Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Luces

ENA COLUMBIÉ

 

A Ele

 

Armando recibe en el rostro el aire frío de la madrugada, aspira hondo y suelta la puerta que oscila repetidas veces como negando. Enciende un cigarrillo y un poco ebrio se dirige al auto, antes de llegar activa la alarma. Le gusta ese bar de barrio solitario y penumbroso, ha estado mucho tiempo en él tratando de reencontrarse en los recuerdos, sin canas, sin barriga y sin libertad… Armando Reyes, caray, estás loco compadre, ¡otro intento de fuga! ¿Acaso no te das cuenta de que eso es imposible so’comemierda? Aquí nosotros tenemos ojos y oídos en todas partes. Hay que estar loco de remate para creer en una fuga de este país. ¿Adónde vas a ir zoquete? ¡Estamos rodeados de agua! Estás jodido guajiro de mierda, te vas a pudrir aquí… Sacude la cabeza y pasa su mano por la frente como para alejar las evocaciones. Sale del parqueo a poca velocidad, no tiene apuro. La calle está oscura, desolada, y la temperatura es agradable… Primero el atentado que no pudieron ni siquiera planear bien, las propagandas que no llegaron a tirar, las armas… ¡qué estupidez!
  ¿No te das cuenta de que aquí todo se detecta? Es una reverenda tontería tratar de hacer algo contra el gobierno. ¡Estás frito por comemierda!… Abre la guantera y saca la pistola, revisa el cartucho y luego la pone en sus piernas. Siempre sigue la misma rutina cuando anda solo deambulando en las noches, tal vez para endurecer su virilidad, o para ablandar sus miedos. Y ahora para rematar, el segundo intento de fuga. Lo que yo digo, tú estás loco… ¡Hey teniente! Lleva al tipo este a la celda de castigo, tiene que pasar por lo menos un mes allí para que se acoteje o se muera porque, como está, ni la madre va a reconocerlo.
  Armando no se percata de la luz roja en el semáforo y la pasa manejando despacio, suerte que no hay ni un alma en la calle. De pronto un juego de luces azules, amarillas y rojas irrumpe la noche proyectándose en el espejo retrovisor y sacándolo de su ensimismamiento. Un escalofrío le hiela la espalda. Tras él la policía ha notado la infracción y le hace señales luminosas para que se detenga. Los ojos de Armando pierden la somnolencia del alcohol y la madrugada, se abren desorientados. Sigue rodando el auto sin cambiar la velocidad hasta que la sirena lo sobresalta con un doble y breve lamento. Se hace a un lado y se detiene sin apagar el motor ni las luces. “No, no voy a permitir que me atrapen de nuevo, veinticinco años es mucho tiempo de encierro y frustraciones” —piensa mientras desliza su mano por la entrepierna y aprieta la pistola. “No voy a permitir más golpes ni vejaciones, mejor me las juego todas. Tengo que escapar ahora, y luego la libertad a como dé lugar”. El olor a salitre y putrefacción marina le trae la solución, el mar es la frontera a la libertad o a la muerte.
  Sus ojos no se apartan del espejo, ve cómo el oficial se baja del auto patrullero, enciende una linterna y se acerca.
  Armando quita el seguro de la pistola y espera. Vamos, cabrón, ¿no vas a decirnos quiénes planeaban irse contigo?… “¡No, no más golpes! Nunca más el hambre, ni encierros, ni miedos. Ya el país no da para más, tengo que irme como sea, no dejaré que me atrapen”. Saca el brazo por la ventanilla y dispara dos veces contra la silueta que está a centímetros de su puerta. Acelera y chirrían las gomas sobre el asfalto, dobla a la derecha, vuelve a doblar ahora a la izquierda, sube a un puente y aumenta la velocidad. El olor a salitre es fresco y limpio. Los lamentos de las sirenas son continuos a su espalda, desciende del puente y encuentra una calle ancha, iluminada, donde cree poder evadir los peligros con más facilidad. Entra en ella con precipitación suicida, infinidad de carteles lumínicos le llenan los ojos de asombro y luces, una angustia incontrolable se le acomoda en el estómago, Burger King, Armani Exchange, Gap, Banana Republic, Givenchy… Se rodea la cabeza con el brazo armado en ademán desesperado, y masculla entre dientes: “¡Dios mío, ¿qué hice?!”. Pisa fuerte el acelerador adentrándose en el corazón de Miami Beach, seguido por una caravana de lamentos y luces.

 

Ena Columbié
(Foto: Josecuba)


 

Ena Columbié (Guantánamo, Cuba). Poeta, escritora y artista. Licenciada en Filología. Ha obtenido numerosos premios y publicado los libros: Dos cuentos (1987), El Exégeta (1995), Ripios y Epigramas (2001), Ripios (2006), Las Horas (2011), Solitar (2012), Isla (2012), Luces (Editorial Silueta, 2013) y La Luz que conduce a los poetas (2013) Obras suyas también se encuentran en antologías y publicaciones periódicas y seriadas. Codirige las editoriales, EntreRíos y AlphaBeta.
  Como pintora y fotógrafa ha expuesto en varios países de Latinoamérica, en EE. UU. y España. Ha colaborado en periódicos y revistas especializadas, así como ilustrando libros de escritores importantes entre los que se encuentra, Ante-Réquiem y en camino (2012) de Ernesto Kahan, Premio Nobel de la Paz y Premio Mundial de Poesía Andrés Bello. Obras suyas se encuentran en galerías, colecciones privadas y museos. Reside en Miami, Florida.

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Esta entrada fue publicada el 22/07/2017 por en Narrativa.
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