Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Confesión

GYULA JENEI

tendré que ir al catecismo, tendría alrededor de diez años o

un poco más, posiblemente menos. mi madre dijo:

ya eres mayorcito, y a misa me arrastró las mañanas del domingo,

a pesar de que ella tampoco asistía, solamente empezó a ir por mí,

para arrastrarme, torturarme. de esto me di cuenta más tarde.

todo por la confirmación, de la que claro yo no tenía ni idea de lo que era.

mi madre me lo explicó pero tampoco entendí.

era verano, el sol era amarillo, la sandía

maduraba, y yo que tendré que ir a la iglesia fría entre niños que

ni conozco, tendré que oír lo que un viejo cuenta, pero

prefiero esconderme debajo de la cama en la habitación fresca

el piso de cemento fresco, de donde mi madre me sacará con el palo

de la escoba cuando me encuentre, aunque esto no era suficiente para

hacerme ir al catecismo. se necesitará una buena paliza, y no era por

razones ideológicas, sino que sencillamente prefería jugar en el fondo

del jardín o fuera en la calle con los otros niños del vecindario. pero estoy

sin salida el dios lo quiere así, ese dios que vigila a todos

cada instante y cuando ve algo que no le complace, o si le complace, lo

escribe en su gran libro para luego exigir cuentas, él, el de los mil ojos,

el carcelero de mil manos, no me da alternativas, sobre mí soplará el templo

helado, mientras el cura explica y nadie pone atención a lo que dice,

aunque sí, que alguna que otra vez lo hicimos como cuando, por ejemplo,

mostró de un libro enorme, pesado, pesadísimo, una ilustración; en ella dos hombres,

en un ropaje extraño, cargan un enorme racimo de uvas colgado

de un palo, de tal tamaño como ellos mismos y las uvas eran

tan grandes como cabezas humanas, tan así que servirían de bolas para jugar

con ellas, pero nada de morderlas. no, eso será en caná. la maestra de

geografía también promete, sólo que para ella es el comunismo que habla,

y al preguntarle que cuándo llegará esto, piensa

un poco y responde así: de aquí a doscientos años. por eso esta

imagen de las uvas no he podido quitármela de la cabeza.

sinceramente, es lo único que me quedó del catecismo y al

hacerme mayor, hojeo las biblias en las tiendas de libros viejos

a ver si aparece en alguna esta ilustración, si pudiera

recomenzar todo esto –deme un plazo fijo y le daré vuelta

a mi vida. hasta recordaré los colores en los vitrales de las ventanas,

aquellos que admiraba durante las misas que me aburrían,

allí sentado entre un montón de viejas, al lado de mi madre

entonces joven, miraré las estaciones de la cruz e igualmente a los frescos.

el anciano de barba gris en el techo, que siempre he tomado

como dios. sentía miedo de él, por eso lo miraba. a la hostia

la morderé cuando el cura la deje caer sobre mi lengua

y mi madre que me dice, eso no debes hacerlo porque

es el cuerpo de jesús. tengo remordimiento, me asusto,

acabo de masticar a jesús, aquel que trae el árbol de navidad,

con suéter, calcetines calientes, y a veces, uno que otro libro.

como pecador debo ir a confesarme una mañana, me

arrodillo ante el cura, entre nosotros una reja de madera, y yo

no sé qué hacer, porque no presté atención cuando lo explicaron.

me acurruco callado, él me dice lo siguiente:

repite después de mí. yo balbuceo después de él: no respeto

al padre celestial, ni a mi madre, mato, fornico, robo, miento,

deseo la mujer de mi prójimo. digo las palabras que no entiendo

en absoluto lo que dicen, arrodillado frente al sacerdote sin

entender ni al señor cura, ni a dios, ni al mundo. ¿qué es

mi prójimo y desear a la esposa? ¿será que el señor cura mató

y por eso dice estas cosas? y ¿por qué yo las repito cuando nunca

maté –un insecto a lo máximo– un mosquito, una mosca

y estos en realidad no se matan solamente los abatimos?

y ¿qué significa fornicar? que juego conmigo mismo de vez en cuando, o que

en el retrete del jardín miro los naipes que tiene mi padre prestados

por alguien donde aparecen muchachas vestidas en pantaletitas y sostén

balbuceo palabras, adjudica la penitencia el sacerdote y me despide, pero

yo quisiera volver a donde él para confesarle: señor cura, mentí, yo

no he matado a nadie, y tampoco entiendo porqué lo dije. claro,

no regreso, cuando años más tarde lo vuelvo a ver, me viene a la

mente que debería advertirle: no he matado a nadie,

solamente mentí y eso no debe ser un pecado tan grande.

además, el de mil ojos lo sabe todo, según se dice, hasta lo

que pensamos lo ve, como si fuese un espía o un soplón –de manera

que tengo que cuidar lo que pienso–

del caná celestial y del terrenal hasta cuarenta años después.

 

Traducción: György Ferdinandy y María Teresa Reyes
 

Gyula Jenei nació en 1962 en el corazón de la Gran Llanura de Hungría. Hizo estudios en la Universidad de Szeged. Es fundador de la revista literaria ESO (Lluvia). En su activo hay seis volúmenes de poesía. Trabajó como periodista y reportero de un programa de radio. En la actualidad se desempeña como educador en un colegio de Szolnok ciudad donde reside.

Anuncio publicitario

Información

Esta entrada fue publicada el 11/08/2012 por en Poesía.
A %d blogueros les gusta esto: