ADVERTENCIA
No duermas al lado de la fiera, el sueño que guarda
solo le pertenece, los tuyos, en cambio, los devora.
No desatines, una mujer parturienta es una loba,
una loca defendiendo su destino del peor de los postores.
Ayer era una muchacha suave, todos venían y opinaban,
todos decían lo que era el cielo y el infierno,
con los ojos espantados me apretaba el pecho y esperaba: nada
especial, nada que cambiara el rumbo de la tierra.
Cuando tenía dos meses de embarazo, acariciaba mi vientre y
sonreía, mis dedos eran el tensor, el catador, por mis dedos
pasaba la electricidad del mundo. Hoy bajo a buscar el pan,
hago las colas de costumbre y miro las cabezas
como pequeños universos desafiantes.
Cuando tenía siete meses de embarazo, desnuda, en el baño,
miraba hacia mi vientre, qué hago ahora,
me decía, cómo volver a mi, a mi estar sola?
Mientras preparo el café, ese sabor amargo que nos place
degustar, hago el recuento de las vajillas rotas: el cementerio
de los buenos y los malos pensamientos. El susto de saber
que iba a compartir mi cuerpo,
mostrar , mi escualidez para burla o placer.
Acomodo las tazas, sirvo diligente,
entre la que sospechan y adivinan estoy yo.
A la hora del parto, llena de aparatos, de médicos,
nada podía hacer con tanto miedo.
De la Sagrada Familia
sólo quedaba mi estupor y la certeza de que estaba sola con mi hijo.
Acostarse o despertar, sin mirar la fiera,
sin contarle tus sueños, sin esperar,
para que no trafique con tu hambre, y tu desazón vaya a la tierra,
como cualquier muerto, a podrirse.
Soy un pájaro de fuego que rompe el cielo,
la niña, la muchachita desolada invitada a los milagros de la noche.
El ojo extraño asesina y hace huir al pájaro.
El ojo extraño vuelve carroña lo que alcanza.
Una mano sobre mi cabeza aliviaría tanto miedo.
Asomo los ojos espantados
víctimas y cómplices de tanta violación.
La niña está aterrada, cómo podré ampararla, presa en los espejos,
en su nube de insectos.
Los hombres que la violaron viven de espaldas para siempre,
fijos como monstruos.
la memoria es un barco luminoso,
sólo para ti su carga, las cabezas sangrantes,
mientras las aguas, tranquilas, golpean las orillas de mis ojos.
Un pájaro rojo, un pájaro incendiando despojos del tiempo,
sobreviviendo. Un pájaro para redimir.
La noche está a sus pies, misteriosa.
La niña, la muchachita, resplandeciente como un milagro.
Que nadie participe, que nadie la conozca
el ojo extraño asesina
y hace huir
al pájaro de fuego.
En esa edad incierta de los diez o los doce años,
atravesaba el campo que me separaba de la escuela
con la audacia de un pájaro silvestre, allí tendía las alas
para que me iluminara Sor Juana Inés de la Cruz.
Su verso, y su discurso en la Carta Athenagórica
espabilaban más mi corazón que la magia del mapamundi.
Allí descubría los subterfugios y las caídas
del cielo donde planeaba mi acrobacia. Ni asombro
ni arrebato, una libertad que postergaba la certeza
de la fragilidad y la fuga de un mundo irrescatable.
Confesada ante mi propia ceremonia miraba la altura
de los árboles y quedaba desamparada y agradecida,
la nada era yo misma simulando inocencia y gracia,
náufraga que no sabe dónde seguir o regresar,
sólo Sor Juana iluminando el animal acosado de la
adolescencia, aliviando la sabana neutral que alertaba
las posibles respuestas, señales que quedaron para plantear un desafío,
un reclamo, a la desobediente que se ha quedado allí,
en su pupitre de madera, burlona y feliz.
CIRA ANDRÉS ESQUIVEL: (Cuba, 1954) Es graduada de la Escuela Nacional de Instructores de Arte. Tiene publicados los poemarios Visiones(1987), Sobre el brocado de los ojos (1991), Parábolas (2003) y Gertrudis Gómez de Avellaneda. Memorias de una mujer libre (2008). Ha sido antologada en Cuba, España, México, Inglaterra, Italia, Unión Soviética. Ha colaborado con varias publicaciones periódicas del mundo. Reside desde 1999 en Barcelona.