Matías Montes Huidobro
Foto: Ernesto G.
CHIVO QUE ROMPE TAMBÓ Chakachacha, Chaicha, Chakuala Rastrillo, maruga y chancleta Busá sá Busá sá Muerde y huye Ni chinche ni chinché Ni trabajar ni cocinar Fifú, brother Dame la mano, hermano Fisile se acabó La libertad se acabó ¡Ay, obiaya! Ni jama ni na. Dale, mayoral, vete al carajo. ¡Solavaya! ¡Coquito sagrado! Ilé de Ile gun A la cárcel y al cementerio ¡me voy! A la cárcel y al cementerio ¡me voy! Ibekué Ibekué ¡Dame la papaya! Kaurendo Kamura: La cabra se va, la cabra se va... ¡Fimó! ¡Fimó! ¡Detente! ¡No sigas! ¡Está fifo y al manicomio se lo llevan! ¡Loco! ¡Loco! ¡Chivo que rompe tambor, con su pellejo paga! Fuck you, fuck you, hijo de puta, coño de mierda!!! JENGIBRE CON VODKA Cuando Changó vino al mundo había grandes expectativas. Se anticipaba el guateque del mundo el festival de las naciones. Pero en lo alto de la sierra se formaron negrísimos nubarrones ¡Ya tú verás, decían! ¡Ya tú verás, contaban los patakíes! El güemirele que se armó fue de padre y señor mío. Amansa guapo con amor seco Guisao de caballo con culantrillo Mejorana con canela del monte Ateje macho con azúcar y ron ¡Ya tú verás lo bueno que se pone esto! ¡Ya tú verás! Raspalengua con melao de caña Verdolaga con goticas de vetiver Para acabar en jengibre con vodka. ¡Ya tú verás lo bueno que se pone esto! Kimbombó, pulpeta y albóndiga Chilindrón de chivo y aporreado de tasajo Costillas de puerco con machuiquillo Pierna rellena a lo Cuba Libre. ¡Ya tú verás como se pone esto! Para acabar con jengibre con vodka ¡Ya tú verás! TRAJE SASTRE Se ajustaba con precisión: un traje a la medida, una armadura de hierro que no le dejaba espacio a los pulmones ni al latido del corazón. La malla la había tejido la hilandera con mano maestra y las instrucciones precisas de la araña, especialista en tapices de los que nunca se salía. Una soga lo envolvía con sus nudos anudados imposibilitando desanudar los movimientos. Madeja de un tejido amatorio donde la aguja cuenta cada puntada para que no se le desteje. Apresaba con exactitud perfeccionista el cuerpo todo bien ceñido apretado envuelto en ropaje de concreto que imposibilitaba el movimiento. Un catafalco un sarcófago que lo vestía con trágica solemnidad. Un otras palabras: una caja de muerto. 1959 Entre el opelé y el tablero de Ifá está la letra del año, lo bueno y lo malo. 1959 ¡Coño, esto pinta mal! ¡Nos jodimos! ¿Cómo? ¡El registro de adivinación no falla! Sale un oddun con la mala noticia. Y después cincuenta y seis hacen su coreografía de cantaleta en cantaleta estrofa y antistrofa que era puro coro griego que no anticipaban nada bueno. ¡Peor todavía! ¡Nos jodimos! ¿Qué se le va a hacer? Preguntas e interrogaciones. ¡Cuatro mil noventa y seis respuestas! Una aguja en un pajar, como quién dice. Empapados por los pronósticos de lluvias torrenciales no había un oricha que hubiera tenido la precaución de salir con paraguas. ¡Noticias! ¡Y todas malas! Los registros de adivinación temblaban de pies a cabeza y se cagaban de miedo. Desconcertados se tragaban las miradas haciéndose los inocentes porque en boca cerrada no entran moscas. ¡Qué alboroto! ¡Calma, señores, calma! El parte metereológico no había anunciado ciclón y caían rayos y centellas. ¡Si lo hubiéramos sabido! El corazón de Yembo se desangraba porque el francotirador había dado en el blanco. Nada, que a ese pueblo le han echado un bilongo del coño de su madre y nadie se lo había advertido. HAY QUE TENER COJONES Hay que tener cojones para tocar la guitarra en un campo de batalla. ¡Coño, Okori Borocú! ¡No me hagas reír! Peor sería tocar el piano. ¡Oló! ¡Gracias, gracias! Y se inclinaba el viejo mandinga. Metido en el corazón de la calabaza no podía salir. ¡Qué locura, señores! ¡Tocar la guitarra en el campo de batalla! ––¡A ese muchacho lo van a matar! Detectaba la sinfonía en la vorágine pero la locura de las sílabas se entremezclaban en un callejón sin salida donde una nota descomponía a la siguiente. ¿Qué hacer? ¿Cómo poner una letra detrás de la otra? ¿Una dentro de la otra? Hay que tener cojones para tocar la guitarra en un campo de batalla. Metido en el fondo del baúl el libro se le perdía en el abismo. Kiyesimomí ––le decía el viejo mandinga en el entronque de todos los caminos donde el no y el sí sacaban los cuchillos. ¡Ilaya! ¡Bandera de paz! Aquello era un jarakiri, como dicen los japoneses. ¿Qué pasó? Hay que tener cojones para tocar la guitarra en un campo de batalla. Ko ché: Amén. Así sea. ¡Dios nos coja confesados!
No hay forma de resucitar la llamada poesía afrocubana, o negrista, o lo que sea. Ni necesidad alguna de hacerlo.