Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Colombia, crónica de las tres perlas

RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR

 

«… Santa Marta, Barranquilla y Cartagena
son tres perlas que brotaron en la arena
Tres estrellas de mar del Mar Caribe
que descansan en la orilla de la playa…»
 

El radio General Electric de mi padre nos despertaba con música. A veces era el dúo los compadres repitiendo «Amanecer cubano». A veces, llegaban también melodías folklóricas de otros rincones de Latinoamérica. En una de esas mañanas escuché aquella canción que hablaba de tres ciudades de la costa norte colombiana. La orquesta Billo,s Caracas Boys, puso en el anhelo de la infancia, una visita que nunca imaginé que haría muchos años después. La experiencia de la niñez nos marca para siempre, y quizás una canción, sin que lo sepamos, puede augurarnos el futuro.
  Llegamos a Cartagena de Indias, Colombia, comenzamos el recorrido por la entrada a la maravillosa ciudad amurallada. Por las mañanas la inundan vendedores de viajes, de sombreros, de música, de dulces. Por las tardes algunos grupos folklóricos exponen sus danzas con trajes típicos, puede ser el Mapalé y la cumbia, donde, por cierto, sustituyen la flauta indígena por el saxofón. Por las noches se inunda de otros ruidos que salen de la plaza de la aduana, sonidos de vida y extraños paisajes, algunas adolescentes que venden también belleza por todas partes, por la madrugada algún que otro loco al lado de vendedores que preparan sus mesas que serán repletas de memorias. Cartagena de Indias es una ciudad que no conoce el reposo.
  Una estatua del omnipresente Don Cristóbal Colón, erigida en 1894, parece custodiar la Plaza de la Aduana, la primera plaza de la ciudad intramuros. La cual, a partir de ese año, toma oficialmente el nombre del famoso almirante.
  En el siglo XX, se le vuelve a cambiar el nombre por Plaza de Rafael Núñez, en homenaje a un denominado ilustre cartagenero, que fue presidente de la República y muy venerado en la ciudad. Pero por voluntad popular se le sigue llamando Plaza de la Aduana.
  A varios pasos se llega a una segunda plaza, y continúa la avalancha de vendedores, donde hasta un mimo camina a mi lado como un espejo. Esculturas de bronce adornan la Plaza San Pedro Claver. Agradable escuchar la historia de Pedro Claver Corberó, un sacerdote catalán, protector de los esclavos, por los que abogaba hasta conseguir su libertad. Sus restos se encuentran enterrados en una bella e imponente iglesia, situada en la plaza, cuya construcción data del siglo XVII.
  Al mirar a mi derecha, una estrecha calle, con coloridas casas que ostentan sus balcones de maderas torneadas, a los que inundan flores de todo tipo, a lo lejos la cúpula de la catedral invita a seguir descubriendo la ciudad.
 

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Cartagena de Indias conserva su muralla alrededor, algunos la llaman el corral de piedra. Pensé que pudiéramos recorrerla toda caminando sobre el muro, pero el fuerte sol detiene la voluntad de cualquier audaz explorador. Adentrarnos por sus calles con cámaras en mano, nos obliga a detenernos cada pocos pasos, y es que es imposible no llevarse la imagen de esas casas que evocan las atractivas artesanías que llamamos «casitas colombianas».
  Llegamos a la Plaza Santo Domingo, donde la escultura original de «La Gertrudis» de Botero, parece posar sin pudor alguno con su despampanante desnudez. La comida de mar es una afortunada opción en restaurantes de toda ciudad con mar, y en Cartagena de indias no es la excepción. Ya se acerca la noche, y la breve luz no es impedimento para captar la peculiar belleza nocturna de esos espacios que parecen iluminados por la luna.
 

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«… en el bello amanecer de su bahía
se refleja en Santa Marta su alegría
su nostalgia, su historia, su hidalguía
su leyenda de amor, su melodía…»
 

Santa Marta es la capital del departamento de Magdalena, Colombia. Llegar a ella a través de la carretera ofrece una visión irregular del paisaje natural y urbano. Modernas construcciones hacen un contraste en el camino con barrios de extrema pobreza en las márgenes del río Magdalena. A sólo 2 kilómetros del balneario turístico «El Rodadero», un pueblo de pescadores sobrevive en casas derruidas, niños descalzos juegan entre gomas evocando en la memoria que la felicidad es parte de la inocencia. La visión del río Magdalena bajo la lluvia es impresionante, puede verse sobre las aguas, un gigantesco y moderno puente en plena construcción, dicen que es un megaproyecto que unirá a Barranquilla y Santa Marta por vía terrestre, cruzará sobre el río Magdalena y tendrá una longitud cercana a los cuatro kilómetros, siendo de esta forma el más grande de Colombia. La Sierra Nevada, a lo lejos, es un telón de fondo que acompaña a la belleza del paisaje. Ofrece tonalidades de colores tan atractivos y cambiantes con la luz, que es difícil llevárselo a través del lente de una cámara.
  Llegamos a un lugar con esculturas que recuerdan la conquista, se respira una brisa diferente, provoca placer la presencia del mar, su cercanía. La estatua de un famoso futbolista llamado «El Pibe Valderrama», originario de esta zona y venerado en ella, es un lugar donde algunos posan para fotografías. En el mismo centro, un parque con la estatua de Bolívar, y alrededor la arquitectura colonial que fusiona con la republicana y le dan una distinción peculiar a la zona.
  Dicen que Santa Marta siempre tuvo crecimiento económico, mientras que Cartagena empobrecía, y eran abandonadas y vendidas sus casas por los pobladores. Ese es el secreto por el cual Cartagena de Indias mantiene en mayor cantidad su arquitectura colonial, mientras que en Santa Marta son los modernos edificios los que dominan el panorama. Llegamos a la playa y no es ella la que me impresiona, es el horizonte, esas construcciones blancas que sobresalen entre las altas montañas.
  Los restos del fundador de la ciudad, Pedro de Bastidas, reposan en La Catedral de Santa Marta, la primera basílica construida en América del sur, es tan enorme que no puedo captarla con el lente en toda su magnitud. El trato respetuoso que Bastidas ofrecía a los indios, ha quedado en la historia como uno de sus rasgos de generosidad y humanismo. Fue víctima de un complot, y después de sufrir varias heridas se le trató de trasladar a La Española (República Dominicana) falleciendo en Santiago de Cuba, durante una escala, en 1527.
  Llegar hasta la Quinta de San Pedro de Alejandrino, el lugar donde muriera Simón Bolívar, era una parada obligada, visitando Santa Marta. La quietud y belleza del lugar es paradisíaca. Enormes árboles y flores visten el sitio, donde las huellas en formas de carruajes, de objetos personales y habitaciones amuebladas como en los últimos días del «Libertador», provocan el regocijo de viajar por la historia. Regresamos a Cartagena, y aunque soñoliento y cansado, me acompaña la alegría de volver a ver en el camino, la majestuosidad del río Magdalena y La Sierra Nevada.
 

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«… Al morir el imponente Magdalena
Barranquilla la arenosa se levanta
alegría en carnaval su ambiente llena
armonía de color su pueblo encanta…»
 

Barranquilla estaba cerca. Fuimos vencidos por la tentación de visitarla, pero ese impulso aventurero de la adolescencia suele juzgarse como inmadurez en la adultez. En realidad, no fue una buena decisión seguir el impulso, y no es que lamente visitarla, el error pienso que fue no ir acompañado por un conocedor de la zona. Las postales de ciertas iglesias de exótica belleza no vienen al lado de las características de sus alrededores, esos detalles siempre son una sorpresa y no siempre grata.
  La Iglesia de San Nicolás de Tolentino es sin duda una de las más bellas de Barranquilla, una construcción de estilo neogótico del siglo XVII. Su arquitectura es imponente, y ejerce un fuerte atractivo visual. La zona en reconstrucción hace que se dificulte avanzar buscando otro sitio de interés. Preguntamos por la Iglesia de San Roque, y algunos con cara de extrañados nos señalaban el camino a seguir. Al igual que la anterior, es una hermosa edificación, pero esta data de 1853, y ha sido sometida a una magnífica remodelación, que según he leído, le devolvió sus colores originales. Retratarla de frente era toda una odisea, había que cruzar la carretera de aquella urbe, donde ómnibus, autos y motos, pasaban constantemente y a toda velocidad. Se pudo llegar al centro de las dos vías, y yo imaginaba la muerte en aquel sitio, donde nadie supiera de dónde salieron aquellos seres sin documentos arriba, y tan lejos de casa. Finalmente llegamos al otro extremo. Le digo a Eva que haga las fotos, mientras vigilo los alrededores. La vigilancia era la consecuencia de una advertencia que hizo una mujer desde su auto:»Esa esquina es peligrosa, no saquen la cámara», nos dijo. Por si fuera poco, un señor en una moto se me acerca y me dice algo parecido: «Tenga cuidado con esa esquina señor». Yo no sé si exageraron o no, pero con tanta advertencia, uno piensa que sobrevivir es un milagro.
  Tal vez por aquello de que en el norte siempre hay más desarrollo que en el sur, caminamos hacia la zona norte, buscando un paisaje urbano menos hostil. Una hermosa plaza, donde religiosos reparten folletos y una miríada de policías que custodia o descansa, crea la confianza necesaria para sacar la cámara otra vez. Allí estaba la Iglesia de San José. Dicen que en 1912 llegaron los primeros jesuitas a Barranquilla para desarrollar lo que llamaban «La Misión del Río Magdalena», la cual consistía en construir una iglesia y un colegio en la ciudad, y este fue el nacimiento de esta bella iglesia, como San Nicolás de Tolentino y San Roque, también de estilo neogótico. Al costado de la Plaza, en el centro vemos la estatua de la libertad, dicen que fue un obsequio de la colonia Siria en 1910 por los cien años del grito de independencia de Colombia.
  Le preguntamos a uno de los policías la mejor manera de llegar a la Iglesia de Chiquinquirá, nos señala varias rutas, pero confiando en la prudencia femenina, decido preguntarle a una mujer policía la manera más segura de llegar. Ella nos dice que no tomemos la ruta que dijo su colega, que puede ser peligrosa, que sigamos por la gran avenida principal. Las edificaciones van tomando cierta luz a medida que avanzamos, las calles y los rostros parecen mirarnos de manera distinta, o tal vez sea mi paranoia después de tantas advertencias de cuidado. Hace poco comentaba con un amigo, que en toda ciudad hay ciertos lugares donde se congregan los policías, mientras se hace y deshace en el resto. Igual sucede en Miami con el Versailles, me decía, parece ser que la plaza San José era el lugar preferido de Barranquilla para el cuerpo policial, porque no volvimos a verlos por el resto del camino. Llegar a La Iglesia de Chiquinquirá, desde aquel lugar, bien podría equivaler a una semana en un gimnasio, pero al contemplar la estructura de la Iglesia, pensamos que había valido la pena la caminata, y no sólo por el ejercicio matutino. El taxista nos recogería a la hora señalada en un McDonald’s, por supuesto que esta cadena estaría ubicada en una zona moderna y nada histórica. Una oportunidad para ver las casas de la clase media, algunas de raras formas con techos bajos, la flamante cadena de tiendas Exito, con precios asequibles a nuestra moneda dura, pero cara si te tiene en cuenta el salario promedio del lugar. Nuestro taxista nos dice que si podemos esperar unos minutos, que tiene que recoger un encargo para llevar a Cartagena, finalmente comenzamos el camino de regreso, recientes edificios por todas partes y residenciales muy diferentes a todo lo visto, son parte del paisaje a través de la ventanilla. Detrás va quedando ese fragmento de Barranquilla conocido, y en ese instante siento que valen la pena los riesgos de la aventura, eso sólo se piensa, después que ha pasado el tiempo, cuando hemos creado un archivo para esa maravillosa memorabilia mental que se atesora en cada viaje.
 

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«… consentida, orgullosa y venerada
Cartagena la heroica está dormida
paraíso de piratas acosada
hoy descansa feliz tierra querida…»1
 

En la colina llamada El Cerro de la Popa, se encuentra el claustro del convento más bello de la ciudad colonial de Cartagena, y uno de los más bellos de Colombia. Cuentan que en el siglo XVI era un lugar lleno de leyendas donde se dice habitaban demonios, donde los indios y esclavos africanos adoraban a una deidad llamada «Buziriaco» con apariencia de macho cabrío. Por aquel tiempo, un religioso de la orden de los Agustinos Recoletos, que vivía en el desierto de Raquira (Bocayá), dijo haber recibido en sueños, la orden de la Virgen para que le erigiera un monasterio en el lugar más elevado de esa ciudad costera. Y así llegó y lanzó al cabro Buziriaco cuesta abajo por el barranco, por lo que el sitio fue conocido por «El salto del cabrón». El religioso Fray Alonso de la Cruz Paredes, reemplazó el culto a Buziriaco por el de «La Virgen de La Candelaria», con una pintura de la Virgen de raza negra. Se dice, entre otras cosas, que en este lugar surgió el ritmo de la Cumbia. El Papa Juan Pablo II, en su visita apostólica a Cartagena en 1986, coronó a la Virgen, canonizando de esta forma a La patrona de la ciudad de Cartagena de Indias.
  La vista desde el cerro es impresionante, y puede verse desde la altura, en igual dimensión barrios ricos y pobres. En un extremo rodeado de caseríos, una escuela enorme que se asemeja a una catedral, dicen que se trata de una escuela donada por la fundación «Pies descalzos» de la cantante barranquillera Shakira, para las miles de familias necesitadas de la región. En el otro extremo, el lujoso campo de golf Karibana, que solo en riego emplea 3000 metros cúbicos de agua diaria, bellos hoteles como el Caribe, al sur de Boca Grande, la avenida San Martín, con sus grandes cadenas de tiendas, los hoteles Hilton, el Radisson, y muchos edificios que denotan el auge urbanístico de la ciudad, sumergida en la atracción al turismo de todo tipo.
  Boca Grande frente al mar, recuerda a Miami, es una de las zonas con mayor desarrollo inmobiliario de Cartagena, varios rascacielos, grandes aceras, parques, playas. Sin embargo, alguien nos cuenta que le ha costado trabajo encontrar un lugar abierto para comer después de las 10:00 pm.
  No es Boca Grande, con todo su esplendor lo que me gusta, es la ciudad antigua mi preferida, con esa vida bohemia que parece comenzar cuando cae la tarde, con restaurantes de múltiples culturas, desde la India, hasta comida italiana, donde acechan raperos que improvisan describiendo en rimas hasta los gestos de caminantes de los que sacan las ansiadas propinas. Eva bromea diciendo que hará la serie de mojitos por el mundo, recordando el peor de todos en la ciudad de Esztergón (Hungría), y diciendo que estos cuentan entre los mejores hasta hoy.
  No quiero que nada escape a mis ojos, el museo de los indios Zenú, es una visita obligada, nos había dicho una amiga, y es en efecto algo para llevar con el lente, los trabajos de filigrana y de las deidades, como legados de la orfebrería Zenú, son de una exquisitez impresionante. El mismo día visitamos el museo de la Inquisición, donde se recuerda que junto a México y Perú, fue Cartagena también uno de los tres sitios donde el Santo Oficio hizo sus condenas en América. No queremos que escapen esas imágenes donde todo turista debe hacerse una foto según la tradición, y allí estaban Los zapatos viejos, detrás del gigantesco Castillo de San Felipe, obra del escultor Tito Lombada, y un homenaje satírico al poeta cartagenero Luis Carlos López, al que llamaban el tuerto. Leo el poema que inspiró al escultor y descubro en su final, la motivación, donde hace una comparación entre el amor a la ciudad antigua y a sus zapatos viejos.
La india Catalina es otro de esos lugares que no puede dejar de ver el visitante, según lo «establecido», pero es a su vez, un punto de cierta sorna de los habitantes, donde dicen no creer que la india tuviera esa figura de mujer escultural que adorna el parque. Se trata de otra de las leyendas de la conquista, donde una india al estilo de «La Melinche», o de «Pocahontas», por supuesto, hijas de caciques, sirvió de intérprete y unión entre las culturas de los conquistadores y conquistados.
  Finalmente hemos llegado al Castillo de San Felipe de Barajas, bajo un intenso sol. Siempre que escuché la historia de la invasión británica de 1741 y la derrota de los hijos de la «Pérfida Albión», como se les llamaban a los ingleses, tuve la enorme curiosidad de visitar este lugar. Está construido sobre la colina de San Lázaro, y se dice que es la construcción de su tipo más grande de América. Para levantarla, no fue reducida la montaña, sino que, al ser construida sobre esta, sus dimensiones son gigantescas, siendo una fortaleza impenetrable. Bromeo diciendo que, con sólo lanzar piedras desde el lugar, hubiesen alcanzado, por la altura, la velocidad de un fuerte proyectil, tumbando a los pelotones británicos como soldaditos de plomo.
  Regresamos de noche. Allí estaba el cabaret Havana, con fotografías en sus paredes de Benny Moré y de Ignacio Piñeiro. Pienso que Cartagena de Indias evoca el placer de viajar, sin embargo, como el poema de Cavafis, la ciudad perdida aparece en cada rincón.
 

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1 Tres perlas, porro compuesto por el colombiano Carlos Vidal y el venezolano Víctor Mendoza, popularizado poro la orquesta Billo’s Caracas Boys.
 

Rodolfo Martínez Sotomayor
(foto: Eva M. Vergara)


 

Rodolfo Martínez Sotomayor (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, 2005), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, 2006), Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, 2012) y la novela Retrato de Nubia (Editorial Silueta, 2017). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN (Ediciones Universal, 2007), La tertulia (Iduna, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; Director de la revista Conexos.

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Esta entrada fue publicada el 24/11/2018 por en Crónica.
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