Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

«Domingo a contraluz» y otros textos

ANNA SOTELO

 
Casi nueve manzanas y jugo en la feria de Ohiopyle
 

Rasga las montañas Youghiogheny River y donde le nace un puente, se yergue el pueblo de Ohiopyle. Consta de unas nueve manzanas en ascenso y otras casas que se van dispersando, como una jugada de yaquis de una niña del tamaño de dios. En cada puerta o baranda hay flores y banderas. Celebran el Festival Anual del Buckwheat, un grano que allí se cultiva, aunque se adornan de unas plantas secas muy parecidas al maíz.
  Todo está limpio y colorido, en la callecitas paralelas a la Mill Run se despliegan kioscos y manteles mostrando productos locales, mejor, caseros. Pizzas, yogurt con frutas, chocolates artesanales y baratijas no tan baratas (as usual); pero la alegría es gratis y serena.
  En un huacal de varios metros se amontonan las manzanas, imperfectas, como todo lo natural, alguien las rocía con una manguera que las mantiene frescas y espanta moscas atontadas de dulzor. Un remedo de molinillo las convierte en jugo, para que esta forastera descubra el sabor de la fruta prohibida y su parentesco con la sidra.
  Las mujeres pueden ser bellas, y como en cualquier parte, estar bien maquilladas, pero, sin reparo, usar botas de goma combinando en un raro estilo local. Los hombres de masculinidad cerrada y mirada recia, dejan aquilatar el poder del músculo, la soberbia intención de una fibra que pulsea con la inclemencia.
  Con un golpe de vista, queda claro que en ese vecindario, un arma es para defender a la familia, hasta el final. El único sorteo de toda la fiesta son dos rifles. En todo el recorrido se ven anuncios de varios candidatos locales; para presidente, uno solo. Nadie habla de política.
  Disfruté la feria como quien cae dentro de una película y se incorpora a su realidad paralela porque le es impuesto por los dioses, pero decide continuar sin romper la magia.
  La inmensidad de un relieve color otoño, que llueve hojas sobre mi pelo y la majestad del río que hospeda colosales lajas, me recordaron lo pequeño que somos. En contraste, elementos cotidianos: un stop, un cajero automático, una iglesia, un monumento a los patriotas; o el simple arte de convertir un tanque oxidado y viejo, en el azul y amarillo de una vaca que bizquea…
  No, no somos tan diferentes, pero tenemos mucha suerte, una gran vida y una gran ciudad. Y si nuestro césped no es tan verde, ya nos encontraremos en la cola de Home Depot, buscando que echarle pa’que se componga… ahí mismito, al cantío de un claxon.
 
 

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Domingo a contraluz
 
Desde su estatura, cuando abraza, me hace sentir pequeña. Se expande mi pecho, sin dejar testimonio del acto; la quietud lo alarga, la respiración satura todos los sonidos y el aire.
  Mi memoria tiende a retener la luz del momento, si comienzo a sentir al niño que es ante mí, y a la muchacha que era, cuando me enseñaba a ser madre.
 
 
 
A mi aire
 

Un golpe en la boca del estómago.
  Como si el hambre tuviera atajos, puertas auxiliares o escaleras de incendio; pero fue ahí, donde se esconde el resuello sin importar cuántas nubes tengas atrapadas en el pecho.
  Iba volando, me deslizaba procurando enlazarme con cada bies del aire. Esta maniobra es complicada. Se pasan sustos, pero es sólo por la costumbre de temer, porque la displicencia del señor de los pájaros es providencial. Si por la imprecisión de tu vuelo rompes las filigranas que dan color al cielo, pones en peligro su misión de preservarlas y te desviará hacia una corriente en línea que corregirá tu rumbo. No porque te quiera o te odie; pero es otra oportunidad.
  Lo cierto es que mi aliento cubría el suelo, como una geoda de cuarzo que tras estallar, esparce su brillo traslúcido por la superficie. Allí estaba, resplandeciendo. La asfixia retaba al cuerpo con esa sensación de infancia, hermana de un escozor de rodillas en ‘carne viva’, inhalé.
  Un instante da para mucho, recobré el hálito mientras barría con la mirada el ángulo que mi geometría permite abarcar. Me incorporé, prestando atención a la presión generosa que ejerce la tierra sobre los pies, buscando en la memoria un cerro desde donde lanzarme y dejar que el vacío, nuevamente, me eleve.
  Respiro con intensidad y lentitud, para dar ritmo al acto. La vida viaja en el aire, combustiona con la esencia de lo que somos: Una energía moviendo a otra energía con ilusión de materia. A cada sorbo de universo que incorporo activo las piezas del mecanismo que soy, reiniciándome.
 

 

Anna Sotelo

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Un comentario el “«Domingo a contraluz» y otros textos

  1. antonio ramos
    22/12/2016

    Bravo por Anna, tan ella en sus letras, que son un realismo vivido con imaginaciones que engalanan el sentido de las cosas (su magia y la magia que emana de los detalles observados, convivenciales). Anna desde sus minicuentos ha ido trepando con pasos firmes a la narrativa, más que arquitecta es literata, con alma de poeta, y una constante devota del relato. Espero que nos deje leer más de lo que escribe pero guarda. No debe guardarse lo que es parte de todos: la vida con sus distintos ojos y huellas. También es una gran cubana, muy inteligente. Feliz navidad. ARZ

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Esta entrada fue publicada el 17/12/2016 por en Narrativa.
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