La paz armada, la obligación... La paz armada, la obligación del S. M. O. La educación armada, la doctrina como un león La niñez armada, los juguetes No básicos La libertad armada, la prensa de hierro La boca armada, hasta los dientes, la lengua La mordaza armada Con otros nombres armados y otras manos y otras palabras he defendido la Isla pero la vanidad es morir con tanto dolor en silencio Padre Nuestro que no estás en el cielo... Padre Nuestro que no estás en el cielo sería fatal que estuvieras tan lejos predicar en las alturas nos abre las heridas Santificado sea tu nombre los que mueren sin saberlo y los que todavía sufren Siento caer en los pozos ciegos multiplicar los peces no basta si abren las puertas al abuso de confianza el temor es ambiguo como cambiar y el tiempo destruye cualquier indulgencia ¿De qué sirve el libre albedrío incapaz de retener las demoras de la memoria? ¿Quién puede perdonar mis deudas?, ignoro algún reino prometido más no mates ese don de acumular errores No soy ese inteligente para sobrellevar al prójimo tan difícil menos mejilla que aguante dos mil años Nunca más quisiera llorar ni por nada ni por nadie quizá con el aria de algún libreto de Dante y no me quites el café con leche de la esquina Anaxágoras Padre Nuestro no me dejes caer en la tentación de poseer la rosa sólo por vanidad Te lo ruego líbrame del mal uso de las palabras como democracia, diálogo, libertad, justicia social, divina justicia, barra de abogados, revolución jefe de departamento, guía espiritual, porvenir, talleres literarios del servil discurso para treparse al poder (incluye tiranos de izquierda y derecha, maestros burócratas, líderes de huelgas y algunos empleados tuyos) Líbrame del esfuerzo decisivo rompe huesos destructor de sueños Borra las fronteras, acaba con el sida, el ébola el cáncer que se robó a mi padre (sin terminar las discusiones de sobremesa) o de golpe caemos todos en tu reino Para burlar la censura construiré el papalote que nunca tuve de niño y echaré a volar sin cuchillas… ¡Ah!, bendita sea la Isla que me parió Dios mío, limpia suavemente las fracturas de este corazón de su malasangre para no traicionar a un hombre más sobre la tierra Amén
Ernesto Olivera Castro (Ciudad de La Habana, 1962) Ha publicado Habitante provisional (Nueva Vizcaya, Durango, 1191), Cuarto menguante (Contraseña, Durango, 1998), La Salvedad (Arlequín, Guadalajara, 1998) y Isla de memoria (Editorial Fridaura, 2005). Sus poemas han aparecido en diversas antologías poéticas de Cuba, México y Estados Unidos.
Siempre he visto en Ernesto Olivera, el poeta de siempre. que llevando su Isla bajo el brazo, canta su sal, comparte su verde y su alegria y que como un pequeno dios,
como dijo Huidobro, habita en otra tierra, la suya, la que suda y grita en su templo.
Efrain, Muchas gracias, me da gusto saber de ti. Ernesto Olivera