Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Poemas de Edel Morales

EDEL MORALES

Calle G. 1982

Una noche partíamos almendras en la calle G.

Eran más de las 12 y tú y aquella saya de flores blancas

parecían la eternidad.

Yo me detuve un momento a contemplar la luz

y el paso de los autos por La Habana de 1982.

Todo resultaba tan sencillo.

El viejo mar bendito frente a la estatua de Calixto García.

Tu rostro avanzando en la semiclaridad de los pinos.

El golpe con que mi mano buscaba en la roja intimidad de la almendra.

Todo resultaba tan sencillo

como la vida del agua que se escurre entre los dedos.

No debía venir nadie.

No esperábamos a nadie.

Yo me detuve un momento a contemplar la luz

y el paso de los autos por La Habana de 1982.

Tú y aquella saya de flores blancas

parecían la eternidad.

Viendo los autos pasar hacia Occidente

En las pequeñas ciudades del centro de Cuba

las calles, habitualmente bulliciosas y dulces,

se quedan vacías en los meses de invierno.

Yo he vivido esa pesada quietud.

Los estudiantes se han marchado a descubrir el mundo

y una paz, una extraña y larga ausencia,

llega hasta las paredes y penetra al interior de los edificios.

Los clubes, las casas de cultura, los campos deportivos,

semejan un set, cuidadosamente preparado,

que espera el regreso de los actores para continuar la filmación.

En las pequeñas ciudades del centro de Cuba

todo es ausencia y espera en los meses de invierno.

Yo he vivido esa pesada quietud.

Noches de febrero en la esquina vacía de Libertad y Paseo,

viendo los autos pasar hacia Occidente.

Como quien ve a una muchacha de piel muy limpia y cabellos negros

pasar gustosa hacia otro hombre.

Con cierta elegancia

Cierta elegancia en la boca,

cierto desacuerdo, conviene

–corresponde bien–

al modelo que predomina y triunfa.

En la ciudad abigarrada. En los festines

–sexuados–  de sus bares y casonas,

conviene: cierta elegancia

en la boca, cierto desacuerdo.

En las playitas privadas, en los puentes

de una sola dirección, en las antiguas plazas

–solitarias– que frondosamente te reciben,

conviene mostrar: cierta elegancia

en la boca, cierto desacuerdo.

En la piel seductora de sus hijas, conviene.

No olvides ese dato.

Te recibe amena. Abre para ti sus galerías.

Se entrega sin reservas –un cuerpo arreglado

para la especulación. Pero exige.

Se entrega y exige, un resguardo seguro:

cierta elegancia en la boca, cierto desacuerdo.

Conviene: un poco de travestismo.

En la lógica virtual de los internautas, conviene.

En las rápidas avenidas luminosas, conviene:

bajar velocidades. En la extensa tradición

comentada por los libros –que vuelven

a ser época–  conviene: cierta elegancia

en la boca, cierto desacuerdo.

No olvides ese dato.

Corresponde bien al modelo

que predomina y triunfa.

Los grandes hombres han comenzado a morir

Eliseo Diego ha muerto,

y Charles Bukowski,

lo supe ayer.

En las tiendas arrasadas

y en los portales sucios de la Manzana

las mujeres siguieron haciendo compras todo el año,

pero se veían  un poco más tristes ahora.

Y en el Parque Central los borrachos de las seis

las mirábamos con hambre vieja

y los niños pateaban molestos las aceras,

antes de trepar en grupo

hacia el pecho

de un José Martí

estatuario y cabizbajo.

Durante meses se respiró peor que nunca en La Habana.

Y aunque nadie allí atravesó un espejo

ni escribió en ninguna parte

(1920-1994), estos son los días de tu vida,

sí advertimos que la Poesía

se tambaleaba indecisa

entre la oscuridad y la luz,

entre el Paraíso y el Infierno.

Como en las películas manchadas de aquel verano tórrido

― Cinemateca de Cuba, salita del Nacional, Teatro Payret,

viajes de mi nostalgia por las antiguas imágenes―

los grandes hombres dan un traspié

y terminan arañando el piso.

Eliseo Diego ha muerto,

y Charles Bukowski,

lo supe ayer

mientras mi boca mordía impaciente

los restos

de un helado de agua

y esperaba el ómnibus bajo los árboles del Parque Central.

Los grandes hombres han comenzado a morir.

Edel Morales (foto tomada de Facebook)

Edel Morales (foto tomada de Facebook)

Edel Morales [Cabaiguán, 1961] Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana. Ha publicado los poemarios Viendo los autos pasar hacia Occidente; Escrituras visibles; Lejos de la corriente; Otro color, otras figuras geométricas; El juego de la memoria y Con cierta elegancia; así como el catálogo de jóvenes poetas cubanos Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo (coautor Aymara Aymerich) y la muestra colectiva La Estrella de Cuba. Inventario de una expedición. Como narrador ha dado a conocer el relato testimonial Los pies en la tierra y la novela Que te vuelva a encontrar. Sus artículos y textos de ficción aparecen en antologías, publicaciones periódicas y sitios digitales de la isla y de otros países. Ha realizado conferencias y lecturas en espacios culturales y académicos de Alemania, Argentina, Cuba, España, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, México, Puerto Rico y Venezuela. Fundador de la revista La Letra del Escriba y del Centro Cultural Dulce María Loynaz. Le fue conferida la Distinción Por la Cultura Nacional. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Miembro de Honor de la Asociación Hermanos Saíz de escritores y artistas jóvenes. Reside en La Habana, donde se desempeña como Vicepresidente del Instituto Cubano del Libro.

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2 comentarios el “Poemas de Edel Morales

  1. Impecables y profundos….como todo lo que escribes.

    Un abrazo desde Bolivia

  2. sofía
    16/01/2013

    «Eran más de las 12 y tú y aquella saya de flores blancas

    parecían la eternidad.

    Yo me detuve un momento a contemplar la luz

    y el paso de los autos por La Habana de 1982.

    Todo resultaba tan sencillo.»

Los comentarios están cerrados.

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Esta entrada fue publicada el 05/01/2013 por en Poesía.
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