Aquí comienza la enumeración de mis derrotas
las que me propiné me propinaron. Les ordeno marchar
en fila india como bestias
marcadas con broquetas de azufre a la vista de una
horda de ángeles. Les tapo
los oídos para que no se distraigan con la euforia
de los triunfadores. Las beso
en la boca para que se distraigan con mi beso
mientras pasa la quinta columna
de los hombres felices. Este lunes,
mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo
para mirarnos a los ojos.
Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos,
casi amándonos a la sombra
indiferente de un cielo en llamas: amigos idos,
cuerpos enfermos, espíritus
en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes,
heridas en la cara, lenguas
traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas;
plegarias, miedos, hambres,
hembras, hombres; cansancios, fiebres, filias,
fobias; héroes, mártires,
extravíos de fe; hojas en blanco, naves a la deriva,
falsos poemas, entierros, destierros,
nombres propios, recónditos adioses, una isla,
mis 38 años, todas las tumbas:
mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho
polvo cayendo sobre la realidad
como chispas de agua sin consagrar en un bautizo
embrujado. Ya fueron
despedidas todas la plañideras. No habrá lamentos
pero habrá un gemido.
Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas.
La mía, y la vieja luna
del mundo sobre cuyas laderas se acuestan
con la muerte todos
los derrotados.
Buenos días, siglo.
Por fin nos encontramos.
Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.
Lunes
los muertos y la luna
al milagro de nacer suma el milagro de vivir
al milagro de vivir suma el milagro de seguir
viviendo no preguntes por qué no preguntes
conserva tu ignorancia sobre la seducción
de los escarabajos nocturnos ladea el rostro
y esquiva la estocada de esos arqueólogos
del conocimiento compra un ramo de espinas
y sale a repartirlo cada peatón espera con ansia
su pequeña mordedura de plata no preguntes
por qué no preguntes simplemente camina y
al filo de la noche acércate a una vidriera
contempla fijamente tu rostro como si fuera
de otro (en realidad no es tuyo) ese otro sabrá
explicar lo que sucede después lava tus manos
en todas las pilas bautismales sécalas con el viento
y con la punta de un alfiler invisible pídele a cada
dedo una gota de sangre (diez gotas de sangre
para colorear las pupilas del anciano que te guiará
con su noble ceguera hasta el mejor destino) confía
en el ojo pero no en la mirada no mires hacia delante
no mires hacia atrás no mires camina simplemente
camina y ruega porque ningún desprevenido
reproduzca el juego (es peligroso jugar cuando
se borraron las reglas de antemano) no preguntes
por qué no preguntes por qué no preguntes lo que
sólo los muertos y la luna podrían responder.
1
Tantas noches pensando que iba a llegar el día. Tantos días rumiando en la oquedad las suaves canciones que antaño nos sirvieron de incienso para espantar el frío. Tantos fríos apenas espantados. Agua. Agua y más agua. Rigurosas corrientes arrojando montañas de cadáveres en las biliosas cuencas de un océano vacío. Nadie para partir. Nadie para llegar. Una garganta sangrando a borbotones y nadie para calmar la sed con agua. Agua. Agua y más agua. Bulliciosas corrientes acunando sierpes de doble cola y lengua de marfil. Horizontes con muros. Oceánidas salmodiando en la distancia adustas oraciones sobre las penas y las glorias del mar. Prisas del cielo por encubrir la tierra. Apremios de la tierra por renegar del cielo. Recias campanas doblando a lágrima y espuma. Una ola de fuego arrastrando el carro de Neptuno hacia la callada vigilia de una segunda eternidad. Tantas noches pensando que iba a llegar el día, y ahora que llega los caprichos del verbo lo convierten en una lúgubre celebración del agua. Agua. Agua y más agua: la tradicional fiesta de los náufragos apenas comenzó.
Martes
naufragios
no haber podido pronunciar más de tres veces
el nombre de esa mujer sin que descendiera
de una nube su implacable dedo índice para
culparme de su odiosa levedad temer a la multitud
y a las alturas dormir hasta las once y despertarme
con la nefasta sensación de haber perdido las uñas
de las manos y el tiempo rodar como una roca por
mis propias palabras y estrellarme contra un muro
de gente hablar más de la cuenta y de lo que no
conozco mentir sobre los dones que heredé
(no heredé ningún don salvo el de una escritura
que huye) tocar la puerta equivocada siempre abrir
la puerta siempre a la hora equivocada soñar
todas las noches el mismo sueño con los mismos
monstruos (monstruos de la vida real espantajos
refugiados en mí desde que me enamoré del olor
de la sangre y aprendí a respirar sin tus pulmones)
no haber crecido al ritmo de mi edad cuando mi edad
crecía al ritmo de un meteorito perseguido por una
mariposa insistir en inventarios de lo que nunca
tuve o fui regresar cada mañana a la misma solitaria
estación a ver pasar el tren (decirme adiós) y luego
volver a casa acostarme en el suelo con una botella
de vino entre las piernas y aguardar el rostro del
desconocido en la ventana para señalarme en el reloj
de arena los desmanes del día y la hora de morir.
2
“Y ahora te toca a ti: el poeta y su muerte; no es una buena escena ni aun para el autor de los monólogos: nada ocurre en ella de especialmente emocionante”. Enrique Lihn termina su cerveza y sale a caminar, tranquilo. Yo lo siento pasar, dejo que se despida de los árboles y le susurro al viento: “Ahora me toca a mí: la muerte y su poeta. No es una buena escena ni siquiera para el autor de los delirios: ocurre todo en ella”. Pero el poeta los poetas de la muerte lenta trabajan juntos en las noches de abril para segar con el filo de un espejo el cuello del dragón de cuya lengua no brota el fuego de los dioses señalados sino la mustia escarcha de un día sin dinero y sin mujer. No resultaron ser tan fieles los difuntos. Se desboca un reloj, se inquieta la ciudad, se nubla el cielo. Doblan por mí las nítidas campanas. No por los otros doblan. No por los otros se derrumban al paso de la brisa las fáusticas paredes. Río por no saber quién llora al interior de la puerta que sigue y lloro por no saber quién ríe en el zaguán de aquella casa que no veré jamás. Ladran los perros, mugen las vacas, se suicidan los peces. (Una noticia tuya me sacaría de este arrecife sin orillas que poco a poco se desmigaja en mi cabeza). Aún no ha cerrado el bar. Enrique Lihn regresa con el cadáver de un niño entre sus manos, pide una hoja en blanco y se sienta a conversar, tranquilo: “¡Un día al fin! Tu madre, toda suave lectura, vuele para aventar del patio los recuerdos turbulentos, que gritan: ¡el muerto, el muerto, el muerto! Con las orejas y las manos sucias”.
De Las derrotas (Ediciones Unión, 2008)
Alberto Rodríguez Tosca (Artemisa, 1962-La Habana, 2015). Poeta, ensayista y narrador. Publicó Todas las jaurías del rey (Premio David de Poesía, 1987), Otros poemas (Premio Nacional de la Crítica, 1992), El viaje (Ediciones Catapulta, Colombia, 2003), y Las derrotas (Ediciones Unión, 2006).