Salir del metro de Milán y que sea ella la primera imagen, contemplar la belleza de sus contornos, de mármol blanco rosado su ropaje y ha visto lo mejor y lo peor de la historia. Todo ese cúmulo de memorias conforman el placer de un viaje, recordar que desde su tejado disparaban los austriacos a la ciudad sublevada, que gritaba vivas a la unidad italiana. Los inmigrantes africanos, como consecuencias ancestrales de los desmanes de un imperio, venden pañuelos para cubrir hombros desnudos al entrar a la Catedral. Ellos mismos se regatean bajando precios de baratijas de todo tipo. A un lado la Galería Vittorio Emanuele II, una arquitectura que convida a los ojos, con su bella cúpula de cristal. El teatro de la Scala, donde Verdi estrenara su Nabucco y Puccini su Madama Butterfly; caminar entre calles y descubrir la magnificencia de cada iglesia, de cada campanario, la iglesia Santa María presso San Satiro, con su imponente falso coro del siglo IX, el Castillo Sforzesco del siglo XV, que hoy alberga una galería de arte. Regresar siempre a ella, sentarse cerca mientras se almuerza y se contempla como quien quiere llevarla para siempre, al menos escondida entre las retinas, y uno se repite para sí, es El Duomo y estoy frente a ella sí, la inolvidable Catedral gótica de Milán.
La península de Sirmione es mirar a los lejos las montañas con niebla, es cruzar el mar y ver desde allí la Gruta de Catullo, donde hay restos de una villa romana y algunos dicen que perteneció al poeta latino, mientras otros lo niegan. El hecho es que Catullo fue el primero en hablar sobre la belleza de este lugar, y luego lo harían otros poetas y escritores como Ezra Pound, James Joyce. Giosué Carducci y Gabriel d’Annunzio, quien viviría aquí sus últimos años. Una residencia de María Calla sobresale con un fragmento de color amarillo, la célebre soprano vivió en esta mansión junto a su primer esposo Gianbattista Meneghini. He leido que se sintió fascinada por el lugar, y encontraba en ella su refugio, su lugar de descanso y estudio de las óperas. Las apacibles aguas sólo se mueven con la cercanía de otro yate que provoca un leve y agradable balanceo. Sirmione es descubrir entre burbujas las aguas sulfurosas que señala el conocedor de la zona, es pasar bajo los arcos del puente levadizo del Castillo de Sirmione o Roca Sacaligera, una construcción medieval perteneciente a la poderosa familia Della Scala que hizo construirlo en el siglo XIII, y que lleva al casco de la ciudad antigua. El Lago de Garda seduce con la transparencia de sus aguas y la belleza de sus montañas escarpadas, con sus casas pintorescas, sus palmeras y vides que le dan un peculiar encanto. De Sirmione emana una quietud sorprendente, un paisaje acogedor, donde paredes blancas parecen sucumbir al abrazo de las adelfas.
Allí está la ciudad de Verona. Al cruzar el Puente de Piedra sobre el río Adigio, puede divisarse a varias cuadras la enorme muralla que bordea la ciudad. Dicen que desde la época romana hasta el siglo XIV, se han construido tres inmensas paredes impidiendo el acceso de ejércitos extranjeros. Ya no hay enemigos de qué protegerse, sólo del asedio de los turistas que inundan las calles estrechas y adoquinadas de una de las más bellas ciudades del Veneto Italiano. Descubrir tesoros arquitectónicos y joyas del arte medieval es algo común mientras nos adentramos en ella, y así sucede con iglesias y suntuosas esculturas. Descubrimos un grupo de cinco monumentos funerarios que fueron levantados por la familia Scaligeri o Della Scala a lo largo del siglo XIV, en un atrio de la Iglesia de Santa María Antica, los separa de la calle un muro con reja.
Algo impresionante es la iglesia de Santa Anastasia, leemos que aunque se comenzó a construir en 1290, su consagración como iglesia tuvo lugar en el 1471. La nave central de Santa Anastasia, tiene hileras de columnas de mármol blanco y rojo con capiteles góticos, como otros elementos de su arquitectura. Siente uno que iluminan los frescos de sus paredes en el lateral izquierdo, leemos que son de Stefano da Zevio del siglo XV, y a la derecha de Boninsegna Bonaventura y de Giovanni Badile. Las capillas tienen otros frescos del siglo XIV, y entre los más famosos se encuentra el que es considerado obra maestra de Pisanello: San Jorge y la princesa.
Llegamos a la Arena de Verona, este monumento romano donde se realizan espectáculos de todo tipo, desde conciertos hasta festivales de óperas. Por supuesto que es inevitable la visita a una casa que dicen perteneció a los Capuletos, y aprovechando el drama de Shakespeare que tanta fama dio a la ciudad, han acondicionado el lugar como «La casa de Julieta», una atracción al estilo Disney World en la urbe medieval. Se hacen fotos desde el balcón, aspirantes a Julietas modernas. No puedo escapar de las tentaciones de tocar la teta de Julieta, que con el bronce desgastado, espera el manoseo de turistas, por la leyenda de una caricia de buena suerte. Al salir de la ciudad, encontramos por azar La Iglesia de San Fermo Maggiore de estilo románico, su bello techo interior de madera junto a la humedad que emana de sus centenarios muros, mantiene un frescor que nos protege del intenso sol. Se vuelve a cruzar el río Adigio y se deja atrás Verona, con el placer de haber sobrecargado las retinas con la contemplación de una ciudad cargada de historia y singular belleza.
El vaporetto sobre el mar adriático nos lleva a Venecia, la ciudad venerada por artistas; pintores, escritores y cantantes que la han hecho protagonista de sus obras. No es difícil imaginarse las razones cuando uno contempla su cercanía, 118 pequeñas islas, con 150 canales y 400 puentes conforman la ciudad, única en el mundo. La iglesia de Santa Maria della Salute, parece dar la bienvenida. Es dificil no detenerse a cada paso para disfrutar todo el esplendor de la ciudad. La Basílica de San Marcos ya sobresalía por su belleza vista desde el mar, ahora a varios pasos, está la obra maestra de arquitectura bizantina en Venecia. La Plaza de San Marcos alberga además el Palacio Ducal, la Torre del Reloj de San Marcos, y el Campanario de San Marcos entre otras. El Caffè Florian y el Gran Caffè Quadri están también en un ala de la plaza.
En la pequeña isla de Murano, es toda una función ver a un maestro del vidrio, elaborar una pieza con el material sacado de los hornos; un gancho para vender a precios exorbitantes, la orfebrería y joyería en las exclusivas tiendas de esta isla.
La góndola es casi un compromiso para el visitante, pero cuando uno no es un apasionado de la pesca, ni del Kayak y mucho menos de los botes, puede tornarse el clichet de este paseo, en una verdadera pesadilla. El balanceo constante tocando el mar, con la inclinación a un lado y al otro da la sensación de que se puede perecer en las oscuras aguas venecianas.
Recorrer las calles de Venecia es como hacerlo en un laberinto, causa gracia la manera en que los lugareños, nos indican cómo llegar a un sitio, casi siempre señalan un camino recto que después se transforma en curvas y cruces de canales, dicen además que está a «cinque minuti», lo que nuestro pésimo sentido de orientación transforma en diez, quince y a veces veinte. De todas formas la tenacidad hizo que viéramos la majestuosidad del Puente Rialto, y llegáramos finalmente a la Basílica de Santa María dei Frari. Después de admirar la imponente iglesia construida en ladrillo, en estilo gótico, entramos a la búsqueda de todas la joyas de la pintura renacentista que habíamos leído guardaba la basílica. En un retablo en la sacristía, estaba La virgen con los santos Nicolás de Bari, Pedro, Marcos y Benito, de Giovanni Bellini, y allí en el altar Mayor, La Asunción de la Virgen, el espectacular óleo sobre madera de Tiziano.
Uno se extasía nuevamente al partir, mientras mira los edificios que se alejan, después de haber grabado en la memoria, como un imborrable recuerdo este hermoso día en Venecia.
La Basilica de Santa Justina esperaba en la ciudad de Padua, ella conserva las reliquias de San Lucas, el evangelista. Frente a esta iglesia parecían dar la bienvenida 78 estatuas de mármol, en El Prato, una plaza de 90000 metros cuadrados, una de las más grandes de Europa; con una isla central y un canal de kilometro y medio. Seguimos caminando frente a los bellos pórticos de la ciudad, hasta llegar a la Basílica de San Antonio de Padua, con estilo románico y gótico. El interior tiene elementos renacentistas y barrocos, uno se pierde en la contemplación de la belleza en cada detalle. Aunque respeto la costumbre de guardar fragmentos de un cuerpo humano, a lo que llaman reliquias, ya que de un santo se trata, siempre me ha parecido algo tétrico.
La dentadura de San Antonio de Padua en una urna de cristal, volvió a evocar esta idea en mí. El monumento ecuestre al condottiero Gattamelata, parece custodiar la plaza en las afueras de la iglesia del santo en Padua. Escuchamos que esta estatua de bronce de Donatello, realizada en 1453 tiene una gran importancia, ya que fue la primera estatua en honor de un guerrero, de todo el mundo moderno.
Llegamos a la ciudad de Pisa, y descubro que es más hermosa que como la había imaginado, las ventanas de madera de las casas medievales se disfrutan tanto como la torre inclinada que se va descubriendo a medida que avanzamos. Pienso que cuando los hombres suelen unirse con nobles propósitos, se logran milagros. Lo pienso al escuchar sobre una especie de cónclave de científicos internacionales, quienes lograron un método para evitar el desplome de la torre, por lo menos dentro de 200 años.
La Catedral de Pisa, llamada de Santa María Asunta, fue construida intencionalmente con estilos clásicos diversos, entre los que se incluyó el bizantino e incluso el islámico, para probar la presencia internacional de mercaderes pisanos de esos años. Dicen que esta Catedral se comenzó a construir el mismo año que la Basílica de San Marcos en Venecia (1063/1064) ya que había cierta rivalidad entre las dos repúblicas marinas para crear el lugar de culto más suntuoso. Sería maravilloso que crear belleza fuera la única manera de rivalidad entre los seres humanos, si el resultado fueran siempre estas joyas del arte y la arquitectura.
Es la ciudad que cambió la historia de occidente, la cuna del renacimiento. La fusión del poder y el arte lograron el milagro de Florencia. Algunos dicen que el poder y la fé, pero creo que la irreverencia de los Médici y su gusto por la belleza de la forma, no tenía cabida en límites estrechos. Patrocinaron todo lo bello que allí existe. Por eso cabalga Cósimo por esa plaza de La Señoría, como el patriarca de los más grandes mecenas de la historia, ellos lo hicieron con Miguel Angel, Leonardo Da Vinci, Donatello, Celline, el arquitecto Brunelleschi, y una larga lista que dejaron huellas trascendentes.
La cúpula del Duomo de Florencia, sigue siendo la más grande del mundo. Un hombre genial como Filipo Brunelleschi, hizo la hazaña de construirla sin emplear soporte de madera, en el año 1419.
La Catedral de Santa María di Fiore (El Duomo), junto al baptisterio de San Juan y el campanario de Giotto, son un conjunto impresionante. Su belleza arquitectónica y su grandeza, su reluciente mármol verde y blanco, viajan por el lente de miles de visitantes que como yo, sienten la necesidad de llevarlo junto a la propia imagen.
El puente Vecchio no me causa impresion atravesarlo, las tiendas a los lados atraen a los turistas con inevitable magnetismo, pero es luego, visto desde la lejanía, cuando se torna hermoso este puente medieval sobre el río Arno. Recuerdo entonces haberlo visto en la película Hannibal; un puente de piedra que tuvo los inicios de su construcción en tiempos del imperio romano; un símbolo de la ciudad y uno de los puentes más famosos del mundo.
Han abierto un nuevo museo en la ciudad, dedicado a Carlos Collodi, el autor de Pinocho. Por todas partes puede verse el famoso muñeco de madera.
Caminamos hasta La basílica de la Santa Cruz, de estilo gótico, y otro gran símbolo de la ciudad de Florencia; se trata de la iglesia franciscana más grande del mundo. Pueden verse en su interior pinturas de Giotto y de toda su escuela, este lugar es un testimonio del arte florentino del siglo XIV.También están aquí obras de: Cimabue, Agnolo Gaddi, Brunelleschi, Donatello, Giorgio Vasari, entre otros.
La basílica de la Santa Cruz es conocida como el Panteón de las glorias italianas, ya que guarda en su interior las tumbas de Dante Alighieri, Nicolás Maquiavelo, Galileo Galilei, Miguel Ángel, Gioacchino Rossini, Vasari, Lorenzo Ghiberti, Guillermo Marconi, Vittorio Alfieri y Ugo Foscolo.
Regresamos a la plaza entre calles estrechas y adoquinadas. El objetivo ahora era la galería Uffizi, entrar a ella es hacerlo ante un torrente de historia y perfección artística, desde Da Vinci hasta Botticelli, desde Tiziano hasta el genio de Caravaggio, y esa forma casi mágica de lograr la luz y las sombras con la precisión de los colores. Uno trata de absorber todo lo que puede en una tarde, mientras camina y descubre cada lienzo donde han dejado sus huellas los grandes maestros, o cada escultura de igual forma.
Dicen que fue en esta ciudad donde nació el llamado síndrome de Stendhal, un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico. Una despedida a Florencia desde la lejanía, entre cúpulas de iglesias, puentes y palacios, puede hacernos comprender el sentido de esa frase. Me he detenido en una colina desde donde puede divisarse su majestuosidad, la cámara del móvil la retiene y quedo satisfecho, la contemplamos lentamente mientras va cayendo sobre ella la tarde.
Pinocho
Pinocho se pasea por la tierra de su padre, no de Gepetto, pero sí de Carlos Collodi. No tiene prejuicios con los inmigrantes y se sienta junto a ese niño de lejanas tierras y costumbres. Pinocho sabe lo que es entrar en múltiples culturas, porque su historia ha sido contada en más de 100 lenguas. Recuerda cuando llegó junto a aquella esquela de la mano de su autor, dirigida a Guido Biagi, el director de la revista el Giornale per i Bambini, donde le decía: «Te mando esta chiquillada, haz con ella lo que te parezca. Pero, si la publicas, págamela bien, para que me entren ganas de continuarla.»
Un tiempo después, evoca con alegría como se recibieron muchas cartas a la revista, de los niños que protestaban por aquel final donde los asesinos lo ahorcaban. El editor de la revista, Ferdinando Martini, escribiría para aplacarlos: «El señor Collodi me escribe que su amigo Pinocho sigue aún vivo y que podrá contarnos más cosas estupendas sobre él. Era natural: un muñeco de madera como Pinocho, tiene los huesos duros y no resulta fácil mandarlo al otro mundo. De modo que nuestros lectores quedan advertidos: pronto comenzaremos la segunda parte de la «Storia di un burattino», titulada «La aventura di Pinocchio.» Pinocho no sólo descansa sentado y posando para miles de turistas, ya no es aquel trozo de madera que solo quería ser niño, es una viva leyenda clonado en marionetas de todo tipo, otro gran símbolo viviente que campea orgulloso por la ciudad de Florencia.
Cuando se está en el centro de La Plaza del Campo, en Siena, y se observa La Torre de Mangia, después de haber atravesado calles empinadas frente a pintorescas casas y adoquinados callejones, uno tiene la idea de estar en la edad media. La plaza en forma de Concha se mantiene en impecable estado, y es el centro de todos los festejos folklóricos de la ciudad.
Muchas estatuas de Rómulo y Remo, siendo amamantados por la loba, adornaban varios sitios. Leo que según una antigua leyenda, Siena fue fundada por Asquio y Senio, hijos de Remo. En el periodo imperial la ciudad fue súbdita de Roma con el nombre de Sena Julia, y este origen es la relación con el emblema de la fundación romana.
La Catedral de Siena, Nuestra Señora de la Asunción, recuerda por su estilo a la de Florencia y Pisa, con mármol blanco y verde en su fachada, y construida en un atalaya al que ascendimos lentamente, mientras se descubría su majestuosa plaza.
En el pueblo de Asís, en la región de Umbría, llegamos al complejo monumental franciscano. La Basílica Patriarcal de San Francisco se divide en dos partes, la inferior baja y oscura, y la superior más luminosa.
No son permitidas las fotos en la tumba del santo, algunas reliquias, como túnicas y sandalias pueden verse en el santuario.
Llegamos a los frescos de Giotto en la parte superior, se disfruta la contemplación de su pintura por toda la basílica. Los rasgos distintivos del pueblo son tan atractivos como todos los de la toscana, así como la espléndida naturaleza, con montañas y exuberante vegetación que se divisa desde la colina. Es bella Asís.
Y llegamos a la «Ciudad Eterna». ¡Es Roma!, la de los tres milenios de historia, la que más bienes históricos y arquitectónicos posee en el occidente, la que determinó nuestro derecho, influyó en nuestra lengua, filosofía, religión, y todas las ramificaciones del arte. Nos parece familiar cada columna, cada detalle en las fachadas de sus antiguas edificaciones.
Una de las ciudades más bellas del mundo, donde nos asombran sus enormes esculturas en reducidos espacios, su fotogénico Coliseo, que luce más bello de cerca que la imagen tantas veces vista en fotos, el Foro Romano, donde se desarrollaba la vida pública de la ciudad, el Panteón de Agripa, reconstruido bajo el gobierno de Adriano, con sus misteriosos símbolos religiosos, los restos del Palacio en el monte Palatino, que le dio nombre a toda edificación gubernamental en el mundo, el circo Massimo, donde se representaban peleas de gladiadores, carreras ecuestres, y hasta gloriosas peleas navales en su gigantesco recinto para 300 000 espectadores, el mausoleo de Adriano, conocido como Castel Sant’ Angelo, la Fontana de Trevi, con su sorprendente fastuosidad, evocando en la memoria la primera vez de esta imagen ante la retina, mientras Anita Eckberg paseaba su sensualidad dentro de su estanque, con aquel gesto de seducción para Marcelo Mastroiani, inolvidable escena para cinéfilos, en La Dolce Vita de Fellini. Sentimos el agua fresca que llega aún de los acueductos construidos en su época imperial, es algo asombroso.
Aquí no hay esculturas de Nerón ni de Calígula en ningún rincón, no los menciona esa orgullosa romana que habla de Julio Cesar frente a su escultura, del arco de triunfo de Tito y el de Constantino, que señala el majestuoso monumento a Victorio Enmanuelle con su brilloso mármol reflejando los rayos del sol, y dice que es el rincón más odiado por los romanos, ya que desde allí Mussolini dio su discurso anunciando la entrada de la Italia Fascista en la Segunda Guerra Mundial. La columna de Trajano escucha sobre la grandeza de ese periodo glorioso para el imperio, de las bondades de Adriano y todos los que hicieron de este sitio, uno de los lugares de los que ha recibido mayor herencia, la parte más civilizada de la humanidad. Es maravillosa Roma, sin lugar a dudas, La Ciudad Eterna.
Los muros del Vaticano dan la bienvenida a uno de los estados más pequeños del mundo. Una gitana en harapos extiende sus manos que guardan pocas limosnas. A petición de los guías, que dicen sin cesar que se trata de trampas, los visitantes se alejan de ella y, le dan la espalda, sin cuestionarse siquiera si es genuina su mendicidad. Estamos en el Vaticano, un lugar donde la belleza material y la espiritualidad se unen; donde no es necesaria la fe para conmoverse ante el conjunto de obras de arte acumuladas aquí por circunstancias históricas diversas, durante los papados que se han sucedido desde el siglo XVI. Cientos de esculturas, frescos, tapices, tienen las huellas de los más excelsos artistas de su tiempo. La transición del paganismo al cristianismo logró trasferir la búsqueda de lo grandioso en la forma hasta el arte del Renacimiento, y así se tallaron grandes esculturas y murales inspirados en el Nuevo Testamento, con la misma pasión que una vez se hizo con dioses mitológicos. Deslumbran por igual las Estancias de Rafael, la Galería de los Mapas y el Pasillo de los Tapices. Aquí está la Basílica de San Pedro, que posee el espacio interior más grande de una iglesia cristiana en el mundo, con el hermoso Baldaquino sobre la cripta que guarda el cuerpo de San Pedro y bajo la cúpula construida por Miguel Ángel. Las fotos no pueden retener con justicia toda la magnificencia que se contempla.
A veces seguir las reglas estrictas, se lamenta como la peor falta, y eso pienso al haber cumplido la ordenanza de no fotografiar y así llevar conmigo a la Capilla Sixtina. Me consuela pensar, que no haya desperdiciado el tiempo en ello, para así ver en todos sus detalles, una de las obras cumbres de la historia del arte en el mundo. Los frescos que narran desde el Génesis hasta El Juicio Final, son un legado artístico inapreciable para la humanidad, creación del genio de Miguel Angel Buonarroti; así como los frescos laterales, son obras magistrales de Perugino, Boticelli, Ghirlandaio, Signoreli y Roselli. Uno se marcha con el regocijo de ver la grandeza conseguida por la fusión del arte y la fe, de haber visto uno de los mayores testimonios artísticos del espíritu humano.
Contrasta el glamour de Roma, con cierta pobreza que se vislumbra en la ciudad de Nápoles, donde ropas tendidas al sol en los balcones de antiguos y maltratados edificios, forman parte del paisaje. En una de esas callejuelas que veo a lo lejos, nació Caruso, pero la humildad de este lugar, con lo marginal de sus calles, no sería un atractivo seguro a los visitantes, por lo que no existe un museo en su casa natal.
Se disfruta la imagen de sitios históricos y fastuosos castillos del siglo XIX, así como el enorme y moderno puerto desbordado de contenedores y dando entrada a los cruceros que arriban a la ciudad.
En el golfo de Nápoles, frente a la península sorrentina, descansa la isla de Capri. Ella fue lugar favorito de emperadores y artistas, de monarcas y celebridades. Los restos de un monasterio del siglo XIV, se encuentran donde se supone que hubo una villa romana. «Aquí crearon perfumes los Cartujos», señala una guía, a la vez que hace notar el penetrante olor de las flores autóctonas, con las que dice que aún se elaboran costosos perfumes. El historiador Tácito, escribió que había doce villas imperiales en este sitio, lugar favorito de Octavio Augusto, quien la frecuentó por 40 años. El emperador Tiberio, por su parte, vivió permanentemente en Capri, desde donde gobernó el imperio hasta su muerte.
El historiador y biógrafo romano Soetonio, cuenta que Tiberio disfrutaba en esta isla, imponiendo crueles castigos sexuales a sus esclavos, junto a su sobrino nieto Calígula. Desde el acantilado llamado «El salto de Tiberio» dice la leyenda que lanzaba a sus enemigos prisioneros, por mera diversión.
La belleza que se ofrece desde sus miradores, con sus islotes y el vasto azul del cielo y el mar, los jardines de Augusto, llegan con la misma intensidad que las historias de horror que acompañan las leyendas en este sitio. A lo lejos, cercado por nubes y como pavoneando su inmensidad, el Vesubio conforma un paisaje idílico. Algunas obras literarias le han dado fama a la isla de Capri, poniéndola como espacio geográfico protagónico. Mientras contemplo las aguas turquesas de la «Gruta azul», con su famosa iluminación, provocada por la apertura que deja pasar la luz del sol al interior de la cueva, viaja mi memoria a las lecturas de la novela «Yo, Claudio», de Robert Graves, donde hacía mención de la isla; me llega el recuerdo de la película «La Piel», de Liliana Cavani, inspirada en la novela homónima de Curzio Malaparte, un escritor que algunos consideran excesivo, pero no deja de fascinarme. Pienso que la realidad de la postguerra descrita por Malaparte, era tan descarnada como la fuerza de su narrativa. Mientras eso pienso, miro sobre una colina la roja mansión donde vivió el escritor, fascista primero, y colaborador de las tropas norteamericanas después, durante la ocupación de Italia por los aliados, hechos que describe en su novela.
El aire del mar se respira con agrado a la vez que se atraviesa la grieta de uno de los tres célebres farallones, tantas veces vistos en imágenes, documentales y anuncios comerciales. Capri se ha convertido desde mediados del siglo XX, en un destino vacacional de la jet set internacional, y esto le ha dado una fama, que trasciende además, el encanto de su historia.
Aristóteles definía la belleza como la armonía y proporción de las partes como un todo, una frase que contiene un concepto demasiado vasto. La belleza transmite emoción, apego a la vida, y una sensación extraña de eternidad, aunque se tenga la certeza en la finitud de nuestra existencia. Mañana, cuando del aeropuerto Leonardo da Vinci, en Roma, partamos hasta Milán y después en camino de regreso a Norteamérica, podría decir que cada viaje expande nuestro universo mental, que en toda Italia se abraza la definición de esa armonía, como la fusión entre la maravilla creada por el hombre, en comunión con la naturaleza inescrutable.
Rodolfo Martinez Sotomayor
(Foto: cortesía del autor)
Rodolfo Martínez Sotomayor (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, 2005), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, 2006), Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, 2012) y la novela Retrato de Nubia (Editorial Silueta, 2017). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN (Ediciones Universal, 2007), La tertulia (Iduna, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; Director de la revista Conexos.