Los papeles sabios
Llegado el tiempo de las inevitables conversaciones.
Cuando una palabra no es exactamente una palabra
sino un disparo entre dos.
Cuando una palabra es casi una declaración de culpabilidad.
Llegado el tiempo de esas inevitables conversaciones.
Sobre qué escribir entonces.
Si tengo cosas que callar. Y lo que pienso es lo que escribo.
Si ya no sé de qué parte quedan los amigos.
Qué dirán sobre el papel. O qué no dejan
escrito sobre el papel de rosas. Un papel de flores muertas.
Cadáveres que hieden en mis manos
o se pudren entre sus labios.
(Lo sé por la maleza de sus sílabas).
De qué lado quedan entonces los amigos.
Hoy que han venido preguntando
por las páginas tristes de Guillermo.
Y el dolor ha saltado de mi mano como un tigre.
Y luego ─con temblor─ anuncio a la voz interesada
que Guillermo se ha ido de esta casa.
Hoy un hombre ha sido preguntado.
Y de cada palabra que dijo fue quedando un rastro
sobre el papel que escuchaba.
Los papeles sabios.
A veces soy el enemigo. A veces soy el aliado.
Nadie pregunta por mis temores.
Y es que debo ─como Borges─ justificar lo que me hiere.
Soy el poeta. Y no logro construir con palabras
las mágicas combinaciones que pudieran evadir
una conversación inevitable.
Hoy un hombre ha sido preguntado.
Cuando llegó a casa lavó su cuerpo. Recortó el cabello.
Destruyó algunos poemas.
Quería ser otro.
Toda felicidad es inocencia.
Marguerite Yourcenar
Mirábamos la sombra del árbol.
Tú dijiste que sus hojas parecían de cristal.
Y yo escribí un poema
que hablaba de la pérdida
de la inocencia y la felicidad
que no teníamos ─lo recuerdo.
Después
pasó el tiempo.
Y ahora que ya no tenemos árbol
ni la inocencia de entonces
nos damos cuenta de que la felicidad
era aquella sombra tan parecida a un cristal.
Donde las fieras abrevan
hasta aquí llegaron
después me dieron las instrucciones
para sobrevivir
y la sobrevida era
marcar mi territorio
o dormir junto a las bestias.
Amando viendo morir la tarde largamente
Amando viendo morir la tarde largamente
desgarrada por la zarza marginal
amparándonos humilde del sobresalto de los cuerpos
conspirando más allá de nosotros mismos
sin obra perdurable ni ansias de durar
sólo el reclamo para que nos dejaran en paz
que la eternidad era morir atravesados por la zarza
ese el verso envidiable
amando viendo morir la tarde largamente
o imaginando cómo se moría
cómo crecían sobre la piel las flores lilas del deseo
como si el deseo fuera la carta oculta
y el nuestro el que jugamos un juego obsceno
cuando en realidad tu mano era la de un niño
y mi ofrecimiento no superaba tu inocencia
no iba más allá de estas ansias por transitar tus espacios
de saberte a mi lado con los ojos grandes de miedo
cuando te invitaba a que cruzaras solo el río
a que probaras de algún fruto desconocido
o escuchabas el canto oscuro de un pájaro
el reptil que a su paso abre en dos el yerbazal
como a un mar antiguo.
Y mientras bebíamos de las savias
declarábamos impostergable la urgencia de otro deseo
decidir sí/ no
cuando el miedo te empujaba al
no cuando en verdad
querías decidir
sí y terminabas diciendo
sí
de ese modo tu rostro se volvía
humanamente más hermoso
amparado por la zarza
lejos de estas tardes de febrero
en las que tu amor salta como un pez entre mis manos.
Negra leche del alba
te bebemos al amanecer
(Oración para pedir la rosa de nadie)
La rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.
A. Rimbaud
I
Bebiendo a sorbos de muerte, la negra leche del alba, estaba yo contemplando las rosas que me han tocado en este mundo y por las que Dios viene a la tierra, sin el temor de perder el camino que lo llevará de vuelta a las estancias donde sabe estarse quieto.
Allí, a la intemperie, contemplé la rosa suicida de Yukio Mishima, la rosa de oro de Beijing, y la rosa radiactiva del país de los soles rasantes.
Junto a los márgenes evidentes de la sobrevida, estaba yo, pidiéndole una rosa verdadera a Santa Teresita de los Cementerios y le pedía, además, que me ayudara a creer siempre en el gran Amor que Dios me tiene, de modo que yo pudiera echar una mirada a mi alrededor con la paz de los vencidos y la fe de encontrar en las rosas que se me mostraban la flor perdida, la innombrada rosa del Poeta muerto. Pero, en su lugar, se me mostraban todas las rosas del mundo, la rosa escrita de Amherst ─la rosa de Emily Dickinson─ y la rosa de arena, la rosa de Beirut.
Abrían también a mis pies, la rosa imperial austríaca; la rosa cruzada, la flor negra y la rosa del Ponto Euxino que alabara Ovidio en su exilio. Otras, en cambio, se negaban a ser miradas, como la rosa hermética de la Cábala y la rosa mágica y secreta de los judíos.
Ya me marchaba a las horas brutales de la autocompasión, cuando una rosa, al centro de la noche umbría, se alzó como una estrella de sangre sobre los coágulos de la aurora. Y allí estaba frente a mis ojos, resistiéndose al fuego sobre un montículo de cenizas, la rosa de nadie, que resultó ser nada menos que la rosa de Paul Celan.
II
Paul Celan aparta el coágulo de los labios, la rosa de las ruinas; sopla en la jarra donde bebe y su aliento acompaña la mordida al fruto de los mudos, al corazón que mastican sus asesinos, en silencio.
Abre las páginas del diario. Apunta: “Una sombra sobre las aguas
del Sena es una imagen fácil de retener en el papel callado…”
Paul Celan proyecta a la masa líquida el cuerpo de un hombre.
Y ese hombre escribe cantos por doquier.
Cómo es posible escribir versos, Dios mío, no antes o después
sino durante la concentración de las almas, cuando los días se
pegan con un hilo gelatinoso al cráneo.
Por último, lee a Hölderlin: “A veces el genio cae en la oscuridad
y se hunde en el oscuro pozo de su corazón”.
III
Su corazón se hunde.
El otoño comienza a dictarle monótonamente una frase:
“Tiempo es de que sea tiempo”.
Y mira a la tierra con un dolor humano.
Es el tiempo en que deben florecer los almendros,
las piedras dar fruto suave,
conversar y luego escribir un poema,
sin levantar sospechas.
IV
Cómo escribir un verso.
Me aparto el hambre con un golpe de ojos en la garganta y
concluyo: “Escribir un poema después de Auschwitz es
bárbaro” (Theodor Adorno).
Por eso no escribo, dejo gotear la negra leche de los labios
negados a beber, sincronizo los relojes, decido por un tiempo
que habrá de llegar como un golpe de agua o como el río que
devuelve sobre los bancos de arena a sus difuntos.
V
Santa Teresita de los Cementerios, pido para nuestros muertos,
la rosa que habrá de acompañarlos mientras duren los días de
Paul Celan sobre la tierra.
Luis Yuseff (Holguín, 1975). Tiene publicado los poemarios: El traidor a las palomas (Eds. Holguín, 2002), Vals de los cuerpos cortados (Eds. Holguín; Premio De la Ciudad de Holguín), Yo me llamaba Antonio Broccardo (Eds. Almargen; Premio Alcorta), Esquema de la impura rosa (Eds. Vigía; Premio Anual de Poesía América Bobia), y Golpear las ventanas (Ed. Letras Cubanas; Premio Pinos Nuevos), todos en el 2004; Salón de última espera (Casa Editora Abril, 2007; Premio Calendario), Los silencios profundos (Eds. Holguín, 2009; Premio Nacional de Poesía Adelaida del Mármol), La rosa en su jaula (Ed. Oriente, 2010; Premio Oriente de Poesía José Manuel Poveda), Los frutos de Taormina (Ed. Matanzas, 2010; Premio José Jacinto Milanés de Poesía) y Aspersores (Ed. Letras Cubanas, 2012; Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2012). En el 2009 recibió el Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, con el cuaderno “Dolor de la resurrección”. Poemas suyos aparecen recogidos en varias antologías, revistas y periódicos de Canadá, Perú, El Salvador, Honduras, México, Nicaragua, España y Nueva Zelandia.