DEL GRAN TEATRO DEL MUNDO
Acopios del día: cerrar postigos, no sea que
Selene se atore en la
ventana, conmigo se
desespere, la demencia
en las pupilas se me atore.
En el diván, sin escucha, ni locución, ni locomoción
(floja la dentadura) estar
echado todo el día sin
alcanzar un ampo de
esplendor entre una
sarta de dioses
menores, o de
pescadores, o de
indigentes en sus
harapos (macerados)
acicalados.
Apenas tolero ya alimentos blandos, del día majados,
soy semoviente,
me suplanta otro
contorno, otra
sombra, me
aflijo por unas
funciones vegetativas
descomponiendo los
flejes de un reloj.
Apoyada la espalda a cuatro almohadas, en pleno
verano el edredón de
plumones a la altura
del pecho, miro unos
libros de Calderón en
la repisa, cuánto dejo
atrás sin leer (de lo
leído casi todo está
desleído, poco se
ha segregado): es
provechoso que Marta
y María anden juntas,
Morada séptima de
Teresa.
Todo acopio en mí contiene una hormiga (no fui
mirmidón) un plátano de
Indias (tiemblo de sólo
pensar que deambulo
perdido a solas por un
bosque espeso sin
claraboyas) un cuaderno
de apuntes, la portada
de un libro rojo recién
retomado, por una
rendija escucho
lecciones de tinieblas
de Couperin, yo me
lavo las manos.
En este acopio la materia no me atañe: nada retengo,
no hay cruz ni estrella,
carezco de interior
espectáculo, me
contento con unas
bambalinas para ver
pasar galas, árboles
de fuego, paramentos:
un osario las carteleras
del mes pasado, arias
que silbara, motetes
que canto, me apego
a un manto de cristal
(sin reflejo) barahúnda
de debajo no me
alcanza.
ACTA EST FABULA
La exprime, y ni una gota. Ni dulce ni agria. Y la
ubre, seca. El pecho de
la madre, odre repleta,
nunca lo sació.
Y
ahora
qué.
La hora no termina. De diez a once de la mañana,
un siglo. De diez a once
de la noche, en la
oscurana, el cuervo
en el alféizar de la
ventana, pasadizos,
vuelta y vuelta de
los silencios del
cero, cero adyacente
al silencio cero, deja
de un salto la cama,
está sudado, un sudor
frío, la frente perlada
de un gélido rocío, su
corona de espinas la
noche. Meses que
no puede leer, de
escritura ni hablar,
conversar de qué
y con quién, y menos
a estas altas horas,
busca entretener la
hora, enturbiarla para
no verla, y la hora
no
transcurre.
Obras quiere el Señor, así la comadre Teresa: y él
obra de mañana en el
retrete, se limpia, se
lava a fondo, refresca
con polvo de talco la
pudenda, la baja zona,
delante, detrás, se
queda en pijama
(¿para los restos?):
iba a hacer calistenia,
a leer el libro que
abandonó sobre la
tapa del piano hace
meses, rebusca una
hoja de papel de
contabilidad que
dejó a medio escribir,
iba que iba, quería y
quisiera, y por sus
ojos cruzan de derecha
a izquierda, de viceversa
a viceversa tachaduras,
chapones, un borrón
a la revocación de su
existencia. Las once
según la hora en tres
relojes de la mañana,
se acerca al teléfono,
no descuelga, ánimo
se infunde, baja la
vista, los pies afinca,
una malva un ciempiés
su
somnolencia.
JOSÉ KOZER (La Habana, 1940). De padre polaco y madre checoslovaca, emigra a los Estados Unidos en 1960, donde ejerce como profesor universitario hasta 1997. Ha publicado más de cincuenta libros de poesía, entre los que se destacan Jarrón de las abreviaturas (1980), Bajo este cien (1983), La garza sin sombras (1985), El carillón de los muertos (1987), Carece de causa (1988), Anima (2002), Y del esparto la invariabilidad (2005), y Trasvasando (2006). Asimismo ha sido antologado en algunas de las más importantes antologías de lengua hispana como Medusario (Fondo de Cultura Económica, 1996) y Antología crítica de la poesía del lenguaje (Aldus, 2009). Ganador del Premio Iberoamericano de Poesía «Pablo Neruda» 2013.
Alegra que Kozer esté en Conexos.
un homenaje merecido, gracias.