Imaginemos a una mujer sentada en un bote en las penetraciones de las aguas. Esa mujer lanza al mar cristales como islas, palabras afiladas, tendones discursivos. Imaginemos que al pasar las páginas la mujer nos invita a sentarnos frente a ella en ese viaje imposible, en una barca desde la que vuelve a perfilar, en toda su miseria y con el eco del esplendor perdido y ganado a la vez, la línea sana […] derruida por la sal, el equilibrio entre el rencor y la felicidad, entre lo perdido y lo ganado.
Desde los primeros versos de Los cristales que te hincan (Betania, 2015) el lector de Lina de Feria accede a esa navegación continua que es toda su obra, entre abedules y tormentas, entre tardes apacibles y noches de amor, entre el árbol trunco y el espacio sideral. En la verdadera poesía (que es el acto de comunicación sublimado, vuelto epifanía) hasta la soledad es dialógica, tendiendo una cuerda entre la gente/ y mis huesos hundidos.
Lo más llamativo y peculiar de este cuaderno de Lina es que; mientras en poemarios anteriores (como Casa que no existía, El ojo milenario, A la llegada del delfín…) la tendencia gnómica de la autora es más certera, más determinada; en estos nuevos poemas, sin embargo, la duda es el pálpito visionario, el verdadero cristal, el horcón tembloroso desde el que se adivina el entorno y se ausculta la “realidad”: Yo lo vislumbro todo. Una duda creadora, que amplía y pluraliza las contradicciones; una incertidumbre edificante hasta en el mismo dolor, principalmente en el dolor desde el que se enuncia. Pero esta vez el pathos de Lina (la consecuencia de que todo duela) tiene a veces el sosiego de lo ganado; es, por momentos, un padecimiento sintáctico de mareas tranquilas, de sosegados encabalgamientos respaldados también por el contenido: En la circunstancia/ una especie de adormecimiento/ en la que se alivian las tensiones. Es parte, además, de la anagnórisis ante el desastre inevitable contra el que, de todas formas, habrá que vivir y luchar: hay que entender que nunca se puede huir/ más que hacia el bálsamo de la desolación.
En medio de una acuarela difusa, vacilante, amorfa y en continuo cambio (Allá lejos/ las nubes diluidas/ no dan señales de vitalidad/ y bajo el oscuro poro/ una sangre firma las vendettas) aparece la primera persona, la entronización del yo y su deseo: Yo no quiero poseer más que su nombre. Duda y deseo son los conductos para llegar al concepto vivo esta vez, a la palabra como organismo, como archiefebo, a la comprensión y suma del otro, también a su negación, a su lejanía.
Hasta en la misma dispersión del paisaje, el hombre alcanza en estas páginas su estatura desde la sombra (A veces en una caverna/ hay una luz que difumina al hombre/ y lo deja hipnotizado en su soledad); hasta en la rosa que busca no ser, Lina lee el concepto, atrapa el entorno al nombrarlo, lo define, un procedimiento (la definición) que ya está en los primeros textos de A mansalva de los años y que aquí puede llegar a ser agónico:
La inexistencia es
la intención de la rosa
escapando por el desahucio de lo frenético:
hay que entender que nunca se puede huir
más que hacia el bálsamo de la desolación.
En estas páginas que firma Lina de Feria, el tiempo y la palabra son dos fuerzas antagónicas y complementarias, encarnan la permanencia y la eterna fluencia (respectivamente) que leemos en algunos filósofos presocráticos. El verbo quiere ser aquí ápeiron, cuerpo indivisible del amor materializado. Mientras el tiempo es una especie de “bosque irrefrenable” o “vals del minuto”, la palabra persigue una consistencia cóncava, especular, dialógica y por lo tanto ontológica. Lina pretende que la enunciación sea, en medio del tiempo y su andar vertiginoso, la exacta verdad de los jardines en cuyo olor renaciera lo contemplativo/ como un ápice de luz de luna.
Pero no sólo el tiempo y el discurso se entrelazan entre ellos e interactúan dialécticamente en el poemario, sino que la contradicción es otro de los grandes logros del cuaderno: el fatum se opone a la plenitud, pero no la anula; el sujeto conoce su fin terrible, pero persiste en su búsqueda de lo trascendente; el ser humano es semejante y ajeno a la vez; la ruina arquitectónica y humana no impiden que todavía siento que puedo ser audaz con mis manos/ cuando sobrecogidas entre las tuyas/ creo un segundo sol en los planetas. El propio tiempo se mira y se opone a sí mismo, e igualmente sucede con el tratamiento metalingüístico: el verso a veces es su propio in-verso. Hay un paso frenético de las horas que se opone a la trascendencia de un instante; hay palabras y obras que duran por siglos (la oreja de Van Gogh/ como si fuera cristal o nácar) mientras otras son tan pasajeras como cierto frenesí existencial. Y ello se debe a que en Lina de Feria nada está preconcebido, su fe está anclada en el amor a la palabra, al ser humano, en su tendencia natural y quijotesca a querer salvar el mundo.
Aunque las dos partes en que está dividido el poemario se interconectan y fluyen de un lado a otro con inquietudes, contradicciones y temas comunes, el Primer tiempo (formado por veinte poemas numerados) hace énfasis en la descripción y la comprensión de un mundo en ruinas, del paisaje; mientras que el Segundo tiempo tiene una marea de precipitaciones más intensas (opuesta a la marea tranquila que señalaba antes) y el sujeto lírico teme, esquiva, denuncia, huye de la destrucción. El yo poético se mueve entre el reconocimiento de lo inevitable y la lucha contra ese mismo fatum. Reconoce el fracaso, el fin terrible anunciado, pero eso no le frena para vivir y perseguir en un minuto la plenitud. El lenguaje llega a ser, de forma simultánea, refugio y padecimiento, algo que converge con las paradojas y oposiciones temporales:
Recibiré el lema de la vieja palabra
con bordes de mataduras y agonías
donde silenciosamente desapareceré.
En ambas secciones Lina sigue buscando el diálogo humano con el amigo o el desconocido y un paralelo a considerar en este libro es el que la autora establece entre arquitectura y cuerpo humano, entre la piedra y el hombre:
La gente
ya no aplaude sino descascarándose
como cigarras muertas
Para ello la solución que propone la autora es la esperanza en el diálogo y la interacción humanos (evidente en el final del poemario) y la posibilidad de renacer infinitamente, de lograr la conciliación del tiempo, de los tiempos en que se divide el sujeto lírico: La libertad se mide por el/ tiempo en que nacemos continuamente. La desproporción que el desastre, la muerte y la ruina producen en nuestra percepción se opone a que podamos ser al mismo tiempo vitales y objetivos. Esa objetividad lírica y existencial que acepta sus fantasmas, los pesa y los ausculta es la que propone Lina de Feria en el poema XVI que bien podría ser un resumen de todo el volumen:
Cuando se está enfermo
se hacen más sensibles las iluminaciones.
El rayo de luz que agrede la cortina
dibuja un rostro deforme
en el que noto cierta conspiración
pero la clave del mundo
está en medir lo que el ojo aprisiona
sin más fantasmas
que la consumación de la primavera.
Los cristales que te hincan sigue hablando de las obsesiones de uno de los escritores más importantes de la isla de Cuba desde finales de los sesenta hasta el presente, continúa y amplía muchos de sus resortes escriturales (ausencia de comas, sintaxis enrarecida y pindárica en ocasiones, metaforización de elementos opuestos y/o distantes, referencialidad cultural, forcejeo con el lenguaje, intuición gnoseológica…). Esas obsesiones funden en un mismo cuerpo discursivo La Habana y sus líneas ruinosas con América, Sevilla, Madrid. El ojo de Lina de Feria continúa siendo milenario en tanto conjuga futuro y memoria, contradicción y logos, fatum y esperanza; también porque atraviesa el espacio y el tiempo con la naturalidad y la franqueza de quien se asoma a la ventana al amanecer, con el asombro de quien mira el mundo por primera vez. El verso de la autora unifica con una espontaneidad reconocible sus preocupaciones personales y lo cosmológico; del portal de sus palabras, desde el patio de casa/ donde llovía a cántaros saltamos, sin transición alguna, a lo universal, al síndrome de las galaxias.
Agosto de 2014
Yoandy Cabrera
(Foto cortesía del autor)
Yoandy Cabrera (Pinar del Río, 1982) es licenciado en Letras con perfil en Filología Clásica por la Universidad de La Habana en 2006. Ha cursado estudios de Maestría en Filología Hispánica en CSIC-UNED (2010) y de Filología Clásica en la Universidad Complutense de Madrid (2012). Ha sido profesor en la Universidad de La Habana, el Colegio San Gerónimo y la Televisión Cubana. Ha realizado la edición crítica de la poesía de Delfín Prats y de Félix Hangelini (ambas en Ed. Hypermedia, 2013). Colabora también como editor en las editoriales Verbum y Betania. Ha estudiado y prologado, además, la obra de importantes autores como Damaris Calderón, Lina de Feria, Jesús J. Barquet, Magali Alabau y Luis Martínez de Merlo. Actuamente se desempeña como Graduate Teaching Assistant de Griego Clásico y Español en el College of Liberal Arts de Texas A&M University donde realiza su doctorado. En 2013 publicó el poemario Adán en el estanque (Ed. Betania) y en enero de 2014 ha sido antologado en Katábasis. Siete viajeros cubanos sobre el camino (Ediciones La Mirada, Nuevo México).