Porque yo no he leído demasiado, le digo al fantasma de Lorenzo, aún a sabiendas de la presencia de Retamar, quien hábilmente sabría defenestrarme. Pero el asunto de la inmortalidad, y por favor, Retamar, no la inmortalidad hecho victorioso, sí quizás vindicativo, sino la inmortalidad científica. Retamar en su intento especula que el pueblo, en su calidad de masa, es inmortal como proceso, pero yo me molesto; aunque a Lorenzo ya no le importa; porque mi efficiency en Hialeah no es palabra de origen español. Estoy molesto. La explicitación no logra el apoyo de Lorenzo, abstraído y confuso por las ondas de WiFi. No sabría decir dónde estamos una vez decidí la salida al portal de mi celular, teletransportado aquí donde Retamar secretamente esconde su conexión WiFi, y por educado (el té sabe exquisito) no le pregunto a Lorenzo (¿dónde estamos?). Quizás solo nos quede hablar de Lorenzo embuído en las formas del humo deformándose al aire, frustrado porque el humo no es un elemento cardinal, digo yo y Retamar complementa porque el humo no es trascendente y nosotros (el fantasma de Lorenzo y yo) tampoco somos exiliados políticos. Incluso yo no soy un escritor y Lorenzo es un no escritor. De momento, ateniéndonos a la forma sólo importante como dialéctica negacional, esto no es una conversación.
En este punto, como entrevistador, debiera volver al tema de la inmortalidad para establecer este punto y el otro:
1-Que la proyección del paisaje y entiéndase incluye sus elementos variables, me refiero al movimiento, a las guaguas como lugar común del movimiento, ya sea los almendrones como guaguas, o los zapatos de sesenta dólares como guaguas, o los zapatos de ocho dólares como guaguas más temporales, perfectos por efímeros, a través del agujero de la cámara oscura su manifestación invertida en el yo es de orden temporal, por más que en su construcción (de la cámara) haya derrochado recursos el Ministerio.
2-Que la fábula también, la fábula turística eficientemente empapelada (Retamar sostendría que la fábula es credo y el credo, voluntad y yo, casi perspicaz me limitaría a preguntar qué pasa si no creo, que devendría en la acusación de mi mortalidad, pero nosotros -ay, me contagio- no quiero llegar a eso), bella empapelada su envoltorio de recortes construidos. Que esa realidad análoga, por analogía, no puede sobrevivir.
3-Que la figura, la estética publicista: los restos liberales del guerrillero de Korda, la hoz reptiliana y barbuda, incluso el himno viejo, la bandera, son restos. Que lo imperecedero son restos y eso no es inmortalidad.
Pero Lorenzo dice qué conversación de qué y yo digo qué conversación de qué y arribamos al punto, porque traje a Lorenzo como testimonio de que no vinimos yo a explicar la tesis de la inmortalidad, el hecho científico, sino con su antítesis demostrar que existe. Demostrarle a Retamar que vea y declare muy ministralmente, tras corroborar a Fidel, a quien presenta… Si tan solo le arrancásemos el cable, el tubo de orine y mierda para que nada más, no un fantasma sino el mismo cadáver hediondo que acaso Retamar adivine espejo… Pero los rapidísimos agentes, confusos ante la presencia espectral de Lorenzo, no alcanzan a impedir mi caída por el teléfono hasta mi efficiency en Hialeah. Hice mal en mandar «Nadir» al Premio Cortázar y Lorenzo dice qué ensayo y como no lo comienzo, así termino.
Alejandro Mesa
(Foto cortesía del autor)
Alejandro Mesa (La Habana, Cuba, 1995). Uno de sus cuentos aparece recogido en la antología S.O.S. Ternura (Ediciones Extramuros, 2012).