Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Canciones antiguas

RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR

 

A Rodolfito y Diana

 

La casa está llena de canciones antiguas, mi hijo creció escuchándolas, debe ser por eso que repite esa tonada de Bob Dylan… how many roads must a man walk down before you call him a man… Llegan por la ventana las voces de sus amigos, siempre he mirado con recelo el raro aspecto de esas visitas. Debe ser el tiempo quien hace extraño ese desenfado de la adolescencia, ese signo de envejecimiento que es el rechazo a las modas del presente; sin embargo, él ha llenado la casa de canciones antiguas. He condenado su pelo largo, una trenza al estilo de Lord Byron que rompe el esquema que me he diseñado con los años. Ahora me juzgo por esa acusación, realmente me condenan los recuerdos, el pasado.
  Ese pasado te pesa, como los pasos que dabas a esta hora de la tarde, entre esos árboles. Árboles de tamarindo al borde de ese camino con huellas de fango que atraviesas junto a un grupo de adolescentes, avanzando casi en forzada marcha hacia los surcos del día que esperan por ti. Árboles de tamarindo que te ayudarán a mitigar el hambre del día, cuando regreses al albergue donde te bañaras deprisa, sin tiempo siquiera para sentir pudor por exhibir tu cuerpo desnudo, sin tiempo apenas para hablar. Te despegas del grupo, no quieres que descubran un arbusto de limas que ha crecido oculto detrás de un viejo muro. Tomas dos para el camino. Corres detrás de los otros que te gritan, mientras la guía te maldice, una guajira vieja que condena tus faltas, diciendo que ya está cansada de tanta indisciplina, que no tiene por qué aguantarte tantas mierdas, que eres demasiado lento, que cuando decida morir, te mandará a buscar la muerte. Tú piensas contestarle que ese día irás corriendo, pero el miedo te detiene, y no salen las palabras.
  Se acercan a los árboles de guayabas que abonarás con estiércol. Esa palabra aprendida hace apenas dos días, para llamar a esa montaña de mierda, te resulta hasta sonora, podrías decir bella, si no tuvieses que hundir tus manos entre esos excrementos, para llenar dos latas que apenas puedes cargar. Ese famoso estiércol, acompañará el sabor de las guayabas verdes que arrancarás mientras abonas con prisa, y comerás con más ansiedad aún, antes de llegar a la montaña donde la guía podría condenarte si te ve.
  Ya es suficiente que te llame vago. Si te acusara de ladrón sería peor. Puede causarte problemas en la escuela, y lo mejor en este tiempo es no hacerse notar mucho; sobre todo ahora, que has conseguido mantener tu pelo largo. Lo has ocultado todas las mañanas, dejándolo muy liso, después de enchumbarlo en agua, para facilitar esa labor de colocarlo aplastado detrás de tus orejas y tu cuello. Tratas de no ser descubierto, aunque a veces te traicione el aire, esa brisa que molesta cuando te despeina y lo pone a la vista de quienes no gustan del largo de tu pelo.
  Ahora no lo lograrán, no quieres que pase como la última vez, cuando era prohibido entrar al albergue con el piso mojado aún y te las arreglaste para hacerlo por una ventana. Fuiste seguido por algunos negros guapetones. Un chivatazo los llevó a todos a la dirección de la escuela y sospecharon que la delación tenía el nombre de Víctor. Una lista encontrada con su letra confirmó la sospecha. Recuerdas que en la noche, una lata de mojones cayó sobre el rostro de Víctor en la oscuridad, y que al intentar levantarse, una cabilla sobre su pierna le impidió un primer paso. Después llegó la policía, los registros. Su padre era un jerarca del ministerio del interior y eso era suficiente. Recuerdas las condenas, las sentencias: –¡Ese de la melenita se va con nosotros!
  En realidad eras tú el único inocente, pero el largo de tu pelo te condenaba. No importó que fueras un menor, te pelaron al rape y con varios empujones fuiste devuelto a la escuela. Lo que más te dolió fue ese pelado. Desde ese día cumplías las normas en el campo, para no hacerte notar, para que no se dieran cuenta cómo habían crecido tus cabellos. Te prometiste que nunca te ocurriría otra vez, te cuidarías mucho, para escapar de esa posibilidad.
  Escuchas la voz de Adrián, una tonada familiar de rock es seguida de frases absurdas. No se ha percatado de que eras su vecino de surco, va con su lata, lanzando el estiércol al aire, al compás de la música. Patea las hojas húmedas que visten el camino. Hace un gesto agonizante, tararea entre gritos una melodía de Robert Plant. Ya te ha descubierto mientras lo mirabas, y acentúa su concierto imaginario. De un fuerte puntapié lanza la lata deformada por el golpe contra un árbol de guayaba. Adrián dice que le importa un carajo el cumplir o no la norma de abonar los surcos, que la guía podrá decirle lo que quiera, pero a él no lo van a botar de la escuela por eso. Me habla entonces de algo que desconozco, me dice que la guía es la amante del director y él los sorprendió juntos una noche, detrás de un sembrado de café, y desde entonces hace lo que le viene en gana ya que le temen a su delación. Ahora me recuerda algo que había olvidado, provocando alegría en medio del agotamiento. Esa noche, tendríamos la visita de un grupo de rock. Se llamaba Sputnik, y era tal vez por ese nombre ruso, que le permitían visitar la escuela, pero desconocían que todo su repertorio era de bandas prohibidas, como Pink Floyd y Kiss.
  Le diste la noticia a Marisol y ella la recibió con su exagerada alegría, una euforia que mostró con el gesto de su cabeza y no de sus manos, como Adrián. Despeinó más su bruñido pelo, dando un adelanto de la frenética danza que exhibirá en la noche. Marisol es demasiado atrevida. A las dos semanas en la escuela, ya era conocida por todo el mundo. Los negros guapetones la llamaban “la friki”. Usaba las mangas recogidas, hasta que fue prohibido; amarraba un pañuelo en su muñeca y se ponía unas gafas oscuras en pleno matutino de la escuela.
  Marisol te gustaba desde ese día en que viste el rítmico movimiento de sus caderas, cuando pusieron por los altoparlantes, tal vez por error, una canción de Led Zeppelin, que le hizo moverse con aquella danza, haciendo levantar su saya, contonear sus nalgas y dejar a la vista sus muslos, provocándote un deseo punzante y no aplacado desde entonces. Sin embargo, no hiciste nada por defenderla ese día en que fue golpeada por los negros guapetones, aunque supiste que el de la idea fue Pedro Jesús. Ella quería poner su música en la grabadora, y apagó la cinta de los Irakeres, diciendo que era porquería.
  El primer golpe le tumbó las gafas y llegó desde su espalda, después, como una jauría, caerían los otros. Todo fue ante tus ojos y no hiciste nada por impedirlo. Pedro Jesús, es el mismo que tensa sus músculos diariamente, en ese rincón donde los negros guapetones consumen su tiempo de reposo. Allí donde a veces, forman una rumba improvisada, tocando sobre un tambor, salido de no se sabe donde, como esa de ayer, donde repetían sin cesar… Pinga pa’ los blanco y los pepillo afuera… Pinga pa’ los blanco y los pepillo afuera… En esos momentos nadie se les acerca. El director de la escuela los prefiere a ellos que a nosotros; después de todo, no les gustan las canciones en inglés, sus botas siempre lucen lustrosas y cuida de su apariencia. No como nosotros, que competimos a ver quién lleva los pantalones más raídos y los tenis más sucios, no como nosotros, que gustamos del pelo largo y las modas extravagantes como esas de los grupos de rock; pero esta noche sería nuestra venganza.
  Leonardo apareció con su pelo descolorado por el agua oxigenada, demostrando que su apodo de el Yanqui era bien merecido. Marisol, con ínfulas de intelectualoide, dijo que lucía como un auténtico sajón y que a los negros guapetones no les gustaría esto, pero tendrían que tragárselo, porque hoy era nuestra noche. Adrián se puso un pantalón más ajustado para la ocasión, prudentemente ocultó con una camisa, un pulóver que ostentaba una inmensa calcomanía del grupo Kiss, con una estrafalaria imagen de sus cantantes. Marisol dijo que ella usaría debajo, para dejar al descubierto, en la ocasión precisa, una camiseta con el viejo símbolo de los hippies en los sesenta.
  Te excitaba la idea de ver la punta de sus pezones marcándose en la tela, ya que seguro estabas, que no usaría ajustadores, por considerarlos anticuados y cosas de viejas y cheas.
  Finalmente había llegado la noche. Una guagua Girón se acercó iluminando la oscura senda rodeada de pinos que llevaban a este sitio. De la guagua, comenzaron a salir jóvenes melenudos que cargaban instrumentos musicales. Ése que coloca los amplificadores no deja de mirar a Marisol. Ella nota ese acercamiento y le pregunta por una canción. Él le contesta que está en su repertorio y se la cantará. Te acercas rompiendo ese diálogo y la alejas con un pretexto improvisado.
  El sonido agudo de una guitarra eléctrica, anuncia el inicio de aquel concierto. Leonardo hace girar su cabeza y mueve las manos, como quien toca a la vez un instrumento imaginario. Pedro Jesús y los guapos cheos observan desde una esquina con recelo, y algunos con los brazos cruzados.
Adrián y tú demuestran con su euforia la aprobación de aquella música, mientras que Marisol luce impasible, aún cuando la primera pieza de rock ha concluido. Ves entonces al director de la escuela dando vueltas. Mirando con cierta extrañeza a esos adolescentes que han logrado colarse en la escuela. Casi todos con cabellos largos y jeans desteñidos y ajustados, le piden canciones con palmadas a la banda, una distinta cada cual, de Deep Purple, Led Zeppelin, Kiss. Nombres estos que unos llevaban incrustados en la espalda con rótulos caseros sobre camisas blancas.
  Pedro Jesús y los guapos cheos ya no se ven por los alrededores. El baterista ha llamado a Marisol, le comenta en voz baja que cantará la canción que ella le ha pedido. Sientes entonces celos, la tomas por el brazo y la acercas a ti. A ella parece cautivarle ese gesto. Aprovechas esa alienación que notas en sus ojos entrecerrados y la aproximas a tu cuerpo. El contoneo de sus nalgas comienza con la música, pones tus manos por debajo de la blusa que ella se quita lentamente, dejando al descubierto la camiseta con la calcomanía del viejo símbolo de los hippies, y rotulado en rojo, las palabras Peace, Love, Free. Tú disfrutas de esa doble danza, del movimiento de su cintura y sus senos, visibles por la estrechez y la transparencia de la tela, a la vez que ella tararea esa melodía del grupo Kiss, cantada por aquella banda con nombre ruso que ahora repite el estribillo… See you tonight, outside…
  Leonardo el Yanqui, muestra con vanidad su pulóver, iluminado por una leve luz, haciendo que la imagen del grupo Kiss brille más provocadoramente, mientras Adrián, despeina su pelo largo, al compás de una nueva canción, donde el sonido fuerte de la batería es constante. Ya no escondes tus cabellos detrás de la oreja, sino que lo dejas al descubierto, para asombro de ti mismo. Sientes un empujón por tu espalda, y ves ahora la figura de Pedro Jesús. Uno de los guapos cheos agarra por el pelo a Adrián y lo lanza sobre el asfalto, a la vez que Leonardo el Yanqui, descarga un fuerte puñetazo sobre otro de los guapos quien intenta sostenerse de Marisol, ella se aparta dejándolo que caiga con estrepitoso ruido. Ya el sonido de la música se ha detenido. El director ha cortado la luz, a la vez que varios profesores intervienen en la trifulca.
  Al día siguiente te llega la noticia de que han expulsado a Leonardo el Yanqui y a Marisol de la escuela. Eres llamado a la dirección, donde te conducen a esa rústica barbería, y en sólo minutos, todo ese cabello que te ha costado cuidar tanto tiempo, es ahora barrido hasta un recogedor, en aquel piso, después de haber sido arrancado con tijeretazos dispersos sobre tu cabeza. Ese pelado a lo militar lo detestas, como odias esa sonrisa distante que ves en los labios de Pedro Jesús, a la vez que baila esa noche junto a los guapetones, y el director se ha unido a esa danza de tambores que no deja de repetir… Pinga pa’ los blanco’ y los pepillo afuera… Te acercas lentamente sosteniendo una cabilla entre las manos, y sólo recuerdas, el grito de Pedro Jesús después de concluir con aquel coro, cuando un segundo cabillazo alcanzó al tambor…
  Ya han pasado más de 20 años de todo aquello. Estoy muy distante en tiempo y espacio. Mi hijo está echado sobre la cama. Tocan a la puerta y miro a través de un pequeño orificio de cristal el rostro de sus amigos que lo esperan. Su novia Aurora tiene una blusa que deja al descubierto su vientre. Un arete en el ombligo ha roto su piel adolescente. Daniel viste un estrafalario vestido rojo, pero ahora se llama Annie y no Daniel.
  Yo no abro la puerta aún. Entro al cuarto y me acerco a él, mientras acaricio su cabeza, le digo que su madre tiene razón y siento envidia de su pelo largo. Mi hijo ríe y le digo ahora que lo esperan sus amigos.

 
De la novela inédita Retrato de Nubia
 

Rodolfo Martínez Sotomayor (Foto de Eva M. Vergara)

Rodolfo Martínez Sotomayor
(Foto de Eva M. Vergara)

Rodolfo Martínez Sotomayor (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, Miami, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, Miami, 2005I), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, Miami, 2006) y Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, Miami, 2012). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, París, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, Miami, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, Miami, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN, (Ediciones Universal, Miami, 2007), La tertulia (Iduna, Miami, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, Miami, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Carteles, Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, y El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; codirector de la Revista Conexos.

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2 comentarios el “Canciones antiguas

  1. vlaco
    23/04/2016

    Vaya anécdota ilustrativa de lo que se viviste en tu irrecuperable adolescencia
    .Ha sido muy ilustrativa la comparativa que haces de como cambian nuestros puntos de vista con los años ,de hijo a padre.
    Siempre tendemos recordar lo lindo que hemos vivido.
    Pero has sido mas justo en este recuerdo y has descrito, que no todo fue
    hermoso,no todo fue armonía ,no siempre el racismo fue un estigma de
    los blancos hacia los negros. Siempre se usaron tabúes y leyes para gobernar
    y sojuzgar la vida de los demás en esa Cuba cambiante (lo siento) a
    cada vez peor.
    Me he bebido esta narración y aunque me tocaba de manera
    paralela esto que describes ,no me ha costado trabajo alguno caminar
    en los sucesos de esta historia.¡ Bravo Rodolfo! Has vuelto a desempolvar un pasado que no debemos olvidar al construir una nueva Cuba.

  2. vlaco
    23/04/2016

    Vaya anécdota de lo que se viviste en tu irrecuperable adolescencia
    .Ha sido muy ilustrativa la comparativa que haces de como cambian nuestros puntos de vista con los años ,de hijo a padre.
    Siempre tendemos recordar lo lindo que hemos vivido.
    Pero has sido mas justo en este recuerdo y has descrito, que no todo fue
    hermoso,no todo fue armonía ,no siempre el racismo fue un estigma de
    los blancos hacia los negros. Siempre se usaron tabúes y leyes para gobernar
    y sojuzgar la vida de los demás en esa Cuba cambiante (lo siento) a
    cada vez peor.
    Me he bebido esta narración y aunque me tocaba de manera
    paralela esto que describes ,no me ha costado trabajo alguno caminar
    en los sucesos de esta historia.¡ Bravo Rodolfo! Has vuelto a desempolvar un pasado que no debemos olvidar al construir una nueva Cuba.

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Esta entrada fue publicada el 22/04/2016 por en Narrativa.
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