Del poemario: El cristal entre la luz
i.
En ti vivió siempre un caballo de madera. Los dioses
que inventamos tuvieron miedo a perder
el sentido, como faros que a nadie guían.
De piedra hicimos nuestra ciudad y también
de muertos callados.
De las esquirlas del amor quedó su cicatriz.
Y no hubo vencedor para la hazaña.
En ti la abeja construyó su panal. No hubo siglo
en que no resucitaras de cuerpo en cuerpo de mujer.
De años de esperar los navíos del regreso
se pobló nuestro tiempo.
En las primeras hojas de café está escrito:
Volverá una legión a marcha forzada
a buscar a sus héroes y no habrá murallas
que se resistan.
Entre tanto, cabalgó el jinete y se multiplicó
la miel.
ii.
Permíteme reconstruir el instante en que un sol anaranjado
se inclinó ante ti. La sandalia y la arena
en los trazos tenues de la evaporación del día.
La esquina de madera de tantos viajes
a tu centro. El hilo de plata sobre tu cuello
y el peso de tu presencia
como un perfecto vaso de ébano.
Permíteme rehacer el horizonte de tu mirada y la comisura
de tus labios. La mano alzada del afecto
y la vibración del mejor abrazo.
No ha de entristecernos que la vida
sea superior a nuestro sueño. Hagamos una fiesta
por los vivos. Prendamos las hogueras
y que se baile.
De carmelita se hizo tu corazón y de púrpura
su latir.
iii.
Para ti, la llave y el fulgor; para mí, el borde
de la espuma. Llegarán a tus pies los días
infranqueables como guerreros vencidos.
Y llegará, también, la llovizna como la espada
que cortaba en dos el arrecife. Una suerte
de luz derramada sobre tu frente.
Una algarabía de gaviotas revoloteando
en un recuerdo vivo.
Para ti, el cristal y la flor; para mí, la voz baja
de los templos. Las horas arenosas
y los retazos del amor como alas de corcel.
A contraviento el navío y la ola.
Si en la memoria es capaz de perdurar el ardor,
créeme que aún centellea la aurora entre la yema
de tus dedos.
iv.
Descansa también esta noche. El día vendrá de relevo
y apagarás la lámpara. Hay suficiente bálsamo
en las botellas y agua en las cantimploras.
De la piel y el hilo haremos tus zapatos
para el polvo. Será como partir.
Como recordarse con los años.
De tus diamantes los mejores se cortaron
de tus lágrimas. Y de tus adioses
perdurarán, sobre todo, las instrucciones
para el viaje.
Descansa también este día. La noche vendrá a cascadas
y las luciérnagas seguramente estarán allí.
De los millones de estrellas escogeremos
un astro guía y de la luna el entorno
de su espesura. Será como seguir.
Como proponerse lo cierto.
Cosimos a tiempo tu sonrisa en la transparencia
y las bienvenidas en el pecho
de quienes te aguardan.
v.
Tuve el honor de tus ojos.
Dos documentos impresos
donde pudo leerse por siempre
la coronación de lo vivo.
Un enjambre de estrellas, una bandada de gorriones
llenando el mar, una morada de palabras
y la espléndida explosión de la orquídea
en el filo de su violáceo amanecer.
Tuve el privilegio de ti.
De tu fluir y de tu talle
como un trazo de sándalo y arco.
Tu voluntad de metal y la imperceptible impresión
de bajorrelieve de tus manos en el aire.
Una certidumbre, un desplegar,
una aleación de lo tierno y el coraje,
como la cálida y honorable campana
de tu privilegiada resonancia.
Del libro: Ardor en la memoria
AQUEL PAIS EN SU MEMORIA
Ella me hablaba del lugar donde nació,
caliente, húmedo y fluvial,
como quien cuenta el naufragio de un país.
Al oírle, daba la impresión de que esa patria selvática,
que describía hasta en los sonidos de las aves
y el temor a las jaurías de animales de ojos violáceos,
quedaba demasiado lejos.
Sus historias quedaban truncas,
abatidas por un silencio ardiente y melancólico,
hijo de una lejanía.
Siempre sentí temor cuando repetía
que los huracanes aparecían de pronto
como gigantes sin rumbo que todo lo arrasaban.
Pero me contaba de su país de montañas
desde donde se miraban dos mares a la vez,
página a página,
rugido a rugido,
como los vientos abruptos y los aguajes
que cuarteaban las orillas de los esteros.
Cuando la lluvia nos encerraba en casa
y no podíamos salir,
le pedía que me dijera cómo era aquel lugar
de árboles tan altos como el cielo
y de escarabajos de color lapislázuli.
Y, entonces, su país era una bruma alegre en sus ojos.
Su inolvidable país donde el sol era una fiesta roja
que teñía el océano,
manojos de sal y espuma en las noches fosforescentes
donde las estrellas fugaces se contaban por cientos.
El país que a fuerza de remembranzas
permaneció inalterable en su corazón de cristal
y en su memoria fresca
y que, de cuando en cuando, abría
para verlo flotar en un mar de lágrimas.
Del libro: el deslumbrante mar que nos hizo
(Selección)
Ω
Habité la ola
y la almeja,
la palma y el aluvión,
el risco y la barrera coralina.
Viví en esta tierra inseparable del mar;
en la delicada costura
de hilos de plata y fragmentos de luz,
en la hora asombrosa de la alta marea,
en la tórrida humedad,
en el silbido lila del viento
y en el anchuroso ramaje de los guayacanes.
Entre el viento y el sopor
está mi patria;
entre el cielo y el agua
está mi hogar;
entre la tierra y el océano
mi enorme,
inmensurable y amado país.
Ω
En el mar nunca está lo inerte.
Es un cofre tallado
en la circunferencia del planeta,
un recinto de cristal,
una desmesurada hoja de papiro,
la espalda sudada del cíclope,
el hondo y noble anhelo,
el líquido en la médula y la retina,
nunca la cripta,
jamás la catacumba,
el basurero.
Ni el tiempo congelado en las profundidades
ha sido capaz de desollar la evidencia
de este empecinado bastión
de la vida.
Piedras, agua, barro, nácares, ostras
se apelotonan en la defensa
de la beldad de este lugar seductor.
Siempre queda la huella
en el timón de la nave,
los pliegues de los labios
que bebieron de una vasija,
el sudor de las manos laceradas,
el salitre impregnado en la soga,
la magulladura quejumbrosa
por un trozo de metal.
Siempre el océano devuelve
los restos deshilachados
de los náufragos;
acaba con la ausencia
y la atroz vaciedad
que deja la despedida,
la voz inaudible atorada en la garganta
y la espera desolada;
en los ocultos cementerios del océano
sepulta y acalla los ecos de los estertores;
recobra los objetos que no perecieron,
los recuerdos mojados y dispersos
que no se ahogaron
y los velámenes azufrados
que nos indican el lugar exacto
donde rescatar a los que perdimos
en un inconsolable mar de lágrimas.
Ω
Todavía se ve pasar el bajel fantasma,
la nave esclava,
la impotencia aprisionada
y la rebelión.
Desde aquí,
puede verse aún cómo entra a la bahía
el cortejo silente
que luego desaparece.
En el agua labrada
está la indeleble imagen
de la multitud despreciada
en la travesía sin retorno;
de los avasallados
en las flotas oscuras y sin banderas
que traficaron entre los océanos erizados;
la laceración de las cadenas,
y el castigo mordaz;
los que cantaban
para espantar las calamidades
y se erguían ante el látigo;
los que fueron embestidos y enjaulados,
con hematomas en sus médulas
y la ira enroscada
detrás de los dientes.
Los apátridas forzados
atados a un destino ignoto,
a una tierra extraña
que terminó siendo suya y no de sus captores.
Nuestra historia está hecha
de esclavitud y libertad,
de idas y vueltas,
de llegadas y partidas,
de adioses y reencuentros;
siempre en la reminiscencia
del agua perpetua
y de la quietud
de sus imponentes lontananzas.
Ω
Aquí fuimos gestados,
en la placenta de las espumas
y las mareas.
Aquí nos recordarán
los que aún están por arribar;
los que vendrán despacio,
sin prisa
y en la edad justa;
los que reanimarán
otra vez todos los fuegos
y tendrán la sangre dulce
y el sol de ámbar bordado en sus pupilas.
Los que serán mejores de lo que fuimos,
y sabrán perdonar;
los que nunca matarán
ni envilecerán;
los prometidos por el cielo,
para quienes cuidamos como mejor pudimos
este rincón querido.
Los inmortales de las edades por venir,
que reaparecerán en la línea del horizonte
que tanto escudriñamos
y que tanto nos provocó soñar.
Manuel Orestes Nieto: Panamá, 1951. Licenciado en Filosofía e Historia por la Universidad Santa María La Antigua. Premio Nacional de Literatura «Ricardo Miró» de poesía en cinco ocasiones: 1972, 1983, 1996, 2002 y 2012 con sus libros Reconstrucción de los Hechos, Panamá en la Memoria de los Mares, El Mar de los Sargazos, Nadie llegará mañana y El deslumbrante mar que nos hizo.
Premio «Casa de las Américas» 1975 de poesía con Dar la Cara. En 1973 había recibido una Mención como finalista en este mismo certamen (Premio Casa de las Américas, poesía) con su libro: Adentro Reconozco que me duele todo. Ostenta la Medalla Gabriela Mistral, otorgada por el gobierno de Chile en ocasión del 50° Aniversario del Premio Nobel de Literatura a la escritora chilena (1996). Alta Mención Honorífica del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, poesía, 1999, con su poemario: Este lugar oscuro del planeta. Premio Extraordinario de Literatura “Pedro Correa”, 2000, a la excelencia literaria por el conjunto de su obra publicada. En el 2010 recibe el Premio Honorífico José Lezama Lima en poesía, de Casa de las Américas, que anualmente otorga esta prestigiosa institución literaria y cultural de continente, por su obra reunida de cuarenta años de sostenida creación poética: “El cristal entre la luz.”
Además de los libros premiados ya señalados, es autor de: Poemas al hombre de la Calle (1968-1970), Enemigo Común (1974), Diminuto país de gigantes crímenes (1975), Oratorio para Victoriano Lorenzo (1976), Poeta de Utilidad Pública (1990) y la antología Rendición de Cuentas (1991) que recoge veinte años de su producción poética. El imperecedero fulgor (1996); El legado de Omar Torrijos, Panamá, dos ediciones, 1997 y 1999. El país iluminado (La Rama Dorada, Ediciones Literarias, Panamá, 2001 y segunda edición, 2003); Ala grabada en blanco (La Rama Dorada, Ediciones Literarias, Panamá, 2001). Ardor en la memoria (2008).