El poeta
Seco en su estupor, mirada gris, metálica, ojos hundidos, boca abierta en busca de un aire distinto pero que apenas halla un eco difuso (antes vinieron todos), el poeta anuncia que se ha perdido y no en un laberinto, es la tierra pero no la baldía, es la peste pero es benigna, ¿qué ha de hacer?, busca en su lado indiscreto una codorniz que lo salve (él es un pájaro horrible, un murciélago incoloro, salta como una lombriz con alas.) Escribe en el barro el nombre de una sombra: se sabe dueño de una presencia, de un eco (no ser voz lo ha tornado eco: su camisita recién planchada lo exprime, su huesos crujen, suelta un gritico suave, dama perseguida por un templario templante.) Abre los párpados a la luz. Escena: el poeta, el desierto, el sol, la hidrocarencia. Seco en su estupor, el hidrocarente se desmaya, cae en los brazos del templario, abre la boca, emite un verso benigno, oh pájaro acromático, intranscendente cosita de nada, mirada gris, ojos perdidos en la tierra de todos, tantos ecos, infinitos ecos de una voz difusa, mutilada, agreste, histérica, inflamada. El poeta, seco en su estupor, confunde la arena con agua y salta, lombriz alada, hacia el fin de los tiempos, es decir, el comienzo de la nada; es decir, la inauguración de lo que ya estuvo inaugurado por los siglos de los siglos.
Una historia
Usted pudiera llegar a creer que esto que lee es una historia. La literatura ya no reconoce límites, acepte estas palabras entonces como la narración obvia que son. ¿Que no lo es? ¿Qué no lo es? (¡Cuánto puede un acento! Es una coma superior, claro porque va encima, no olvidemos el poder de la coma. Sería un error, imperdonable. Esa coma no va ahí, pero ¿también sigue usted esas reglas gramaticales al pie de la letra?). Una historia es un comienzo, un medio y un final (que es cuando todo se resuelve aunque a veces no, pero uno cree que sí y se hace uno el que entiende pero no entiende porque no hay nada que entender, es un historia, ¿entiende?). El uso exagerado de los paréntesis (por ejemplo, en este texto) puede llegar a distraer al lector (ese sujeto que se distrae con cualquier cosa, el olor del café, la necesidad imperiosa de orinar, el sexo). Un día fui casi feliz. Fíjense qué historia esta. Y en una oración. No hay que insistir en los detalles. Tampoco en esa obsesión con la Historia (sí, con mayúscula). Pero que cada uno escriba lo que quiera, como quiera. En definitiva los lectores lo aceptan todo aunque terminen distrayéndose con cosas más importantes. ¿Para qué escribir? En mi caso, es elemental: es una necesidad, no como orinar aunque se parece porque cuando bebo mucha agua tengo que orinar y cuando tomo mucho vino tengo que escribir. Esto es una historia. Un cuento. Una narración. Esto es lo que yo deseo que usted crea que es. Un día fui casi feliz. Qué historia. Qué dramatismo. Hagámosle unos cambios. Versión 1: Un día fui casi (feliz). Versión 2: Un día fui, casi feliz. Versión 3: Casi, un día fui, feliz. Como ven, una historia de cinco palabras puede tener múltiples versiones. Versionar es lo que hemos hecho desde siempre. No escribir. Uno cree que escribe y es bueno creerlo. Es más, es necesario. Ahora mismo se pudieran acabar estas palabras si no creyera que las estoy escribiendo. Pero no pienso en eso. Digo las palabras mecánicamente sin aceptar su significado. No se registra. Usted a estas alturas, si ha llegado hasta aquí, está completamente convencido de que esto es una historia. Yo también lo debo estar y lo estoy. Repita conmigo: Un día fuimos felices (casi).
La tormenta
Se armó un gran revuelo cuando se anunció que finalmente estaba a punto de suceder lo que todos habían temido por años: la tormenta en el vaso de agua. Los meteorólogos afirmaban que según todos los modelos de predicción más sofisticados la tormenta parecía dirigirse hacia el vaso. Aún estaba en el piso, cerca de una mesa, pero parecía tener intenciones de subir por una de las patas.
Un científico de Oslo propuso que se serrucharan todas las patas para bloquearle el paso a la tormenta. Sin embargo, otro científico adujo que esto no resolvería el problema, que por el contrario, al no haber patas que escalar, la tormenta llegaría con más facilidad al vaso. Un tercer científico propuso llenar el camino de vasos vacíos para que la tormenta se debilitara; sin embargo, esta posible solución fue descartada porque otro científico, que había ganado el premio Nobel de física con su teoría sobre los vacíos inconexos, argumentó que los vasos simplemente fortalecerían la tormenta.
A nadie se le ocurrió, sin embargo, mover el vaso de lugar.
Estos textos pertenecen al libro El transeúnte considerable y otros relatos en proceso editorial por Editorial Silueta.
El transeúnte considerable
y otros relatos
Ernesto G.
(Foto cortesía del autor)
Ernesto G. (La Habana, Cuba, 1967), poeta, narrador, videasta y blogger. Licenciado en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad de La Habana. Primera mención de Poesía en el Concurso “13 de Marzo” (1987). Ha publicado Los relatos de Maurice Sparks (Editorial Silueta, 2011). Codirector de la revista de arte y literatura Conexos y director de iSawFinger Productions. Editor del blog Los relatos de Maurice Sparks.
¿Cuándo veremos ese libro de cuentos que nos debes?
Un día leí una historia, y fui feliz. La historia la escribió Maurice Sparks, un loco capaz de crear tormentas en vasos de vino. Tremendo. Espero ansiosa su libro.
Gracias, Manuel y Elvira, escritores que admiro y respeto mucho. El libro sale muy pronto y se presentará en septiembre. Un saludo afectuoso a ambos.