Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

La mujer, el pan y el pordiosero

LOURDES VÁZQUEZ

 

Una o dos veces por semana hago un alto en un restaurante chino para pedir: broccoli-and-black-bean-sauce-no-rice. En una de esas ocasiones me percaté de Bai, sentada en una de las mesitas de fondo, junto a otras dos chicas que rellenaban la masa del wanton. Por la forma como mantenía hundido el cuello y la cara en un libro, se notaba que estaba sumergida en otro mundo.
  Le pregunté un día: ¿Qué lees? En aquel momento creo que hojeaba un libro de Cavafy. Digo creo porque el pasado reciente es una nube gris que se aleja o se acerca de acuerdo a mi estado de ánimo. Nada es claro, nada es sereno o utópico.
  ¿Qué lees en estos días?, le interrogué en otra ocasión, cuando me trajo el menú.  A un poeta chino: Wang Wei.
  Lazlo, te recuerdo todo esto para que comprendas la razón por la cual te cite aquí. La poesía nos precede. Tú y yo y la noche fría de Park Slope, sucumbidos al cansancio, la temperatura y el hambre. Saliste fuera del restaurante para buscar un café, mientras yo me dejaba arrullar por el sonido de abejas de las conversaciones de las mesas adyacentes. Bai se acercó con su cuerpo pequeñito y gracioso. ¡Hoy tienes compañía!, enfatizó con su sonrisa.
  Regresaste encogido de frío, en contraste con tus manos sudorosas; apenas podías sostener el café humeante. Procedí a hacer las presentaciones necesarias. Bai, él es un poeta húngaro: su nombre es Lazlo. ¡Otro poeta!… y dirigiéndose a ti preguntó: ¿tiene tarjeta de presentación?
  Sonreíste mientras introducías tu mano en uno de los bolsillos del pantalón y sacabas la cartera. Yo no dejaba de escudriñarte. Tu piel es muy parecida a la de un trabajador de construcción: curtida, áspera, desamparada. Las uñas descuidadas, las manos sólidas. La espalda en mi espalda, tus piernas entretejidas en mi océano… y me vino a la memoria aquel momento después del retozo en que intentaste traducir el himno húngaro… escuché tantas veces esta versión cuando andabas despejado, completo y lleno de lunas:

Bendice al húngaro, Señor, que la abundancia sea consigo; que halle tu amparo protector cuando se enfrente al enemigo; que deje atrás su adverso hado, y vea su trigo al fin maduro, este pueblo que ya ha pagado por su pasado y su futuro…

Bendice este momento señor mío, repetí calladamente y de inmediato te pregunté: nunca supe ¿cómo llegaste a Estados Unidos? Siempre te hice preguntas inquisidoras, quería saber mucho, mucho más sobre ti. Arqueaste tu cabeza y con tu mano izquierda despejaste la frente del cabello. Amo ese gesto tuyo, confabulé para mis adentros. O me imagino que lo amo. O tal vez pienso que lo amo y entonces lo invento.
  Llegué hace muchos años, fue tu respuesta. Llegué solo y más tarde traje a mis hijos. Desde muy joven supe que todo lo que Budapest representaba: monarquías, palacios, puentes, placas, funiculares, las leyendas de vampiros, los rusos y el paquete comunista, todo se había enmohecido.
  ¿A qué te dedicaste antes de ser académico?
  Mi primer trabajo acá fue en construcción y lo hice por una larga temporada.
  ¿Y la mujer?
  No le interesó salirse de aquello y hasta hoy día cree que el agua potable de Budapest es la más pura de Europa. Esa fue una de las grandes razones de nuestra separación. Eres una tonta, me dije. Una verdadera tonta. Sabes que esto no va para ninguna parte.
  Tenemos brandy, interrumpió Bai.
  Brandy en un restaurante chino, qué curioso, comenté.
  Es solo para los de la casa, contestó Bai.
  Permaneciste en silencio por largo rato, atento a los ruidos de la noche. De pronto, tu voz se produjo inmisericorde.
  ¿Para qué me llamaste?
  Me interesa saber cómo estabas. ¿Cómo están tus hijos? ¿Tu familia?
  Todos bien. La familia más unida que nunca. Dentro de poco salgo para una conferencia en mi país. Espero encontrarme con gente conocida. Gente de bien.
  ¿También con tu mujer?
  No presté atención a la respuesta, más bien me concentré en aquella pequeña herida en tu frente. Una herida, a veces, dispara el gran recuerdo. Como, por ejemplo: cómo fue que nos conocimos. En el viaje de regreso, precisamente de una de esas conferencias, coincidimos en el mismo vagón. En Amtrak, para ser más específicos, que es el homónimo a un virus moderno, uno que ataca a la población que usa el peor servicio de trenes del mundo.
  ¿Te acuerdas del viaje en tren?, indagué.
  Sí. Aquel fue un viaje especial. Tal vez una maldad organizada, a juzgar por la cantidad de indigentes, desempleados y discapacitados en el vagón; añádele a eso el menú de papas fritas viejas y el poco sentido de hospitalidad de los empleados. Viajar en tren en este país es enfrentarse con los intestinos de su sociedad, un poco sus sucitos.
  Lazlo, cuando te vi en aquella conferencia apenas me importaste. Me pareciste prepotente, ingenuo y machista. Caminabas dando zancadas de un lado a otro con una señora que presentabas como traductora y tenía apariencia de monja-una monja salida de algún convento oscuro en las montañas de tu país y tú un hombre ordinario metido a escritor. Todos los poetas pululaban alrededor tuyo, confundiéndote con la abeja reina, por si les hacías el favor de traducirles su trabajo.
  No seas cruel.
  En este gremio nos prostituimos por una traducción, una invitación, una presentación, una publicación. Todos. Yo incluida. Pero al grano, me importaste más tarde Lazlo. Me importó el ciudadano que llegó de un país de la Europa del Este. Me importaste después de nuestro largo diálogo en el tren. Me dije: un hombre pensante con el que puedes conversar de asuntos trascendentes y no los imbéciles que te han rodeado y que se nutren de tus desgracias, incluyendo aquellos con los que me sumerjo en los lados profundos del Internet: en las cuevas del Chat cuya fibra óptica se multiplica en millones de máscaras solitarias.
  ¿De qué me acusas?
  Estás a la defensiva, Lazlo. Te mantienes en guardia. ¿Te acuerdas de nuestra conversación en el tren?, le contesté.
  Sí. Como podía olvidarlo. Despotricaste contra los viejos sueños. Fuiste implacable. Bai apareció con dos copas de brandy, calientes, sustanciales.
  No lo creo. Es más bien el coraje de haber sido tan ingenua, de haber creído en un mundo distinto.
  Está bien. Ganaste. ¿Qué quieres que te diga? Contestó Lazlo luego de un suspiro tedioso.
  La verdad.
  En esos días de nuestro primer encuentro tuve una serie de sueños extraños. Estabas al lado mío, más solo podía rozar tus rodillas. Un gentío se arremolinó alrededor nuestro. ¿Quiénes eran?
  Tú sabrás. Yo solo sé que quiero perseguirte por el resto de mi vida, contesté.
  Y yo a ti, pero la cama está ocupada ya que tampoco puedes controlar esos hábitos, esas costumbres que te consumen.
  Yo solo soy como soy. No se lo oculto a nadie y mucho menos a un ex-comunista. Son los más peligrosos. Traicionan, se pierden en el camino con las bolsas de oro, el armamento y las drogas dejando una retraída de hijos y mujeres llorosas al paso.
  Lo que hago es asunto mío.
  Dime Lazlo, ¿cómo podremos entonces?, ¿cómo traficamos nuestros cariños? ¿y qué me dices de mí?, ¿cómo quedo yo? Una mujer dando de beber y comer a un pordiosero desde una ventana.
  La mujer, el pan y el pordiosero. ¿Conoces esa pintura?
  Es nuestra historia Lazlo. Una mujer descansa en su ventana una tarde de verano luego de un largo viaje. Por la acera de su calle se aproxima este hombre y la mujer percibe el milagro de la vida.
  La mujer alarga la mano y le da un pedazo de pan al hombre, contesta Lazlo.
  Con la diferencia de que esta mujer extiende el brazo para consumar unas ansias. Un cuento. Un cuento eterno. Lo notas por lo subido de tono de los cachetes de la mujer. Avergonzada continúa su proeza de ofrecer pan al hombre, que no es un pordiosero. No me parece. El título es desatinado. Ese hombre es timidote, lo percibes por la inclinación de la cabeza y la posición de sus brazos, pero está bien vestido y acicalado, además se ve muy bien alimentado, fue lo que contesté. El cuerpo de Lazlo tembló. Lo supe por una leve sacudida del torso… una levísima forma de decir ‘me llegas al corazón’, sin decirlo, sin pronunciar palabra.
  Lazlo es que me di cuenta hace tiempo que no eres un consumista más, que te llenas de preocupaciones ajenas y existenciales.
 
  Un silencio de noches gélidas se aproximó a nuestra mesa sacudiendo la poca felicidad. Ahora es cuando el tren de la vida se arrastra como una cucaracha herida. Un minuto, dos minutos…tres.
  ¿Por qué y de repente tan callados?, inquirió Lazlo.
  No sé tú, pero yo solo te observaba, como hacen los enamorados en las películas francesas.
  ¿Y qué ves?
  Veo a un osado húngaro tratando de encontrar el ritmo de su existencia desde esta orilla. Bai nos interrumpió para preguntar: ¿Tiene algún libro con usted?… Lazlo sonrío y Bai sin darse por enterada habló como los cotorros: A mí me gusta la literatura extranjera. He leído a Calvino, Haruki Murakami, Theodore, Hemingway y a Harper Lee, entre otros. Decía todo esto mientras recogía vasos y tazas de té y pasaba un paño húmedo en una de las mesas contiguas para finalizar con un: ¿Qué ordenan?
  No hubo respuesta.
  En lo que se ponen de acuerdo traeré más brandy, dijo.
  Sabes Lazlo, New York ya no es la misma ciudad, afirmé. Se ha convertido en un gran shopping mall con su lista repetitiva de Banana Republic, Gap, Anne Taylor y el desorden de panties y brassieres en las vitrinas de Victoria Secrets. ¿Qué ha hecho este gobierno con la ciudad? Sus burócratas han reparado las aceras y recogen la basura, cosa que está bien, pero también sacan a los ajedrecistas y a los magos de Washington Square. Y tú Lazlo, ¿también participas de esta pornografía?
  Tú sabes que no. Tú sabes bien que yo traduzco lo que pasa y no me salgo de la periferia.
  No sé, a veces tengo dudas. De ti, de mí, de todos. Y cuando veo a Park Slope tan limpio, con esa manada de mujeres jóvenes arrastrando cochecitos de bebé de mil dólares o calzando stilettos que son equivalentes a un mes de sueldo de una obrera de fábrica, me da un jé ne se qua visceral.
  Yo no, interrumpió nuevamente Bai, mientras cargaba una bandeja repleta de platos. Yo sigo siendo la misma Bai de Hong Kong que llegó aquí hace veinte años. Lo que me sigue importando es llegar a fin de mes, que me alcance para enviarle a mi familia y para poder comprar el incienso con que ofrecer a Buda.
  Ambas sonreímos.
  ¿Es por eso que te vas? Lazlo me preguntó, sin hacer caso omiso a Bai.
  Por todo y por muchas razones. El frío uno lo tolera si la ciudad te brinda abrigo. Siento que la ciudad ya no lo hace. Lazlo, ¿conoces la historia de Eloise?
  ¿¿¿???
  No me mires con esa interrogante en la cara Lazlo. Hablo de un cuento de hadas, una leyenda de la ciudad. Eloise, la niña rica que vivía en el Plaza Hotel acompañada de la servidumbre. Una o dos veces al año llevaba a mis hijos al hotel para ver la casa de Eloise. Parábamos de frente al hotel alzando la vista por toda la verticalidad del edificio, mientras mis hijos preguntaban: ¿Es allí donde vive Eloise?
  Eres una romántica, contestó Lazlo.
  Estoy comenzando a creerlo. Este asunto de los trust-fund-money-babys viviendo en NY ha traído un aire bastante enrarecido a la ciudad y tanto el alcalde como las juntas de planificación de distrito solo les sirven a ellos. Lo que se traduce en el aumento de fashionable bars, gyms, yoga classes, spas y una retahíla de nodrizas jamaiquinas y polacas. ¿Cuántos locales dónde se imparten clases de yoga tolera una ciudad? ¿Cuántos spas? Lo curioso es que ya no consigues zapaterías, bodegas o farmacias.
  ¿No me imaginé que te importara tanto?
  No te imaginas, porque no me conoces Lazlo. Solo me tientas y te vas corriendo, pero soy muy interesante, muy interesante y me admiro mucho. Yo misma, sola y quieta con una copa de ron de mi país me lo aseguro constantemente.
  La carcajada de Lazlo azotó el local. Su cuello, más ancho que el de un leopardo, se hinchó poderosamente.
  Este hombre tiene una de esas caras de guerrero de algún cuadro antiguo, de esos que permanecen colgados en cualquier castillo europeo.
  No soy la mujer que da el pan al pordiosero Lazlo. Tal vez soy su mamá o la tía o la vecina y a ella la estoy observando muy discretamente. Yo por ejemplo si me gusta ese hombre en la calle voy y lo tomo. Ella no. Ella espera por éste todas las tardes. Lleva vigilándolo desde hace mucho. El debe ser un empleado de banco o un burócrata, así que a la hora fija ella sabe que el pasará por su acera y va y se apresura a abrir la ventana.
  ¿Y el pan? pregunta Lazlo.
  El pan es un símbolo. Le está dando su corazón, su espinazo, su cuerpo con todo y escamas. Como las sirenas del mar. Te digo más, esta es la clase de noticia que no sale en los periódicos de provincia, sino que se mantiene como cotilleo, como chisme del barrio. Entonces viene un pintor y plasma la escena de forma extraordinaria en un lienzo que con los años se pone en subasta por unos cuantos millones de euros. Entonces es noticia nacional. El pintor se convierte en héroe y le erigen una estatua o nombran una calle con su nombre. A la gente de otros pueblos le da curiosidad por saber a quién pintó y en los paseos de domingos las familias van a parar al pueblo de la chica.
  …en otras palabras que además somos unos cuentistas…
  Que te digo mi querido Lazlo, ¿qué nos queda? sino especular y ser testigos de la liberación de los prisioneros por la FARC, mientras la nieve nos derrota acá arriba, el frío te rompe las esperanzas y los pinos doblan el lomo ante el viento helado que se aproxima.
  Mientras articulo mi discurso pienso que debería tomar la cara de Lazlo y besarlo, sin pedir permiso, como se le da un beso a un niño o a un hijo. Por segundos me aturde la posibilidad, pero la vida me sorprende:
  No me busques más, ha dicho Lazlo. Puedo recaer.
  ¡Qué curioso!, aseveré. Te juro que esa frase la escuché el otro día en la calle. Una mujer con un abrigo de leopardo y botas hasta las rodillas y obviamente desencajada, gritaba a su celular: ¡No me llames, porque puedo recaer, carajo!
  El mundo es cada vez más impredecible y tú y yo estamos bien insertados en él, aseguró Lazlo.
  Alcanzo a ver a unas ardillas en la acera peleándose un pedazo de galletitas chinas y a Bai en su receso, en medio de bolsas de comida listas para entregar, hundida en un libro. Una pequeña brisa se cuela por no se sabe dónde. El intenso olor a cuero del abrigo de Lazlo refresca el entorno. Cadafy me viene a la memoria:

  Nuestros esfuerzos son similares
  a los esfuerzos de los desafortunados;
  nuestros esfuerzos son como los esfuerzos
  de los Troyanos…

Me prometo no llorar.
 
 
Del libro de cuentos: La mujer, el pan, y el pordiosero (Ediciones Eón, México)
 
 

Lourdes Vazquez
(Foto: Eva M. Vergara)

Lourdes Vázquez (P.R.). Una de las escritoras más destacadas de la diáspora de Puerto Rico. Poeta y narradora. Entre sus premios se incluyen el Juan Rulfo de Cuentos (Francia), la Mención de Honor/Honorable Mention/2014 Paz Prize for Poetry (USA) por Un enigma esas muñecas (Madrid: Torremozas, 2015), Mención de Honor Premio Nacional Luis Lloréns Torres, Casa de los Poetas, 2014 (P.R.) Su libro Bestiary: Selected Poems 1986-1997 fue finalista del Foreword Reviews Book of the Year Award (USA). Una selección de su poesía ha sido publicada en italiano: Appunti dalla Terra Frammentata (Edibom, Edizione Letterarie, 2012); así como la memoria The Tango Files (Edizione Arcoiris, 2016).
  Otros títulos son su novela Sin ti no soy yo: segunda edición (2012) traducida al inglés con el título, Not Myself Without You por Bilingual Review Press (Arizona State University, 2012) y que forma parte del listado ‘Top Ten «New» Latino Authors to Watch’‘; así como The New Essential Guide to Spanish Reading. En 2013 se publica una selección de sus cuentos: Adagio con fugas y ciertos afectos (Madrid: Verbum). Ha trabajado con una variedad de artistas destacándose los libros: Salmos del cuerpo ardiente con la reconocida grabadora Consuelo Gotay y Cibeles que sueña con la artista Yarisa Colón. Ha sido miembro de varios jurados entre los cuales se destacan el BorderSenses Literary Prize in Fiction (Texas) y el New York Foundation for the Arts, Urban Artist Initiative Award.

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Esta entrada fue publicada el 15/01/2018 por en Narrativa.
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