La paz entigrecida
Miro en el charco la tarde en que me entierran
y reverdece
la paz entigrecida en torno a mi cadáver,
donde no se despuebla ni una nube,
ni se escucha un solo girasol entre las almas.
Oigo volar por el sauce a los perros
que en una lágrima
entonan su liturgia mientras llueve la tierra,
y afianzan ese grito
cuando todo naufragio va lamiendo el paisaje.
Me acosa el temporal que presagia al silencio
y entristecen
ésos que me despiden,
sumergidos y ocres en su guerra,
sobre un lánguido charco en medio de la tarde.
Di nombre a un astro
Di nombre a un astro
y oscureció mi pez como ese lirio,
negro para su estirpe,
frágil ante los soles,
borrado en el desierto por la luna.
Morirá una cigüeña,
si permito volar frente a este muelle
cuerpos y mares
que no navegaré,
cuando sean deseados y no vuelvan sus olas.
Doy mi pecho a las dagas
si arrastro a los demás hacia el naufragio
y pago cada reino
(su ballet y su pólvora)
sin atarme al verdor de una sola aventura.
Pero los epitafios
no rozarán mi sangre con su arena
mientras cruce el perfume
que refugia en sus alas
el placer insondable del más profundo estío.
Ella alza su cabeza y al mirar convergen los relámpagos. Él se ilumina en ese gesto, como si se copiase en un vitral toda la música. Al otro lado, Casablanca se agrisa bajo un Cristo que —sin pasión— observa la bahía y emerge un tren desde el valle. Él le roza la nuca, como un pintor que pone el arbusto final a una montaña. La ha navegado con lentitud y fiebre y no hay recodo que no añore sus labios. Muy cerca, las esposas van despidiendo a los marinos, quienes dicen adiós a un ondular de faldas y ven cómo se funde la proa en el enigma. Oyen los dos un sax tocado por los dioses y es sólo la traducción de sus espíritus, pero esto lo sabrán muchos siglos después, cuando sea un recuerdo.
A la muchacha griega tras los muros
Si creyeras en la virginidad de toda alianza,
te asombraría la luz
en el peligro
y su esplendor que ciñe tu tristeza.
Una hora más
y alcanzarías la cuerda
conque Ariadna
atraviesa el oro de los siglos,
hasta ver a la muchacha griega tras los muros,
los guerreros que son esa playa que pisas.
¿Qué extraño testamento has confesado
para saldar tus deudas con la antigüedad,
que se inclina y señala ante tus pies el fuego?
Desde hace miles de años,
a las altas murallas retornan los difuntos,
es el humo de Troya
que iba a testimoniar su discordia en la Tierra;
siempre habrá un fiel guerrero y una joven hermosa,
siempre la misma luz
legada por el amor de Zeus a tu memoria.
Hablando al faraón
Mi señor,
los hebreos preguntaron por su origen
y les hacían cocer ladrillos
hasta multiplicarse en granos de ceniza.
Los he visto huir de madrugada,
con sus ovejas iban alegres hacia el mar.
Sentí vergüenza de tu ley,
escondí mis flechas y oré bajo los dátiles
para que no muriesen entre las rojas aguas.
Qué ansiedad tendrían
para irse con sus niños a través del desierto.
He sido también un poco errante
de una estrella a otra estrella sobre Egipto
y confieso que hallaron en Jehová
la dicha que tu sol les negaba.
Déjame conocer la tierra prometida,
no vi llover el pan en los desiertos,
ignoro el color del estío y los valles lejanos.
Déjame partir y contaré la historia,
sólo así confiaré en tu santidad
y Egipto no será juzgado un país de muertos.
Agustín Labrada Aguilar
(Foto cortesía del autor)
Agustín Labrada Aguilera (Holguín, Cuba, 1964). Estudió Literatura y Español en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona de Cuba y Ciencias de la Comunicación en la Universidad Interamericana para el Desarrollo de México, país donde vive desde al año de 1992.
En Cuba, dirigió la Sección de Literatura en la sede nacional de la Asociación Hermanos Saíz de Jóvenes Artistas; en México, la revista Río Hondo, el programa radiofónico Una puerta al mar y el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén.
Es autor de los poemarios La soledad se hizo relámpago (1987, 2013, 2015), Viajero del asombro (1991, 1995, 1997) y La vasta lejanía (2000, 2005); y de la antología poética de la Generación de los Ochenta en Cuba Jugando a juegos prohibidos (1992).
Ha publicado los libros de periodismo cultural Palabra de la frontera (1995), Más se perdió en la guerra (1999, 2016), Un paseo por el Paraíso (2006), Seis caminos (2012) y Ellas están de paso (2013); y el de ensayos Teje sus voces la memoria (2011).
Fue finalista del Concurso Internacional de Novela Herralde, de la editorial Anagrama (España, 2013); y ganador del Premio de Ensayo de la Editorial Dante (México, 2010) y del Premio Internacional de Poesía de la Municipalidad de La Arena (Perú, 2015).
Agustín Labrada ha ofrecido lecturas de su obra en Cuba, México, Nicaragua, Ecuador, Bulgaria, España, Uruguay, Panamá, Argentina, Estados Unidos y Francia; y ha fungido como jurado de concursos literarios nacionales en Cuba, México y Panamá.
Poemas de Labrada figuran en más de 50 antologías en el mundo; algunos han sido traducidos a los idiomas inglés, francés e italiano; y otros aparecen en los discos Un lugar para la poesía, Guerra y literatura del siglo XX y Los ángeles también cantan.