Recorren las calles del pequeño pueblo
la hilera de niños en silencio,
ruidos cotidianos los acompañan.
De la mano algunos;
ella, intenta quedar rezagada
en la casa le han dicho que no vaya
no hubo explicación, no entendió motivos
sólo la recomendación “no participes”.
Siempre el anonimato, este ha sido su única arma
perderse entre los rostros
las siluetas que la cercan
cómo entonces “ser”
cómo entonces “escapar”.
Pasa frente al jardín: la uva cubriendo
la seguridad de los mosaicos cuarteados,
la mata de paraíso sosteniendo la buena esperanza
los sillones de madera aguardándola,
dejan atrás la casa verde,
el 1413 perdido entre las hojas puntiagudas
de la parra, la muralla la persigue con su aroma.
Siguen los niños desfilando su línea de culpa
sus rostros inocentes van marcando una mancha
a medida que se alejan.
Sobre sus espaldas llevan un peso de eternidad
sus manos nunca más levantarán el mechón tras la oreja
sus bocas robadas de aquel beso, sus vidas
selladas al país de Nunca Jamás.
Hoy no persigue el ave al aguilucho que devorará a su pichón
su grito de dolor no homogeniza la mañana con mis pensamientos,
sobre el reloj no reposan las patas fuertes del ladrón
bajo la mirada lastimera de la madre.
Hoy, avanzo con una esperanza ocupando mi corazón
el día iluminado, la luna llena disolviéndose
la silueta del poeta en sus formas, aún visible.
Sobre el asfalto corren mañaneras lagartijas
apresuran su paso para perderse
entre las hojas de los arbustos que cercan el edificio.
Trazos verdes al ojo distraído, líneas negras al paso indolente
la carita elevada, el cuerpo retorcido, la mirada atenta en mí,
la mancha apretada al abdomen.
El dolor siempre está latente
no me atrevo a levantar mi paso y marcar la huella
romper el Mandala hermoso, trazar el brazo contra la arena.
Desvío mi vista, no ejercito la piedad mayúscula.
No podría soportar ese golpe
No puedo presionar la piedra contra la rana, la cucaracha, la araña
No podría resistir ese recorrido desde la planta del pie bajo la espina dorsal
(hasta la nuca.
Transito el habitual camino, dejo atrás unos ojos llenos de incógnitas.
El dolor siempre manifiesto.
Echa a andar, toma el abanico, el bolso antiguo, el broche de amatista
las figuras de jade, las doncellas talladas en olorosa madera
el cofre de porcelana, el cuadro sobre el chiforrover, el cuerno prometedor
de abundancia, el vanity en la cómoda; corre las cortinas al pasillo
cierra las persianas al ruido de la central
no dejes la mentira de ese país violentar esta habitación
cubre de invisible manto esta historia, lanza un rezo último en espera
intenta esa visita obligada al silencio, la despedida
marca tus pasos sobre la loza blanca y negra de la sala;
el comedor distante te estremece, voces de niños reposan sobre la mesa
resbalan desde la vitrina, borbotean desde los frascos
donde antes hubo vino de naranja, de arroz, o crema de vie.
La puerta entreabierta, bajo el melocotón su risa, sus manos perfectas
su cuerpo débil aguardando por ti, toma uno de los frutos, te lo ofrece
el pecho roto, el día vestido de noche hasta el infinito
recoge almendras, pepinillos, frutabombas, guanábanas
un ramito de murallas y paraíso para el búcaro sobre la cisterna.
La silla junto a la escalera; sobre su regazo
el babero con la R. y un gato de encaje bordados
el dedal hábil, la aguja presta, y el perdón a tu imprudencia.
Prende el quinqué, cierra la ventana sobre el fregadero, la puerta al patio
la reja a la planta alta, la entrada principal, no la dejes entrar.
Guarda silencio, quizás se olvide de vosotras.
EVA M. VERGARA (La Habana, Cuba, 1966) llegó a los Estados Unidos en 1989. Cursó estudios de Literatura Inglesa en el Miami Dade College. Ha publicado el libro de relatos, Mirada desde un submarino blanco, Editorial Silueta, 2009. Uno de sus cuentos fue incluido en Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, Miami, 2006). Tiene inédito el libro de relatos Ceremonia de salutación.
siempre sorprende. Gracias, Eva.
Gracias a Eva y a Conexos, un saludo afectuoso.
Traslúcidos; el lenguaje marca un camino desde su ser a lo abierto con la intensidad del vidente. Gracias, Eva.
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A veces uno se pierde de conocer un mundo, si no se atreve a pasar la verja de hierro que no siempre aparenta estar abierta. Es la primera vez que leo tus poemas Eva y quisiera leer más. Mis felicitaciones sinceras, Manny
Poesía trascendental.