DESHIELOS
–¿Cuántos deshielos en esta negra misa
han de cicatrizar mis ansiedades,
el desplome
que anega su parábola,
enladrillando en un alud cualquier albor?
–No es tuya esa legión tan derrotada,
al menos no encallaron las hortensias.
–He oído oxidarse unas epístolas
en la ebriedad
que nombra este descenso,
me han tatuado azabaches huracanes
y el salitre recobra su mordaza,
secuestrando la ecuación del suicidio.
–Son pinceladas de ultramar
que en tu cerebro moran exiliadas.
–Negruzca vuelve
la trashumante anécdota del clan,
degollando todo renacimiento
que pueda deletrearse en las cañadas.
Barbarie leo,
crepusculares alfileres, ideogramas arados…
–No jodas más,
que esas campanadas no son tu vida.
REMANSO
Busco un remanso para entrever en qué lágrima podrían apagarse mis jinetes y en la navegación hallar sólo el hastío, algún lucero difuminado entre violetas donde viven dispersos mis amores. Pido que el desaliento no triunfe sobre esta obstinación tan dispuesta a morir como los toros, y que una sinfonía restañe raíces que he perdido, victorias desoladas.
¿QUÉ MURALLA HIPNOTIZA LA TORTUGA?
¿Qué muralla hipnotiza
la tortuga,
qué resplandor
nos oculta en su casa?
Mientras el huracán
cedros arrasa,
lenta
–como una tarde–
ella se fuga.
Ignoramos
su origen en la arcilla,
trasiegos
esculpidos paso a paso,
sus párpados que son
como el ocaso,
donde en silencio
amansa una semilla.
Desde su lomo
un alfabeto aflora:
abismales relatos
de estaciones,
designios
que el infierno nos advierte.
Estará la tortuga
a toda hora,
en cualquier cruz,
bajo seis corazones,
testimoniando el fin de nuestra suerte.
DESPEDIRSE
es ir muriendo,
rendido
en el charco seco,
donde nombrarte
es un hueco
que desgarra amaneciendo.
Te vas,
me voy,
se está yendo
nuestra ardorosa techumbre.
Sin aliento
no hay traslumbre,
ni este lápiz transfigura
el torbellino
en pintura,
la diáspora en una cumbre.
TRIGAL
escarba
hasta que salves
tu trigal
el mundo
moribundo
es un segundo
lo demás es trasfondo
grullas que gimen
escorpiones
encuentra algún zafiro
espantapájaros
antes de la nevada
¿tu felicidad?
la no eternidad
sin deidad
escarba hasta el perdón
que no todo se angustia
en estos óleos
LEOPARDOS
esos leopardos
que te acosan
desde eras
(muy amargas)
profanando
a contrasombra
tus respiraciones
(como un pésame)
lamiendo
con sus uñas
bermejas
(tus lágrimas)
que arden
y enlodan
cualquier vuelo
(recordándote)
catacumbas
y automutilaciones
has de matarlos tú
(con el olvido)
HARAPOS
inexplorada
tras un cordel de harapos
dispersa
entre subtumbas
huidiza
en sus azares
DE
ESA COLMENA
que reniego
y me hunde
cansadamente
heredaré
las sumisas arañas
que sólo tejerán
VUELVEN A SU CACERÍA
penas
que ya me habitaron
y taimadas
desterraron
de mi cauce la armonía.
Rondan
en una porfía
para invadirme a traición,
me orillan
contra un panteón,
tornan a la hiel
su idilio
mientras nublado
me exilio
ante esa devastación.
NO PREGUNTEN POR MI ESCUDO
si espío
casi jaguar
y bogo
hasta transmigrar
por ese lindero mudo,
donde sin rezos
me anudo
en los pliegues
de una rumba,
y aunque mi espíritu enrumba
libre
de tanto perder,
siento
que al oscurecer
cualquier instante es la tumba.
NUNCA VUELVAS A ENCALLAR
en tus propios
lodazales,
si escapaste
entre raudales
lidiando con el azar.
Si ancho esparce en ultramar
su durazno
esos luceros,
bojea
por los linderos,
traspasa
todo acertijo,
y aunque bogues
sin cobijo
habrá cien embarcaderos.
Agustín Labrada
(Foto cortesía del autor)
Agustín Labrada (Holguín, Cuba, 1964). Vive en México desde 1992. Ha publicado nueve libros de poesía, periodismo cultural y ensayo, entre los que destacan La vasta lejanía, Más se perdió en la guerra, Teje sus voces la memoria… Es autor de la antología poética de la Generación de los Ochenta en Cuba Jugando a juegos prohibidos. Fue finalista del Concurso Internacional de Novela Herralde, de Anagrama (España, 2013); y ganador del Premio Internacional de Poesía de la Municipalidad de La Arena (Perú, 2015).