Sonata para un viaje sin regreso
(fragmento)
I
Después de un tiempo
hay un tempo de tristeza.
Cualquier día negro escuchas sonar una canción,
íbamos en un tren
y dijiste que amabas la llanura lombarda.
Tres años de estaciones muertas
primero en Roma, como
el estampado de aquel hule que compramos juntos,
una línea en el mapa de regiones inhóspitas
donde sólo la flor fue puesta en el vaso para mí.
Tres años más tarde en el aire que asfixia en la escalera,
rosa de la duda en este mundo mágico
que se alza entre tú y el regreso,
entre tú y la imagen del regreso
una rosa con pétalos de noche,
pétalos que secarás para fumarlos.
II
La nieve aquí.
Nieve fresca en la noche de noviembre
de una plaza cualquiera
en una de las tantas ciudades medievales de este mundo. Los puedo ver bajo el arco de la esquina, chiquillo siciliano que llegabas al atardecer, entre humo de rastrojo y amapolas. Soy de otro mundo, pero tú subías la escalera hasta mi casa y luego te escuchabas reír de mi acento cubano, de mis maneras graves de sureño del Sur, de la mecánica celeste. No es falso que estuvimos encerrados, vestidos todos iguales, en colegios donde nos corregían cualquier comportamiento natural, no es falso. Lo sé por la figura que se abre contra la ventana cuando llegas chorreando agua, Giuseppe, y vuelves a sonreír; o muerdes la manzana que he dejado sobre la mesa de dibujo y accionas el play al diario film de nuestras vidas. En el recuerdo hay dos o tres imágenes imposibles de encuadrar. No significan nada.
El que se aleja ha de reorganizar los circuitos afectivos de su vida.
El que cruza El Leteo no podrá ya renunciar a vivir como una sombra.
Ni siquiera el paradigma de la visión de la nieve en su muerte tropical podrá salvarlo del olvido de sí mismo. Una razón que se opone a la realidad no es el deseo. Tampoco la espalda de Giuseppe contra el marco oscuro, ni su aliento a limpio, ni la incorruptible vanidad de poseer esa figura son señales precisas de la muerte. El alejamiento lo es. El tránsito entre aquel que salió un día y el que regresó, tras la calma de los años, a descubrir el horror del comportamiento humano. Amo a Giuseppe en esta imagen porque hace de mi tránsito algo humano.
Amo la plaza nocturna,
la nieve,
las sombras que se besan bajo el arco quién sabe a qué distancia exacta de mi vida real, perdida para siempre en la desmemoria de la isla.
III
Porque sale de tus labios a los míos
el antiguo nombre del sol y otras palabras
y porque me cantabas en griego canciones del amor
he puesto tu imagen en la puerta de la nevera de casa.
Ya no tengo recuerdos que suenen de golpe,
tampoco ciertas palabras que elegí olvidar:
la palabra horizonte, la palabra traición no significan nada,
la palabra terrible que se ha de pronunciar
para que el pasado sea un límpido ruido de árboles
y mareas
y canciones en griego sobre el aire de la estancia una tarde cualquiera
cuando fumamos
después del amor.
IV
El baby trajo un diseño súbito de joya tracia,
de sabiduría griega envuelta en celofán eslavo.
Un escarabajo de cientos de colores guiaba su viaje a través de edificios de hormigón armado, en
Varna, y otros insectos que habitan la línea divisoria de las aguas lo vieron salir del Mar Negro
como en una canción rusa.
Su alegría tiene los colores de los ojos de mi abuela,
de un patio sembrado de guanábanas en Cuba
y de aquellos montoncitos por donde respiraban las lombrices en la tierra.
Alma, que emprendes tu vuelo rasante sobre los humanos,
recuerda mis canciones en riberas lejanas,
en la tierra del mundo que quieran los dioses para ti.
Recuerda mis canciones.
V
Mira las nubes sobre el mar en la ciudad.
La antigua ciudad llena de curvas,
de azules pálidos vastísimos que han llevado tu existencia a la nada.
El aliento del mediterráneo es tu sueño,
no el mar aquel y sus sabores fuertes, no el mar aquel real,
el mar de cada día, literario y conciso.
Cada mañana de tu vida lanzarás
monedas a los pájaros por su sabiduría
y al recuerdo de un tiempo en que la tristeza significaba dos o tres canciones
escuchadas en medio de la noche del alcohol
y las palabras simples.
José Felix León
(Foto cortesía del autor)
José Félix León nació en Pinar del Río, Cuba, en 1973. Ha publicado los libros de poemas Demencia del hijo (Ed. Loynaz 1994), Donde espera la trampa que un día pisó el ciervo (Ed. Abril 1996), Correos/ Bosques intermedios (Ed. Vigía 1997), Patio interior con bosque (Ed. UNION 1999). Ha recibido diversos premios, entre ellos el Dador del Instituto Cubano del libro por un proyecto de novela, el Hnos Loynaz de Poesía en dos ocasiones, la Beca Onelio Jorge Cardoso del Concurso de Cuentos de la revista La Gaceta de Cuba y el Premio de Poesía del VI Concurso de la misma revista. Es licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Actualmente vive en Barcelona