Revista Conexos

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“La cisterna de Escrápides”. Historia de una ilusión

SONIA DÍAZ CORRALES

 

Los libros son un espacio donde me puedo —me suelo— quedar, a experimentar, a apreciar que todavía hay escritos que consiguen deslumbrarme, a descansar un poco, incluso. Me he quedado por meses en un poemario de Ismael Valdivia: “La cisterna de Escrápides”.
  Sobrescribí versos, dibujé sobre sus dibujos simples, casi primitivos, leí y releí y no llegue muy lejos —llegar lejos en un libro de poemas es de alguna manera agotarlo—, solo fui de un lado a otro, de una pared a otra, de una ventana a otra examinando lo que se veía por ellas, miré en los rincones de esa cisterna y me encontré unos jugos viscosos, algunos desechos inútiles, esa inmundicia, séptica o bien presentada, que a lo largo de toda la vida nos ha acompañado y que en el libro está presente en forma casi obsesiva, pero sobre todo encontré lo más difícil que se pueda imaginar: poesía en todo ello.
  Ismael Valdivia nació en la cuidad de Sancti-Spíritus, Cuba, en el año 1959, es médico de profesión, y según lo veo yo, un ser humano reservado y un poeta de gran exposición en lo íntimo y lo emocional. Escrápides es un sujeto lírico convertido y reconvertido en hombre, científico, esposo, padre, hijo, hermano, amigo, y en cada uno en un pensador, semejante a aquellos antiguos filósofos que lo cuestionaban todo, que trocaban la vida en análisis y duda.
  La explicación de este nombre tan resonante está en el prólogo del libro, escrito con bastante acierto por Manuel del Pinar: “Scrap significa retirar lo que sobra, pero también es residuo, basura, sin valor o falto de interés. De ahí procede Escrápides…”
  Así se reconoce el poeta: “¿Ya ves? Así soy, Escrápides, el de las ilusiones…”
  Un monólogo interior que acaba siendo una andanada en pos del lector recorre el libro de principio a final y propicia dos formas de decir que confluyen, chocan y se complementan en el espacio del lenguaje: lo coloquial y un componente onírico que lo trastoca todo, nunca sabemos si Escrápides está despierto y le cerca la ensoñación de un mundo de laboratorios —adentro y afuera—, o si está dormido y ese sueño, adelanto de vida, es una premonición, un vacío que se llenará de sus invenciones cuando despierte: “Y que además buscar siempre será un experimento a ciegas, pues nunca sabremos si el barro está por dentro o por fuera de los ojos.”
  La abundancia convierte este libro de poemas en un libro de otras cosas; confesiones, temores, esperanzas, y la certeza de lo inevitable: “¿qué otra cosa hacemos sino bañarnos? Entrar al agua sin bautismo.”. En cada pequeño acto hay una enorme reflexión que sobrepasa el acto en sí, lo convierte en dilema, en cansancio y repetición, todo cabe en esos parámetros que solo funcionan para el hombre que decide que una tinaja / cisterna es lugar suficiente para vivir, pensar, amar lo amable y lo hermoso o detestar lo execrable, porque “Una tinaja no debe tener límites.”, es suficiente para emular a Diógenes sin nombrarle, para ser grande en lo común, que suele ser lo más difícil: “Hay un reguero de vísceras que ordeno hasta ridiculizarlas. Pero voy cometiendo crímenes atroces y las larvas me miran… / Hoy tomo este riñón y le lamo tiernamente las esquinas como si fuera el de mi madre. / Esta rodilla como si le doliera a mi madre. / Este corazón como el precioso corazón de mi madre. / Todos estamos bajo el sol, unos de frente y otros de espalda. Y así tenemos entonces, luz o sombra.”. El sol salva a Escrápides de su propio dolor durante un rato “Ah, cisterna, le doy mi piel al sol.”, y busca la compensación en su entrega al poema, a la familia, al recuerdo del país distante, de una memoria que acosa y erosiona el presente con sus posibilidades: “Está claro que aquello de tirar piedras al río es más complejo. No siempre hay río…”. Al menos no el río que recordamos como nuestro.
  No es viable leer “La cisterna de Escrápides”, sin contener en algún momento la risa o las lágrimas, una emotividad sofisticada, que se expande con cierta informalidad impertinente: “A mí me da igual que gane cualquier bando. De todos modos el jazmín seguirá moviéndose. / Al son de este airecillo.”, o se contrae hasta convertir la muerte y el amor en un espacio tan íntimo, tan personal que solo puede compartir con la cisterna: “Me apena saber cuán solo estoy”, o “…¿moriré sin amor?, aferrado a la más nítida de sus ilusiones, coño cisterna que me evacúas, dime si llegaré a mi fin sin lograr que alguien me quiera…”. El amor solo se asoma tímidamente, como un invitado ocasional, que está de paso y al que solo se mira, piensa y escribe de reojo.
  Los cambios de tono, el explayarse en una especie de catarsis de pensamiento accidentado colman los momentos álgidos de cada texto y del discurso general, crean continuidad y no dejan nada al azar. La mezcla entre lo urbano / cosmopolita, presente e inevitable, y lo rural / familiar lejano y añorado, expone un mapa del hombre prisionero, a menudo resignado a un esquema de vida que no eligió y que solo le deja la opción de crear una cisterna psíquica y espiritual, filosófica, que encuentra sitios diversos para hacerse tangible, que puede ser cuestionada o amada, invocada incluso en momentos de agotamiento de mundo, de rutina, y humanizada en extremo: “O que mi lengua se aligere y sabiendo mejor huya fuera de la boca a paladear el clítoris enmohecido de esta tinaja. Cualquier cosa, puede que de cualquier cosa salga el verso.”
  Lo coloquial plantea la vitalidad como impronta o prueba de existencia, ante la duda legitima de si esto es real; lo que ocurre, la vida, la muerte, el trabajo, el frío, o “…una mujer abrazada a su intimidad de espina.”, salen de la nada versos en un tono conversacional que sirven para hacer creíble el resto, sin apartarse de un lirismo comedido, que por momentos se exacerba: “El río en cambio / tira por aquí su resquemor, le jode no tener playas, solo bordes, esquinas…”, “Que soy un tipo que vino a que le respeten. Por cualquier cosa…”, “Tengo gripe. / La tengo y huyo de ella como si esta vez no me perteneciera.”
  Las obsesiones, la sangre y el agua, por separado o en esa composición homogénea y redundante nos permiten discernir un mundo que ni siquiera los cercanos adivinan en el interior del hombre de ciencia, que no deja al poeta ni se resigna a la rutina: “Un escasísimo prontuario de rutinas. / Y las rutinas solo escamotean el amplio diapasón de mi naturaleza… / Hay posibilidades que ni siquiera puedo imaginar…/”. No se resigna a la asepsia donde se ve obligado a diseccionar y analizar partes del cuerpo de otros seres humanos y donde respirar o recibir un poco de sol sobre la piel casi se podrían tener por un absurdo, donde escribir un poema se pospone a toda otra necesidad intelectual, social o fisiológica. La lucha por sobrevivir a todo, a lo cotidiano necesario, a la competencia de los otros, lo convierten en presa: “Miedo a la vida. / Miedo a cómo es la vida. / El ojo del leopardo. / Cervatillos, pequeños puercos, una mona alimentando a su hijo, todos muertos de un zarpazo…/ Lo que asusta es el método ladino, la danza alrededor de la presa…/ Lo desarmados que andamos. / Colmillos que nos espían la nuca. / La vida entera pendiendo de un apetito ajeno.”. Pero la opresión y el encierro no son del todo gratificantes y el poeta necesita interactuar, correr el riesgo de vivir la vida que tiene, simplemente: “…una oscuridad que es solo por fuera del cuerpo me rodea, inunda la almohada que persiste blanca… / Las paredes en esta habitación / son amigables, / de esas que no llevan ornamentación; las cubro de miradas, de manos mías buscando la luz que no existe.”
  El agua, la sangre, las vísceras, las larvas, el unicornio, el sombrero, el sol, ese miedo interior a lo que escapa sin ser parte de lo que se sabe, se posee, se saborea, forman un círculo de diversos leitmotiv que acaban cediendo ante la avalancha de palabras y significados, ante la emotividad de versos que no exhiben rebuscamientos ni excesos metafóricos, sino que se instalan en una sencillez verbal correcta y suave.
  En general “La cisterna de Escrápides” es un libro maduro y disfrutable, al que le habría venido bien un concienzudo trabajo de corrección y edición, que permitiera sin ambigüedad tener claro donde comienza y termina cada texto, visto que la mayor parte de los poemas carecen de título. Aunque Ismael Valdivia se sienta “sujeto a evaluaciones”, un buen libro merece el cuidado de ojos y manos hábiles, amigas, que le consientan el bien de las comas justas, como un aguacero de arándanos.
  Recomendar la lectura de un libro de poemas, en estos tiempos donde todos somos críticos y no se lee con el deseo primordial de disfrutar, sino para poder mostrar cuánto sabemos, puede parecer temerario. No obstante, encuentro en lo escrito un acto de afectuoso valor y en el gesto de enviármelo como lectora y amiga otro de hermosa cortesía de parte del poeta, así que recomiendo mucho la lectura de “La cisterna de Escrápides”, un texto donde intensidad y veracidad se vuelven emoción.

Santa Cruz de Tenerife
Febrero 2016

 

"La cisterna de Escrápides", de Ismael Valdivia

«La cisterna de Escrápides», de
Ismael Valdivia


 

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Sonia Díaz Corrales (Foto cortesía de la autora)

Sonia Díaz Corrales
(Foto cortesía de la autora)

Sonia Díaz Corrales Es poeta y narradora. Nació en Cabaiguán, Cuba, en el año 1964 y reside en Santa Cruz de Tenerife. Islas Canarias. Ha publicado: Diario del Grumete (poesía), editado por Taller Editorial Vigía, Matanzas, Cuba (1996), y Sed de Belleza Editores, Santa Clara, Cuba (1997), Minotauro (poesía), La Habana, Cuba (1997), El hombre del vitral (novela), Editorial Idea y Editorial Aguere, Islas Canarias, España (2010) y Noticias del olvido (poesía), Ediciones hoy no he visto el paraíso, Francia (2011), El puente de los elefantes (novela), Ediciones El Barco Ebrio (2013). Sus poemas aparecen en las antologías: Retrato de grupo, La Habana, (1989), Poesía infiel, Antología de jóvenes poetas cubanas, Editorial abril, La Habana, (1989), Poetas del Seminario, Cuadernos informativos, Instituto Cubano del Libro, La Habana, (1992), Un grupo avanza silencioso, Universidad Autónoma de México, Ciudad de México, (1990), Poesía Cubana de los años 80, Ediciones La Palma, Madrid (1993), Antología de décimas, Centro de la Cultura Popular Canaria/Ayuntamiento de la Victoria de Acentejo/Caja Canarias, Islas Canarias (2000), Todo el amor en décimas, Editorial Benchomo, Islas Canarias (2000), Mujer adentro, Colección Mariposa, Editorial Oriente, Santiago de Cuba(2000), Puntos Cardinales. Antología de Poetas Cabaiguanenses. Parte I, Puente Colgante, Ediciones Ideas, Cabaiguán, Sancti-Spiritus, Cuba (2000), Como el fuego que está siempre, Editorial Consejo de Iglesias de Cuba, La Habana, Cuba (2009), Paisajes interiores, Centro de Estudios de la Cultura Mixteca, México (2010). Antología de la poesía cubana del exilio, Aduana Vieja, Valencia, España (2011). Obtuvo el Premio Bustarviejo de poesía, de Madrid, el Premio América Bobia, de la Ciudad de Matanzas, Cuba y el Premio Abel Santamaría, de la Universidad de Las Villas, Cuba, así como menciones y reconocimientos en otros concursos en Cuba y el extranjero. Fue finalista del Premio Viaje del Parnaso (2008).

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Esta entrada fue publicada el 15/10/2016 por en Crítica.
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