Bach, Suite número 3 Una bestia se detiene ante la melodía y cierra los ojos; en su interior sólo existen los inicios, cuando otros animales, ignorados por nosotros, surgían de las aguas, de las tierras áridas y de los cuerpos muertos. La bestia abre los poros; sus pelos son como cuchillos oxidados, como lanzas para cazar minotauros. La armonía la conduce a los últimos días, a un valle denso, a un solitario mar, donde flotan peces pestilentes y barcos a la deriva que reflejan el ansia de los primeros navegantes. La bestia entonces teme moverse, sus patas se transforman en raíces, en piedras destinadas a custodiar el polvo. La música se expande por el cuerpo de la bestia como una atómica explosión, como un veneno fulminante en la esencia de la sangre. Sus latidos finales son la compensación del tiempo, la rutina de los astros, las respuestas perdidas en la profundidad del sueño. La bestia cae definitivamente; el pasto parece renacer de sus entrañas fatigadas, de su piel sumida en el silencio. Ley natural El lagarto da un salto milenario y cae sobre una hoja que flota río abajo. El impacto ha desviado el curso de las aguas con tal severidad, que ha asustado a los peces. La hoja ya no es el barco del espanto donde Darwin se disfraza de Noé; ahora es una fina lámina de metal que atraviesa los dedos del lagarto (la sangre es recogida en vasijas de barro). Los árboles no se inmutan ante la suerte del reptil; han visto a muchos animales perecer bajo sus ramas. Sus raíces saben de la humedad y las piedras; presienten el fuego que se enardece a pocos pasos Los despojos son engullidos por las aves y las ranas. A la mañana siguiente, otro lagarto y otra hoja, sobre el sueño afable de las larvas, saltarán al abismo. Ojalá coincidan en un punto. La taza del té para mi madre Ya la taza del té no es sólo un recipiente para beber un poco de calma; ahora es un domingo del año pasado, un poco la humedad que llevamos en la lengua. Es una imagen que se seca sobre la mesa, cerca de algún libro, un adorno o alguna suciedad imborrable. Ya la taza del té no me quema los labios; ahora es un objeto más que se disuelve con el sueño, una sombra que la luz olvida tras un charco de agua. La taza del té es mi madre en sus horas más tristes; es la súplica de mi abuela pidiendo que no me vaya, que la soledad es un pozo cuando la muerte está sedienta; y corro a jugar en el tiempo, que es una fuente infinita, y me pierdo en el inicio de las lluvias. La taza del té soy yo en el momento más tenue, cuando mi silencio es el mar que rompe contra la costa y vuelve, más tarde, al profundo abismo que lo aguarda.
Sergio de los Reyes, La Habana, 1978. Los poemas publicados aquí pertenecen a su libro titulado Elsewhere, aún inédito.
MUY BONITOS POEMAS…FELICITACIONES Y EXITOS