El 5 de abril de 1908 nació Ruth Elizabeth “Bette” Davis en Lowell, Massachusetts. Y no hay historia del cine que se respete que no la incluya como uno de los pilares incuestionables de la actuación y del star system. Sin su rostro no se puede hablar de Hollywood.
Debutó con The Bad Sister (Hobert Henley, 1931), pero no es hasta la vulgar y pérfida Mildred Rogers de Of Human Bondage (John Cromwell, 1934) junto a Leslie Howard, basada en la famosa novela de W. Somerset Maugham, que no alcanza un reconocimiento sin precedentes, epítome de maravillosa, a pesar de que la excluyeron ese año de las nominaciones al Oscar. Al año siguiente se lo entregaron por Dangerous (Alfred E. Green) a lo que ella se refirió con la ironía típica de Aries: Bah… un premio de consolación por lo que me debían.
En 1938 vuelve a alcanzar la estatuilla por Jezebel, dirigida por William Wyler, un gran amor imposible en su vida sentimental igual que lo fue su galán favorito, George Brent. En Jezebel, su personaje, una joven sureña dominante, llamada Julie Marsden, estamos en 1852, exclama, no en el medioevo, le ganó el mote de “la tempestuosa” por lo difícil que resultaba trabajar con ella, quien siempre estaba a la búsqueda de la perfección. En toda su carrera recibió diez nominaciones al Oscar y cinco fueron consecutivas (de 1938 a 1942).
Después de 17 años con la Warner Brothers, se despide de los estudios con Beyond the Forest (King Vidor, 1949), en la que con un pelucón negro lanza la frase ¡Qué pocilga!, que luego Elizabeth Taylor en Who’s Afraid of Virginia Woolf? (Mike Nichols, 1966) la recrearía exageradamente y ella retomaría para iniciar sus presentaciones como una forma de imitar a sus imitadores y de burlarse de sí misma.
Cuando todos vaticinaban un declive en su carrera, en 1951 dio vida a Margo Channing en la ya clásica All About Eve bajo las órdenes de Joseph L. Mankiewicz que se refirió a ella como el sueño de cualquier director y puso en boca de los amantes del cine la archirrepetida frase: Ajústense los cinturones, que vamos a tener una noche traqueteada.
En 1962 vuelve a la carga con su última nominación al Oscar, What Ever Happened to Baby Jane? junto a Joan Crawford, con la cual tuvo rivalidad profesional y personal y que parece haber maltratado en el film más allá de lo que el guión exigía y de la paciencia de su director Robert Aldrich, la cual se la desquitó la noche de las premiaciones, empujándola detrás de los cortinajes, ábreme paso, dicen que masculló Joan, que tengo que recoger el de mi amiga Anne Bancroft… perdedora tú.
Fumadora incansable en casi todas las caracterizaciones modernas, hoy esas escenas son cuestionadas como mal ejemplo de los daños que puede causar el humo. En The Great Lie (Edmund Goulding, 1941) fuma sin parar delante de Mary Astor que está embarazada y en Now, Voyager (Irving Rapper, 1942) Paul Henreid se pone dos cigarros en los labios, los enciende, le brinda uno en un acto de rotundo atrevimiento erótico, vamos a fumar y ella, rechazando la proposición de matrimonio pronuncia la venerada frase final: No pidas la luna… confórmate con las estrellas.
Aunque sarcástica, supo reconocer siempre a Claude Rains como un brillante actor, tembló delante de él en Deception (Irving Rapper, 1946) y a Errol Flynn encantador con una espada en la mano, lo amó casi de verdad en The Private Lives of Elizabeth and Essex (Michael Curtis, 1939). A Miriam Hopkins, Celeste Holm, Susan Hayward y Robert Montgomery los consideró insoportables, intrigantes, pendientes siempre de robar escenas. Igual sucedió con Lillian Gish durante la filmación de su penúltima película The Whales of August (1987) para la cual su director Lindsay Anderson le pidió abstención, déjala tranquila, ignórala, porque para ella el apasionado David G. Griffith había inventado el close-up. Sin embargo, a Joan Crawford, en un gesto de bondad humana, la consideró muy profesional, sabía sin que se lo dijeran dónde pararse y mirar a la cámara cuando la escena lo requería.
En 1981, se colmó de felicidad cuando la cantante Kim Carnes puso en el no. 1 la canción Los ojos de Bette Davis durante nueve semanas.
Murió el 6 de octubre de 1989, a la edad de 81 años, debido a una metástasis de cáncer del seno. Se casó y se divorció cuatro veces y concibió tres hijos. Recomendables lecturas son sus autobiografías The Lonely Life (1962) y Mother Goddam (1975). Su epitafio reza: “Lo hizo del modo difícil”.
Para no perderse
En el 2017, el canal televisivo FX filmó el serial Feud: Bette and Joan, recreando hasta donde la maldad se lo permitió a sus creadores, los encuentros truculentos de Bette Davis (extorsionada por Susan Sarandon) y Joan Crawford (sublimación de Jessica Lange) durante los desasosegados días de la filmación de What Ever Happened to Baby Jane? (1962), dirigida por Robert Aldrich.
Este texto pertenece al libro De Cine de bolsillo (Término Editorial, 2017)
Cine de bolsillo
(Término Editorial, 2017)
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Filmografía
Santiago Rodríguez Chago
(Foto: cortesía del autor)
Simplemente Santiago, o El Chago para algunos, nació en Guantánamo un solo 5 de octubre de 1940, para enterarse en la tercera edad que tal vez pudo ser noviembre, incertidumbre de haberse convertido en un escorpión a punto de perder el balance de toda una vida. El paso por el instituto de su ciudad natal lo llevó a tener como profesor de español a Don Regino Boti y en sus clases, donde aprendió de todo menos del uso de las preposiciones y los adverbios, supo que las cosas tenían dos caras y ninguna era la de la verdad; que solo la justicia, porque también como juez se desempeñaba el poeta, por puro formulismo aplicaba la ley a su manera. Asombrado, después de esa clase magistral, corría a guarecerse en la pantalla de plata como si fuera un cabaret de cine mexicano donde Ninón Sevilla bailaba con malicia, víctima del pecado; María Antonieta Pons movía la cintura sin freno de un lado para otro sin seguir los compases musicales vengándose de los hombres a golpe de cadera y, Rosa Carmina, bajo las órdenes de Juan Orol bajaba del cielo como un ángel donde los gánsteres a tiro limpio se iban a disputar su belleza, porque ella, seguro, conocía bastante del averno; y así fue creciendo el diminuto Rodríguez, acumulando fichas de estrellas, luego directores, después fueron los fotógrafos y hasta los nombres raros de músicos como: Miklos Rózsa, Misha Bakaleinikoff o Dimitri Tiomkin.
Por su habilidad con las ciencias, se hizo ingeniero químico en la Universidad de Santiago de Cuba y, de rumbo para La Habana, donde único se podía vivir en nefastos tiempos de revolución, continuar con la ingeniería, ahora agronómica, porque al fin y al cabo lo iban a poner a cortar caña, desyerbar platanales o recoger café y, lo mejor era prepararse mentalmente. Hasta el día en que conoció a Antonia Eiríz y todo cambió como por arte de magia porque para sobrevivir, como los pobres, hay que hacerse artista y ella fue paciente en su formación.
De cómo paró en Miami y se hizo un escritor cubano-americano es otro cantar, sin cabida para unas memorias, demasiado aburridas que serían por la semejanza a la de cualquier cubano que siempre cuenta lo mismo, la verdad absoluta, algo que solo existe en esa isla volcánica donde hacen erupción los exabruptos. Hoy se divierte con este libro titulado Cine de bolsillo y a leer se ha dicho. Tener en cuenta que no es colmar la satisfacción de Chago sino un regalo de él con mucho amor para ustedes, los lectores.