Nada es tan insoportable para el hombre como estar en pleno reposo, sin pasiones, sin quehaceres, sin divertimento, sin aplicación. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Inmediatamente surgirán del fondo de su alma el aburrimiento, la melancolía, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperación.
Pascal
PREMIÈRE PARTIE AVANT LA
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Mes de julio <A manera de introducción >.
No es en esta existencia que he de encontrar la dicha, mucho menos en una estancia polvorienta apenas perceptible, y ¿qué soy en este vacío apenas perceptible?, un 0 ante la infinitud de la inmundicia, un todo frente al 0, un eslabón entre el 0 y la inmundicia. Estas elucubraciones brotan de la secreción del ayer trenzadas con el ahora, quién sabe si de aquí a un tiempo habré cambiado de idea, o si estaré escribiendo. Aunque si de algo estoy seguro es que cada estancia transitada es una estancia que le ganamos a la muerte, sin embargo, la vida es un principio de la muerte, de la misma manera que la muerte es un principio de lo infinito pues con la muerte terminan las limitaciones, claro eso lo digo desde un punto filosófico, nada amedrenta tanto como lo infinito, como lo desconocido, y por otro lado, de la filosofía no vive el hombre, fundamentalmente en los tiempos que corren. No obstante, me hubiera gustado comenzar la estancia diciendo: “soy un hombre invisible, pero un hombre real de carne y hueso, con músculos y humores, e incluso podría afirmarse que tengo una mente. Soy invisible porque la gente se niega a verme”, pero eso ya fue lloviznado en el prólogo de El hombre invisible de Ralph Ellison, aunque en mi caso no es que la gente se niegue a verme sino que me encuentro a la buena de Dios en una estancia, mugriento de soledad, y la soledad es invisible, ¿ayudaría en algo lo que acabo de escribir: encontrarme a la buena de Dios en una estancia, mugriento de soledad?, that is the question, no ayuda en nada y por eso escribo, porque estoy harto de mis ruinas.
Sin embargo, las ruinas internas en cierto modo es lo que nos impulsa hacia la página en blanco, pesan tanto dentro de nosotros, que tenemos que vomitarlas, debo confesar además que muchas veces blasfemo y me maldigo a mí mismo durante el proceso (el vómito produce una sensación desagradable, una sensación de asco, pero que finalmente conduce al alivio), muchas veces lloro, sí, lloro para desprenderme de la carga que se acumula en mis entrañas y estar en paz conmigo mismo como si fuese yo un Heráclito rescatado por Rubens, ¿cuántas veces no hemos tenido que reír cuando habríamos deseado llorar?, pocas cosas nos consuelan como el llanto porque son tantas las cosas que nos afligen, y aun así pretendemos reír, repito lo anteriormente proferido: ¿cuántas veces no hemos tenido que reír cuando habríamos deseado llorar?, ¿no son las lágrimas ese licor salado y suave que emana de los ojos y nos humaniza?, porque si el arte, o el talento, o cierta gracia, o como quieran llamarle, nos endiosa y nos vuelve piedra, el llanto rompe el hechizo. Empero no se preocupen, aun cuando el llanto es nuestra verdad líquida, no me dispongo a telarañar un libro con el tema, apenas intento descongestionar mi organismo expectorando lo que acontece, no quiero quedarme con ello adentro.
Después de todo, el hombre de letras es un animal sectario que en pos de su raciocinio busca las solitarias estancias del ser donde pone a pruebas su fuerza inteléctica sin considerar, no obstantes, que en esas mismas estancias brota la resistencia del no –ser, en fin, sea o no sea por su raciocinio, lo cierto es que en el fondo a ese hombre le repugna la soledad, esencialmente esa soledad otra a la soledad creativa o metafísica, esa soledad otra que nos arroja a los más oscuros abismos cognitivos.
Poco antes de escribir el exergo de Pascal que antecede a esta fase introductoria, había estado pensando que lo que determina el proceder de un escritor, es la forma como se desconcilian o se malinterpretan sus cualidades e intenciones, no por una interferencia de aptitudes sino por una ausencia receptiva de quienes le rodean, ¿para qué sufrir entonces por causa de aquellos en cuyo campo afectivo somos hojas secas?, me hago siempre la misma pregunta, es algo que rueda conmigo, rueda, y me deja aturdido en el umbral de otra interrogante: ¿cuánto espacio tengo aún disponible para el sufrimiento?, si no quedara espacio alguno para el sufrimiento estaría perdido porque es lo único que tengo, y es algo que por lo menos preciso para escribir.
Hace alrededor de un año que entré en la estancia, precisamente el día que murió Jolie, la perrita de Beatrice (quien hasta hace ocho meses fue mi mujer). Pues bien, Jolie era uno de esos perritos Chihuahua que parecen ratoncitos, tenía una hernia umbilical que pesaba el doble de su cuerpo. Teniendo en cuenta el tamaño del animalito la hernia podía compararse con la piedra Sísifo. La pobre Jolie en cuyo envoltorio colgaba la imperfección de lo divino, pasó los últimos años uncida al jugo de la hernia, hasta que Átropos cortó la tripa que la uncía al infortunio en una mesa de operaciones; mi tía murió del mismo modo, quiero decir: en circunstancias similares, o sea, en el quirófano. Y con ese dejo anestésico que trae consigo el pegajoso calor de julio, precisamente ahora que el cielo se ha puesto negro como el luto, me entrego a la engorrosa tarea de trabajar estas notas que he venido recopilando desde entonces. ¿Por qué las he recopilado? ¿Por qué he de trabajarlas si resulta tan engorroso? ¡Qué sé yo! Cosas del oficio, seguramente el diablo ya ha de estar en función de poner más leña bajo el caldero hirviente, lo que a la vez nos incita a vociferar nuestras inmundicias, despertando esa hambre dentuda de publicar que nos devora.
La idea que tengo de la desdichada misión del escritor no determina del todo mi conducta a la hora de asignarle un cuerpo a las observaciones que cruzan mi camino. Pues, aunque soy, por decirlo de algún modo, funcionario de la palabra y debo respetar ciertas reglas retóricas, casi siempre termino quebrando las mismas. El conocimiento de las reglas es esencial, PERO, no debemos estar encadenados a ellas.
Por otro lado, soy un individuo de escasos encantos, no me asiste la belleza ni la frescura de Rimbaud en ningún sentido de la palabra. Soy más bien frágil como como un niño desamparado ante la realidad que le ha tocado vivir, depositando flores al pie de altares que no son divinos. He oído a menudo decir que la fe mueve montañas, incluso siempre que hablo con mi madre me dice: “hijo ten fe”, “¿fe en quién, madre? ¿En esos cuervos que se creen dueños de la palabra? ¿En un Dios que me tiene con la soga al cuello? La fe es una idea que nos hacemos para alimentar la esperanza, algo que hemos venido arrastrando desde los tiempos bíblicos: las aflicciones de Job, sus males, he ahí una muestra de fe: Lo que me daba asco catar es ahora mi comida de enfermo. Ojalá se cumpla mi deseo y Dios responda a mi esperanza (Job: capítulo 6: 7-8) Y, ¿a quién le gustaría tener el sufrimiento como manjar?
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Me llamo Albert Gagnon –Beyle, ciudadano del mundo como es natural, sin embargo, rouennais en el corazón y por nacimiento, aunque mi familia es natural de la fresca región de Ôvèrgne Rȏno-Arpes, de Grenoble para ser preciso. Recuerdo que estuve una vez allí de niño con mis padres, pero no me asiste la memoria como para desglosar los ricos paisajes del sur. Lo que escribiré no debe ser consumido por mentes preciosistas que no ponen los pies sobre este terreno literaturesco, pues ni la literatura ni la vida son color de rosa, escribiré de una manera cruda, asimétrica o más bien cocida a fuego lento por lo que es posible que mi discurso suene un tanto marginal, o detestable tal vez. Estas notas han de ser complejas y al mismo tiempo sencillas, el péndulo por lo pronto oscila alrededor de dos personajes: Jolie, la perra difunta y por supuesto, Albert Gagnon, que soy yo, el autor del libro. Hay también voces intermitentes que irrumpen y se desplazan como sombras en un cuarto atestado de metafísica.
Mon expérience comme écrivain?, de mí como escritor: debo decir que tengo más libros engavetados y sin terminar que los que han visto la luz del día, de hecho, llevo años sin publicar, cosa que en cierto modo me priva de ostentar una obra adecuadamente articulada, pero ¿ha de importar acaso?, eso no me mutila, no recuerdo quien fue el que dijo: “lo mejor de un escritor es lo que aún tiene que escribir”, además estoy cansado de toda la hipocresía literaria, estoy cansado de las etiquetas y los flashes.
Creo sin embargo en las cualidades nobles del amor, aunque solo veo objetos vacíos; insensibles, alimentando así la capacidad de vivir con mis sensibilidades.
Escribo estas notas en una etapa de aislamiento, poéticamente baldía, las escribo con el fin de comprenderme dentro de esta penumbra solitaria. ¿Dónde estoy? ¿Para qué quiero saberlo? ¿Para qué comprenderme en tal estado si es lo que aborrezco? ¿Acaso puede uno llegar a comprenderse? Y si me comprendiera, ¿lo aceptaría? ¡Qué ciego somos ante nosotros mismos! Carecemos de honradez, no hacia los demás; sino más bien hacia nosotros mismos. ¡Qué complicados y contradictorios somos!
Nos alejamos cada vez más del camino de la lógica y la virtud porque somos materialistas, porque somos órganos de una sociedad elitista que se impone sobre el pensamiento.
Me esperan escamosas noches de calor, insomnio y soledad, me invade de repente la impresión de que todo el contexto en torno a mi existencia se transmuta en soledad, después de varios años en los que la pasión comenzaba a derramar un hálito de vida, cae la noche con sus escamas de insomnio y soledad, ¿llegará otra vez el día en el que pueda inhalar el incienso de las pasiones nobles?
Puesto que no me asiste la pasión, intentemos llenar ese vacío con estas notas que arrojo para que Céfiro las arrastre a su antojo, aunque no es tarea fácil –pues la escritura involucra el pensar, mientras que las pasiones brotan del corazón, de manera que es el corazón y no el espíritu quien siente la ausencia.
He visto a un hombre caminar por la cuerda floja de una relación, tambaleándose sobre incongruencias sordas, le he visto llegar al otro extremo y luego abandonar la estancia, luego he visto otra estancia cegata, con olor a moje enclaustrado, perdón, a libros en la que el hombre entra y se deja caer sobre un camastro enjuto, ¡ah!, ¡cuánto se parece a mí ese individuo!
¿Qué más?
Definitivamente el corazón no es un órgano pensante, por tanto es ajeno a la razón, creo que fue Pascal quien dijo: “el corazón tiene razones que la razón desconoce”, si el cerebro es el órgano reinante en la filosofía y en la poesía, el corazón rige la teología; la fe y fue el mismo Pascal que dijo: “es el corazón quien siente a Dios”, pero ¿dónde está el corazón en medio de toda esta soledad?, yace en el miedo que la soledad exuda, —esta soledad que sobre el puente colgante del corazón se desborda al anochecer.
No obstante, pongo todo mi empeño en creer que esta condición es transitoria. Si estoy alejado del gremio es porque no me asiste otro ímpetu que ignorar todo aquello que me rechaza.
¿Por qué siempre debo hablar de la inmundicia retórica, deducir sus detalles y a la inversa, como si no existiesen otros temas? Se puede filosofar sobre cierta temática, dedicarle días enteros, semanas, meses, años, solo para terminar aplastado por el peso del contexto. Por ello uno debe retirarse un tiempo de todo en relación con el gremio, salir y respirar el aire de otras cotidianidades a fin de no enloquecer. Sin embargo, mis pensamientos vuelven continuamente a la retórica, a la inmundicia. Pero, lo que me atrapa no es la retórica en sí, sino las sectas que engendra y los sagrados monstruos que las pueblan.
Elegir entre lo que la materia idolatra y lo que el espíritu desdeña.
Pasamos de la retórica a la antiretórica, a los espacios despoblados de Poiesis, de ahí otra vez a la retórica, al lodo; al círculo vicioso:
Estoy en mi cuarto, en mi cama, con los ojos clavados en el techo, y con una expresión que no llamaré melancolía, mas abriga cierta tristeza, estoy aquí tendido, pensando en voz alta, ¿qué son estas después de todo sino reflexiones sonoras?
Pensar en voz alta, hablar a solas es característico de la soledad, si tuvieras un perro conversaría con el perro, pero al no tener un perro lo hago conmigo mismo: —vamos a ver Albert Gagnon, ¿en qué estás pensando con los ojos pegados al techo?¡Ah!, cuando digo que uno habla a solas, discute también consigo mismo, (la manera en que profirió la interjección “ah” fue de obstinación, sin embargo, de momento no resta otras cosas que resignarse).
Otra cosa: cada vez me encuentro más sólo en este mundo del cual soy ciudadano, exudo estas reflexiones mientras pienso en mi tía Édith, ¿hablamos un poco de tía Édith?, ella era la hermana gemela de mi madre, empero ese tipo de gemelas que son como la noche y el día, tanto física en cuanto intelectivamente, polos opuesto en el sentido literal de la expresión, mientras una es grosse, la otra es maigre, una es elegante, la otra es escueta, sin embargo esos dos extremos confluyen en el océano de la paciencia, lo cual es una virtud que las trenza.
Tía Édith era la bondad y la humildad personificada, no hablaba por no ofender, de hecho, había que sacarles las palabras de la boca con una cucharilla, mamá solía decir que tía Edith era demasiado sanaca, yo a veces pienso que era incluso demasiado noble para desenvolverse en un mundo tan mezquino como este, donde cada impulso nuestro tropieza con una floreciente resistencia del obstáculo, tía Édith no era muy dueña de sí y mucho menos de los demás, para fortuna suya nunca trabajó en la calle, o sea no tuvo que lidiar con un estrés ajeno al de su entorno doméstico, de modo que se dedicó siempre a los quehaceres de la casa, donde sus ojos resbalaban de la paciencia a la conformidad.
Se casó con Robert, pero ¿se casaron realmente o vivían en concubinato?, digámoslo así: el único esposo, o compañero de alcoba que le conocimos a tía Édith fue Robert, un tipo extraño, callado, esquivo, de quien –en el buen sentido y en memoria de mi pobre tía, me limitaré a decir que trabajaba en el campo y por eso pasaba meses ausente, sin exagerar sobran los dedos de la mano para contar las veces que yo, Albert Gagnon –Beyle vi a Robert en casa de tía Édith, en alguna reunión de familia, o en algún parque de esta mísera vida, y como no tengo nada más que decir del personaje, continuamos con tía Édith, cuyo espíritu en cierto modo profiere una paz lloviznante que de repente suaviza la carga de esta soledad, hay personas que tan solo de evocarles traspiran paz, y tía Édith pertenece a esa orden de materias que ahora son éter, donde asumen el más elevado grado de plenitud; la paz absoluta.
Está claro que la paz absoluta llega con el morir = el morir es verbo / absolutez / espíritu / el espíritu es verbo / absolutez energía porque habita en todas las cosas: no es de extrañar que los griegos personificaran la aurora, el aire, el sol, el sueño, la flora, etc, porque todo lo que nos rodea es espíritu–la naturaleza, Dios mismo es energía espíritu / verbo / absolutez, o un máximo según afirma Nicolas de Cusa en el libro tercero de La Docta Ignorancia,¿ a dónde voy con todo esto?, a la paz que espíritu /verbo /absolutez, por eso las almas apacibles como tía Édith sufren tanto en vida –de bondad, pues como mudas bestias cargan el peso de sus días, de su tedio con silenciosa paciencia y resignación mientras que el peso va entumeciendo las piernas hasta que no pueden ya seguir, la vez aquella cuando cayó derribada por el cansancio absoluto–dicen que ya venía sintiéndose mal, la vez aquella cuando Sísifo dejó de cargar la piedra al escuchar las notas dulces de Orfeo, la vez aquella el pulmón de tía Édith reventó también, elevándose empero su espíritu hacia donde vuelan las almas nobles y secas que regresan renovadas a través de la evocación.
La inexistencia inteléctica consiste en hacer caso omiso de la conciencia poética, insiste en que todo debe materializarse de acuerdo con el paladar de ciertos grupos elitistas (sucede lo mismo en la política) por lo que no puede haber una intención poética, sino más bien, sectaria, o preferencial.
El distanciamiento entre los hombres de letras es abismal, así como la ausencia de espíritu. Lo cual ocurre porque el hombre de letra se aleja de sí mismo, de la estancia del pensar, hasta llegar a la osamenta de un hombre nuevo que se deja arrastrar por lo material. No obstante, es en ese aislamiento que asciende a la condición de iluminado, porque es un hombre dispuesto a hacer concesiones.
—¿Y tú quién te crees que eres, la literatura personificada?
—No, no, no, más bien soy un desahuciado
—Un resentido, eso es lo que eres
—En todo caso, un sentenciado y en ese aspecto me parezco a Jolie
—¿A Jolie? ¿Quién es Jolie?
—La difunta perrita de Beatrice.
Si los perros pudieran escribir lo harían tan bien, o mejor que mucho de nosotros, pues son excelentes observadores, además de estar dotados de un olfato prodigioso. Y, por otra parte, son menos dados a caer en la corrupción. Solo que, practican el incesto. Pero ¿no lo practicaban también los faraones egipcios, los griegos y los romanos?
La verdad es que no logro darme una explicación del porqué insisto en este oficio donde todo espacio es conquistado según la conveniencia de los césares inculturales. Resulta que el gremio se ha convertido en una orgía desnuda de intenciones literarias, una orgía de máscaras, ambientada por los extremos sectarios de la época.
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Esta soledad familiar, estos fantasmas, estas paredes sucias de manidas saudades, salpicadas de moho. Ya llevo 10 años aquí, en este cuarto donde todo es un desorden. A veces durante horas permanezco tendido en esta cama que es mi escritorio, que es mi silla, que es un estante. Permanezco inmóvil, físicamente inmóvil, mentalmente inmóvil, es decir, incapaz de elaborar un pensamiento sustancioso.
¿Y entonces? Otra vez esas voces fantasmagóricas que rompen el equilibrio de la razón. Otra vez el olor a incienso. Hay que reducir a silencio las voces que nos pueblan, mas se impone la ilógica cuando el pensar agoniza. ¿Será que aún existe la lógica?
Asimilación de la ignorancia como principio no inteléctico. Asimilación de la soledad como extracto de la ley causa y efecto. La soledad hace de mí una cosa muerta, una estancia en la que me busco y no me encuentro. Estas 4 paredes.
Todo alrededor es stimuli.
Estoy en mi cuarto, SÓLO, como siempre he estado, grisáceo, y como estaré por no sé cuánto tiempo. Siento dentro de mí, un enjambre de voces que no puedo reducir a silencio. Sin embargo, no es el enjambre de voces lo que debe considerarse sino el silencioso mensaje a descifrar, los signos laberínticos, que generalmente ignoramos por desconocimiento. En estos instantes mientras sostengo un vaso de irlandés whiskey mi corazón late acompasadamente, lo siento, es como escuchar el tic-tac de un reloj que avanza, no porque escuchamos sino por el mecanismo dentado. Sin embargo, debemos estar atentos.
El tic-tac de la soledad. No es mi propósito descender a las cloacas de esa condición, mas según algunas condiciones relativas a la estancia, confluyen con el contexto de esta. Es evidente, no obstante que el descenso a las cloacas oscuras de la soledad no es otra cosa que la forma en la que visualizo su retórica, que, por su relatividad, es de natura finita.
¿Qué la soledad es un coloquio con uno mismo, una condición metafísica, un estado de ánimo? Es una mentira colosal, como no es tampoco una fuente de sosiego. Es una desgracia, un horror en calidad de estancia —sea efímera o prolongada— una estancia henchida de disgustos y recuerdos.
Me dejo caer sobre la cama y suspiro como una divinidad inferior. ¡Cuánto cansa el sentir! ¡Cuánto la soledad! Si pesara mi soledad y el sentir pesarían más que un elefante muerto. Todo está regado y sucio, siempre lo ha estado. Siempre he estado solo, pero ahora estoy realmente solo, dialécticamente solo. Como una divinidad inferior no logro organizar mi vida.
Me arden los ojos cual si estuviera inclinado sobre la herviente olla del infierno. Es necesario hacer una pausa. ¡BASTA!
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Acostado, en posición fetal hacia el lado este de la cama, aprieto los ojos con fuerza para conciliar el sueño, nada, Hipnos permanece en su cueva de amapolas, no llega, debería ponerme a leer algún ensayo, algo de filosofía, o alguna novela sustanciosa, pero no, la lectura no me seduce en estos instantes, ¿qué hacer entonces?, me encuentro en una etapa lírica de la soledad, ¿qué hacer entonces?, nada, ponerme a estructurar mis notas, ¿qué otra cosa pudiera hacer?, después de todo la soledad es un instrumento de la escritura; un recurso.
Un día más: por los flecos de claridad que penetran a través del cristal de la ventana se anuncia la retórica de un sol sonriente y robusto, me había pasado la noche envuelto en reflexiones, estructurando estas notas e insertando ideas para soltárselas al lector, ahora debo vitaminar el cerebro, sacudir sus alas, una taza de café –sin embargo, no vendría mal.
La voz retórica: –Albert Gagnon, si usted piensa dirigir sus elocuciones hacia el flujo de consciencia debe suprimir las comas, los signos de puntuaciones y sobre todo no involucrar al lector sino más bien a usted mismo, la idea descansa en la interiorización de las reflexiones en tal caso la participación del lector ha de ser pasiva como si estuviera en una sala de cine viendo Ladri di biciclette de Vittorio de Sica.
—Fíjese que había considerado ese recurso, incluso trenzar las notas unas con otras para así establecer una conexión temática dentro de una atmósfera discursiva.
La voz retórica: —La atmósfera discursiva toma lugar en la mente de un escritor encerrado en una habitación atiborrada de libros y cuyo centro es la soledad, ¿estamos?
—Desde luego es a partir de ahí que la idea fluye.
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Hoy, mientras leía una carta de mi madre, caigo en cuenta de que han transcurrido 13 años desde la última vez que la visité. 13 años aquí equivalen a 13 días en la ciudad donde mi madre reside. Allí la gente envejece en 24 horas. A propósito de la dialéctica de los años, llevo 10 años en este cuartucho, eso lo dije antes, ¡10 años ya Dios mío! Eso amedrenta, porque con esa presteza llega el otoño, la vida cesa y todo se hincha de hojas secas; de tierra.
Tengo miedo –miedo a la soledad, la aborrezco. Debo hacer algo para contrarrestarla. Si caigo enfermo que espantoso sería. No me lleven a un hospital. ¡Déjenme! Aborrezco la metafísica de los hospitales, sus olores horribles, además allí también estaría solo.
Había pensado en hacerme de un perro, pero ¿cómo?, aquí no podría tenerlo, demasiado angosto, apenas hay espacio para mis libros y, por otro lado, no creo que esté permitido por las migajas que pago por este tugurio. Así que, he tenido que desprenderme de la idea. ¡Qué tipo de vida es ésta que ni siquiera puedo darme el lujo de tener un perro!
De los perros creemos que podemos saberlo todo, incluso su esencia; su metafísica, cuando en realidad sabemos absolutamente nada de esa esencia o metafísica.
En el comportamiento de los perros vemos siempre detalles, y posiblemente los más obvios. Nos adentramos en sus cotidianidades, en sus lugares comunes en calidad doméstica. Podemos observarlos, sin lugar a duda, pero no escudriñarlos a manera de tesis, ni, aunque fuésemos veterinarios. Por tanto, no debemos juzgarlos en absoluto, puesto que no hay un sistema judicial para los perros, un sistema interrogatorio que esclarezca sus acciones. En todo caso, hay que salir del estado de observación y entrar en el estado de síntesis. ¿Cómo se explica eso? Sinceramente no tengo la repuesta. Veámoslo de este modo: cuando uno cree tener las dimensiones de un objeto, resulta que todas están erradas. La fijación en los detalles obvios de lo que observamos, nos aleja de sus interioridades.
Tratando de entender la indiferencia de ciertos individuos que conozco cabría decir, que al perro le asiste un sentido de la ética y la lealtad superior al del hombre, por ejemplo hay perros que son maltratados por sus dueños, o sea que no hay una reciprocidad del dueño compatible con la devoción que el perro articula, empero agradecen alguna caricia hurañao el alimento que se les confiere, lo reciben majestuosamente, mueven la cola agradeciendo, dando las gracias por el pan que reciben como una oración dominical. La injusticia, o más bien la incomprensión del hombre, sus actos ¿acaso pueden justificarse?, en cierto modo el hombre es un animal que a veces reacciona por impulsos, aunque no necesariamente por maldad, eso el perro lo percibe a través del olfato que es el sentido de la intuición. No recuerdo donde leí sobre un perro que murió de hambre encima de la tumba de su dueño. Hablando del verbo leer Robert Walser en su bestiario Pequeño Zoológico, escribe: “En atención, el perro es rey, y su inteligencia fiel y sincera brilla en sus ojos con sorprendente belleza”, por su parte Lord Byron en 1808 escribe Epitafio para un perro: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus vicios”. Extraño las noches aquellas en casa de Beatrice cuando yo me sentaba en el sofá de la sala a leer mis libros y Jolie venía y se acurrucaba a mi lado en un espacio minúsculo entre el sofá y la mesita donde yo colocaba los libros y la copa de vino, Jolie era un perrita gruñona pero se extraña, ya ven, aquí me tienen escribiendo estas notas, lo que voy a decir puede parecer absurdo pero a veces siento su espíritu jadeante al pie de la cama, y es que todo se extraña en la soledad; todo aquello que resulta cercano en relación al afecto.
Qué cosas, heme aquí pensando en materias que ya no tienen vuelta atrás, Jolie acurrucada en un rinconcito en la sala de Beatrice, Jolie ya no existe, fue reducida a cenizas, es éter y en la casa de Beatrice ahora moran otras personas, pero ¿qué es en realidad una casa?, qué es una casa sino una edificación destinada a ser habitada y amueblada, sin embargo, una vez que uno deja la casa se lleva consigo los muebles, las mascotas y los recuerdos, mientras otros individuos llegan con sus muebles, sus mascotas y sus recuerdos y habitan la casa, o sea, somos nosotros quienes damos vida a la casa con nuestro espíritu, con nuestra cosmogonía así como Dios insufló aliento de vida en la nariz del hombre.
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En el apartamento vecino los ruidos cotidianos tropiezan unos con otros, ruidos ciegos y sordos, circulan inmetafísicos por la estancia, son ruidos materiales, se oye el rechinar de una puerta que se abre y cierra de golpe, alguien trajina en la cocina, un utensilio cae al suelo, se oye la queja aguda del metal, una voz que dice: “el café está en la mesa, el desayuno servido, no espere a que se enfríe”, pero aquí hay algo más sonoro que los ruidos: la soledad, nuestro amigo ha estado pensando en la noche de su boda con Alexandra Petit, las pompas matrimoniales, los rostros regios y solemnes con grandes ojos abiertos como abismo y la parentela en la entrada del palacio de matrimonios, los votos nupciales: “yo, Albert Gagnon –Beyle, acepto a Alexandra Petit como legítima esposa, para amarla y sostenerla en los mejores y los peores momentos, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe”, etc, los gritos de buena –ventura: “vivent les mariés!”, fue una noche de lujo en el reino de lo posible y la enjuta felicidad, sin embargo lo que no hizo la muerte lo logró la distancia: “here they stand martyrs, slain in Cupid’s war” como dijo el maravilloso Shakespeare en el acto primero de Pericles, Prince of Tyre, no hay acción evocante que reduzca el paso del tiempo, o lo haga retroceder.
La tarde sudorosa de Julio desciende sobre las techumbres y un vapor pegajoso se cuela por las rendijas, heme aquí en mi cuarto rodeado de libros, he aquí este saco de huesos cuya existencia a nadie le importa y a quienes les importa, ¿qué pueden hacer? Prácticamente nada, así que, este saco de huesos se pone a escribir, mi intención, digamos, es anotar observaciones, ciertos recuerdos con el fin de comprender quien soy, y de paso poblar la soledad con algunos matices cosmogónicos. ¡Pero que renglón más endeble acabo de escribir! ¿Poblar la soledad con matices cosmogónicos? ¿Recuerdos? ¿Será que los recuerdos aún existen? Los recuerdos no son más que espíritus endurecidos, fantasmas. Uno dice: “recuerdo a la chica que besé debajo del agua pegajosa de aquella playa”, lo que ocurrió en la adolescencia, una dorada tarde de julio hoy es tan solo un éter, un impalpable fantasma, la adolescencia está muerta y enterrada.
No quisiera ser melodramático, pero a veces tengo la impresión de que mi presencia en esta terrenal existencia es la del huésped que no ha sido invitado a una cena frugal y aparece de repente. Ya lo sé me quejo demasiado — “tú te plains toujours, quand vas —tu arrêter de jouer les victimes”, solía decir Beatrice y quizá tenga razón, soy un quejicoso, un inconforme, pero ¿no es el hombre un animal inconforme después de todo?, he ahí el microbio de mi pensamiento: el hombre evoluciona/involuciona según el grado de desconformidad, de desfase, de irreverencia dado que nadie es absolutamente conforme, el hombre a pesar de su capacidad pensante, funciona por impulsos y estos impulsos no siempre oscilan dentro de los parámetros establecidos por la causa, tenemos el caso de Adán y Eva y la jodida manzana, en mi opinión el plan de la serpiente no habría surtido efecto si Dios no hubiera establecido la condición, he ahí el origen de la tentación, Dios soñó a un hombre inocuo, un ser que no fuera dueño de sí. En el momento que el hombre tuvo consciencia de su desnudez fue expulsado del Edén, el hombre nace inocuo, puro, limpio de inmundicias, y a medida que crece se corrompe, involuciona corporalmente.
—Es la ley de la vida amigo mío, el cuerpo sufre mutaciones constantes, en las etapas tempranas se estira, una vez traspasado el umbral de la adultez tiende a perder vitalidad, comienza la flacidez, va arrugándose gradualmente hasta que acontece la desintegración absoluta, desde luego hay quien alcanza la vejez con la piel tersa, mientras los órganos internos se encojen y se desintegran, sucede lo mismo con las relaciones humanas cuando no se nutren adecuadamente, se arrugan, se desintegran, se pudren.
Existen, sin embargo, ciertos recursos a los cuales acudo para combatir la soledad: leer, escuchar música, ver películas que vitaminen el intelecto; Fellini sería una buena propuesta; puedo pasar una semana viendo La dolce vita. Es tarde, pero no me asiste el sueño, uno pierde hasta el sueño en la soledad, siento el respirar de las paredes, alguien ronca, toce adormecido, el bostezo de un carro patrullero, un perro que ladra al insomnio: ruidos que se solidifican formando un cuerpo retórico.
Me estremecen los recuerdos que de repente me asaltan mientras escribo estas notas y con el coloquio de las mismas llega el pecoso recuerdo de Marie, una niña huérfana que vivía con un pariente a unas casas de la nuestra tenía el pelo castaño oscuro, desaliñado, y una carita redonda salpicada de nobles pecas, a eso se añade la ternura de sus ojos, una ternura suave como el rocío en las mañanas, la ternura como estación de infancia. Mi madre le tenía lástima, seguramente por lo de huérfana, de lo que no me acuerdo es, si era alumna de mi madre aunque pasaba horas en casa repasando con mamá, Marie era un tanto enfermiza y además muy callada; algo que teníamos en común, yo sentía atracción por ella, una atracción pueril, en cierta forma correspondida, nos besamos una vez en el comedor durante un descuido de mamá, fue un beso torpe, inocuo, fugaz, como suelen ser los besos niños, meses después, la casa donde Marie moraba quedó misteriosamente vacía, telarañada. Corría la época de los desterrados; no sé qué fue de Marie.
El eco suave de la infancia:
Fue a través de sus ojos lluviosos
que vi sonreír la aurora.
Hago una pausa para refrescarme los ojos con artificiales lágrimas, me arde la vista, la he estado forzando demasiado, sin embargo, aún no me asiste el sueño, una copa de vino para invocar a Morfeo no vendría mal, pero ni siquiera eso, no tengo vino, no tengo vino. Esto que escribo son reflexiones, observaciones, escritos, apuntes, o como quieran llamarle, de cualquier forma, un hombre de ingenio debe anotar sus inquietudes, aunque sea a manera de gimnasia.
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Otra vez aquí, en este cuarto sin vista: al escribir estas notas lucho con Vili –hermano de Odín, el responsable de las emociones, como si la mano no quisiera obedecer lo que dicta el cerebro, afuera llueve y eso me aflige, la lluvia surte un efecto melancólico en mí, me arroja contra el suelo anímicamente, no vayan a creer que detesto la lluvia, ya que suele ser romántica cuando en idílica compañía nos entregamos a los caprichos de Eros, además es filosófica y metafísica; invita a la lectura. Sin embargo, no es la lluvia ciclópea la que me entristece, sino esa llovizna fina y suave con matices grises –ese tin –tin jabonoso y evocante, la lluvia ciclópea por lo general es torpe e intermitente mientras que la llovizna tiende a prolongarse como los dilatados versos de Claudel.
Las horas vuelan por encima de mí como murciélagos en una habitación iluminada, llevaba horas sentado en el borde de la cama cuando el hastío me hizo encender la tele –noticias: “París registró el domingo por la noche un récord absoluto de lluvia, en una hora cayeron 49 milímetros de lluvia, equivalente a tres semanas de precipitaciones en un mes de Julio, dejando estaciones de metro y calles inundadas, anunció el servicio meteorológico francés”.
De niño solía pararme en la ventana para ver caer la lluvia, entonces vivíamos en Rue d’Émerveille, Rouen, donde pasé infancia y gran parte de la adolescencia, después nos mudamos a Chantilly <Oise> en la región de Picardía, a unos 50 kilómetros de París, pero soy y seré siempre un rouennais, fue ahí donde por primera vez me enamoré, oh aquella niña de mustios ojos crepusculares, cuello de cisne, pelo trigueño y liso, llamada Madeleine, fue ahí donde me casé con Alexandra Petit, ahí florecen mis muertos, tía Edith vivía en Rue Louis Ricard, la prima Émilie <difunta también> en Rue Orbe, y la espirita Marié Antoniette <parienta nuestra> en Rue Saint-Vivien, la evocación es la pomada que aplico a las erupciones que brotan en la soledad, oh aquella gótica lluvia rouennaise que veía caer espesa y en grandes chubascos a través de la ventana, a veces cuando en medio de la lluvia y entre las nubes irrumpían algunos rubios mechones de sol, tía Danielle se persignaba diciendo: “aujourd’hui le diable se Marie”, tía Danielle no explicó nunca el por qué, o el origen de aquel acto, sin embargo, cuán poética sería la boda satánica en ese contraste de sol y lluvia, y digo, cuán poética sería, porque es precisamente en los encantadores vergeles de Poiesis, donde se funden lo bello y lo horribilis, donde lo satánico puede resultar sublime y acogedor.
Una herramienta espléndida que confiere la lluvia y mediante la cual podemos sacar notas a baldes llenos a pesar de los olímpicos nubarrones, es la evocación que nos permite hurgar en la monotonía espesa de la soledad y recuperar un pedazo de infancia, o de adolescencia destronada, aunque en esa nostálgica interacción con los instantes vencidos nuestra capacidad inteléctica tiende a sufrir de lo lindo, así como la perla se forma de un parásito que se introduce en el molusco, Poiesis es un misterio que nos penetra y brota igualmente de profundis.
Ha dejado de llover.
La tarde cae nostálgica con pinceladas violetas, grisáceas y naranja, los pájaros que arrastran sus cantos húmedos por entre las ramas, el tiempo rueda impasiblemente.
Hace un par de años por esta época el terrorismo impregnó de sangre a la teología en Rouen: “El 26 de julio de 2016, en Normandía, norte de Francia, Malik Petitjean y Adel Kermiche, dos terroristas del DAESH mataron a un sacerdote de 85 años, Jacques Hamel (nacido en 1930 en Darnétal) de la iglesia de Saint-Étienne-du-Rouvray, durante la misa. Dos monjas y dos feligreses fueron cogidos como rehenes. Los atacantes fueron abatidos por disparos de la Policía de Ruan de la brigada especial (BRIZNA) cuando salieron de la iglesia, usando a las dos monjas retenidas como escudos humanos”.
La historia de Rouen está salpicada de guerras y tensiones entre las comunidades católicas y protestantes. En 1560 los hugonotes, por ejemplo, provocaron la ira de los católicos, destrozando las imágenes de sus santos. El 15 de abril de 1562 los protestantes irrumpieron en el ayuntamiento por la fuerza y expulsaron al Bailío, las tensiones se fueron exacerbando hasta el punto de que las autoridades rouennaise tuvieron que solicitar la ayuda de la reina de Inglaterra, y honrando el tratado de Hampton Court la reina concede la solicitud en apoyo de los protestantes, envía las tropas reales que toman El Havre y el 26 de octubre de 1562 controlan la capital normanda. Hoy día son los extremistas islámicos quienes promueven el terror como un renacer de la peste que había sido domada para la gloriosa majestad de los extremos.
Rouen, una ciudad pequeña que ha dado a luz grandes nombres tales como mi bienquerido Flaubert, rouennais de pura cepa, Théodore Géricault, a quien recordamos por su majestuosa obra La balsa de Medusa, Charles Nicolle, premio Nobel de medicina, 1928, por sus aportes sobre el tifus, Maurice Leblanc –de quien apenas he leído unas páginas de La double vie d Arsène Lupin, Marcel Dupré, François Hollande, vigesimocuarto presidente de Francia, René Robert Cavelier de la Salle, explorador y descubridor del actual estado de Luisiana, en los Estados Unidos.
Las promociones de los paquetes de viajes, las ventas de suvenires o distribuciones de mapas incitan al viajero a recorrer Rouen, una ciudad mística, musa de góticos senos a la intemperie, tentadora de escritores y de artistas cuya majestuosidad se yergue por encima de sus monumentos y sobre el hormigueo turístico que arrastra, Stendhal la llamó l’Athènes du genre gothique por sus iglesias y edificaciones de semblante gótico, entre ellas: L’abbatiale Saint —Ouen, La cathédrale primiatiale Notre -Dame de Rouen, La Maison sublime, Le Palais de justice, Le Gros Horloge (Gran reloj de Rouen) un reloj astronómico del siglo XIV, instalado en un pabellón sobre la rue du Gros Horloge con un campanario y una bóveda renacentista en cuyo techo su techo está impregnado de espectaculares grabados, Víctor Hugo, La ciudad de los cien campanarios, aunque algunas fuentes especulan que fue Monet quien le dio el sobrenombre, lo cierto es que Monet vivió enamorado de esta ciudad, se deleitó tanto con la Catedral de Nuestra Señora de Rouen y la luz rouennaise que la inmortalizó treinta veces, desde distintos ángulos, bajo distintos baños de luz y distintas horas del día, pero siempre frente a la misma, los primeros intentos desde la casa de Fernand Levy, después desde el salón d’Amboise, u otros lugares diferentes, imagino a Stendhal con una jarra de cerveza o una copa de vino admirando esas atracciones arquitecturales, para después desahogarse en un burdel en la calle Des Charrettes.
Ciudad de iglesias, conventos y capillas: L’église Saint-Maclou, L’église Saint-Paul, L’église Saint-Laurent, L’église Saint-Godard, L’église Saint-Patrice, L’église Saint-Vivien, L’église de la Madeleine, L’église Saint-Éloi, L’église Sainte-Croix des Pelletiers, L’église Saint-Gervais, L’église Saint-Romain, L’église Saint-Jean-Eudes, L’église Saint-Jean-sur-Renelle, L’église d’labbaye des Clarisses, La Chapelle Corneille, La chapelle du pensionnat Jean-Baptiste de La Salle, La chapelle Saint-Olav, La chapelle du collège Fontenelle (séminaire Saint-Nicaise), La chapelle de Grandmont, La chapelle des Franciscaines, La chapelle Notre-Dame-de-Charité, La chapelle Sain-Louis, La chapelle funéraire et les terrasses du second couvent de la Visitation, Le couvent des Dominicains, Le couvent Notre-Dame-du-Val, Le couvent des Pénitents.
Está ciudad es conocida también por La place du Vieux Marché, escenario del martirio y la muerte de Jeanne d’Arc en la hoguera, el 30 de mayo de 1431, donde con el peso de los siglos y de la ensangrentada consciencia levantaría L’église Sainte-Jeanne d’Arc, edificada por Louis Arretche en 1979, cincuenta años después de que fuera declarada santa y patrona de Francia por el papa Benedicto XV en 1920, au nom de dieu ils le brûlent, au nom de dieu ils le sanctifient, la plaza del viejo mercado donde según la leyenda yacía el corazón de Jeanne que sobrevivió las brasas quedó sepultada debajo de la iglesia en cuyos alrededores el espíritu de la santa pasea entre turistas y lugareños, aclaremos de paso que Jeanne d’Arc no era rouennaise, nació en Domrémy, una pequeña comuna, departamento los Vosgos, en región de la Lorena. Las páginas de Poiesis absorben la figura de Jeanne d’Arc en los cánticos para obtener su canonización, el 8 de mayo 1894 Santa Teresita del Niño Jesús escribe:
“Dios vencedor, tu Iglesia, toda entera, pronto quisiera rendir honor en los altares a una virgen y mártir, a una niña guerrera, cuyo nombre resuena ya en el cielo. Por tu poder, ¡oh Rey del cielo!, dale a Juana de Francia aureola y altar…”
El ojo de la evocación se detiene en 51 Rue Lecat ante el museo de Flaubert de Rouen, instalado en el antiguo hospital de la ciudad donde Achiles Cléofas Flaubert –padre del escritor, era cirujano-jefe, el museo fue creado en 1901, una oda a la esencia de Flaubert y a la historia de la medicina en homenaje de su padre, el laboratorio de histología está instalado en la habitación en la que Flaubert vino a la vida.
La poesía es la manifestación de la belleza, o sea, es la belleza sublimizada, y esa sublimación de la belleza además del verso, acontece también en los bellos cuadros de Monet o en la prosa de Flaubert, uno de los mayores poetas de las telarañas amorosas y metafísicas, quien por su parte sentía y derramaba una admiración plomiza sobre los senos de Poiesis, un perenne enamorado de Poiesis, acérrimo lector y conocedor de su oficio, gana terreno porque a pesar de ser un narrador y un excelente novelista visualiza la prosa con la mirada aguda del poeta, es conciso, es mordaz, ingenioso, leía a Homero en griego, masticaba el latín, pasaba horas con Shakespeare e interiorizó muy bien Montaigne cuando dijo: “maestros competentes en todas las artes, en todas las obras y en todos los oficios, y en general consejeros en todas las empresas, quienquiera que haya tenido necesidad de oráculos y predicciones los encontró siempre en el poeta”, su cabeza hecha para hurgar y ungirse de los más penetrantes pensamientos, era capaz de ingerirlos y expectorarlos por un embudo poético, ya estaba perdiendo el cabello cuando comenzó su Bovary, ya tenía engavetada L’éducation sentimentale, y esa calvicie relativamente temprana fue la bóveda celeste de magistrales páginas, la gama que ahora explaya la grandeza de su poético espíritu sobre las páginas ha saltado sobre lo egocéntrico de una Francia esnobista, o sea ha poetizado una prosa que puede saltar entre los dedos de la mano o contemporaneárse en la perennidad de la calvicie: “Sus ojos, dejando a la izquierda el puente de piedra de Notre -Dame, y tres puentes colgantes, se dirigían hacia el muelle de Ormes, sobre un macizo de árboles añosos, parecidos a los tilos del puerto de Montereau. La torre Saint-Jacques, la casa del ayuntamiento, Saint-Gervais, Saint-Louis, Saint-Paul se alzaban enfrente, entre los tejados confundidos y el genio de la columna de julio resplandecía en el oriente como una ancha estrella de oro…” /L’éducation sentimentale.
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Anochece. —En tiempos de lluvia anoche temprano, como si Júpiter sedujera a Nox, la luz de la bombilla cae sobre la cama y salpica todo el cuarto, en el tocadiscos que me regaló Elizabeth las navidades pasadas gira quejumbrosamente un vinilo: non, rien de rien, non, je ne regrette rien, la música y el vino son el aceite con en el que ungimos el oído y la garganta a fin de anestesiar la nostalgia reinante en la soledad, aunque Edith Piaf de repente no resulta una buena compañía, intentemos John Coltrane con su Giant steps, ah, beaucoup mieux, mucho mejor, muchísimo mejor, tiendo mi cuerpo sobre el cuerpo de la cama y armándome del espíritu de Coltrane en contrapunto con el de La Bruyére me pongo a hurgar en el vergel de los contemporáneos ágil: sustentarme de una savia intelécticamente compuesta de elementos frescos y sustanciosos, en algún momento llegué a pensar que la belleza de la poesía italiana contemporánea había desvanecido con los restos óseos de Eugenio Montale y de Mario Luzi, sin embargo era un pensamiento superfluo, enraizado en los fangales del desconocimiento, la savia respira en la prosa de Claudio Magris, en su narrativa ensayística, en su erudición exquisita, en su libro El Danubio Claudio Magris defiende que la auténtica literatura no es la que halaga al lector, confirmándole en sus prejuicios y en sus seguridades, sino la que le acosa y le pone en dificultades, la que le obliga a ajustar las cuentas con su mundo y con sus certidumbres, heme aquí ajustando las cuentas con la certidumbre de mi soledad, mientras Coltrane se desliza hacia Spiral la última canción de la cara A del vinilo, un tema que desde el comienzo confluyen los cuatro instrumentos dialogantes entre sí, por un lado Art Taylor en la batería corresponde a los fogonazos del tenor con una dialéctica equivalente, Tommy Flanagan hace gemir el piano y a manera de discrepancia con el lenguaje de Taylor improvisa su discurso, mientras el bajo de Paul Chambers en su función de sustentáculo arroja sus flechas discreto, en suma son cuatro discursos distintos que forman un solo cuerpo, he ahí la democracia del jazz, su fraternidad, su logia masónica, la magnífica dimensión improvisacional de Trane, y de ahí la evolución de lo que se conoció después como Free Jazz, término cuyo origen es atribuido a Ornette Coleman, por su álbum Free Jazz: a collective improvisation (1961), lo mismo sucede con el existencialismo, es Sartre quien primero usó esa denominación, sin embargo el existencialismo de Kierkegaard es anterior a Sartre, la analogía que hago entre «Giant Steps» y el campo de las letras, es que hay que estar abierto a nuevas formas, hay que establecer una balanza entre los elementos clásicos y los contemporáneos; entre Rabelais y Pierre Michon, entre Montaigne y Claudio Magris, salvando las distancias.
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Ha levantado el tiempo. El cielo ostenta un azul tenue y espléndido, salpicado de afables nubes blancuzcas, y un sol sonriente, sin embargo, el calor es terrible, no se puede estar afuera; nada es perfecto ni siquiera Dios que hizo a la naturaleza imperfecta, La belleza de Poiesis descansa en su imperfección, incluso la geometría –es bella porque es imperfecta, y lo es además la filosofía; la reina de las humanidades.
Este es cuarto donde escribo mis notas, por ejemplo, es cuadrado, sin embargo, ejerce la función de un triángulo, pues sólo tiene tres puntos transitables:
La Estancia: Apuntes y recuerdos de Albert Gagnon-Beyle (Editorial Primigenios, 2020)
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Jesús Alberto Díaz Hernández
(Foto de Ulises Regueiro)
Jesús Alberto Díaz Hernández «Tinito» (29 de mayo, 1971, Pinar del Río). Escritor, dibujante, traductor. Estudió licenciatura en lengua inglesa en el Instituto Pedagógico de Pinar del Río. Tiene publicado dos poemarios: «Discurso en la penumbra» (Editorial Hoy no he visto el paraíso, 2012), ”Sanctasanctórum” (Editorial Eriginal Books, 2012). Tiene inéditos: “Deltedio”, Editorial Hoy no he visto el paraíso (2014) y Aurea Mediocritas, Eriginal Books (2014). Sus poemas han aparecido en varios blogs y revistas literarias, tales como: Otro Lunes, Caña Santa, Inactual y La Peregrina. Textos suyos han sido traducidos al francés. Actualmente reside en Miami, Florida.