Siempre quieren que sea como no soy.
Me lo dicen abuela y abuelo.
Y mi tía-abuela.
Y hasta el espejo, cuando nos miramos,
me quiere más bonito:
En el cuarto de baño
el espejo
todos los días dice
que soy feo.
Pero de sus embustes
nada creo,
pues ya mamá me ha dicho
que soy bello.
El espejo del baño
no es sincero,
siempre me ve por fuera,
no por dentro.
Es cierto que no sé mucho de colores y de números.
Y no sé leer como los demás niños de mi aula.
Pero sé reírme.
Y jugar a todos los juegos.
Y sé también que Carla no quiere llamarse Carla,
sino Carmela, como su madre.
Y que la jicotea que tengo en el patio
es muy inteligente…
Y que la noche tiene muchas cosas lindas.
Y que Damiana va a curarse algún día
de eso que no la deja caminar.
Siempre quieren que sea como no soy.
Pero no quiero.
Porque entonces ya no me llamaría como me llamo.
Ni viviría en mi casa.
La casa donde vivimos
no tiene puertas,
clavos,
ventanas;
no tiene techo,
piso
ni tablas.
No tiene muebles,
no tiene nada.
La casa donde vivimos
es redonda
y es muy ancha.
Si dejo de ser yo, entonces no tendría
una hermana como Damiana.
Ni abuela y abuelo me quisieran tanto.
Porque ya ahorita nadie me quiere cambiado.
No.
Todos ya me conocen.
Mi tía-abuela
¡Qué majadera es la tía-abuela!
Nada le parece bien.
Porque yo no sé colgar la ropa en el perchero.
Y ella me repite que tengo que aprender.
Y yo sé que tengo que aprender.
Dice que ya soy grande.
Que mejor no vea la tele y me vaya a casa de Roxana
para que me enseñe a leer.
Eso sí, la tía-abuela sabe de yerbas
y de cocimientos raros:
lo que es bueno para el empacho o para el catarro…
O para que las abejas vengan al jardín.
La tía-abuela tiene muchos retratos.
Uf, ¡y como tuvo novios!
Pero todos se fueron un día.
Y olvidaron cómo regresar.
Mi tía-abuela no duerme cuando Damiana o yo
estamos enfermos.
Del cuarto a la cocina, de la cocina al cuarto.
En el fondo la tía-abuela es buena.
¡Pero qué majadera!
El abuelo
¡Qué palabrería!
Abuelo sabe endulzar los tamarindos con solo decirles
unas palabras bonitas.
Sabe conversar con las aves y el ganado.
Y con la ceiba, adonde va con su taburete
por las tardes para hacernos cuentos
de cuando su abuelo andaba por el monte.
Abuelo, abuelo,
necesito tres zapatos
para caminar los cuentos
que inventa el mago.
Abuelo, abuelo,
es que son cuentos
muy largos
para creerlos
y para andarlos.
Abuelo, abuelo,
y si me pierdo en medio
de un cuento…
¿Qué hago?
Abuelo dice que soy travieso.
Que cuando él era un niño como yo,
no podía portarse así porque su papá, Juan Cantera,
se sacaba la vaina del cinto y lo ponía a dar saltos
por toda la casa.
Los ojos del abuelo a veces se pierden
como queriendo adivinar qué hay
del otro lado del cielo.
La noche
La noche es más que estrellas, luceros,
luna y oscuridad
-dice el abuelo.
De la noche a mi casa hay unn tramo corto
y otro largo.
El corto llega hasta los cocuyos
y el grande, hasta las estrellas.
Si quiero cazar cocuyos
(para Damiana)
me subo a los hombros de mi papá y ya.
La noche nunca dice que no.
Solo hay que entenderla.
Hay quienes le tienen miedo y no quieren
salir de la casa.
El miedo que tú sientes
no sé de dónde vino;
puede ser una rana
que llegó y ya se ha ido.
Si piensas que en la noche
él esconde su nido,
debajo de la cama,
en medio del camino,
en un rincón del cuarto
o en casa del vecino,
te invito a acompañarme
y verás que ha partido.
El miedo no es un monstruo
que del bosque ha venido.
El miedo tú lo haces,
él solo nunca vino.
Pero si no hace nada la noche
-dice la abuela.
A ver, ¿y por qué nadie le pinta un sol a la noche
para que no esté tan sola la luna?
¿A qué le temes,
luna del cielo?
¿Por qué estás tan sola
y tan lejos?
¿Y por qué no se me había ocurrido antes?
Yo no entiendo muy bien de colores raros.
El sol tiene un color raro.
El sol tiene el color de la llama de los fósforos,
y dice abuelo que también es una estrella,
aunque diferente de las otras porque no se ve
por las noches.
¡Si la luna y el sol se casaran!
Se va a poner alegre la noche si voy por el camino
largo del reloj y se lo digo.
El cielo es mucho más grande
Entre todas las cosas hay una que Damiana prefiere.
Me lo dicen sus ojos que son todo palabra.
Yo que la conozco y que sé que no le gusta
la ventana cerrada, se la abro.
Y voy por detrás de la casa,
embullo a las palomas mensajeras de Carlos Ignacio,
y allá van todas porque ellas saben lo que quiero.
Saben que Damiana está esperándolas
para mandarle un recado al sol, que está muy cerca,
pegadito a la tierra, detrás del espantapájaros
y el campo todo.
También quiere mandarle un recado al espantapájaros
para que se despierte y se le ponga la cara
de espantapájaros que le puso papá.
Las manos de Damiana están llenas de alpiste.
Las palomas revolotean del almendro a la ventana,
de la ventana al almendro y otra vez a la ventana.
Y yo me alegro con Damiana porque a mí también
me gustan las palomas.
Allá va toda la bandada cielo arriba.
¿Cuántas palomas tendrá esa bandada?
Las quiero contar y no puedo.
Damiana y yo las seguimos con la vista
hasta que las nubes se las tragan.
Ella espera que regresen y le traigan un mensaje.
Y los ojos se le van poniendo azules de tanto mirar
el azul, el pedacito de azul que se ve por la ventana.
Damiana y yo sabemos
que el cielo es mucho más grande.
Estos poemas pertenecen al libro El cielo es mucho más grande (2006).
Alberto Peraza Ceballos (Pinar del Río, 1961). Graduado de Licenciatura en Educación, en la especialidad de Lengua Inglesa. Ha publicado para niños y jóvenes: Salvar el alba, Estaciones, Camino del río seco, El libro de Dayron, Historias de Río Seco, El cielo es mucho más grande y Querer al derecho y al revés.