Revista Conexos

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Poemas de Arístides Vega Chapú. Introducción de Juan Carlos Valls

Otras ciudades. Lo que el invierno no puede borrar

Escribir sobre un libro que retrata, lleva el temor de dejar entrar la luz sobre cada uno de los poemas que construyen su imaginario. Vivo en una ciudad que creía conocer y ha venido alguien con su memoria a cuestas, a cambiar avenidas, redescubrir paisajes y renovar ese pedazo de país que se ha ido empolvando, entre distancia y brazadas contra la corriente.
  He recibido al poeta Arístides Vega Chapú, como a un amigo de toda la vida, nos ha acompañado un buen café, el recuerdo de amigos imborrables y un deseo voraz por entender, qué conjuro o hechizo, ha sembrado ese mar que nos separa de figuras anónimas, otrora gente que amó, creció en familia y tuvo sueños. Asumo que entre tantas conversaciones, las nuestras procrearon la invisible semilla, la madrugada, los cigarrillos que el poeta apuró a ras del asombro, en su modo de calibrar las cosas y que de cierta forma hacía en él un hueco, donde enterrar viejos tesoros humanos y devolver a la superficie, imágenes estáticas de gestos y rupturas, ahora vueltas al revés sobre un paño blanco, en el que sobresalten las partículas de aquel espejo, hecho añicos en la estampida.
Las otras ciudades… no han quedado veladas, más allá del color prevalece el viaje y el trayecto que le propicia, asomarse a una verdad que el poeta revuelve como una sopa, nombres que aprende, regalos que recibe, sabores que le remiten a la anciana madre que le espera y a la familia que abraza como nunca, convencido de que esa es su verdadera literatura.
  Arístides Vega Chapú construye en este libro una carretera sobre el agua, sitúa esta otra provincia en la barriga del caimán y trueca calles por avenidas, amigos por desconocidos y pueblos por ciudades que él reescribe y reconstruye, ciudades que ahora le parecen el paisaje de algún antiguo sueño o el dibujo enigmático de una familia futura. Lo que ve no es perfecto y eso lo hace interesante, tentador, dibujable, pero el poeta, en medio de este trueque, también puede sopesar los mitos y las reverencias, sabe que va a escribir y en su cabeza inaugura otro país en el que cabe la magia del número 8, el piano de Lázaro Horta, la amistad ofrecida a José Kozer, las bravías aguas de New Jersey, las luces de Manhattan y por qué no, el humilde café saboreado bajo mi techo.
  Esta es la fotografía devenida en libro de viaje, en conversación, en descubrimiento. Recomiendo al lector estos poemas como el paisaje de un mapa venidero, como esa posibilidad, desdibujada por los menos optimistas y convertida en fuego por los que sabemos que el invierno no es una estación definitiva.

Juan Carlos Valls
Miami, abril, 2014

 

ARÍSTIDES VEGA CHAPÚ

 
Bajo el cielo de Coral Gables
 
Por falta de vocación en interpretar los sueños mi boca se reseca,
se enrojecen mis ojos y las manos no tienen voluntad
de elevarse hasta mi cabeza
que ahora solo tiene lugar para las experiencias de un
                     desconocido.
Daba residuos de pan árabe a unos huidizos patos,
una jicotea de caparazón gigante
y un cocodrilo estacionado sobre su sombra más llana
convertida en agua oscura y densa.
A orillas de un río de rocas acarreadas a ambos lados
como si alguien se hubiese tomado el trabajo de guiar su cauce
para dar de comer a los animales.
Alguien que ha venido por mí se sentó a orillas del río
a fumar un cigarro dulzón
que yo nunca hubiese encendido.
Estaba vestido de hilo, zapatos lustrados
y un exquisito olor a colonia que me le quise acercar
como si fuese otro y no la silueta del atardecer sobre mi sombra.
Sin pudor responde interrogantes que me estaban destinadas,
con una pausada voz grave, irreconocible.
Reunido con quienes fueron mis amigos,
supo llamarlos por sus nombres.
No estaba preparado para que el cielo de Coral Gables
se posara sobre mí, me propiciara ese instante
donde no ocurre aparentemente nada trascendente
y uno puede quedar a solas, contemplando el paso lento del agua
y los animales que posan para ella,
sin tener que evadir ningún obstáculo,
respirando el aire renovado por árboles
vueltos de un bosque para ocupar la orilla de una avenida
que recorro a tientas y sin prisa.
Espléndidos paisajes en los que Juan Ramón Jiménez
se hizo levantar una casa, con ventanas abiertas
por las cuales pudiera aspirar el aire de agua,
siempre presta a caer.
Quiso, dejarlas abiertas para que las endebles hojas
de esos árboles a orillas de la avenida
no tuviesen el triste final de la hojarasca
y horadaran el silencio
de una casa que hizo pintar de blanco
y en cuya puerta, en lo más alto de un majestuoso pino,
se posó para siempre un ave.
Nunca dejó de trinar,
ni siquiera en esas horas en que suelen retornar al bosque.
Cada noche podría volver a ese mismo sitio
si no fuese porque de algún modo temo no saber regresar.
 
 
 
Saint Patrick’s Cathedral
 
Si Dios alguna vez estuvo aquí,
algo que no se podrá asegurar o negar,
apostemos porque sucedió,
después de atravesar la distancia
de tantos bancos alineados,
a la vista de los santos pendientes desde su claustro,
mostró su espalda adolorida de caminar por trillos enlodados,
ciudades donde más de uno le lanzó una piedra,
por el desierto y sobre las aguas,
de las que extrajo un pez y luego multiplicó
sus carnes blancas a la vista de todos.
Dándole la espalda al altar mayor y de rodillas
decidió marcharse
despavorido por toda la avenida Madison.
Seguramente antes de sentir el peso de su angustia
como una espada sobre su cabeza de rey
elevó su mirada al cielo gótico extendido por toda la Catedral.
Un cielo atestado de murciélagos
que el santo Francisco alimenta con devoción de santo.
Fue justo cuando el resplandor de su propia luz
lo hizo caer de bruces
y de rodillas decidió salir del lugar
dispuesto a llorar en hombros del primer convaleciente
que en espera de su caridad
de seguro encontraría en el camino.
No notó que del altísimo techo caía un polvo brilloso
peinado con sutileza por la brisa del exterior.
Minúsculas astillas arrebatadas por el comején
al rostro de los ángeles
que tiraban con saña de los hilos de luz
para impedir que la penumbra llegara
a la cintura de los santos más retirados,
en los corredores laterales.
Del otro lado de la puerta de bronce, a la salida
de la suntuosa Catedral de Nueva York
seguro de juntarse con su verdadero pueblo
tuvo una mirada compasiva a dos monjitas,
de la orden de Las Carmelitas.
Desfiguraban sus manos en la pila de agua bendita
para hacer la cruz en la frente a todos los que se alineaban
en una larga fila pretendiendo librarse de la desazón
de algunos pecados, muchos de ellos imperdonables.
Antes de marcharse de seguro se persignó
ante la estatua de San Pedro,
presto a recibir el saludo de los que se marchan
ligeros de culpa.
Le hizo saber de su enojo
porque diecinueve campanas desde el carillón
llamaran con un insistente repique
a escuchar de su palabra.
San Pedro, por primera vez, abandonó su pose de santo
o más bien su postura de santo vaciado en bronce
y le siguió de rodillas, por toda la avenida
sabiéndose en falta.
 
 
 
Lebron James
 
Me sobrecoge el mar, su luz oceánica
ascendiendo en espiral,
con un vacuo estruendo que la noche se traga
después de traspasar sin novedad
varios mantos de aguas viscosas.
Como si fuese su propio rival
excluyendo cualquiera de las razones
del ciclo en que el viento interviene
según la estación del año.
No hay nada que detenga sus fuerzas
para sostener la más pesada carga.
Yate de lujo en la bahía de Biscayne,
el mar lame, cubre de espuma
entibiada por el sol,
como si fuese su mejor invención.
Nunca antes había visto un yate de lujo,
le aseguré a un japonés inclinado sobre el mar.
Su dueño es el capitán del equipo de basketball de Miami,
dijo la guía en inglés y español
como si no hubiese advertido al que estaba a mi lado
y bastasen dos lenguas para deslumbrar a todos.
Degustaba un pastel de hojaldre, sucesivas capas
resguardando en la miel pulposas fresas
tomadas de un árbol ya sin raíces.
Hubiese querido retener el pastel en mi mano
para disfrutar de su perfecta belleza.
Tampoco nunca antes había disfrutado de un pastel de fresas,
pero no me atreví a sincerarme con nadie.
Es el preferido de Lebron James, me asegura la guía
y no tuve voluntad de negarme a deshacerlo en mi boca,
dejando que el dulzón sabor de la fresa doblegara mi saliva
que ya había fijado restos en la comisura de mis labios.
Lo había visto en una pantalla gigante,
en el American Airlines Arena,
en los pulóveres que lucen sus fanáticos, en la televisión
entonando una canción junto a John Secada,
en postes sustituyendo las señales de tránsito,
mostrando su altura de hombre dichoso.
No es posible no verlo,
como tampoco es posible obviar su yate
anclado en la bahía,
para que todos puedan admirar
cuánto peso pueden equilibrar las aguas.
 
 
De Las otras ciudades (Publicaciones Entre Líneas, 2014)
 

Para adquirir un ejemplar pinchar en el enlace: http://www.publicacionesentrelineas.com/#!arstides-vega-chap/c1l8t

Las otras ciudades (Publicaciones EntreLíneas, 2014) de Aristides Vega Chapú

Las otras ciudades
(Publicaciones EntreLíneas, 2014)
de Aristides Vega Chapú


 
Arístides Vega Chapú (Foto cortesía del autor)

Arístides Vega Chapú
(Foto cortesía del autor)

Aristides Vega Chapú. Sus textos han aparecido en más de treinta antologías de Cuba y el extranjero como los Estados Unidos, Canadá, Costa Rica, Puerto Rico, Rusia, Venezuela, Panamá, España, Brasil, México y Suecia. En 1993 obtuvo el Premio Pinos Nuevos. En el año 1992 creó el Proyecto Ateneo, en la ciudad de Matanzas, el cual, luego, se nacionalizara en cada provincia del país. En 1997 obtuvo el Premio de Poesía «13 de Marzo» y el Premio Literario «Abel Santamaría» de la Universidad de La Habana y la Universidad Central de Las Villas, respectivamente. Ha obtenido el Premio Fundación de la ciudad de Santa Clara, en los géneros de poesía y literatura juvenil, en el 2001. En el año 2002 obtuvo el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén. En el 2004 obtuvo el Premio de la Crítica Ser en el tiempo, por su poemario Días a la deriva, reconocimiento que ganó en el 2008 con su poemario Que el gesto de tus manos no alcance. En el año 2009 obtuvo el Premio Memorias del Centro Pablo, con el libro de testimonio No hay que llorar. Participó en el proyecto La Estrella de Cuba, celebrando el bicentenario de Heredia, con este recorrió el país con poetas y trovadores. Ha participado en lecturas de poesía, Ferias Internacionales del libro y otros eventos culturales en Argentina, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela y Panamá. Desde 1999 sostiene un espacio radial en la emisora CMHW en que semanalmente promociona nuevos títulos literarios con la participación de sus autores. Sostiene un Taller de creación Literaria desde hace ocho años.

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Esta entrada fue publicada el 03/10/2015 por en Poesía.
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