. ¿Por qué están quedando nubladas si cambiamos las bandejas, si les mandamos pintura? Viene Arturo que le da lo mismo y no tenemos nada. Heavy Wey también está asustado, más que nosotros que tenemos papeles. Nosotros no teníamos que haber cogido las tuercas. Fue un error porque todos saben que hace un tiempo no quedaban bien, y se ha puesto peor. Más nubladas. La pintura se parte cuando seca. Comentan que el horno tiene algo. Que hay algo adentro. Asumámoslo, Negro, no somos tanta cosa como para pelear contra un horno aunque Heavy Wey, que ahora dice Negro el Forklift para que el Negro vaya mientras yo me apuro en echar la pintura nueva, nos pensó capaces y dijo we take it, we’ll come tomorrow at nine tomorrow at night tomorrow we’ll fight in our veni vidi vinci battle. Cuando Heavy Wey se paraba sobre la pesa de las piezas, mirando que lo miraran hundiendo the iron floor más allá de lo que una pallet entera de tuercas, y escupía sobre la balanza, lo sacaba desde tan profundo que se podía imaginar que casi el colon tan abajo lo sacaba tan profundo que un kilogramo entero de movimiento sacaba. La boca de Heavy Wey es una pistola, famosa por atinarle al Camarón que pintaba qué triste final.
Siempre velando al Largo, buscándole los ojos escondidos tras el teléfono
El Largo era el tipo más feliz de la tierra. Se dice que dormía abrazado a su laptop, cuya pantalla estaría cóncava, curva tras los intentos de atravesarla, de transmitirse, de metérsela.
Pero le destrozó la carta de amor en cuarenta y siete pedazos plásticos.
Los hombres no imploran ni suplican a las máquinas.
No volvió. Era equinoccio.
Porque aunque parecía justo que Heavy Wey le dibujara un círculo de sangre y saliva, no mereció nunca la traición del horno. ¿Qué buscabas Camarón? ¿Comprobando la temperatura de la pieza? ¿Estaba seca la pintura roja? ¿Lo sentiste acaso cuando tus dedos chamuscados? ¿Qué sentiste Camarón el fuego? ¿Oíste la muerte después que tus ojos reventaran en sus cuevas?
Tengo miedo del horno, dice el Negro, no tanto pero el mismo miedo que me da que te parezcas al Largo. Nadie dice que el Largo tuviera que ver, pero es extraño. Es extraño lo que le pasa a las tuercas y que te pareces al Largo. Fumaba el tipo, fumaba mucho, así como tú. Aunque te tenía roña, creo. Era un buen muchacho, pero cuando no hablan mucho son rencorosos. Gente rara. Tú hablas un poco más. Que me entretiene algo en el trabajo porque las tuercas las sacamos en un rato y de nada igual. Ese horno. Tiene un hechizo. Como si el fantasma del Camarón estuviera adentro, saboteando el trabajo. El día que se fue. El día que se fue el Largo, el último que salieron bien. Se lo había pasado entero fumando y barriendo, llenaba el piso de aserrín rojo y barría. Pero ya no le importaba. Estaba reuniendo el dinero para ir con su novia por primera vez, que no se habían visto nunca. Pero sabrá Dios y aquel día, las mujeres son difíciles. Una carta rota, un teléfono sin batería… La vida está hecha de detalles, igual que las tuercas. Se acaba el mundo de nada. Un pasito en falso y se jode todo y yo no digo que tenga la culpa, pero algo tuvo que ver con el Camarón, de algún modo. Y el Camarón que desea que nos boten. Una vez, cuando era ayudante lo miré como un majá. ¿Tú has visto un majá comiéndose una rana? Primero la mira que da tanto miedo que la rana no se mueve y le dije escúchame bien, como me vuelvas a alzar la voz te reviento la cabeza de uno solo. Ahí está, oyéndonos, vengándose de nosotros y Heavy Wey. Es un duro el Heavy Wey ese. Que pelee por nosotros contra Arturo, porque ya verás, no sirve dejar las puertas abiertas. Es verdad, salieron bien por dejarlas abiertas, el día que el Largo, que se lo pasó barriendo frente al horno, pero ya van otras veces que se ha hecho.
Ese horno tiene algo.
Nos mira desde algún lugar de su boca de vapor. Lo siento al abrirlo, exhala óxido, lamiendo mi cara y espalda.
Heavy Wey, que está sentado en otro montacargas, inhalando una Pepsi por la nariz, nos grita desde su bigote sucio que le demos a las pinches tuercas,
No es un regaño. Él sabe, o supone, o infiere el mismo algo amorfo y obscuro que los otros, supuesto en la inexactitud de alguna porción yuxtapuesta del espacio, goteando su cuerpo masivo sobre nuestras cabezas
1-Camarón.
La extracción de los restos carbonizados de cuero y hueso de lo que en su momento fuera Camarón, quien de ayudante llegó a ser uno de los mejores pintores; padre, además, de tres ciudadanos estadounidenses y recién propietario de una Chevy Silverado, no fue sino exhumación incompleta de cuanto pudo raspar la pala, y algún componente etéreo no tan etéreo para atravesar el horno, o suficientemente atormentado e intransigente como para no abandonarlo, sabotea los trabajos por venganza o divertimento.
2-Hipótesis del lago.
Un resquicio en el techo, provocado por la corrosión de las placas metálicas, tras cinco años de exposición al sol, la lluvia y dos tornados ocasionales de intensidad media, los cuales implican mayor probabilidad de colisión de piedra (incluso sucesivas, no continuas, repeticiones fatídicas), devenido en cúmulo (temporal o permanente) de agua, cuya cuenca vertical (indica poros entre el metal y el óxido, o la ocurrencia de una ruptura lo suficientemente profunda) condiciona la existencia de un segundo lago, interno y paralelo al primero, nube que al reaccionar con la pintura hirviente, provocaría la apariencia lunar de las tuercas, típica de la ebullición de los semisólidos.
3-Hongos.
Su fugaz aparición desaparición repentina, por los días del Largo
[mientras duró, la presencia blanca, espontánea, del pequeño cúmulo de hongos en una esquina congruentemente desierta del horno –lo cual quizás refuerce el supuesto del lago–, suscitó un culto individual, casi secreto, de todos, que oraron escondidos plegarias nuevas, mientras simulaban indiferencia]
sugiere algún avanzado
mecanismo retráctil de estos, –descartados hurto (tras la revisión de las cámaras, casi inútil porque el sentido sacrílego del acto lo hacía improbable) y desaparición (simple lógica)–, la voluntad no instintiva de esconder su naturaleza y defender la profundidad permeada que habitan.
Pequeños dioses, homicidas invisibles. Sacrificadas las tuercas a su vicio. ¿Tienden las divinidades a los cielos? ¿Tienden todos los cielos al azul?
El vicio y la inherencia.
Transmutaciones sucesivas del plano no tan sucesivas cuando la línea se tuerce sobre sí misma que no fue ni será ni fue jamás eternamente.
que estos fucking cabrones no nos
botan y yo cierro el horno lo cierro hacia adentro como todos los cierres salidas cuando se abren como los montacargas hacia el Este Sureste camino los pies arrastro pateando tornillo vuela Viste qué gol tan bonito Qué Messi movimiento involuntario de su labio la mirada no habla nunca Sólo mira los ojos Míos Suyos y entre tanto espacio la pastas picantes ándale que rico wey, búsquenle una cachorrita cuadrada y morena si ya tiene una tan cuadrada tan morena tan lisa que dice que se va cuando reúna un viaje en dirección a la nada. Cuando las mujeres se aburren se van y te vas a la nada tantos metros tan abajo.
Como a un niño, dice el Negro y cogemos las bandejas entre dos, cuatro manos del reque* a la mesa al reque. Mientras las pinta hago nada con el cuerpo. Alejado, acaso mirando al aire corroyéndose azul, feneciendo en su intento de imitar formas. Si la grúa resucitara inusitadamente, ascendiendo horizontal hacia el Oeste, paseando su garfio amarillo junto a las piscinas hirvientes, reptando contra el cristal del comedor, seguro encontraría la garganta soporosa de Heavy Wey babeante, dormido sobre sus papeles y la adornaría como un anzuelo. Heavy Wey sería un pez.
Dos mesas después,
Son dos mesas enfermas, enterradas bajo su propio cuerpo de pintura podrida, rotando como dos péndulos alrededor de uno de los hoyos que siempre casi percibo.
regreso y las tuercas tocan nuestras caras más allá de sus topes hexagonales. La luz se parte recta sobre ellas, pero el Negro adivina que a la cuarta horneada, si logramos pintar cada vez un lado entero, y las volteamos lo suficientemente rápido para que no se enfríen sus mitades y haya una quinta o una sexta vuelta, se repetirán las nubes. Arturo ha dicho que es polvo, seguramente debido a algún descuido persistente y desconocido de los trabajadores; nos ha prohibido usar los guantes de tela y goma para tratar con las bandejas calientes, aludiendo a una posibilidad que se parece mucho a la polinización de las tuercas por las esporas textiles, en su lugar tenemos que usar los verdes de látex todo el tiempo, igual agarramos trapos para protegernos las manos.
Guardo la fosforera en el bolsillo, seguro de que la coincidencia buscada de columna, puerta y herramientas regadas sobre el armatoste metálico me oculta de las cámaras, por si revisan en la mañana. El Negro descansa la mano en una victoria de tiempo de ambos; aunque yo no alargo las patadas, fumo más bien rápido. Detrás del humo, la silueta azul del Negro sobresaliendo como una postilla del cuadro azul del piso, entre las mesas azules, contra la pared manchada predominantemente amarilla, un amarillo oscuro y sucio que parece vivo, victorioso a la superposición de las capas de pintura.
En Facebook, alguien compartió la imagen de unos gemelos siameses seguida por una interminable cadena de amenes. No se trataba de árboles siameses, pero me han dicho de un árbol que era dos porque una semilla creció horizontal, o un tronco demasiado extendido abajo, incluso cópula, quedando la posibilidad que un bosque entero.
Si yo, en lugar de aplastar la colilla con el tacón de la bota, la echara describiendo una parábola accidental contra la olla de pintura, atinándole bajo la tapa, al borde donde el líquido intenta formar coágulos, el radio de la explosión alcanzaría los otros botes y los otros líquidos inflamables se desplegarían rojizos sobre los tanques, los pozos y la factoría entera, incluido Heavy Wey cuya cabeza hubiere de desgarrarse de no ser por el cuello musculoso, pero de recobrarse, Heavy Wey sería una jirafa escudriñando desde arriba mi pelo rubio, tan rubio como las estatuas de los griegos, que por más blancas se ve que el pelo es rubio, así como el tuyo, lo que tu pelo nunca está recogido, que lo tienes despeinado todo el tiempo y a mí me gusta tanto, si tu vieras, te tengo unas sorpresitas de lo más lindas, aunque te digo una y esa si ya no sería una sorpresa, pero igual ni te vas a imaginar lo lindo que está un vestidito de flores, que está bello, y es como si ya te lo hubieran hecho, ese te lo pones para mí nada más, que por la calle no quiero que te vean así de linda, que te me raptan y a mí me da una cosa tan grande, si ya tengo cosa, de nada más leerte, si cuando hablamos parece que tengo taquicardia, así de nervioso me pones todavía, y eso que ni te he tocado, cuando te coja, ay, cuando te coja chiquilla te voy a oler que te vas a gastar enseguida, y voy a sudar tu pelo por mis poros, que ya te andan sudando, y te huelo, te huelo junto a la almohada cada vez que me despierto, porque ese olor no es mío, y no sé cómo pero me estoy despertando con tu olor, y sé que es el tuyo, porque es un olor nuevo, a no ser que lo haya parido y ya tenemos un hijo olor para ponerle Diego como tú quieres, pero Diego huele a ti, tiene poco que ver con el padre, este Diego tan malcriado que me da problemas todas las mañanas, y me deja con más ganas de ti, pero ya ahorita me lleno, que tengo un hambre, pero ya ahorita me lleno porque pronto compro el pasaje, para pasarme un mes enterísimo contigo, con mi niña, y ya después vemos que hacemos, con otros meses trabajando te saco y ya, te saco como sea por México que no me gusta mucho, pero si reúno bien y pago bien, se hace ese viaje sin problemas, aunque yo creo, no sé, si un residente se casa si eso de por sí ya hace posible que te reclame, con los meses esos desde que nos conocimos esperando la greencard de mierda esa que me llegara para trabajar y poder viajar, que hasta le tengo odio porque nos demoró, pero a lo mejor y cuando vemos hasta te puedo sacar sin pasar por México, si no yo me voy contigo, nos compramos un almendrón y me pongo a botear y pal carajo, te llevo a la playa, te llevo a la playa y al río de tu abuelo, para que te bañes en el río, que me voy a acurrucar contigo en el río y no me voy a desacurrucar jamás. Hubo tanta acetona vertida como cuando fueron cinco pallets hasta el tope de tuercas devueltas por los clientes, a limpiarlas todas mandó Arturo y eran tantas que tres días de dos turnos y los clientes no volvieron a aceptar, porque incluso después de cuatro manos seguían nubladas, podridas como si los mismos hongos les fueran a nacer de entre las minúsculas grietas. Arturo dispuso un nuevo horario para tres, luego del fracaso del primer turno con su método de puertas abiertas, recreando las condiciones del último encargo exitoso; por eso el Negro no cree en repeticiones pero yo te juro, mira, Negro, te juro que sé algo, si no queda nada las dejamos abiertas todo el proceso, yo controlo desde afuera, sentado en el montacargas vigilo y mientras vigilo, patadas al humo aunque prefiero los rojos a esta marca económica de gasolinera vacía. Con los ojos, imagino una silueta, una sombra negra a medio definir temblando impotente junto al reque, ocultando de mi vista la tuerca que cayó de la bandeja. Esa sombra tiene mirada incluso (no como aquella), cosa que me permite trazar un plano cuyos bordes somos yo y la sombra, que es una proyección, así que trazo un plano de un solo borde a cuyo extremo llamo Camarón. Contra ese plano gotea el lago y las gotas rebotan simétricamente hacia sus respectivos, y opuestos, cielos. Si el plano engrosara no sería un plano: una vez perdida su condición de ausente, el plano sería una lámina tangible e impertérrita extendida bajo la quijada de Heavy Wey; Heavy Wey sería una serpiente.
Todas las serpientes carecen de brazos.
Todo lo amputado es serpiente.
Lo decapitado es más serpiente.
Mientras espero, busco y encuentro la apariencia arquitectónica de su infierno, y presupongo los cimientos permutados en una estructura cuyas paredes coinciden con las del horno. El horno se cerró solo, el mismo día que el Largo, pero en ese momento el Largo estaba lejos, todos lo vieron como a unos veinte metros, yo diría que treinta. Por supuesto que parecía lógico que hubiera sido cosa del Largo, pero a veinte metros, eran treinta… Porque tomó su laptop, ya Heavy Wey le había advertido deja en paz al muchacho y de una escupida le sacó sangre a la cabeza de Camarón que aprovechando su ausencia le toma la laptop, que se le veían las lágrimas, qué pedía muchacho, qué escribía, por favor, le tomó la laptop, ándale, me permite la pieza que se la bailó, y no que todo fuera su culpa, pobre Camarón que pintaba qué triste final que bailaba un mal gesto la dejó caer, pero muchacho cálmate que fuma y fuma, como fuma muchacho que dice cenit, tus ojos que casi he visto, tus labios que casi toco se han ido corriendo a donde no llegaron tus ojos, tu boca se han ido y otra boca y otros ojos te han arrebatado a mi intangibilidad, qué duro cenit, yo soy nadir y voy a nadir 145 metros abajo.
Dos espejos antepuestos son un mismo espejo y son el más cóncavo de los espejos. Todos los pájaros tienen dos alas solamente; un pájaro deforme de tres alas no es un pájaro, es un buey.
Todos los pájaros de tres alas son eunucos.
Un pájaro al que le falta un ala jamás es un pájaro, es la remanencia (será “reminiscencia”?) grasienta y pegajosa de la castración de un toro. En principio, los monociclos no debieran rodar.
Pero yo sabía, cuando miraba sabía lo que antes de mirar suponía, que para que una superficie sea, el plano ha de desplegarse sin rupturas ni oblicuidades. Que a un solo plano pertenezcan superficies paralelas evidencia la ubicuidad del plano. Ninguna curva es real: los círculos son cuadrados, los óvalos son rectángulos. Mira, Negro, quedaron perfectas.
Arrastro la escoba por el piso mientras voy a donde Camarón, suponemos el grito. Antes de llegar a la puerta veo al Largo que me mira. Yo también nos odio y al paréntesis infinito que circunscribimos. Para acercarla estiro el palo, la tuerca que cayó es un espejo que se rompió. El ruido que hice al cerrarla despertó a Heavy Wey. Todo va a estar bien, le digo y extiendo mi mano al guante que cubre su mano
La mano de Heavy Wey es azul.
La mano de Heavy Wey es verde.
La mano de Heavy Wey es roja.
incapaz de llenar el espacio que cierra la mía.
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*De entre las acepciones que puede tener esta palabra para los obreros de procedencia latina radicados en Houston, me refiero aquí a la herramienta con forma de ortoedro (puede estar formada por más ortoedros acoplados, o adyacentes), que tiene pestañas interiores para acomodar y transportar bandejas rectangulares o cuadradas. Normalmente tienen la altura de una persona promedio y suelen ser de metal.
Alejandro Mesa
(Foto cortesía del autor)
Alejandro Mesa (La Habana, Cuba, 1995). Uno de sus cuentos aparece recogido en la antología S.O.S. Ternura (Ediciones Extramuros, 2008). Actualmente reside en Miami.