Interstate 35 Highway
A Rogelio Guedea
Como si fuera al volante de la Station Wagon blanca
de mi padre.
Yo sin perder detalle.
Imitando sus movimientos.
Yo al volante.
Yo a salvo.
Yo veloz, levemente ansiosa,
como una tortuga lanzada al mar
por una gigantesca espiral de cromosomas
hacia un destino de neón y halógeno.
Yo cobijada por un cobalto
alterado,
a veces,
por los gritos
de una parvada
de migrantes.
Yo aerodinámica. Yo veloz,
Mi Yo, incluso gótico,
al narrar los increíbles arcos acerados
de puentes
apuntalando el cielo.
Calma y audaz Yo misma entre mareas de Yos.
Perfectamente Yo sincronizada a mi pulso,
al cronómetro en los pulsos de los demás conductores.
Muchas veces Yo, hacia tardes platinadas bajo el fresco sol
y un asfalto tibio, como una conversación alegre y fluida con mi padre.
Mi Mozart prestissimo.
Las puntas de los dedos tamborileando el volante.
Retrovisores alineados.
Un sorbo de café
para amanecer Yo
bajo el cielo de Kansas City.
Ahora soy Yo al volante
en la carretera.
Y a veces, siento que escucho la voz de mi padre:
¿quieres más jugo de naranja?
¿viste el rebaño de vacas que acabas de pasar?
¿Qué quieres?
¿Qué necesitas?
Una camisa nueva
para robarse el corazón de una mujer,
una hechura de algodón egipcio
de quinientas fibras,
como sábanas planchadas de gran hotelería,
como un almidonado bajomantel
donde se come rico.
Camisas con el mismo diseño
de hace dos siglos,
Victoria´s Secrets para el sexo femenino.
Camisas llanas
son las camisas del amor verdadero,
los Latin lovers son como el crochet de una madre
que bordó con verdadera pasión para el hijo favorito.
Huye de las camisas bordadas
como del perfume con base de violetas marchitas.
Toca madera, en serio.
El vino madura en la boca
gracias al sentimiento de culpa del olfato y la vista,
del tacto y el paladar;
lo desea la garganta
al saludar al oído,
al entreabrirse la boca,
al paladearse con toda la calma.
El vino tinto es mi gran favorito.
El paisaje magnífico de un trigo ondulante,
el mil y un cielos de un atardecer
sobre la arena color azafrán,
es una cafetera turca puesta a punto;
es un mate en medio de la cobija sobreprotectora
de la cúpula tinta del firmamento argentino,
es la Coca-Cola que obtienes si le das una moneda
a la consola de refrescos en la estación alucinada
bajo los cincuenta grados del Colorado Desert,
es el Indy Breakfast tea que bebes de Londres a Escocia
con un twist de chabacano.
Salud en la inmensidad tinta del cielo.
Salud en el ombligo de la Vía Láctea.
La copa se fragua a miles de grados centígrados,
cristaliza en un horno de arcilla,
en vides nutridas por minerales y moléculas de sol
que sólo piensan en la vid.
Los mejores viñedos,
las mejores tardes,
están ligadas como el vino
de bodegas celosamente guardadas
que necesita, urge, desea paladear
vid tras vid,
el alma de la copa de cristal bohemio.
Un corazón de chocolates
Odio los chocolates.
Mucho más los que son caprichos
de San Valentín:
demasiado alcohol,
demasiados azúcares,
demasiados sabores que envenenan.
Los odio por su alharaca,
los odio porque cada uno es diferente del anterior,
los odio porque no puedo evitarlos,
los odio porque sin su sabor no soy nada,
los odio porque sí,
porque del odio al amor
sólo hay un bocado.
Fisiología del amor
El arte poética del amor físico
suele ser referido a una cópula de genitales,
opuestos y complementarios,
que casi nunca tiene que ver siquiera con la válvula mitral
o la tricúspide.
A veces, se conecta con las glándulas sudoríferas y salivales,
con el cabello,
con las terminales nerviosas de un par de zonas erógenas,
y con uno de los cinco sentidos.
Y yo dije en voz alta:
basta de genitalia.
Los riñones son importantes
–el agua, al lado del vino, también es saludable–,
y también el hígado y el páncreas,
que disuelven los azúcares de San Valentín,
y la pleura,
fábrica de suspiros,
y la sangre engrosada y adelgazada
por el consumo de calorías,
y los huesos,
que nos permiten abrazar y correr
e ir a todas partes,
y la compleja nervadura de los músculos,
y los músculos,
que nos permiten manejar un automóvil,
y chocar una copa
o aferrar tenedores y cuchillos.
También son olvidadas las hormonas,
que fabrican la repulsión y atracción
de dos cuerpos vivientes.
Ah, y se olvida la electrónica sutil
que permite que una neurona se conecte o no,
temporal o intemporalmente,
con el resto de la ingeniería humana.
Agua
Mi planeta es un rectángulo de agua.
Un espejo al ras,
un corredor transparente.
Desde el pedestal, desde tu maillot negro,
desde el aire tibio,
recorres tu camino arañando la piel del agua
y dejas a los delfines azules
rozar tu hombro y costado.
La realidad es de agua.
Escucho agua: un aroma de agua limpia y delgadísima
me circunda en cada brazada.
los segundos son de agua,
la eternidad es equilibrio en el agua
entre el delgado cordón a la izquierda
y el denso muro del fin del agua.
Emerjo.
Me envuelve un mundo blanco de toallas,
Pavarotti y Bono
surgen de la lluvia constante
de las regaderas,
junto a las miles de gavetas del baño de mujeres.
Desde el área de mantenimiento
clama la voz de La Dolorosa:
–Odio estar aquí;
no dejo a mis hijos por gusto,
necesito el Seguro Social para el mayor, por las terapias–,
Un ejército de empleadas seca cada mosaico.
Mañana es otoño
A mis hermanos
Uníamos el tiempo
con las palmas de la mano.
Por el celeste caracol del frío
se deslizaba una galería
de briznas de otoño.
Los mayores temblaban
al ver la escasa luz,
sufrían de presagios.
Nosotros, pulgar e índice,
juntábamos sus alas.
Las muñecas y los maullidos
nos teñían un poco de espanto.
De la ceniza de la tierra
surgían en sobresalto
ellas,
las muy urracas.
Dana Gelinas (Monclova, Coahuila, 23 de marzo de 1962). Licenciada en Filosofía (Universidad de Guanajuato) y estudios de Maestría en la UNAM. Bajo un cielo de cal (Tierra Adentro, 1991; Instituto Coahuilense de Cultura/Tierra Adentro, 2006), Poliéster (Premio Nacional de Poesía Tijuana, IMAC, 2004; Universidad Autónoma de Coahuila, 2009), Altos Hornos (Praxis, 2006), Boxers (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, Joaquín Mortiz, 2006), Aves del paraíso (El Celta Miserable, 2009) Los trajes nuevos del emperador, Universidad Laval, Québec/ Ediciones Fósforo, 2011.
Me gustan estos poemas, Dana. Un saludo.