Giovanna, no recuerdo cómo se llega hasta tu casa, es increíble lo corto que ha sido el día, todo se parece un poco a tu olor de ayer. Si al menos, Giovanna, supieras mi nombre o entraras a comprar cigarrillos en este bar, podría hablarte otra vez del sur. Giovanna, por muchas vueltas que dé en esta ciudad desconocida, no te voy a encontrar. Me sentaré en el paseo iluminado, es forzoso que pases, alguna vez entre hoy y mañana.
De Las historias de Giovanna
XX
La tristeza
amanece
en la puerta de la calle.
No en vano
he sido tan cruel,
no en vano
deseo
cada tarde,
que la muerte sea simple y limpia
como un trago de anís caliente
o una palmada cuyo eco se pierde en el monte.
De El invierno próximo
Los paredones de la primavera
No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar los himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.
De gritos y gemidos
de sequedad en los ojos y la garganta
de martirizados cuerpos que no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.
Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,
la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.
Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.
De Pocas virtudes
Valiente ciudadano
Dame, señor,
una muerte que enfurezca.
Una muerte tan ofensiva
como a los que ofendí.
Una muerte que soporte la lluvia
de Santiago de Compostela,
y de paso,
mate a los que me ofendieron.
Dame, señor,
esa muerte de la intemperie
que sorprende y tranquiliza.
Haz que esté largando mocos y lágrimas,
suplicando piedad
y deseando muerte ajena.
Haz, señor,
que aquel hombre con piel inédita
reconozca en mí al animal de los olivares.
Que su cuerpo pese sobre el mío
y haga dulce
la entrada al fuego.
Te prometo haberlo visto todo.
La misma culpa con la que nací,
el mismo furor.
Haz, señor,
que esté escuchando a Vinicio de Moraes
y a María Betania
y prometiendo que mañana,
lunes,
me inscribiré en un curso para aprender brasileño.
Que venga la muerte
cuando descubras en mí
alguna oculta intención de poder
y cuando sepas,
por tus informantes,
de mis maniobras para pasar la historia.
Cuando te digan, señor,
que he agotado todos los recursos de la fatiga
sin pedir clemencia,
entonces, señor,
dame duro.
Haz que este golpe que tengo en la frente
por abrir puertas a cabezazos
se ponga
rojo,
latiente,
doloroso.
Supongamos, señor,
que eres el bing-bang.
Que ningún territorio escapa a tu vigilancia.
Que los hot dogs son tema de tu predilección.
Que tu deseo de mí es parte obscena
de tu personalidad.
Entonces, señor,
examina mi estómago abultado
por los espaguetis de Portofino
por las fabadas del Guernica
por los pasteles de coliflor de mi madre
por los largos tragos de cerveza y ron.
Espía, señor, los rostros de mi espejo en el espejo,
yo, la pusilánime astuciosa
la del dedo en el aire
abanicando a la aburrida concurrencia.
Podrías venir al cine, señor.
Veríamos Brazil,
La vaquilla,
Un día de campo,
El cartero y Gatsby.
Me escucharías
sacudida por la risa
y el temor.
Permíteme, señor,
contemplarme cómo soy:
el rifle en la mano
la granada en la boca
destripando a la gente que amo.
Acuéstate conmigo en la madrugada, señor,
cuando mi respiración es un golpe de piedras
en la corriente del río.
Y verás como nada,
ni siquiera la leche de tus cantares,
puede darme una muerte que me enfurezca.
De Valiente Ciudadano
De aquí
Estoy sola
se ha vuelto algo tan miserable
que escribo
pensando para quien escribo.
Se trata de conmover de alguna manera
cuando son vanos
los deseos de echar a un lado el tiempo
repitiendo
desde hace años
no sé muy bien qué hacer
no sé muy bien qué hacer
De Es una buena máquina
Los que escriben ni siquiera son una raza. Ni una casta. Ni una clase. Ni uno. Detienen el privilegio de vivir como mujeres en un mundo de científicos. Detrás de espesos lentes, la corte no se opaca nunca. Se tienen todas las prerrogativas: desde la filosofía hasta la ira, pasando por las relaciones conyugales, y la longitud de los párrafos. Entre los derechos del hombre figura el escribir largamente, para sí primero, para los otros luego, con un propósito bien o mal definido: inundar las vitrinas, las paredes, los países, las casas. O en fin de cuenta, suicidarse.
De Es una buena máquina
Es una buena máquina reúne poemas inéditos de Miyó Vestrini, compilados tras una investigación de 4 años, bajo la selección y diseño de Faride Mereb. Es el primer libro de la editorial independiente Letra Muerta, de corte experimental, numerado, corregido por Deisa Tremarias y concebido bajo un concepto gráfico que derivó de la voz de la escritora y permite el disfrute del libro como objeto, logrando una simbiosis entre el contenido y la imagen. Para adquirir un ejemplar, enviar su solicitud al correo: edicionesletram@gmail.com. Se realizan envíos internacionales. Para más información pinchar aquí: www.letramuerta.com.ve . Twitter: @LetraMuertaED . Instagram: @letramuerdaED . Facebook: Ediciones «Letra Muerta»
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Miyó Vestrini fue una poeta y periodista cultural venezolana. Nació en Nimes, Francia en 1938. Formó parte de los grupos vanguardistas de los años sesenta, Apocalipsis (Zulia) y La República del Este (Caracas). Escribió una breve pero contundente obra poética que la sitúa como una de las voces más importantes de la poesía venezolana. Publicó los poemarios: Las historias de Giovanna (1971), El invierno próximo (1975), Pocas virtudes (1986). Publicado post-mortem, Valiente ciudadano (Monte Ávila Editores, 1994). Cuenta con una vasta y versátil obra periodística en importantes medios venezolanos. También dejó inédito un libro de relatos, Órdenes al corazón, publicado por Blanca Pantin Editora y compilado por su amiga Elissa Maggi. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo en dos oportunidades (1967 y 1979). Murió en el año 1991.