Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Cualquier cosa que digas está bien

JUAN CARLOS VALLS

 

-Cualquier cosa que digas está bien-me dijo, mientras hablábamos por teléfono como casi todos los días cuando regreso a casa por la I-95 a mi salida del trabajo. Qué podría decir de este libro que supere en hondura, lo que ya escribí de un golpe seco en el mes de marzo y que sirve de pórtico a este brutal manojo de poemas escritos desde la sangre hacia un mundo arenoso que invisibiliza lo más humano del paisaje y nos reta a abrirnos paso en el agónico matorral de la abulia cotidiana.
  Lo sepia es ella; la que pone en papel lo que no puede vivirse con dulzura por lo irrespirable. Construir con esas piedras un oficio, es la primera de todas las razones y ejercerlo, para que su madre se distraiga mientras la espera, es lo sanguíneo, lo pleno, lo obsesivo. Ena Columbié está rodeada de seres de sombra, con ellos vive, para ellos cocina comidas suculentas que acaban siendo una conspiración contra su propia naturaleza. Es muchas cosas. Ena es muchas cosas. Tal vez por eso puede mezclar los días irascibles con la manía de darse toda, de comprar para otros, de escribir sobre el derrumbe físico, como si hablara de pirámides y países vírgenes.
  Este es un libro que podríamos romper y destinar una pared para cada poema; desfilar frente a ellos demandaría vidas de gato, longevidad para entender sus huesos húmedos y ese destino cínico con que enfrenta el alcohol que desinhibe la niña otra, la que compra collares y duerme desnuda para que pese menos el bulto de vivir, su lejano Guantánamo que yace aquí tan sepiamente, como si toda ella estuviera moldeada de esa tierra donde un día entendió que hay un destino siempre acechando.
  El libro está armado a la medida de nuestra propia angustia, pero el cuento de Ena Columbié es un cuerpo de estambre destejiéndose y con él, sensaciones y vísceras; la fotografía de un desamparo que la va definiendo filosóficamente del mismo modo en que la anatomía de su existencia es consecuente con lo que hace el tiempo con todas las cosas, las corroe, las desgasta y al igual que a sus huesos, les inflige el dolor como una prueba tal vez demasiado concomitante, son ella y sus criaturas extrañas en carrera hacia «el entumecimiento de su mente», quiero entender que ya no es responsable, que si hiere es porque hacen falta respiraderos en el túnel que va del desamparo hasta la casa de piedras rojas, montículos donde poner a descansar tanta pérdida conseguida en el deslave.
  -Cualquier cosa que digas está bien- me dijo, pero yo quiero entrar hasta el mismo vórtice, explicarles a ustedes algo que en definitiva no puede conseguirse sino rumiando las palabras con la misma saliva con que suavizan el arroz, los dulces, los amargos. De esa mezcla de albores está impregnado Sepia; no es un compendio de lo fácil, no hay fuegos de artificios almidonando el atardecer ni gratuidades revoloteando sobre aguas blancas.
  Ena Columbié no nos regala un libro, lo avienta porque el peso de su carga es demasiado ácido para no compartirlo. Si ella pudiera se tragaría el mar e inundaría cada centímetro de memoria, envejeceríamos viendo novelas mexicanas y peleas de boxeo, mientras en el fogón se agita una olla gigante con cuanta especie brote de la tierra.
  Pero Ena Columbié no sabe aquietarse, los médicos no pueden darle un diagnóstico a su dolor porque lo suyo se complementa amoratándose contra el mundo. Uno tras otro los poemas se parapetan. Ena no puede con la sublevación que cada uno encierra, porque es ella quien verdaderamente está llena de esdrújulas, de verbos, de infinitivos. No se equivoquen, en los libros solo hay una milésima parte, los colores antes de ser el «sepia» están adentro revolcándose, espumeando contra los arrecifes internos.
  Desde ese oscuro acantilado se lanza Ena Columbié. Lo que se salva, lo que emerge luego de ese suicidio es lo que nombra, Sepia: el mejor testimonio de su violenta e incorruptible tristeza.

 
MIAMI, octubre 28 de 2016
 

Poemas de Ena Columbié

 
Andante
 
Soy una viajera que coloca el oído en la tierra
para escuchar los pasos de otros tiempos
para sentir a los seres que se acercan
sosteniendo el fuego.
Me abato con las visiones
sin dar la alarma sin miedo a partir.
Mis pies se uncen de la tierra fría
ella revela la sorpresa
que mató a los hombres
por ese delirio de sentirse médula
de exponerse como mito.
No me creen piensan que deliro
cuando camino por el fango
para conocer la emisión del tiempo
y descubrir las raíces que me crecen
los gajos las virtudes
las historias que pueden leerse de las hojas.
Pero la virtud no es sana
expone a los seres al elogio
yo soy un abedul que se descubre y descarna.
Mi rostro no es de bruma nunca lo fue
ni cuando mi madre suplicante me pedía cordura
—Hija, ten cuidado que la tierra enferma.
Tenía razón
estoy enferma de ancianidad terrena
pero llevo jubilosa la carga.
El barro prodiga las horas
y soy el espectro de cada ser que veo
de cada uno que alcanza a verme.
Cargo siglos de viajes sin sentir que llego
y cada visión alimenta el juicio.
Mi instrumento de bambú tiene ecos
que ahuyentan a los seres de sombra
los reconozco por el hedor
por el vaho que desprende sus lamentos.
Sigilosa me atrinchero
y recojo los estrépitos del llanto
la letanía que repiten por el cáliz.
Sigo en busca de la palabra
de los seres de sombra que no tienen historia
los que murieron de similitud y de apatía.
Llegará el final del camino
las cruces me mostrarán sus rostros
sin signos místicos despojados de dolor
frente al fuego crepitante de una hoguera.
 
 
 
Un alma
 
Soy un alma que escudriña el vasto espacio a mis pies
montañas verdes azogue y marrón
verdeazules los lagos y ríos serpenteantes
luces pequeñísimas cobijan la vida de los que están abajo.
Absorta en el vacío de las nubes confirmo la distancia
y que la libertad sería buena si se completara
si no estuviera atada a una silla a un casco metálico.
Nada es perfecto siempre estamos en nuestra propia
cárcel
y besamos los cadáveres de los que se nos van
pero rechazamos su olor porque nos recuerdan
que nuestro turno también está por llegar
que seremos hedor carne podrida y fétida
porque igual estamos hechos de tiempo
y no podemos controlar los sentimientos.
No se puede regresar de la mortalidad
Si emprendes morir el ciclo se cumple
no habrá próxima vez ese es un cuento viejo
como el arrepentimiento el perdón y la justicia.
Una vez creí porque me hicieron un hechizo engañoso
y luego abrumada por la soledad abandoné la fe.
No encontré la forma de hacer reír a Dios
y él no quiso enseñarme a controlar la ira ni el dolor
por eso creo que la esencia regresa con el cepillo de dientes
ese es el verdadero inspector del tiempo
el que te obliga cada mañana a mirarte al espejo
y enfrentarte al aliento que envejece.
Desde aquí se divisa la cumbre de la montaña
las tejas enmohecidas por la lluvia vamos bajando
la imagen recuerda un lienzo tropical y apocalíptico
soy un alma oteando el vacío desde una ventana
las sombras del presente se sientan frente a mí
para borrar el pasado que me hacía soñar.
 
 

Juan Carlos Valls (Foto de Ernesto G.)

Juan Carlos Valls
(Foto de Ernesto G.)

Juan Carlos Valls (Güines, 1965). Ha merecido importantes premios, entre ellos David, 1991, Loynaz, 1994, Orippo, 1995 (España), Calendario, 1996 y Erótica, de Los Palos 1998. Fue seleccionado entre los ganadores de la primera edición del concurso Pinos Nuevos, en 1993. Ha publicado los libros de poesía De como en la estación de un pueblo el pretexto del viaje son las bestias (La Habana, 1991), Los animales del corazón (La Habana, 1994), Los días de la pérdida (Pinar del Río, 1995), Yerbas en el búcaro rojo (Isla de la Juventud, 1996) y Conversaciones con la Gloria (La Habana, 1998). Además, sus poemas aparecen recogidos en las antologías Anuario de Poesía Unión de Escritores (La Habana, 1994), Poesía Cubana Hoy (España, 1995), El mapa del país (Chile, 1996), Surtidor (La Habana, 1997) y Alba Cubana (España, 1998), Antología de la poesía cubana del exilio (Aduana Vieja, 2011).

 
 

Ena Columbié (Foto de Josecuba)

Ena Columbié
(Foto de Josecuba)

Ena Columbié (Guantánamo, Cuba). Poeta, escritora y artista. Licenciada en Filología. Ha obtenido numerosos premios y publicado los libros: Dos cuentos (1987), El Exégeta (1995), Ripios y Epigramas (2001), Ripios (2006), Las Horas (2011), Solitar (2012), Isla (2012), Luces (Editorial Silueta, 2013) y La Luz que conduce a los poetas (2013). Obras suyas también se encuentran en antologías y publicaciones periódicas y seriadas. Codirige las editoriales, EntreRíos y AlphaBeta. Como pintora y fotógrafa ha expuesto en varios países de Latinoamérica, en EE. UU. y España. Ha colaborado en periódicos y revistas especializadas, así como ilustrando libros de escritores importantes entre los que se encuentra, Ante-Réquiem y en camino (2012) de Ernesto Kahan, Premio Nobel de la Paz y Premio Mundial de Poesía Andrés Bello. Obras suyas se encuentran en galerías, colecciones privadas y museos. Reside en Miami, Florida.

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Esta entrada fue publicada el 17/12/2016 por en Crítica, Poesía.