Muchas veces he oído decir que la principal diferencia entre hombres y mujeres es que ellos dan amor para recibir sexo y ellas dan sexo para recibir amor. Y esto casi pareciera reflejarse en eso que hemos dado por llamar erotismo, o más puntual que no adecuadamente, literatura erótica. Esta pareciera, en muchos casos, buscar ese mínimo factor amoroso en lo sexual que le quite un poco de su carácter bestial implícito. Esa terca manía de deshumanizar lo humano pretendiendo humanizarlo. Dicho de manera más cursi: “buscar hacer el amor”. No existe tal cosa: amor y sexo podrán ser efectos de una misma causa, pero que converjan en un mismo ente, no implica que algún día dejen de ser paralelos. Y esta parece ser la intención de Félix Luis Viera en esta, su novela de más reciente publicación.
Reitero: Irene y Teresa no es una novela erótica, es una novela sexual. En sus páginas, Viera nos describe una situación en la que tres individuos exploran esa faceta humana que pocas veces se aborda: el sexo sin mayor pretensión que ser eso: coito, cópula, fornicación, y el largo etcétera de términos, soeces y cursis —que siempre serán más vulgares que los soeces—, para referirnos al acto sexual. Estas personas no fingen buscar hacer el amor. Quizás ni siquiera lo contemplan en sus mentes.
Esto se nota de inmediato por el recurso principal que utiliza Viera en esta novela. El narrador en realidad es un descriptor. En este libro no hay narrativa, solo descripción. Tanto al descriptor como al autor no les interesa lo que piensan los personajes. Las acciones resultan, hasta cierto punto, tan cotidianas, que como lectores casi no tenemos la necesidad de saber los porqués. (Si esta fuese una novela erótica, quizás Viera sí habría tenido que sumergirnos más en la psique de los personajes. Y hay uno o dos personajes secundarios cuya personalidad me habría encantado conocer bastante más. Pero entiendo la intención del autor y, por ello, no considero que esta aparente superficialidad vaya en desmedro de la novela; al contrario, quizá una profundidad innecesaria restaría más que sumar.)
La situación presentada en Irene y Teresa es atemporal, tanto o más que sus personajes. Así como estos no tienen una historia detrás de sí (y los pocos apuntes que da el descriptor incluso de su propia historia no alcanzan para colgarle dicha etiqueta), tampoco se puede definir con seguridad en qué época transcurre lo descrito. Podría ser la Cuba directamente anterior al castrismo, o aquella posterior, incluso muy posterior, a la revolución. Quizás es una Cuba que todavía está por llegar. Es más, ni siquiera es seguro decir que se desarrolla en Cuba. Le creo al descriptor cuando la menciona, pero bien podría ser la República Dominicana, Puerto Rico, la Argentina, o cualquier otro país donde la actitud hacia el sexo es más o menos similar a la aquí presentada. Vamos, al leerla incluso me vinieron a la mente un par de imágenes de dos películas estadounidenses y otras de Henry Miller, como si incluso la barrera de la cultura hubiera sido rebasada. Si es que en efecto alguna vez existió dicha barrera.
Irene y Teresa tiene otra peculiaridad, radicada en su título. Alguna vez oí decir que el título más difícil para una obra es Sin título. Aquí es el mismo caso. Irene y Teresa es un título inexpresivo, ni siquiera nos atrae hacia las dos protagonistas, porque, reitero, esta no es la historia de Irene y Teresa. Y tampoco del descriptor protagonista. Vamos, ni siquiera estoy seguro de que haya aquí un protagonista. Los que existen son vivenciales —como usted, como yo, pero en nuestras vidas, y recordemos que las vidas no hacen libros, de acuerdo a la definición más clásica y más limitante. Por eso el título Irene y Teresa es difícil, y por eso habrá quien diga que es difícil llamarle libro.
Pero lo es. Y su lectura es todo menos difícil. Se puede leer de una sentada, entre dos copas de brandy o dos tazas de café. Pero yo recomendaría no hacerlo así. Es mejor leerlo en tres dosis, de veinte páginas cada una, como si fuera un libro de cuentos. Y quizás sería mejor calificarlo de esta manera. Si es cierta esa definición de que en la novela “la trama es un pretexto para contarnos a los personajes”, entonces Irene y Teresa no es una novela. Tal vez, por su forma, se halle en ese limbo literario donde se encuentran obras como El viejo y el mar y El guardián en el centeno, que no podemos decir con certeza si son novelas pero con toda seguridad no son cuentos.
Por último, ¿recomiendo su lectura? No es mi costumbre hacerlo, ni con los libros que me gustan ni con los que no me gustan. Pero tampoco es mi costumbre escribir reseñas de libros, ni de los que me gustan ni de los que no me gustan. Solo usted puede decidir si lo quiere leer o no. A fin de cuentas, como el sexo en Irene y Teresa, tomar un libro es un impulso.
Ah, se me olvidaba: sí existe el amor en Irene y Teresa, pero para saber dónde está, tendrá que leerlo.
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Irene y Teresa (2019)
Víctor Hugo Escalante Razo. Dicen que nació en 1975 y ha vivido allí los últimos 33 años. También dicen que estudió antropología social pero no ejerce. Nadie dice que haya estudiado algo relacionado con las letras, pero se rumora que hace tiempo le publicaron poemas y cuentos en medios locales de Jalisco. Si usted sabe algo más, díganoslo; se lo agradeceremos.