Revista Conexos

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Dos crónicas

EDUARDO MESA

 
Crónica del Panga sobre Papaíto el Sociólogo, Panchito Almácigo y el sujeto que escribió una novela
 

Papaíto el Sociólogo me tiene loco, quiere ser escritor y a cada rato me trae un manuscrito. Yo le digo: “no me lo leas que yo prefiero leerlo a solas”, pero él no cae en la trampa: “brother se te va a olvidar, mejor te lo leo yo” y cuando me doy cuenta Papaíto está entregado a su lectura.
  Así día tras día, semana tras semana, Papaíto va hilvanando sus historias de ciencia ficción. Su último legajo habla de Calabaza, un lugar en el planeta Esparto donde gobernaban los Cabronzotes. Papaíto arma con paciencia la madeja de tramas y sub-tramas que ponen a prueba mi estoicismo. En el primer capítulo que declamó en mi efficiency hará unas tres semanas narraba el momento en que los Cabronzotes se adueñaron de Calabaza, y la crueldad de estos cuando metieron a varios Calabacitas en un máquina de moler carne, iniciando la provechosa pedagogía de “si no cuadras la caja conmigo te muelo vivo”, base y fundamento de su gobierno.
  El problema es que Papaíto escribe como le da la gana, el hilo argumental y la verosimilitud del relato son, según él, majaderías. No sé si triunfará como escritor, pero llegará lejos; es voluntarioso, no tiene sentido del ridículo y se contradice sin el menor sonrojo. En el penúltimo capítulo de esta novela la afiebrada imaginación de Papaíto nos cuenta que los Calabacitas aceptaron gozosos la invasión de los Cabronzotes y que dejarse moler voluntariamente en la máquina fue un alivio, una especie de pacto social-homicida-suicida que todos aceptaron con júbilo. Supongo que el giro argumental esté relacionado con que mando su pasaporte cubano al consulado y espera la “habilitación” para dar un viajecito Cuba.
  ¿Qué es mi deber señalarle la contradicción entre el primer capítulo y el penúltimo? No mi hermano, si hago eso se pone bravo conmigo y me busco tremendo lío con Papaíto el Sociólogo. A este tipo de gente no le gusta que los critiquen, te preguntan tu opinión para que tú los celebres. Si no me crees haz la prueba, critícalos y ya verás que los Cabronzotes de la novela te van a parecer un dulce.
  Ahora estoy enredado con las últimas dieciséis páginas del legajo, en ellas aparece un personaje llamado Victimio Luto que describe las costumbres de los Cabronzotes y su avanzada civilización caníbal; estoy tan cansado que le digo a Papaíto que sí, que está bien todo, para que se vaya y me deje descansar en paz.
  Mira que a la gente le gusta escribir, el otro día me llamó uno, amigo de un amigo, para que le diera mi opinión sobre su novela, le dije que me mandara un capítulo y respondió que no porque podía plagiarlo, entonces le dije que me mandara tres cuartillas pero también dijo que no porque podía plagiarlo.
  “¿Cómo te voy a plagiar tres cuartillas compadre?”
  Entonces me di cuenta que el sujeto lo que quería era leerme la novela.
  “¡No mi hermano, si yo ya tengo bastante con Papaíto que además de novelista escribe más poemas que el Indio Naborí en los años sesenta!”
  Fue mi socio Panchito Almácigo, a quien encontré hace unos días degustando un café en el Versailles, el que me dio la luz para tratar a estos tipos: “ Mira Panga, al de la novela ponlo en contacto con Papaíto y que se lean el uno al otro, así se meten muela entre los dos y te dejan tranquilo ”. Puede que funcione la idea de Almácigo, lo malo es que quieran el juicio imparcial de un tercero y… ¡No, qué va! Sólo de pensar en eso me pongo nervioso.
  Ese Panchito Almácigo sí es una fiera, tiene una habilidad para quedar bien con la gente que si se decidiera escribir un libro de autoayuda se haría millonario, “Optimiza tus oportunidades” podría ser el título y la gente al escuchar a Almácigo en la presentación correría por un ejemplar. Si no ha escrito ese libro es porque aún no lo estima oportuno, pero ustedes verán que en cualquier momento nos sorprende con una edición de lujo en Barnes and Noble.
  Al fin se me ocurrió una idea salvadora, una táctica que me liberará por un tiempo de estos sujetos. Algo tan simple como hacer coincidir a Papaíto el Sociólogo con Panchito Almácigo y de paso sumar al otro novelista obsesionado con el plagio. Quedamos en vernos en un restaurante de Hialeah para hablar de nuestros proyectos editoriales al compás de la Vaca Frita y la Heineken. Los invité a un almuerzo literario con la secreta intención de no asistir, sé que no me lo perdonarán nunca pero si ese es el precio por salir de ellos me importa un carajo, deben estar allí sin escucharse, leyendo sus escritos en voz alta, hasta que el camarero rompa el aquelarre y les acerque, sarcástico, la cuenta inevitable.
 
 
 
Reflexión del Panga sobre el hábito de comer mierda
 

Estaba a punto de entregar un delivery cuando sonó el teléfono, era un número restringido y las llamadas de Cuba entran así, después de hacer varias acrobacias pude aguantar la caja con los muslos, el mentón y una mano. Respondí, no era mami desde Cuba, ni la maquinita del súper intendente Alberto Carvalho dejando un mensaje a todos los padres del Condado, ni el tipo del liquor storage en New Jersey que confunde mi número con el de su novia en Miami. El que llamaba con la identidad restringida a esa hora tan oportuna era Wilfredito Moncada, para preguntarme si sabía de algún lugar en donde vendieran “completas de cumpleaños muy baratas”.
  Estuve a punto de mandarlo a ponerse un enema con salsa teriyaki, me aguanté porque Wilfredito es mi socio desde la secundaria, respiré profundo antes de responderle:
  -La Fe Bakery, vete a la Fe mi hermano, en Hialeah, en la 4 del West y la 29.
  -¿Por dónde queda eso?
  -¡En Hialeah brother! ¡En el West de Hialeah!
  Después de explicarle varios itinerarios y a punto de caérseme la caja del delivery Wilfredito concluyó que mejor le comprara yo los pasteles, él pasaría a buscarlos por mi casa cuando saliera de su trabajo:
  -Panga te lo voy a agradecer, tú sabes que me pierdo en Hialeah.
  -No hay lío Wilfredito.
  Entre los comemierdas que conozco está de moda perderse en Hialeah y restringir la identidad en las llamadas. Quiero aclarar que no tengo nada contra los comemierdas, siempre y cuando no se metan conmigo, supongo además que habrá niveles de comemierdería aún mayores porque al fin y al cabo yo sólo conozco comemierdas sencillos. De lo que ya no tengo duda alguna es que la iniciación a la coprofagia y la atribulada expresión “no voy a Hialeah porque me pierdo” son coincidentes.
  No sé porque a la gente le da por repetir las mismas boberías. Wilfredito Moncada que se crió conmigo en el Barrio Chino también tiene la tesis de que él no quiere vivir entre cubanos, cuando me soltó ese numerito le dije un par de disparates, y no le dije más porque es mi socio y un socio de los años es un socio, aunque sea un comemierda.
  A mí me gusta vivir en Hialeah, en el shopping que tengo en la esquina de casa conseguí el transfer del video de la boda, el veterinario de la perra, el barbero que te pela por 10 diez pesos y te brinda un café de la colada, la mejor miel de abejas, el chapista. Yo se que hasta cierto punto eso una comemierdería de mi parte, pero resuelvo en Hialeah y resuelvo barato. Los habrá que resuelven mejor en Broward o en Kendall, eso no lo niego porque cada unos sabe sus cosas, aunque Wilfredito vive en Kendall y hasta donde me cuenta nunca resuelve nada, solo la renta, que dicho sea de paso es más cara que en “la ciudad que progresa”.
  Tal como están las cosas no sería mala idea establecer la tabla de valores en comemierdería, pudiera ser la tabla de Mierdeleyev o algo así. En la Yuma, aún sin quererlo, nos vamos refinando en el hábito de comer mierda y con frecuencia les transmitimos a nuestros hijos ese refinamiento; de ahí viene la variante del comemierdita cubano americano, para el que habría que establecer otra tabla en valores porque al crecer en un ambiente tan aséptico no conoce la mierda auténtica.
  En fin, que le compré la completa a Wilfredito porque yo también soy un comemierda. Ahora tengo que estar toda la tarde esperando a que pase y cuando esté cerca me llamará en cada Four Stop, porque siempre “se pierde en Hialeah” aunque ha venido aquí un millón de veces.
 
 

Eduardo Mesa (Foto cortesía del autor)

Eduardo Mesa
(Foto cortesía del autor)

Eduardo Mesa (La Habana, 1969), fue fundador de la revista Espacios, dedicada a promover la participación social del laico. Coordinó la revista Justicia y Paz, Órgano Oficial de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y el boletín Aquí la Iglesia. Formó parte de los consejos de redacción de las revistas Palabra Nueva y Vivarium. Ganador de los premios de poesía “Ada Elba Pérez” y “Juan Francisco Manzano”. En la actualidad colabora con las revistas Convivencia, Misceláneas de Cuba e Ideal y edita el blog La Casa Cuba, donde trata temas relacionados con la fe, la sociedad y la cultura. Ha publicado en narrativa El bronce vale y otras crónicas (Editorial Silueta, 2011). Reside en los Estados Unidos desde el 2005.

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Esta entrada fue publicada el 17/12/2016 por en Crónica.
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