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Eutanatrón A 380, la penúltima reinvención de Cuba

ROLANDO ANICETO

 

La tecnología nos empezó a fallar y las cosas comenzaron a enmarañarse. “Estamos viviendo en Eutanatrón A 380”, me dijo una amiga y lectora de la novela homónima de Francisco Alemán de las Casas. Era verdad. El sabor principal que te deja la obra (Editorial Verbo Desnudo) es algo ya sabido: vivimos en un mundo del absurdo que hace aguas.
La novedad es el virtuosismo con que el autor por medio de unas páginas trepidantes nos describe ese universo de la insensatez, y el modo en que aborda todos los estereotipos de la cubanía, incluso los más socorridos, con un endiablado sentido del humor. Si en la Biblia, la paz y la justicia se besan, en Eutanatrón la risa y el absurdo copulan.
¿De qué trata la obra? Según dice la página de Amazon, es una novela en la cual “el personaje principal, Querubín Cayejas, vive inicialmente en Miami, Estados Unidos, en el año 2062. Debido a un lamentable percance que implican, entre otros artefactos, a una máquina para practicar eutanasia, conocida como Eutanatrón A 380 y a un viejo reloj soviético, Querubín Cayejas se ve forzado a escapar de Miami, saltando en el tiempo. Aparece en La Habana, Cuba, de los años 90, en medio de la crisis política y económica que sufrió la isla en esa época. Los sucesos que siguen, complican más la historia, en detrimento de la tranquilidad del personaje, que se ve forzado a vivir no sólo en otra época, sino en una realidad paralela, con una vida pasada que no guarda ninguna relación con la propia”.
Lo primero que uno intenta tras cerrar el libro es de definir el género de Eutanatrón. Pero un libro en el que conviven el humor y la aventura coqueteando con la ciencia ficción y el realismo mágico, y que incluye desde oraciones espirituales de Alan Kardec hasta guiones de radio, no puede ser tratado de manera convencional.
Si bien pareciera que en algún momento la obra va a desembocar en el llamado realismo sucio, no lo hace. Contextualizada como está en el disparate que es la isla de Cuba, donde lo más inimaginable puede ocurrir, uno primero tiende a catalogarla como una novela transgénera aunque se ha dicho que donde hay sentido del humor no hay dogma; así que no intento definirla más.
La mayor enseñanza de Eutanatrón, en cualquier caso, es que a la fallida Cuba sólo se le puede reconstruir con éxito en la literatura. La vulneración de la cronología para reflejar una isla enquistada en el tiempo y el juego con los planes temporales le dan al divertimento lujoso de Alemán de las Casas un tono jodedor-profético.
Siempre ha sido una función del humorista recordarnos que no hay temas sacrosantos que no puedan abordarse por medio de la risa. El humor, como nos asegura Arthur Koestle, es la única forma de comunicación, en la cual un estímulo con un alto nivel de complejidad produce una respuesta estereotipada y predecible a un nivel fisiológico reflejo.
Con una serie de códigos y símbolos semióticamente relevantes: la cabeza de jurel que habla y dirige la nación acéfala y el reflejo de la Cadena radiofónica de la Victoria que se activaría en medio de un escudo humano durante supuesta invasión estadounidense, lo narrado no es pura fantasía sino que se basa en vivencias del autor y en enseñanzas de la historia.
Por el texto desfilan personas reales, públicas y privadas, con nombres trastocados, que a veces asoman la cabeza y otras se quedan y perduran. La caracterización de los personajes es uno de los grandes aciertos, así como también el diseño de portada de Érrez Èras, chileno radicado en España, con un impresionante catálogo audiovisual.
Mientras lees, pareciera que todo va a terminar en un estrepitoso fracaso literario y siempre tienes la sospecha del descarrilamiento pero lejos de eso, narrativamente hablando, no se trata de otra de las tantas novelas que muere en el capítulo “seis”. El país podría naufragar pero el texto siempre está a salvo.
El capítulo final, por ejemplo, es una oda al desastre que empieza con la animalización del personaje central y la deshumanización de todo un país abocado al cataclismo, hundido en el mar, sin siquiera mostrar las glorias que nunca se vivieron. Ahí se vislumbra que habrá segunda parte.
Pero pese a que la novela comienza en el 2062 y se desarrolla en la década de los años 90, su grand finale concierne a la Cuba de hoy, sociedad desestructurada y en descomposición que padecemos todos, los de la Cuba insular y los de las Cubas de ultramar. Ahí surge, de las aguas, la gran pregunta, tanto a nivel de la saga como a nivel de la historia: ¿habrá vida después de Cuba? ¿Reconstrucción o diluvio?
Hablaba del don de profecía que tiene el autor. Su juego con los planes temporales y la proyección en el tiempo anuncian, como ya dije, una próxima entrega de la saga. Esto es una primicia: en la próxima parte de Eutanatrón, “Mamá, mi novio esta muerto”, (a cuyo manuscrito he tenido acceso) el personaje protagónico –otra vez el inefable profesor Querubín Cayejas– vuelve a viajar en el tiempo con un único propósito de vengarse del escritor. La acción se desarrollará en una urbe construida sobre las ruinas de otra gran ciudad que a su vez fuera levantada en un pantano en el sur de una península.
Esta suerte de Nueva Camajuaní La Grande se insinúa como otra reconstrucción de Cuba, una más, fallida quizás también. Tal vez esta próxima reinvención sea la octava si se tienen en cuenta la Cuba precolombina, la Cuba colonial, la Cuba de los ingleses, la Cuba republicana, la Cuba castrista, la Cuba de ultramar… y la Cuba de Eutanatrón A 380.
Esta nueva Cuba de la próxima entrega de la saga sería un bote que igualmente se hundiría en un océano de contradicciones con personajes que abogan por un modo de capitalismo a ultranza pero se desgastan luchando por subvenciones estatales, grants; que blandean el posnacionalismo pero se agotan machaconamente en una Cuba sin salida y en la defensa de las naciones de su agrado; que combaten el ego pero se apoltronan en el propio; que defienden la resolución de conflictos mediante el diálogo pero se ahogan en el monólogo interior.
Como abrebocas dejo escapar que Cayejas será un asesino en serie, pero no digo más. Quizás cuando se publique la saga uno vuelva a cuestionarse si es posible la reconstrucción de un país que ha sido deconstruido por siglos y que todavía es de una cartografía errática. Tal vez uno se cuestione si la Cuba virtual sea última y la más completa de las reconstrucciones. En ese caso el absurdo se extendería a todo el universo de la cubanía mucho más allá del ámbito meramente geográfico.
Además de ese aspecto, la intertextualidad de Eutanatrón nos acerca a otros conflicto, algunos de ellos ético-morales, como la aplicación de la eutanasia, aún no resuelto por casi ningún país, y la dependencia del ser humano de la tecnología china no siempre, todavía, de la mejor calidad.
Relacionado con la eutanasia está el tema omnipresente de la muerte. Tiempo y muerte son una constante en la obra poética del autor, quien es además comunicador, periodista, soldador al arco, tornero fresador, y quien se rebela contra las fechas de caducidad y el paso del tiempo. Con el correr de las páginas se van hilvanando el ritmo de un poeta, la concisión de un comunicador, la precisión de un soldador, la sagacidad de un periodista, la sensibilidad de un actor y el ingenio de un humorista.
Entre mis pasajes perdurables está la descripción de la masacre del Remolcador Trece de Marzo con una visión poética y el respeto total a la memoria de las víctimas. Ahí se ve la perfecta fusión entre poeta y narrador quien maneja con excelencia la subtrama. Contrariamente a muchas novelas en que la trama asfixia sin dejar aire a la subtrama, en ésta la segunda se convierte en un hilo narrador. Quizás por la experiencia de Alemán en radio, a veces la subtrama se pierde, navega sola, pero al final, tras reforzar la trama, ocupa su lugar secundario. Vaya contradicción: aquí ni el disparate ha sido dejado al azar.
En amalgama con el humor algunos pasajes desembocan en un lirismo triste, en una atrofia de las esperanzas y las ilusiones. Todo eso contrasta con el juego con el sexo. Hay priapismo; falocracia cubana; capacidad de creerse siempre con la verdad, el pene más grande. La mejor medicina, la mejor educación y todas las grandezas. En una novela, en la que las acciones flotan en la atmósfera dulzona del aroma de las flores y el humo de tabaco, todo es perecedero y todo perdura. Es un libro para pensar riendo. Hay burla, pero es más una fina sátira. Eutanatrón A 380 es, por encima de todo, una novela de Humor Sapiens.

 

Rolando Aniceto (Foto cortesía del autor)

Rolando Aniceto
(Foto cortesía del autor)

Rolando Aniceto es graduado de Periodismo de la Universidad de La Habana. Además de en Cuba, ha trabajado en medios de prensa de Venezuela, Estados Unidos y Reino Unido. Durante doce años se desempeñó como productor de la británica BBC. Sus relatos y textos han aparecido en los últimos cinco años en medios digitales de varios países. Reside entre Londres y Miami.

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2 comentarios el “Eutanatrón A 380, la penúltima reinvención de Cuba

  1. Arnaldo
    24/04/2016

    Felicitaciones, Frank.
    Te seguimos.

  2. Elías Biset
    15/05/2016

    Una gran novela. En medio de tanta inmundicia y falta de creatividad literaria, Eutanatrón A-380 saca la cara por la llamada «literatura cubana en el exilio» y lo hace lujosamente.
    Uso limpio del lenguaje; construcciones y recreaciones de atmósferas perfectas.
    Alemán de las Casas resulta, además, un gran humorista. No pasas un par de páginas del libro sin soltar una carcajada.
    Felicitaciones.

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Esta entrada fue publicada el 22/04/2016 por en Ensayo.
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