La ferromoza
El parloteo de los viajeros
no te deja ni te dejará dormir.
Con los ojos cerrados todavía
oyes la historia de la ferromoza.
Un amante. Tenía un amante.
Durante años su amor transcurrió
sobre el tren, sobre un asiento del tren.
Su amor se regía por el horario laboral.
Durante años el cómplice maquinista
aminoró en lo oscuro la velocidad
y el muchacho saltaba a tierra,
de vuelta a casa.
Vivía en un pequeño pueblo,
cerca, según dijeron, de la capital.
Una noche lo esperaron. Una deuda.
Nunca más el amante regresó.
Durante años la mujer mantuvo
otras relaciones de tránsito,
pero sin permitirse –por amor a sí misma–
otra vez amar sobre un tren.
Con los ojos cerrados todavía
has oído la historia de la ferromoza.
El parloteo de los viajeros
no te deja ni te dejará dormir,
aunque eso, en verdad, poco importa.
Diciembre
Mientras armamos el árbol de navidad y bajo el árbol las breves figuras del nacimiento, acaricio el vientre de mi mujer. Llevo días sin escribir, felices días sin escribir. Pronto acabará el año. Mi hermano y su esposa vendrán de visita. Van a preguntarme qué estoy escribiendo y diré que un libro magnífico como debiera. Mientras armamos el árbol de navidad, a pesar de que la navidad es otra cosa, pienso en los días, felices días… Acaso esto nunca sea el poema, sino su inconsecuencia. Ahora que el universo nos concede un hijo no encuentro nada importante que decir.
Coche de alquiler
En coches tirados por caballos,
en coches que perdieron su belleza,
su gracia decimonónica,
la gente inicia su vana conversación:
¿Dónde compraste las flores?
¿Cuántos años tiene la niña?
Los perfectos desconocidos
se hablan con perfecto conocimiento,
casi familiarmente se diría.
Ahora que hemos engordado
como nadie imaginó de nosotros,
la gente a menudo te pregunta
si estás o no estás embarazada.
Aunque ignoran tu nombre
y tu ignoras el nombre de ellos,
pocas veces he visto
que te finjas más amable.
Cuando nos bajamos
pensé en las demasiadas veces
que nuestra vida ha sido
una vana conversación.
Por el momento debo atribuirlo
al inconveniente de viajar
en coches tirados por caballos,
coches que perdieron su belleza,
su gracia decimonónica.
Sergio García Zamora
(Foto cortesía del autor)
Sergio Garcia Zamora (Esperanza, Cuba, 1986). Poeta y editor. Licenciado en Letras por la Universidad Central de Las Villas. Autor de Autorretrato sin abejas (Ediciones Sed de Belleza, 2003); Tiempo de siege (Premio Poesía de Primavera 2009, Ediciones Ávila, 2010); El afilador de Tijeras (Ediciones Sed de Belleza, 2010); Poda (Premio Calendario 2010, Casa Editorial Abril, 2011); Día mambí (Premio Digdora Alonso); y Perro que aúlla (Editorial Capiro, 2015).
me encantan estos poemas de Sergio lo mejor para él