Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Don’t hold my hand

MARÍA CRISTINA FERNÁNDEZ

 

Soy el mismo hombre de un par de semanas atrás, solo que ahora no me despego de la pistola, además de que uso estas gafas de sol todo el tiempo. En ese orden: pistola, gafas de sol y gorra. Eso no sucedía antes de que ella apareciera, huyendo como una liebre asustada. Yo no la vi entrar, pero López le dijo a la policía que sí la había visto cruzando la calle hacia acá. Una cara bonita de quince años, pero coño, ¡qué manera de llorar! Estuvo así, como una hora y yo desesperado porque este taller siempre está que revienta de tanto por hacer. Yo pensaba, Dios mío, ¿por qué a mí?

Mentir es un instrumento de sobrevivencia. Supongo que ella no tenía nada que perder y por eso se puso más edad de la que tenía. También mintió al decir que un hombre la andaba persiguiendo y que la dejáramos ahí tranquila, a ver si le perdía el rastro. A mí se me ocurrió llamar a mi hermana, que por ser mujer pensé que podría entenderse mejor con ella. Y la verdad que logró sacarle la verdad a buchitos, entre llanto y llanto. Tenía apenas quince años, que no es lo mismo que diecinueve, y acababa de escaparse del refugio para menores que hay aquí mismo en Homestead. Mire, yo no tengo nada contra los inmigrantes: yo también soy uno de ellos. Vine acá con mi familia hace más de cuarenta años, pero vine legal, con mis papeles en la mano, porque gracias a Dios este fue el único país que nunca dijo no a los perseguidos políticos o desafectos a ese régimen que ya usted sabe lo mucho que ha durado. Por eso no entiendo cómo es que estos vejigos atraviesan fronteras peligrosísimas para llegar aquí, justo cuando el presidente que tenemos quiere volver a poner orden y ley como Dios manda.

Pero le juro que no fui yo quien llamó a la policía, pero igual iban a entrar porque estaban cerca, registrando todos los locales. A quien llamó mi hermana fue a una señora que ayuda a los inmigrantes sin papeles. Centroamericanos casi todos. Pero yo sé que a los cubanos nos tienen una jiña del cará. Eso se explica por las gracias especiales que nos ha dado este país, pero es que ellos no entienden que la situación de Cuba es diferente. A nosotros se nos vio siempre como una prioridad política. Ya sabe, Bahía de Cochinos, Guantánamo, bueno, tal vez sea que los que no son cubanos no saben bien esas historias. Pero que conste que yo sí no los llamo indios ni los miro con desprecio. Con esa niña no pude ser más comprensivo. Todo lo que dije son verdades. Le hablé como un padre a una hija. Le dije que este país es grande pero todo tiene que hacerse dentro de la ley. Este es un país de leyes. Y ella solo sabía llorar más. ¡Qué angustia la de esa muchachita! Mire, le brindamos agua, comida, toallitas de papel para secarse la nariz, en fin…

Pues yo no lograba entender el por qué tanto miedo a regresar al refugio. Hasta donde yo sé ahí los atienden lo mejor que pueden. Mire usted, ella aprovechó que la llevaban a una visita al oculista para escaparse. Sabrá Dios si esa muchachita alguna vez habría ido a un médico de verdad. Tengo entendido que a todos los vacunan, les quitan los piojos si los tienen, les dan hasta atención psicológica porque esos niños han pasado mucho. Hasta niñas embarazadas te encuentras ahí. Así que no les falta alimento, ropa, ¿qué más quieren? ¿Por qué los padres no lo pensaron antes? O ella, que viajó sola a un país desconocido, ¿qué creía? ¿Que la iban a recibir con una alfombra roja por delante?

Claro, que a veces no tienen ni la más remota idea de a qué mundo es al que vienen. Yo lo sé porque este Homestead es una colmena de indocumentados que trabajan en el tomate, las calabazas, los girasoles. Van de un lado a otro siempre con sigilo. Mi nieta Carla, que está en primer año de Leyes, dice que este país tiene mucha culpa de lo que pasa en estos países que están debajo de la frontera. Cuando se pega a hablar de cómo la United Fruit Company destruyó la economía y la política de esos países, yo le replico que cada país tiene lo que se merece. Entonces ella me sale con la pregunta de que si Cuba también tiene lo que se merece y ahí me callo para no entrar más en discusiones porque este lío ha hecho mucho daño a mi familia. Lo peor es que creo que a mi madre, la pobre, con todo esto se le ha agravado el Alzheimer. Le ha dado ahora por llorar cada vez que piensa en la muchachita. ¡Y eso que no la vio con sus propios ojos! Me ha pedido que la busquemos para adoptarla. ¡Tendría que estar yo loco! Yo que ya he terminado de criar muchachos y que lo único que quisiera es retirarme en unos pocos años. Dice mi madre que si la niña tenía miedo debía ser por algo malo y yo trato de explicarle que en los países de donde esos inocentes vienen hay mucho atraso. En un tiempo había gente tan primitiva que hasta creían que si alguien les hacía una foto perdían el alma. ¿Quién quita que esa infeliz no pensara que el oculista cuando te mira adentro de los ojos te está viendo algo muy íntimo? Las supersticiones son del cará.

No sé quién hizo la llamada anónima a la policía, pero igual quien fuese solo adelantó lo que iba a pasar de todas maneras. Tampoco sé quiénes me hacen las llamadas amenazadoras que recibo en el taller todos los días. Y mi página de internet la llenaron de ofensas; la tuve que cerrar. Me han dicho de todo, desde hijeputa hasta fascista, y que van a ponerme una bomba y volarme el taller para matarme a mí y a mi familia. ¿Sabes qué me hubiera pasado si me agarran intentando esconder a esa chiquita? Ninguno de esos que me amenazan me hubiese salvado de ser juzgado por retención de menores y obstrucción a la justicia, o cualquier otra causa peor.

Claro que me gustaría verla de nuevo. Supongo que debe estar más tranquila, pero sé que no debo intentar acercarme. Cuando vinieron por ella les gritó a los oficiales con firmeza que no la tocaran, ni le agarraran la mano. Les imploró que no la castigaran. Nunca entendí por qué tenía tanto miedo esa niña. La esposaron, sí, pero no como a un criminal sino como a un ser humano. No sé si ella pudo captar la diferencia. Aun con estas gafas oscuras puestas yo puedo ver que este país es grande y que si cumplimos con su ley podremos vivir tranquilos. América es y será siempre grande. Lo único malo es que por ahora tengo que cargar con esta arma. Créame, no hubiese querido llegar nunca a esto, de imaginarme nada más que… Con solo pensarlo podría echarme a llorar como lo hizo esa niña, ahí mismo, si hasta me parece verla. Agachada y temblando como una liebre, detrás de ese estante de herramientas y sin dejarse consolar. ¡Y luego dicen que arreglar un carro es tarea difícil!
 
 

María Cristina Fernández
(foto: Tomada de Facebook)


 

María Cristina Fernández nació en Santiago de Cuba y vive en Miami desde el año 2006. Tiene publicados los libros de cuentos Procesión lejos de Bretaña, El maestro en el cuerpo, y No nací en Castalia (Editorial Silueta, 2016), además de otros dos volúmenes para niños. Textos suyos han aparecido en revistas y antologías de Cuba, Estados Unidos, México, Italia y España.

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Esta entrada fue publicada el 14/06/2020 por en Narrativa.
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