DE OTRA SEMBLANZA DEL MAR
Yo quise ser el escribano de la ruta azul de tu mirada.
Poner mi voz al servicio de la leyenda
que en tu silencio yace.
Convertirme así en pescador de la música
que incuba tus entrañas.
Yo quise obsequiarle tu memoria a mis coetáneos,
erigiendo, con mi canto, tu merecida estatua.
Recrear la huella que resplandece en el Egeo,
el rumbo que le negaste a esas tres carabelas
para que naciera, muriendo, el reino del otro mundo.
Y quise evocar el cofre de aventuras que sólo tú le arrebataste
a Francis Drake,
y, por supuesto, a esos ciudadanos míticos de tus jornadas:
el pez de oro, las sirenas,
Poseidón, Yemayá, y la fe de un hombre caminando firmemente
por tus aguas…
Y quise describir la danza de los arrecifes
bajo los pies de mi infancia,
todo lo que poseí de ti en aquella habitación que, entre sus piernas,
me ofreció una muchacha.
Y quise, en fin, escribir el poema que nos atara perpetuamente
al peso de esa Isla.
Mas me tocó vivir el tiempo de la barbarie,
de las deserciones
y de la oscura brújula del éxodo,
conjurando la complicidad de tus hombros.
El tiempo de los que partieron
para amanecer, cada día, con la Patria a cuestas.
¡Tu ruta es ahora la tumba de los que a su sueño
nunca llegaron!
Yo quise ser el escribano de la ruta azul de tu mirada
(desde la primera célula,
hasta ese instante en que nos intercambiamos las manos).
Pero el encanto tuvo la duración del castillo de arena.
Y hoy sólo puedo legarte esta escritura de paria:
condenado estoy a la otra orilla donde te falte.
El horizonte ha sido mi verdadera casa.
EL CÍRCULO DE LA MEMORIA
Aquel era el círculo de la abundancia, preñado por un cielo
de total escasez.
El guisaso brillaba en la camisa: la única estrella
que prefirió llevar mi nombre.
Descalzos, bajo la lluvia, el vidrio del paraíso nos cortaba
para sangrar la alegría de esta única fiesta.
Qué hubiera sido de mí sin el tirapiedras que un día Alejandro Magno
añoró, cuando sólo conquistaba el vacío de innumerables hazañas.
Ah, y qué hubiera sido de mí sin aquella húmeda revelación,
por el naciente pubis de Venus, regresando al cetro
de mi última desnudez.
Entonces una ciruela me otorgaba su sabor de exquisita sinfonía
para que encontrara la gloria del barrio en el chucho escondido.
Había una vez un alma que fue el cundiamor de sinsontes,
que volaron más libres en la trampa.
Yo fui el pistolero invisible, el vikingo tropical, uno de los mosqueteros,
con mi edad repleta de oro.
En aquel cinecito mi corazón fue mi primer, y definitivo, premio Oscar.
Y pensar que a mi lado se rodaba otro episodio del infierno;
mas mis ojos eran una muralla de soberana inocencia
y no los nublaban las manidas imágenes del espanto.
UN HIJO BASTARDO DE NORTEAMÉRICA
un exiliado cubano que fue obligado a partir
hacia esta tierra.
Yo nunca asimilaré, como es debido, esta cultura extranjera;
mas he vivido en Nueva York, y mi puerta se ha abierto
al arcoiris de otras etnias.
Yo soy un hijo bastardo de Norteamérica,
uno de tantos que fue echado a patadas, por un dictador,
de su tierra.
Y ahora soy Sísifo llevando a cuestas la turbia roca de mi pasado.
Yo siempre hablaré el idioma inglés
con este desamparado acento habanero. No olviden:
no fue mi libre albedrío el que eligió vivir en esta tierra.
Yo soy un hijo bastardo de Norteamérica,
la oveja negra que profana el sueño americano,
un pésimo heredero de los puritanos del Mayflower,
por eso este país nunca será mi casa.
Pero, como poeta, pertenezco al mismo linaje de Whitman;
he aprendido a cantarme a mí mismo,
y, por lo tanto, soy un discípulo de Emerson,
que se ha ganado la confianza en sí mismo.
Yo soy un hijo bastardo de Norteamérica.
Mi paladar jamás perderá su preferencia
por el arroz blanco con frijoles negros;
sin embargo, hay en mi mesa un sushi japonés,
un pan judío, una pasta italiana, una hamburguesa de Norteamérica…
Yo soy un hijo bastardo de Norteamérica;
mejor dicho, un hijo legítimo de este mundo.
DISCURSO DE ADÁN
He de hacer de tu existencia mi más preciado rapto.
Yo soy el que en tus ojos rescata la eternidad
de un relámpago.
Déjame darte como ofrenda esa humedad,
que ha de fundar un reino entre tus piernas.
Yo sólo quiero encender el fuego de unas palabras
para que el cielo ascienda a tus oídos.
Déjame embadurnar tus senos con mi saliva mágica,
y así por todas partes se anunciará que han recobrado
su santidad lúdica.
Somos, irremediablemente, discípulos de la serpiente:
nuestro destino siempre será comernos la manzana.
He de demostrarte que no naciste de mi costilla,
sino de la música que esta noche ejecuta el eterno cuerpo
del deseo.
JOAQUÍN GÁLVEZ (La Habana, Cuba, 1965). Reside en Estados Unidos desde 1989. Ha publicado los poemarios: Alguien canta en la resaca (Cincinnati, 2000), El viaje de los elegidos (Madrid, 2005), y Trilogía del paria (Editorial Silueta, 2007). Ha sido antologado en Reunión de ausentes: antología de poetas cubanos (Cincinnati, 1998) y en Arcanos de la espera: veinte poetas cubanos en Miami (revista digital de poesía Decir del agua, Miami, 2005). Uno de sus poemas fue incluido en Reinaldo Arenas, aunque anochezca: recopilación de textos y documentos (Miami, 2001).
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