Lo conocí de seminarista en la Catedral, era flaquito, desgarbado, con espejuelos en rostro de ratón y dientuso, tenía cara de niño que se deja quitar la merienda, parecía inofensivo y al principio quizás lo era.
Los seminaristas de primer año iban los domingos a la Catedral para ayudar con la catequesis y por un año tuvimos al Dientuso de catequista; a mí se me antojaba ridículo su aspecto y un crucifijo grande que llevaba, pero no era pesado, ni adoptaba esa pose de santurrón didáctico que suele abundar entre los seminaristas. A pesar de su indumentaria y sus modales el Dientuso terminaba por resultar simpático.
Este aprendiz de cura superó el primer año de propedéutico y pasó a segundo, a tercero de filosofía, a cuarto… Todo iba bien, aquella vida le resultaba grata. Pronto se convirtió en un personaje habitual en las Celebraciones, seguía usando la cruz grande y siempre que podía se enganchaba la sotana. Contrario a mis pronósticos el Dientuso se convirtió en un prometedor estudiante. Así estaban las cosas cuando me fui de Cuba.
Por el email de un amigo supe que la carrera eclesiástica del Dientuso terminó abruptamente en algún curso de teología, próximo a ordenarse de diácono. Era un infiltrado y sus condiscípulos y maestros se enteraron por el periódico Granma. Aunque en apariencia el Dientuso no estaba “quemado” los oficiales a cargo decidieron achicharrarlo y mandar el clásico mensaje de “tengan cuidado que nuestros chivatones están por todas partes”.
Las razones para relevar al Dientuso de su “misión” solo ellos las saben, especular sobre los motivos del mal no es mi fuerte, si tengo alguna certeza sobre este asunto es que el sujeto hizo daño, personas que le fueron cercanas, con el tiempo, resultaron dañadas. Es sabido que parte del trabajo de estos agentes consiste en facilitar la información que después se utiliza en elaborar perfiles sicológicos de los “objetivos”. Tengo razones para pensar que el Dientuso fue eficaz en ello. Hay quienes opinan que lo reclutaron por el camino, que al principio era sólo un muchacho, un neo converso que quería ser cura, puede que fuera así pero a ciencia cierta nadie lo sabe.
Desde que tengo uso de razón he sabido que los chivatones andan por todas partes, la única defensa contra ellos, si es que la hay, es ser coherente. La última vez que vi la película “El hombre de Maisinicú” los muchachos en el cine chiflaron cuando aparecía Sergio Corrieri, que hacía de chivatón en esa película y era un comunistoide en la vida real; esos mismos muchachos, por el contrario, aplaudían cuando irrumpía en escena el alzado Cheíto León, interpretado de un modo magistral por Reinaldo Miravalles. Después de esto no me volví a tropezar con “El Hombre de Maisinicú” en ninguna otra muestra del cine cubano, una oda a la chivatería se había convertido en un film subversivo por las preferencias del público.
Mi abuelo contaba que el capitán mambí Esteban Delgado, al llegar a Bauta con la Invasión, había colgado en los flamboyanes que rodean la iglesia a un buen número de cubanos conocidos como “guerrilleros” y a otros compatriotas colaboradores del poder colonial. Mi abuelo también me contó que en la llamada Revolución del 33 a los chivatos los arrastraban en carretones de mulas y también los ahorcaban, porque abundaba la opinión de que “con esa gente no se debían gastar balas”.
En la última Revolución, esa que padecemos todavía, también mataron a muchos chivatos, tipos que habían servido de informantes a la débil estructura represiva de Fulgencio Batista. En los comienzos de esa épica de cartón piedra -que algún día desmontaremos- la acusación de chivato sirvió, como nunca antes, para el ajuste de cuentas, así cayeron hombres que no eran delatores pero que fueron señalados como tales en el festín de la violencia.
El populacho se ensaña con los chivatos, las victimas recuerdan sus rostros y sus nombres. Aunque algunos logran escapar y los más viles y astutos en algunas ocasiones consiguen situarse en las nuevas esferas del poder, la mayoría de ellos se convierte en una presa, en un trofeo de sangre que consigue aplacar la rabia sumergida, durante tanto tiempo, por el miedo.
El Dientuso vive en la frontera de Regla y Guanabacoa, que es uno de esos lugares donde todo el mundo se conoce y la carrera de chivatón confeso puede ser peligrosa; hay gente de la Iglesia que afirma haberlo visto y que el Dientuso se hace el loco y no los mira a la cara. Hasta donde he sabido todavía viste de verde olivo aunque su aspecto gótico no se aviene con ningún uniforme.
Nadie me lo ha dicho pero yo quiero pensar que el Dientuso reza, con la fe que le queda, para no encontrarse con el fantasma del capitán mambí Esteban Delgado, ese que se adelantó a un superior más dado a la clemencia y colgó a los traidores de su pueblo en los flamboyanes del parque, unos flamboyanes que rodean la iglesia de Bauta y florecen, sin prisa, cada año.
Eduardo Mesa
(Foto cortesía del autor)
Eduardo Mesa (La Habana, 1969), fue fundador de la revista Espacios, dedicada a promover la participación social del laico. Coordinó la revista Justicia y Paz, Órgano Oficial de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y el boletín Aquí la Iglesia. Formó parte de los consejos de redacción de las revistas Palabra Nueva y Vivarium. Ganador de los premios de poesía «Ada Elba Pérez» y «Juan Francisco Manzano». En la actualidad colabora con las revistas Convivencia, Misceláneas de Cuba e Ideal y edita el blog La Casa Cuba, donde trata temas relacionados con la fe, la sociedad y la cultura. Ha publicado en narrativa El bronce vale y otras crónicas (Editorial Silueta, 2011). Reside en los Estados Unidos desde el 2005.
Tienes toda la razón el dientusito parecía ininfensivo y pudo engañar a muchos. Al difunto P Salvador y a muchos más como a mí. Parecía piadoso y muy pastoral pero la realidad era otra. Q Dios tenga piedad de él en el día final porque fue un traidor al estilo de Judas
Era un joven cariñoso entre comillas y se llegó a querer sin saber realmente q era un Judas y como bien dices Eduardo hizo caer a muchos
¡Qué triste leer y saber de estas historias!
Recuerdo en mi ciudad natal, siendo yo aun adolescente, durante el breve servicio funerario que permiten los Testigos de Jehová.
Había fallecido un notable y activo miembro de la secta.
El difunto había sufrido los rigores del UMAP, las fuertes persecuciones posteriores de la Seguridad del Estado y el estar detenido por la Policia era pan diario en su vida martirial de Testigo de Jehová…
Durante el funeral de pronto apareció una comitiva de varios carros, salió de ellos un grupo de «segurosos»…rodearon el cadaver expuesto, colocaron sobre él una bandera cubana, y al frente del ataud un cojin con una nutrida muestra de condecoraciones del MININT adjudicadas al difunto…permanecieron firme haciendo guardia de honor al difunto.
¡Aquello fue un escandalo!¡Hasta la viuda abandonó el funeral y no regresó ni al entierro!
La Secta expulsó post-morten al difunto.
El final fue aun mas triste…alguien importante de la Secta presentó una cuestión:
__»¿Qué evidencia tenemos de que esto no es una maniobra sucia de la Seguridad del Estado?
Quien único podía responder con veracidad esa pregunta ya no podía hablar…había sido sepultado dias antes, en total abandono por sus hermanos de religión a quien había consagrado toda su vida!
Fue «crucificado», pero peor aun…después de muerto.
Yo no recuerdo a este muchacho, pues sin duda tenía nombre propio, ajeno al apodo referencial a su deforme dentadura.
Esto si es material para un buen cuento.