Se les ha olvidado el cuerpo,
el alma hace tiempo me ha abandonado.
Desde la ventana las palomas en el laurel me recuerdan
[la libertad del patio
saltan de un tronco a otro sin notar mi mirada
el ojo rodeado de oscuro plumón,
la cabeza picoteando inocente, ya la astilla, ya bajo el ala.
Con serena paciencia levantan el vuelo, juegan a perseguirse,
se posan distraídas, miran aquí, allá, rotan el cuerpo grácil;
allí su compañero, abandona la alta rama y vuela a su encuentro.
Han olvidado el cuerpo,
que por piedad venga el camión esta mañana e interrumpa al vecino
con su insistente cortar del césped,
levante la tapa o puerta saque el nylon de la lata o el bulto del sofá,
y gentilmente, caballero de uniforme azul
me deposite bajo las cuchillas de mi liberación.
Por piedad.
Esta semana,
El hombre en el umbral de la puerta pronuncia tu nombre,
Y algo en mí espera el milagro.
En tu buzón aguardan por respuesta cuatro invitaciones
se abarrotan los mensajes en tu facebook
y el viento de cuaresma no se aburre de llamarme.
Nuestro hijo, torpe adolescente, se enreda más que de costumbre
desayunamos, comemos, recorremos las habitaciones
vacías de ti, de nosotros mismos,
esquivándonos, acercándonos,
sus ojos me vigilan y yo a él.
Ocho días,
semana santa y la promesa a no encontrar alivio de eucaristía
El cadáver aún por reconocer,
la nota pertinente
y yo… planifico tu muerte.
Un niño sano que no camina
el adolescente que abusa continuamente del más débil
un empujón, un golpe al abdomen,
el coágulo roto, 17 operaciones y una silla
hasta que la muerte nos separe.
Un niño de nueve años desaparecido;
recorro la US-1 y la alerta ámbar me sobresalta
llego al local de mi destino,
una pantalla me muestra la noticia
el rostro inocente, los cabellos castaños
me recuerdan otro rostro muy querido,
NY Police, el aparato en mute
me exige imaginar la historia.
Sobre el espejo mi nueva imagen, pago,
entro al auto, conduzco guiada por el GPS
–regalo de un amigo–.
Luego de algunas vueltas
–pésimo sentido de dirección–
estaciono; la hora temprana me es favorable.
Devuelvo las gafas oscuras
que no me gustaron.
Camino entre las largas hileras de ropa
y sucumbo a la tentación.
Un sonido gutural me asalta contra la nuca
lo ignoro, en mi mente la frase última que me protege
Baby got a gun!
Escojo una blusa, una bermuda
–que sé no compraré–
me alejo dos líneas a mi izquierda
el grito de otra voz me detiene.
Baby got a gun! Repito tres veces,
al final del pasillo el probador
el grito, la voz gutural,
un giro a la izquierda donde los zapatos
el grito, la voz gutural
Baby got a gun!
Camino hacia las cajas,
dejo las prendas de ropa en una percha cualquiera
el guardia de seguridad me despide, paso el exit
y me escondo en el auto.
Baby got a gun!
Como puedo convencer a mi madre que no se deje morir
si cada noche, como ella, aguardo con el sueño,
el reconfortante instante de la nada.
Qué argumentos esgrimiré,
qué hipócrita historia construiré.
Como puedo convencer a mi madre que viva por mí
por el momento que robo a mis ocupaciones diarias
los días apresurados entre el trabajo y la desgana
jugar dominó sólo soltando “gordas”,
“Ve a pescar” y las reglas se confunden con cada vuelta;
el tablero de Parchís es un safari donde mis fichas
regresan a su esquina, con demasiada frecuencia,
o las damas chinas donde nunca logro ganarle.
Como puedo convencer a mi madre,
a Dios,
que aún no estoy lista.
Eva M. Vergara
(Foto: Rodolfo Martinez Sotomayor)
Eva M. Vergara (La Habana, Cuba, 1966) llegó a los Estados Unidos en 1989. Cursó estudios de Literatura Inglesa en el Miami Dade College. Ha publicado el libro de relatos, Mirada desde un submarino blanco(Editorial Silueta, 2009). Uno de sus cuentos fue incluido en Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, 2006). Tiene inédito el libro de relatos «Ceremonia de salutación».