“El mundo de Mundaca”
De su nombre hacen variaciones, lo percuten, lo trastocan:
sudaca, burrata, burundanga. Tal vez de niño
le dirían caca. Es Mundaca. Munda y aqua.
Eso le dije al regalarle el acierto de su nombre:
quiere decir agua limpia.
Viene del latín y lo adoptaron los vascos
aunque no sabe qué cosa es vasco.
Lo del agua limpia le gustó, bien que sí.
Los domingos en que despierta con fuerzas
se va a los cayos a coger langostas.
Cinco langostas le permiten y las vende
porque con un bebé los gastos triplicaron.
Duerme poco y cree que alguien le robó sus sueños.
El sábado dijo que iba a renunciar.
No puede hacer tantas órdenes a la vez.
Son solo dos estufas y dos microondas;
El horno roto, la pantalla se desquicia.
Nada queda bien ni en tiempo.
“Estoy cansado de la vida en tierra.”
Pareciera que esta vez el afable Mundaca hablara en serio.
-Quiero hacer otra cosa, algo que tenga sentido.
-¿Cómo qué? -le pregunto.
-Como encontrarme cara a cara con un giant squid.
-¿Con quién?
-Con un calamar gigante.
Si yo rigiera el orden del universo
los deseos de Mundaca serían órdenes.
Display
Muchachos, no perdamos tiempo.
Vaciemos una de las bodegas
-esos cuartos pequeños donde duermen los vinos-
y hagamos un pequeño museo de nuestro holocausto.
Como los judíos, ¿saben, recuerdan…?
Pongamos en display el trozo de dedo de Belio,
la tira de carne del pulgar de Mundaca,
el cuchillo con que el preparador en probatoria
quiso matar al sous chef.
Los zapatos hecho trizas del gringo Johny,
por donde le entró la astilla de cristal de la copa
que hizo trizas el server que se vuela con polvo de Sanax.
El casco de moto que llevaba puesto Raquel
cuando casi la matan
viniendo a trabajar por la I 95.
Que no falte la esquela fúnebre del muchacho
que le metieron tres tiros de gracia
la misma noche en que le dejé sano y salvo
a la puerta de su casa.
Drugs affair, dijeron.
Hagamos un pequeño museo que salve la memoria
de quienes llenamos esos platos
que la gente de bien de Coral Gables
se lleva, entre buenos modales, a sus bocas.
Mutilación I
A Belio le han cercenado un dedo.
La infección llegó al hueso, dijeron los médicos.
Antes de eso el dedo de Belio se fue pudriendo
pero nadie lo vio porque el guante enmascaró el asunto.
Echando pus por dentro del guante, así fregaba.
Belio friega en dos restaurantes importantes.
El costo del corte de ese dedo fue alto, muy alto.
Más de lo que gana todo un año fregando platos.
“Un filántropo pagó por mí”, dice
con esa boca donde apenas asoman dos dientes.
“No debo nada”, dice feliz.
“No me gusta deber nada”.
Mutilación II
Belio estuvo preso unas trece veces
allá en New York.
“No quería que mis hijos tuviesen
deudas de estudio.
Yo siempre quise estudiar pero mis padres
eran gente pobre, allá en Dominicana.
Mis padres no entendían que lo que yo quería,
lo que verdaderamente quise ser toda mi vida,
era ser astrónomo.”
Eso dice Belio, el fregador.
Y cuando sale de noche tarde,
de cualquiera de sus dos trabajos,
si la luna está afuera
y el cielo no tan espeso,
y los neones no tan intensos,
puede ser que con suerte, sus ojos tropiecen
con el fulgor lejano de alguna estrella.
Mateja
Frágil la muchacha, blanca y frágil.
Carga los platos y las bandejas a la mesa.
Bellos ojos de eslava.
La espalda nunca recta
y las muñequeras negras protegiendo
los huesos de desgarres.
En las fiestas nos regala algún adagio.
Mozart, su preferido.
Lo suyo es el violín.
Pero de los planes de Dios
nunca se sabe.
Procrastination
“Hoy voy a llevarme unas cuantas frambuesas
para ponerle en los pezones a mi novia
y chupárselos después.”
Dice mi compañera de al lado, pícara y con hoyuelos.
“Bueno, eso si no estoy muy cansada.
Entonces las guardaría para mañana,
para el desayuno.
Si mañana tuviese que salir corriendo
con mi moto por el expressway
y otra vez me quedo sin desayunar,
entonces que se las coma ella pensando
en mis pezones.”
A veces el amor a distancia
es todo lo que queda, pienso.
El amor a distancia y unas frambuesas suaves,
erizadas y bien rojas.
María Cristina Fernández
(Foto: cortesía de la autora)
María Cristina Fernandez nació en Santiago de Cuba y vive en Miami desde el año 2006. Tiene publicados los libros de cuentos Procesión lejos de Bretaña, El maestro en el cuerpo, y No nací en Castalia (Editorial Silueta, 2016), además de otros dos volúmenes para niños. Textos suyos han aparecido en revistas y antologías de Cuba, Estados Unidos, México, Italia y España.