-I-
A mi querida prima C. Fluriach
Envejecí
con John Lennon
mirando sus ojos de bronce
en una foto del parque de 15 y 10
donde montábamos bicicleta
cuando todavía no existían
discursos demagógicos
de intercambios y reconciliación
y las orillas eran rocas
apuntadas por fusiles
y llamábamos a los pájaros ausentes
en el silencio de la espera
que se hacía tan larga
como esos caminos de la antiguedad
que partían de Chang’an.
Envejecí en ese parque
de hojas verdes y yerba seca
sintiendo la mirada de abuela
sobre mis hombros
y cerraba los párpados
cuando escuchaba de lejos
el entrañable violín familiar
y corría despavorida
si se asomaba a la puerta del vecino
la reprimenda sin sentido
con su uniforme implacable
espantando mis sueños.
Cuando no estaba Lennon
sentado en ese banco
de las profanaciones
nosotros cantábamos sus poesías
y amanecíamos
en la estación de policía de Zapata
por escuchar a los escarabajos
por onda corta
en el malecón o los jardines del Nacional
y nos caían encima las jaurías
que odiaban su melena
y nos empujaban a los autobuses
como si fuéramos criminales de guerra
y después nos rapaban las cabezas
con fiereza y alevosía
y a muchos nos enviaban
a cárceles y campos de trabajo
donde el abuso y el suicidio
ahondaban sepulturas
que después se olvidaron…
y todo por ti Lennon
por cada emblema
de esos tiempos
que cruzaban el mar.
-II-
Te das cuenta
que no puedes hacer nada
y el día gris
es solo una astilla
que vuela incansable
que el misterio
es de papel y tinta
porque la historia reincide
y hay que contarla
para exaltar las falacias
y empolvar los fracasos
que los amaneceres
no te pertenecen
ni el pájaro azul
el techo o la ventana
que los mismos caminos
son recorridos
una y otra vez
por los que escapan
invaden
amparan
regresan
renuncian
sueñan
y después desaparecen
que una copa de sal
es lo mismo que una de agua o de vino
porque el sabor está incrustado
en tu escenario circunstancial
y te satisface o disgusta
de acuerdo a la aflicción o al gozo
que el sur es el norte
y abril es diciembre
que el verano es invierno
y la verdad y la mentira
herramientas del pensamiento
para apuntalar ilusiones.
Te das cuenta
que caminar hacia adelante
es caminar hacia atrás
y subir una montaña es bajarla
que nadar es ahogarse
y huir quedarse enquistado
porque eres volátil
un náufrago extraterrestre
perdido en la niebla
un pez de nube y granizo
la cerca que has construido
toda tu vida
sin saber a ciencia cierta
para qué servía.
Te das cuenta que tiemblas
porque la realidad
es entelequia sumergida en la sangre
y los pulmones la beben insaciables
para despertar tus ansias
y empujarte a la abnegación
o al egoísmo
que el corazón se agota de amar
y los huesos de maldecir
y tu sexo relincha
por los campos elíseos
mientras persigue a las meigas
y se entrega al abismo.
Te das cuenta que los mares
no son orillas ni puentes
navíos ni trayectos
oleaje embravecido ni sereno
sino una mancha azul
que cuando te alejas
se hace más pequeña
y más pequeña
y más pequeña
hasta convertirse en un punto
de hermosa insignificancia
que se traga el universo
con la codicia de un avaro.
Te das cuenta
que no eres real.
-III-
Te gustaba creer
que la ortografía era una mandarina
y el amarse los unos encima de los otros
un dogma musical y libertario
cuando la revolución de mayo
se rascaba los codos hasta sangrar
y entraba el grito de su urticaria
a través de todas las ventanas.
Creías firmemente
que el mundo era una alfombra mágica
y tu imaginación viajaba sobre ella
cruzando mares y montañas
con el entusiasmo de una canción
gaseada por la policía antimotines
a la que arrojabas flores y consignas.
Creías en el poeta
de gafas montadas al aire
que soñaba como tú
en la eternidad de los árboles y las ideas
y pintabas frases con los dedos
en muros y paredes
que sólo entendían los versados
cuando la noche cerrada
te convertía en sombra.
En realidad nada nuevo sucedía
el virus de la rebeldía
se gestó por primera vez
en una caverna helada
cuando el cerebro sintió frío
y bajó del volcán la primera llama
que a veces se apagaba
y otras se encendía
y lo único posible era soplar
para mantenerla viva…
Soñabas
y soñabas…
echabas flores a las bestias
y ellas se cubrían con escudos
tenían miedo.
Estos poemas pertenecen al poemario inédito Los Chicos de la Flor © 2015.
Carmen Karin Aldrey
(Foto de Ernesto G.)
Carmen Karin Aldrey (Preston, Holguín, Cuba, 1950). Ha publicado los poemarios Aceite (Linden Lane Press, 2011) con 19 ilustraciones a color de su obra plástica, Noctibus (Linden Lane Press, 2012), El fuego de la lluvia (I C E, 2013), Soy un dinosaurio (I C E, 2015), Me llamaba Betsabé (I C E, 2015), California (ICE, 2015), Numeria: veinte sentencias apocalípticas (ICE, 2016), el libro testimonio Las siestas de Scherezada (I C E, 2013) y el de Ciencia Ficción Eva desde el Cosmos y otras historias (ICE, 2015). Ha colaborado en diferentes espacios impresos y electrónicos. Sus pinturas han sido expuestas en galerías de Estados Unidos y España. Es fundadora de Imagine Clouds Editions y La Peregrina Magazine.