Para Xiomara Cardoso
Se fue sin despedirse de mis ojos
la que nunca golpeó mis alegrías
y anduvo meses con las hijas míasa
en su vientre de sol. La que cerrojos
jamás impuso. Que sumó manojos
con la pureza de sus hondos días,
y ni siquiera con melancolías
rozó mis almanaques grises, flojos.
Se fue de madrugada un triste jueves
–nada supo de Trilce ni Vallejo–
dejándonos la nieve de las nieves.
Se fue sin despedirme…! Cuánto frío
su legado volviendo como un río
de arrecife y sal en el espejo.
Como para volver a vivir
Guarda noches
en gavetas aparte,
ancianas y frías.
Fueron lo que fueron,
(quizá algún día
volverán a ser)
no son justas para contar
recuerdos,
penas o distinguidas
historias.
En muchas hay olor a copas
apuradas en algún hotel sin nombre
y altas rendijas para el hambre
del ojo que espía.
En otras supongo
que trocitos de luna caidos
en su rostro desprevenido y tenaz.
No dudo que cierto aire invernal
les estremece y desvía la costumbre.
A veces las apareja,
las cuenta,
las reconoce según la memoria
y salta lo sucedido entonces.
Oye: ¿En qué sitio recuesta
tu corazón lo que duele?
¿Dónde el fuego qué deshiele
el témpano qué molesta?
¿En qué ruiseñor sin fiesta
un himno se te desmaya?
¿Y en qué vuelta de la saya
algo se te desmorena,
como una muerte de arena
y de caracol sin playa?
¿Tras que puerta gris y vieja
te han cerrado la sonrisa
y corre triste en la brisa
una pretensión de abeja?
¿Qué habla el óxido en la reja
qué la mirada te asombra?
¿O cuánta espina te nombra
–Ay, mientras qué vas y vienes–,
por el sol qué ya no tienes
ni para verte la sombra?
¿En qué nocturna quimera
gastas la piel de tu sueño,
dónde tu jardín isleño
inculpa a la primavera?
¿Qué forma de tanta ojera
es la qué más te sustrae,
y qué te lleva y te trae
acuciada de emociones,
cuando queda sin gorriones
la tarde y la noche cae?
Qué senda le da a tu paso
el delirio de una estrella?
¿Con qué adiós de la botella
el brindis se va del vaso?
¿A quién le das un “si acaso”
y te alejas de la barra,
zafando en la última amarra
el ángel de la locura,
y te suena en la cintura
un recuerdo de guitarra?
¿Puedes citar en qué esquina
habanera te amulatas
y qué color de las batas
a tu carne se avecina?
¿Que vidrio de la retina
te sabe a lluvia primera?
¡Ay, dios del polvo en la acera
trillado de mansedumbre,
por la rítmica costumbre
de tu pasión treintañera!
¿Por fin de qué parque tomas
las caricias del momento
y te pones con el viento
a discutir de palomas?
¿Cómo a flor del eco asomas tu espíritu?
¿Cómo llenas tu tiempo?
¿Cómo las penas las borras?
¿Cómo te marcas de ilusiones?
¿Y que charcas transformas en azucenas?
¡Válgame tu vida hecha
al trópico de mi isla,
entre la sal que te aisla
y el azúcar que te asecha por las costas!
Verde endecha la que te circunda el alma
y que hacia adento te ensalma,
te pondera y te circula,
mientras que tu cuerpo ondula:
Bandera de luna y palma.
Hola padre…
Deja un rato la frialdad que te envuelve.
Ven de tu cenizas.
Vuelve a ser carne y no retrato.
Siéntate a mi lado.
(¿El gato de los recuerdos me araña?)
Enséñame con que maña
disuelvo lo que me aterra
y en lo triste de la tierra
toma mi cuerpo y me daña.
Anímate, sube, suena,
suda el sueño de soñar.
Armate de nube y mar
y de paloma y avena.
Rebúscame vena a vena
lo que necesito ahora…
Haz ligera la demora
sin insinuar un reproche,
que en los dientes de tu noche
está el hambre de mi aurora.
Enséñame una sonrisa
que no conozca final
y en la punta del puñal
la muerte muerta de prisa.
Azórame en la cornisa
los cuervos que me negrean las mañanas.
Haz que sean mis horas llenas de luz
y no de clavo y de cruz
donde mis venas gotean
todo el martirio que entra
por mi espíritu y me muerde
con una punzada verde
de patria que me descentra lo que soy.
Que reconcentra su furia dictatorial
y me asfixia en su ritual
de endemoniada medida,
habituándome la vida
a ser esponja de sal.
Ayúdame padre.
Dame un antídoto capaz,
de curarme con la paz
aunque la guerra me aclame.
Que la angustia que me lame descanse…
Calle su voz…
Que ante todo lo feroz
hablen las manos amigas
y en el viento mis espigas
sean más puras que el arroz.
No me abandones:
–¡Ay, viejo!–
Deja un rato lo que haces…
(¿No te das cuenta que naces
y amaneces en mi espejo?)
Dame el pan de algún consejo
y después vuelve al retrato…
Que entonces de rato en rato
donde me entrañas y aunas,
seguiré arañando lunas
en las noches de mi gato.
Decididamente
Sucede que me canso de la vida,
de exprimirme en un zumo de limones;
que de tanto viajar los corazones
he sufrido y vivido cada herida.
Sucede que la niebla me convida
a resumirme en polvo de rincones;
y a torear en internos nubarrones
el agua de una sal enrarecida.
Sucede que me muerdo la caida;
que luego me levanto con mi nombre
y dándome otra vez la bienvenida,
me aparto de la carne envejecida
y sin jamás cansarme de ser hombre
resuelvo diferencias con la vida.
Efraín Riverón
(Foto de Eva M. Vergara)
Efraín Riverón (Güines, La Habana, Cuba, 1942). Poeta. Ha publicado los poemarios: El rumbo de mi sangre (1979), La exacta memoria (1994), Nube y espuma (1999), Un punto en el tiempo (2002), Los ojos en la Isla (2006), De la Isla, la familia y otros recuerdos (2007), Los días de otro almanaque (2008), Después de la ceniza (2010), De la palabra y el espejo (2011) y De la luz su fondo (Editorial Silueta, 2012). Reside en la ciudad de Miami.