Cinco siglos después
A veces pienso que mi sino está ligado estrechamente con mis antepasados. Desde que vi sus obras no puedo apartarme de ellos, quiero saber… Necesito saber si eran iguales a nosotros. Si el hombre de la Tierra era igual al hombre del Universo. Quiero saber si pensaban y sentían como nosotros y, si así fue, tengo que encontrar la respuesta a varias interrogantes.
Los estudiosos, los hombres que dicen saberlo todo no hablan de esto, es, como diría… Creo que la palabra adecuada la leí hace poco en un libro milenario de cuando existía el planeta Tierra: tabú. Si, para ellos son tabú los sentimientos de los hombres de la Tierra, nos cuentan sus historias, sus inventos, sus guerras, pero no hablan de sus sentimientos, de sus pasiones: tal vez ellos las desconozcan. Tal vez se perdieron junto con su planeta hace cinco siglos. Quien sabe.
Veo los grabados hechos por aquellos seres y trato de interpretar su significado, porque además de lo representado en las pinturas, puede adivinarse en ellas los sentimientos que les hacían vivir. Sus figuras eran casi iguales a nosotros, pero en lo demás no puedo asegurarlo. Un ser como nosotros no podría hacer lo que ellos hicieron. Solo pensando que fueran como muñecos de “yahiji” sin sentimientos ni vida propia. Sí, yo puedo hacer un hombre de “yahiji” con la imagen de cualquiera de nosotros y nadie notaría entre él y el verdadero hombre galáctico. Sería semejante en todo: su forma de hablar, sus hábitos, pero en él no habría sentimientos y con el tiempo, muy lentamente comenzaría a desintegrarse. Tampoco este ser gozaría de la “klaschtusch” pues no piensa, también el hombre de la Tierra desconocía esta ciencia. Esto nos hace diferentes.
Qué sería de mí si me fuese negada la “klaschtusch”, me encontraría aislado sin lograr entender a los que me rodean. La “klaschtusch” es el idioma del universo, no hay que hablar, no es necesario aprender la forma de expresión de los distintos planetas. Cuando se posee esta ciencia se ha logrado el derecho de vivir en el planeta “Yahij” Y es un orgullo poder laborar junto a estos seres pues son los más inteligentes de toda la Vía Láctea y de las dos agrupaciones cósmicas que hasta ahora se han descubierto. Tal vez existan otras agrupaciones con seres más inteligentes, pero lo creo difícil, a mayor distancia de “Yahij” mayor es el atraso que les rodea. La única excepción fue la Tierra, por eso los habitantes de “Yahij” nos aceptaron y convivimos juntos en todos los planetas habitables de este universo infinito. Los hombres somos los más desarrollados después de estos seres y en ello hay cierta razón, nadie podría distinguir entre un hombre de la Tierra un habitante de “Yahij” si no le analiza por dentro. Ellos son anatómicamente más simples, no tienen tantas vísceras ni un sistema digestivo tan complicado, en la circulación no hay mucha diferencia, pero el cerebro no solo ocupa la cavidad craneana, sino que se extiende, igual que la médula espinal en nosotros, y forma a lo largo de la espina dorsal una hilera de bulbos internos y protegidos por una especie de campanas óseas donde radican los grandes sistemas electroneriosos que les hace superiores a todos los seres galácticos.
Pero no son los habitantes de “Yahij” los que han transformado mi apacible vida, son los hombres de la Tierra, los misterios que, a pesar del esfuerzo realizado por cientos de generaciones, reproduciendo los objetos que aun se conservan para que no se extingan, conservando otros por medio de los rayos Xux, utilizando todo el ingenio de los habitantes de “Yahij” que generosamente se han ofrecido para mantener vivo el espíritu de nuestros antepasados. En algunos casos hay claridad, hasta podría afirmarse que en un tiempo los hombres de la Tierra fueron y sintieron igual, amaron y odiaron, gozaron del placer y del dolor… Pero ¿después? Según avanzo en la galería que representa sus vidas, comienzo a dudar, ¿Había sentimientos en ellos? ¿Por qué vivían? ¿Serían hombres verdaderos o seres de “yahiji”?
He consultado con los sabios y no me convencen sus razones basadas en hipótesis. ¡No! Sólo los grandes artistas son capaces de llevar en su arte los verdaderos sentimientos de su generación. Ellos observan lo bueno y lo malo, al poderoso y al sumiso. Sus obras son la imagen fiel de la vida, de los sentimientos… Por eso creo en ellos y no en los sabios que, desde su cumbre, aunque lo intenten, no pueden interpretar la vida sencilla y simple.
La verdad está en estos lienzos que la mano del hombre de la Tierra hizo. En la gran galería de pinturas terrícolas están los lienzos ordenados cronológicamente y no es posible pensar que a través de los años las copias hayan sido alteradas pues fueron los habitantes de “Yahij” quienes los conservaron y en su lenguaje no existe la palabra error. No… Ante mí, proyectados por los rayos Xux, está la duda que me llevaré a la muerte. ¿Por qué el hombre de la Tierra cambió? ¿Por qué se convirtió en monstruo? ¿Por qué se desintegraba aun antes de morir? ¡No lo comprendo! Maldigo el día en que comencé a interesarme por mis antepasados. Quiero comprenderlos, lo necesito. Estaré aquí ante estas horribles representaciones hasta que se aclare mi mente o se extinga mi existencia. Cierro los ojos y aun los veo: rasgos incoherentes, colores de confusa armonía y el nombre del artista que supo reflejar su época, trazado con el pincel en firmes letras negras: PABLO PICASSO.
Dos vidas
Algo los unió. El en una isla del las Antillas. Ella, allá en las costas de África. ¿Como empezó?, eso nadie lo puede saber. Tal vez fue el mar lleno de vida y de muerte, de ilusiones y desengaños. El mar, el mar inmenso mar… Ya en los dos se nota el paso de los años, el tiempo ha dejado huellas imborrables en su cuerpo y su mente. Los más jóvenes se han alejado con la excusa de luchar por la supervivencia o buscar mejores condiciones para la vida de ellos y de sus futuros descendientes. Y ellos van quedando solos, solos con los recuerdos de la vida pasada. Pero El no quiere dejarse vencer por las adversidades, por eso busca incesantemente una salida para su soledad. Tal vez Antonio, el único amigo que le queda, tenga razón, se dice. Lo recuerda claramente, estaban sentados en los arrecifes con la vista fija en el mar que parecía un manto de paz y tranquilidad; a sus espaldas, en un parque cercano, jugaban los muchachos y un poco más allá, la ciudad parecía un hormiguero de personas y vehículos yendo y viniendo sin parar.
–Mira el mar, no cambia, aunque pesen los años. Sin embargo, nosotros ya no somos los mismos. –Había dicho El con pesar.
–Sí, estamos viejos y solos… –respondió Antonio bajando la cabeza.
El miró extrañado a su amigo. Antonio siempre había sido un hombre entusiasta y jaranero hasta en los momentos más difíciles, como aquella vez en que quedaron varados por unos témpanos de hielo cerca de Groenlandia, con sus bromas y chistes hizo que la tripulación del “Yara” cobrara fuerzas y no se dejara vencer por el miedo a morir congelados.
–Que pasa, chico –dijo y dándole unas palmaditas en la espalda le animó –Hoy estás con el espíritu negativo, como tú dices.
–Tal vez. Pero lo he pensado bien, voy a meterme en un asilo.
–¡Estás loco! –respondió El con sorpresa, después, más calmado continuó—. Además, eso no es tan fácil, tú no eres una persona tan necesitada.
–Ya lo sé. Pero haré todo lo posible, hasta donaré mi casa —Antonio pareció dudar unos segundos y después le dijo—. Si quieres, vamos los dos juntos como antes. Así será mejor, ¿no te parece?
–No, no. ¡A un asilo no! –El extendió los brazos hacia el horizonte y bajando la voz dijo –Mira, ella vendrá pronto y mi destino está ahí. No puede haber otro, para mi no.
Sí, aquella fue su respuesta, pero ¿qué había querido decir con “ella vendrá”? Ahora se lo pregunta con cierta angustia.
Ella siente inquietud, algo pasa. Mira a su alrededor, no tiene por que preocuparse, todo es tranquilidad y paz. Se mueve lentamente, “Los años no pasan por gusto y es un largo viaje” piensa. Claro que no es el primero, en su vida no ha hecho más que viajar, ¡Y cuantas cosas ha visto! Bellas playas, ciudades que iluminan las noches como si fueran pequeños soles, también grandes desastres: erupciones volcánicas, maremotos y hasta un pequeño tsunami. Pero esto no es lo peor que ha visto. “No, no. Lo peor son las catástrofes provocadas por los hombres” se dice. Ella puede asegurarlo, conoció de cerca dos guerras mundiales y algo peor que comenzó mucho antes y se extiende sin fin aparente: la llamada revolución industrial. Una lucha por producir más y más sin importar cuanto +contaminan el aire, la tierra o el mar. Sí, el mar convertido en un inmenso basurero de residuos químicos y hasta atómicos. “El mar… con que derecho pueden destruirlo” se dice con amargura y toma la decisión de iniciar el viaje de inmediato.
El también ha tomado la decisión, arreglará el bote que por años permanece tirado en el patio trasero de la casa, es lo único que le queda del “Yara”. Sabe que no será una tarea fácil, pero con un poco de empeño lo pondrá en condiciones de navegar nuevamente. Y volverá a la mar… A la mar…
Día tras día se levanta al amanecer y comienza su tarea. No son pocos los vecinos que se quejan por el ruido del martillo, ni los que sin recato se burlan del viejo pescador. Mas El no parece oírles, a veces solo detiene su labor y mira allá lejos, sobre el penacho de los cocoteros la línea radiante del mar.
Ella se siente cansada, ya solo le faltan unas pocas horas para llegar a su destino. Esto le da ánimo, aunque un mal presentimiento comienza a dar vueltas en su cabeza. “Tal vez El esté enfermo” –piensa e inmediatamente se pregunta: –Pero… ¿quién es Él?
Si para El fue difícil soportar las quejas de sus vecinos, ahora que montada en un carretón tirado por dos bueyes lleva su barca, es más doloroso oír las burlas de aquellos jóvenes que de forma despectiva le gritan: “Viejo, si vas pal’Yuma avísame, yo remo por ti” o “Ni lo sueñes, en la Yuma no quieren viejos”. Pero todo lo soporta en silencio por volver a la mar, por acudir al llamado de Ella. “No hay sacrificio ni grande ni pequeño cuando si el triunfo es nuestro,” se dice cuando, por fin, con la ayuda del carretero logra poner a flote el pequeño bote.
–Viejo, yo se que tú le sabes a esto —le dice el hombre secándose el sudor de la frente–, pero no te alejes mucho que el tiempo no está bueno.
–No te preocupes, mi’jo. Hoy solo probaré si no hace agua. Después lo llevo al muelle.
–Eso está bien, entonces te espero.
–No, tal vez tire el anzuelo aquí cerquita. Y si pesco algo, la mitad es para ti que bien te lo has ganado.
–Vaya, eso está mejor. Entonces cuídate y que pesque un buen salmón.
–Ojalá –dice El riendo–, pero en estas aguas no hay salmones.
El hombre se echa a reír y se va. El sube al bote, “Todavía quedan personas buenas” murmura y con habilidad despliega la improvisada vela. El aire sopla fuerte y el bote se adentra en el mar; atrás van quedando los altos edificios y la línea costera. Una sensación de bienestar y libertad le embarga. Cuantos años sin experimentar esos sentimientos, y sin pensar mucho busca bajo el asiento de popa una botella de ron, la abre, echa un poco sobre el bote y después bebe. “Mejor te dejo para mas tarde” se dice y guarda la botella bajo las tablas del asiento. Sus manos toman el rustico timón y pone proa al mar abierto. Bien sabe que con esa pequeña vela poco avanzará, de todas formas, se siente feliz. Casi puede comparar este momento con su primera travesía en el “Yara”. El, un simple pescador sin instrucción ninguna pasó a ser segundo al amando de un barco pesquero. Era un milagro, como también es un milagro que ahora esté navegando, aunque sea con aquel pedazo de lienzo atado a un mástil de cañabrava.
Sacó nuevamente la botella de ron, la descorchó y comenzó a beber. Una extraña sensación le invadió. “Ella está cerca” pensó, Sí, desde hacía muchos años aquella idea le torturaba: “Ella está cerca”, pero ¿quién es Ella…? De pronto el bote da un enorme salto. “Chocamos con algo –se dice–, ¿pero con qué? Estamos muy lejos de la costa…” Con horror ve que las viejas tablas de la proa han cedido y el agua entra a borbotones, en unos minutos el bote se hundirá. El mira por primera vez hacia la costa. Está muy lejos y es entonces que ve salir entre las olas al gigantesco animal negro y blanco. “Es Ella” dice con un último aliento y en ese instante le parece escuchar una voz dulce que dice: “Es El”.
Temprano en la mañana, como lo hace todos los días desde que está en el asilo, Antonio enciende su radio, es, como siempre también, la hora de las noticias. Al comienzo escucha sin poner atención, pero de pronto su corazón comienza a latir con más fuerza. El locutor está dicendo:
–Repetimos la información: Un extraño acontecimiento ocurrió en una playa al este de Baracoa. En horas de la tarde de ayer los vecinos de esta localidad vieron a unos diez metros del agua una Orca varada en la arena. Lo extraño del acontecimiento es que estos cetáceos, mal llamadas ballenas asesinas, no son de nuestros mares. Según los pescadores del lugar, la Orca se adentró en la playa trayendo en su boca a un hombre, cuyo cadáver aparece junto a ella, pero sin heridas ni lesiones que verifiquen la fantástica teoría de los lugareños.
Rafaela Vergara Ayala (La Habana, Cuba). Licenciada en Educación, guionista de radio y narradora. Ha publicado en narrativa Médium y otras historias (Editorial Silueta, 2011). Tiene inéditos varios libros de relatos.