SUFICIENTE POR HOY
Suficiente por hoy, voy a dormirme
sobre un pedazo de estopa encendida,
sobre el aspa de un molino, mañana es otro día.
He cantado y aún soy pobre;
tengo una luz que encandila, un reptil,
un paquete de habas, una piedra y un hilo;
recuerdo que tenía un par de cosas más,
pero ni modo.
Ahora poseo un hueco también hacia la nada.
He perdido, pero tener un hueco,
un lugar que conduce, un orificio perfecto,
es algo que compensa lo perdido.
Sostengo la nada como una esfera fría,
hundido en su espesor tirito.
Rufo de mí mismo, soy mi padre y mi madre,
antes de mí no hay nada.
Cuando escribo con esas líneas rectas
en renglones torcidos, en aljibes pulimentados por el moho,
los graffiti de mi angustia,
tengo la soberbia de convocar un aguacero.
Que entréis vientos de la desolación en la casa mayor,
granizos, raíles de punta, gatos y perros renqueantes,
este hombre que aquí veis tiene la nada,
por eso tiene que ser más fuerte que el vacío.
La nafta, líquido volátil, laguna de peces deformes,
unas flores arden y otras flotan sobre la alberca.
Los ojos de la res decapitada en la tarima,
de la cabeza del pez, del manifiesto marino,
del dictador momificado faraón fálico,
cazador algonquino que se come la nieve,
mientras carga la luna en sus espaldas:
un morral, un ensarte de mujeres soles
y un trillo entre los giralunas.
No-me-olvides, florcita recatada,
madre que en la trastienda restriega los calderos;
una flor que se ruboriza en un agujero negro,
entre las pálidas tetillas de un muerto.
Flor de muerto, echa raíces en la carne putrefacta.
Vuélvete un árbol ralo, un surtidor de fuego,
una buganvilla, una sombra de rojos resplandores.
Ayer escuché una corneta china,
y ruidos de sartenes y cucharas;
pero en Vueltabajo sólo existe el silencio,
la planicie entre mogotes, la llanura marina.
Si te apunto con este dedo te mato.
Si me disparo un tiro de humo a quemarropa
no hay palabra más elocuente que el silencio.
Por eso cargo con él y entro despacio
en los corredores de la nada.
No sé cómo me escamotearon un país que era mío,
como un trozo de vidrio, una culebra,
un tacón de mujer, un arpón rústico,
la punta envenenada del venablo:
una isla de jonases náufragos.
Todos me interrumpen, quiero escribir en paz.
Escribir nunca ha sido una tarea fácil.
Soy el loco que habla consigo,
el que escribe consigo largas letanías a la nada.
Mi locura es mortal tengan cuidado
puedo escribir a veces con un arma en la nuca,
con cientos de ojos vigilantes que revolotean sobre la noche
y sentir el aleteo frío y la saliva,
y escribir en la palma de mi mano
un conjuro que lo desaparezca todo.
Fantasmas míos, verdugos míos,
habiéndomelo quitado todo me enseñaron
que un hombre de verdad vive sin prisa.
PUDIERA SER PERO NO ES CIERTO
Dulce varón que enciendes la lámpara y te vas,
las nubes desgarradas traen recuerdos frescos,
y tú tan pobre
/hierático,
volcado sobre los pechos del incendio.
Tu mujer tiene ganas de prenderse fuego,
te descubre un tímido arbusto
y es la puerta por donde respiras ese olor
que arremolina en bandadas a las bestias.
Pobre muchacho detenido en seco
/por el alucinado golpe del no puedo;
nunca se te insinuó la muerte a más que el polvo
se levantaba como piedra en tu camino,
pero recogías en tu camisa anudada en el abdomen
un racimo de culpas
abiertas, sangrantes, descuartizadas
en el pusilánime acto de reposar
/bajo el tierno sopor de los laureles.
No fuiste. No, no fuiste,
ni por asomo las alas
y el sibarítico ensueño
de los hímenes quebrados;
no tenías ganas de pastar,
y era el otoño una ciudad desdibujada,
desvanecida en la penumbra
/casi límpida.
Charca podrida en que estalla la granada
que llevas aprisionada entre las piernas.
No tenías ganas de pastar
con el insulso frenesí de las aves
que maduran a picotazos las espinas.
Y eran espinas
/si no por qué aquella sangre
que brota habitualmente de la raíz del árbol,
que se eleva como un montículo,
una tumba a prueba de ángeles.
Donde en la cima de la gruta
/revientan volcanes
o se destapan tísicas colmenas.
Levantaste la lámpara,
pero era tu rostro en el espejo una mancha difusa,
era mentira el acero refractario,
era mentira el azogue y el óxido era mentira.
CASA OBSCURA, ALDEA SUMERGIDA
Una noche de estas, cuando no puedas ya verte las manos,
agotado el obscuro carbón que te ilumina,
lo único tibio que nos quedará será tu aliento.
Intentaré acercar mis labios curados por las mismas agujas
con que hago arder paciente el cielo de nuestra soledad.
A falta de la pupila sedienta que viaja hacia adentro,
para recordar tu cuerpo de agua derramada,
el perfil que la miel de la ceguera distorsiona,
para respirar, al menos, el olor de una cabellera oxidada,
no nos quedará más remedio
que volvernos a acariciar como antes.
Ya vimos demasiado, nunca veremos suficiente.
Teníamos un dios que dijo hágase la obscuridad,
tanta luz hiere los ojos.
Y la mirada regresó a su hueco esplendoroso,
de donde nunca debió salir.
Un día de estos, seremos los ahogados que el mar devuelve,
los navegantes rígidos que reposan inquietos,
descubriremos que las aldeas sumergidas,
nuestro mundo acuático es un reloj de agua suspendido.
Y lloraremos con la risa del que lo entiende todo.
Nos tocó el diluvio, pero con precisión se acerca la sequía.
Somos aún ingenuos que no sabemos qué es mejor.
Un día también olvidaremos
y la luz, toda la luz guardada con esmero,
reventará en su lumbre.
Una casa nunca fue más que una hoguera.
Pero nos empeñamos en levantar paredes, en poner un techo.
EN LA DESPENSA
Ya pasó la juventud y fui enrolado en el ejército;
pero no pasó el tiempo de la angustia
ni la vigilia
ni el anatema como un golpe de culata
en los riñones.
Era débil entonces para echar la piedra
cuesta arriba
desgarrando la carne y abriendo los caminos.
Tomé mi puñado de ceniza,
la que habría de untarme sobre las lágrimas
y las pestañas, sobre el pelo rucio,
sobre las ropas rasgadas para pedir clemencia
y sufrí por primera vez el desengaño.
No pude hacer el amor aquella tarde.
La carne que persigue el soldado con la avidez de un preso,
tenía un sabor ácido y el olor de
la piltrafa hervida
que devoraban los perros cada madrugada.
Estaba ebrio, el fuego del alcohol de los cañones,
me quemaba las vísceras.
Era el sexo de un payaso grotesco cabalgando una búfala.
Su carmín, su aliento extraño de una noche,
se mezclaban con el sudor de mis axilas.
Me sentí ya un hombre, calmando las heridas del amor
con la lujuria.
Al cerrar los ojos vino a mí todo el azoro,
la muerte del niño que escribe poemas en el aire.
En qué animal extraño la vejez
me ha convertido.
En la foto desdibujada me veo joven
fumando un cigarrillo,
el kepis ladeado, el sambrán al cuello.
Ese cinturón de hebilla militar
que alguna vez estalló
sobre la espalda de un soldado.
En esta despensa, con meticulosidad
de almacenero,
escondo las fotos del pasado,
las historias que prefiero olvidar,
y la memoria,
sobre todo la memoria de un tiempo
que nunca fue mejor.
Estos poemas pertenecen al libro Passar Páxaros / Casa Obscura, Aldea Sumergida (Hypermedia Americas, 2014).
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Joaquín Badajoz
(Foto cortesía del autor)
JOAQUÍN BADAJOZ es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la American Comparative Literature Association (ACLA) y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). Miembro de los consejos editoriales de Glosas (ANLE), RANLE (Revista de la ANLE) y OtroLunes (Madrid/Berlín). Ha publicado ensayos, reseñas, crítica de arte, poesía y narrativa en revistas y antologías de EE.UU., España, Francia, México, Panamá, Polonia y Cuba. Coautor de Enciclopedia del Español en Estados Unidos (2008), Hablando bien se entiende la gente (2010) y Diccionario de Americanismos (2010). Es columnista de El Nuevo Herald (EE.UU.) y editor de portada de Yahoo!