Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

El buey, el cuervo y el tigre

 

JESÚS ALBERTO DÍAZ HERNÁNDEZ

 

a Alejandro Fonseca in memoria

Quizás en algún pueblito holguinero sobre sudorosos bueyes, o en alguna zona, digamos, no franca del Parnasus, cuya intención adquiere opacos matices narcisistas, se escucha el grajear de un cuervo en armonía con el espíritu del tigre, por entre callejones infestados de palabras despellejadas; desprovistas de metafísica. De antemano expectoro que resulta difícil formar una idea concisa en relación al acontecer inteléctico en estos predios: Es como enhebrar una aguja en la penumbra. Pero, ¿quién ha dicho que este oficio es fácil? El trabajo del espíritu es inframúndico. Me atrevo a citar la piedra de Sísifo como ejemplo.

Si bien la imagen del poeta se ha visto profundamente deteriorada en los últimos tiempos, debido a la espesísima niebla del ombliguismo, donde el Ego se ensancha y marca su territorio con grotescas pinceladas, prevalece la delicia que despide el saber, es decir, las complicidades del espíritu y por otro lado, aún nos quedan los clásicos y algunos agiles contemporáneos. En1943 Canetti, a manera de apunte, escribió lo siguiente: La cultura se fabrica con las vanidades de todos sus promotores. De modo que uno pierde el tiempo en abrigar esperanza alguna en cuanto a la seriedad inteléctica del Parnasus. Sin embargo, entre todo lo que especulamos sobre Poiesis, ¿qué más debería estimularnos, sino la Poesía misma?

Ahora, ¿por dónde podríamos continuar? Sin apartarnos del trono de Poiesis, evoquemos una tarde de domingo: un grupo de escritores reunidos en un apartamento en la 72avenida y la 7calle del norwest. Unos esputando parabolas pueblerinas en contrapunto con el vozarrón de Louis Armstrong, en contrapunto con el balbuceo de la garbanzada. Otros en función de Silenos. Y la perra que no para de ladrar. Cállate, ruge el Tigre. Entonces, en medio de esa colorida atmósfera leerá: Todos hemos tenido nuestro buey/animal tendido a lo ancho de la tierra/de ancestral, de calmosa baba/el que vimos con lento paso/cruzar por los frescos yerbazales. Un homenaje de natura modernista a César Vallejo y  Rubén Darío in memoriam. Aunque, esos frescos yerbazales, empapados por el sudoroso buey, en cierto sentido, no son más que la personificación de una dolencia antigua con rasgos metafísicos: El abuelo de seguro murió por estos campos/inconclusa fue su vida, risueño su rostro/a pesar de no sé qué espanto contraído.

Suele resultar simpático recrear el concepto que se tiene de un poeta, sobre todo si lo conocemos personalmente. En el caso del Tigre no sería atinado llamarle erudito puesto que, a pesar de la madurez, sus lecturas eran más bien limitadas, o sea, no era un lector prosaico. No sé cuán profundo habrá escarbado en la obra de los grandes modernistas: Proust, Joyce, Hamsun, V. Woolf, Faulkner. Pero, no por ello debemos tomarlo por un homúnculo, por decirlo de algún modo. Sin lugar a dudas es poeta; su poética es sencilla, cálida como el sol que se anuncia a través de una luz oblicua, algo así como la sencillez profunda de Eliseo Diego, lo cual despierta el interés del lector. Cuervo es el texto que, en mi opinión lo sementa en el panteón de Poiesis. Claro, siempre que colocamos la palabra cuervo dentro de un contexto poético, lo 1ro que viene a la mente, con aquílicas pisadas, es el poema de Poe. Ni el perentorio Albatros de Baudelaire escapa de la influencia. ¿Qué tiene el cuervo del Tigre de singular?  Nada, ahí está la grandeza. Surte el mismo efecto que, Bajo el volcán de Malcom Lowry, una novela exquisita que no dice nada

La esposa fiel ha dejado de trajinar en la cocina para ocupar su espacio en el convite. Su rostro oracular sugiere años de matrimonio, años salpicados de tertulias. La mueca magnífica ante la mirada indiscreta de alguna mariposa extraviada, o algún comentario acerbo. El iris desciende sobre el aleteo como una hoja sacudida por Αίολος (Éolo), soplada por una siemprerenovada pasión. Entretanto, el Tigre pasa unas páginas, frunce el ceño, pasa otras más. Detiene el dedo: Este poema, dice, lo escribí hace unos años. Cual ofrenda abre las alas el cuervo. Se magnifica: En un tiempo graznaste/por el frío de otras estepas/en el árbol donde los caminos se tuercen/por donde a veces en silencio/regresa la derrota. Esos versos de 1er orden aluden a las más empíricas reflexiones imperativas. Uno no deja de preguntarse si el cuervo es una representación simbólica del entorno parnasiano, del oficio de la escritura el cual suele ser destructivo, o una reminiscencia del poeta en su etapa temprana, en las garras del vicio que trae consigo Poiesis, para ampliar la idea sería oportuno volver al texto: Aléjate cuervo/aleja de mi piel tu pico punzante/ya no eres el pájaro gracioso/que pueda posarse en la mano del hombre/como animal de fina suspicacia. A donde quiero llegar, la Poesía por se sólo es posible a través de la sensibilidad en armonía con el espíritu (el pensar) mediante lo cual el poeta filtra sus emociones.

En reglones anteriores nos familiarizamos con el Buey del Tigre. Ahora, sin fastidiar al lector me gustaría compartir unos versos del poeta uruguayo Fernán Silva Valdés, un poema que, por cierto, se titula El buey: El arado es su perro y es el yugo su cruz/La claridad del día lo sorprende en el campo/soplando humo de aliento a lo largo del surco/Es tan madrugador que todas las mañanas/por entre sus cuernos se levanta el sol. No voy hablar de una influencia directa porque no la hay, pero si subrayar una analogía eclesiástica que se desplaza de los gauchos campos a los verdes yerbazales en el lomo de un buey. Y de paso rescatar de entre los yerbajos del olvido la poética de Silva Valdés, desde luego, los conocedores de Borges deben estar al corriente: (Inquisiciones, pág 59). Speaking of bestias, aprovecho la ocasión para invocar un fragmento de las sacras páginas de nuestro panteón: Las salvadas alas en el mulo inexistentes/más apuntala su cuerpo en el abismo/la faja que le impide la dispersión/de la carga de plomo que en la entraña/del mulo pesa cayendo en la tierra húmeda/de piedras pisadas con un nombre/Seguro, fajado por Dios/entra el poderoso mulo en el abismo. Sería una negligencia no revisitar los versos del Minotauro asmático, tema de mis frecuentes conversaciones con el Tigre. Con ellos el minotauro asegura su lugar en el cenáculo de Poiesis, se interna en el laberinto, sacudido por su respiración entrecortada, su voz sopránica, recibe el escarnio de la hambruna, mientras la pezuña escudriña el mármol del saber. Poiesis que simboliza espacio y desface, establece también un continuo fijado por invisibles torrentes. No es extraño que un poeta se sienta estimulado por la obra de otro. Alguna observación metafísica, o empírica tal vez, ha de justificar lo anteriormente dicho, aunque la percepción puede ser subjetiva, cual ese hedor a resignación que transpira el emigrante, o la dócil rectitud de un lápiz ofreciéndose al tacto de los dedos. Si observamos con detenimiento el buey del Tigre, veremos que, conceptualmente, tiene más del mulo de Lezama que del buey de Darío, Paso es el paso del mulo en el abismo. Por su parte el Tigre se desliza con los sgt versos, volvemos al comienzo: … animal tendido a lo ancho de la tierra/de ancentral, de calmosa baba/el que vimos con lento/paso cruzar por los frescos yerbazales.

Como un perro que cambia el rumbo al olfatear la tierra espesa, pasamos a otra estancia del Tigre. A principios del 2013 inaugura la tertulia Zona Franca con la intención de crear un espacio abierto, entre otras cuestiones, al debate, a Πόλεμος (Polemo) para así, además de contribuir en el mejoramiento del acervo cultural de la ciudad, defender la sacra expresión de la crítica. ¡Vamos a ver si me explico! En realidad esta tertulia no se diferencia mucho de las otras, salvo, que se desvincula de las habituales barricadas parnasianas para ponerse al servicio del discrepar. Dicho en pocas palabras no tenía fronteras. Metaforiza con gracia criolla las necedades andariegas que saltan de boca en boca. Es curioso observar como cada cual se ajusta a su propio propósito. Después de todo, la intención del Tigre era abrir un espacio en función de la palabra que le habían suprimido otros espacios. Un espacio donde la palabra lograse ascender por encima de la ceja gruesa hacia el centro del debate. Vuelve a graznar el cuervo por el frío de otras estepas. Decidor de rebaños arreados por las errantes pisadas del repentismo y la controversia. Tirando de esa cuerda metafórica destacamos la lectura inaugural de Rolando Jorges y Joaquín Badajoz cual un contrapunto generacional donde el intelectus es el denominador común. Por supuesto, no hay círculo tan preciso como el que podamos trazar a nuestro antojo y completar con quienes queramos, aunque luego termine borrándose bajo la somnolienta luz y el aromoso incienso del olvido. Salvemos entonces lo salvable: El decir.

Gatea el 2014 y en marzo el Tigre viaja con su esposa a su natal Holguín. Con lento paso, al igual que El buey, recorre los frescos yerbazales. Renueva su costumbre: del Marañón al Jigue, esos ríos hoy reducidos a minúsculos torrentes de agua albañales, sobre las que aún flotan los versos de Delfín Prats. Cada escombro un sacramento expuesto a las constelaciones, cada mendrugo de inmundicia. El ojo acuoso se vuelve hacia el Marañón sin advertir que sería la última vez que flotaría a lo largo de aquellas aguas. Pudiera ser el efecto del ojo, pero existen razones por las cuales un río que atraviesa un pueblecito llama la atención de un poeta, no por ser hoy una triste corriente de vulgares aguas, sino por ser el aliento de una zona afectiva.

Regresa a su exilio con el espíritu salpicado de fangosa agua sacramental, le acompañan las divinidades del Jigue y del Marañón; sus ancestros. Ahora nos encontramos en su apartamento, es domingo y la perra no ha dejado de ladrar. Ancianos ladridos desbocados que sacan de quicio a cualquiera. ¡Cállate!, protesta el Tigre. Y, aunque escéptica, con un cinismo diógenesiano, la perra finalmente obedece, mientras el Phoenix dominical extiende sus alas de fuego sobre la mesa perentoria, la mesa donde se recicla el enigma de la costumbre y la cofradía. ¿Te apetece una copa de vino?, si por favor, ¿blanco, o tinto?, tinto, preferiblemente. Con gracioso gesto, el Tigre, abre una botella y la coloca frente a mí, mientras resumimos el recorrido, del Marañón al Jigue, sus conversaciones con Lourdes González, amiga perenne, editora de sus libros, debatimos sus adquisiciones últimas: una antología poética de Lorenzo García Vega y un libro de ensayos de Eliseo Diego. Ahora estoy frente a un Tigre que ha vuelto con ansias de adentrarse en el siniestro y proserpínico bosque de la literatura para agarrarla por los cuernos. Un Tigre que ha vuelto cual Ζεύς en cisne convertido para poseer a Leda. A estas alturas, el lector debe haber advertido que, hablo de Alejandro Fonseca; el Tigre no es más que, un manerismo suyo. Un manerismo fermentado con su (leprechaunian ) sentido del humor, por lo que, muchas veces, del cual germinan personajes y sucesos robertwalserianos. Ahora bien, no olvidémos que un poeta es un alma que sufre hacia adentro por muy burlesca que parezca su corteza. Claro, el ejercicio poético le es útil para hilvanar artimañas. Cabe en ese aspecto evocar la relación Góngora/Quevedo, motivo de burlescas composiciones.

Tropieza con Ατροπος (Átropos) la de absolutas tijeras, de un modo brusco, imperativo, irreductible. No es sólo la brusquedad, lo imperativo del tropiezo lo que espanta, sino la presteza paralela a la transfiguración. Y es ahí donde comienza, en los reiteramientos de lo transfigurativo, a reducirse la medida de las posibilidades, es ahí donde la clemencia se vuelve un instrumento inútil, es ahí cuando regresa el cuervo con su pico pulsante a través de una puerta dimensional, la pronunciada puerta de la que surgen errantes almas pidiendo oraciones para alcanzar la luz suprema. ¿Cómo puede posible?, nos preguntamos. 1ra-mente debemos tener en cuenta que, cual Πρωτεύς (Proteus) Aτροπος suele tomar diferente formas, es decir, puede aparecer hierática con una bata blanca, o tras el rostro de un pariente. Sin embargo, la materia picotea los últimos mendrugos de esperanza, no advierte siquiera, el hedor del barquero que se acerca. El espíritu, por su parte, hace sonora su garganta, descifra signos antes ignorados, se va abriendo hacia las plenarias insinuaciones del ocaso. La voz combate por detener la arenilla de la clepsidra, pero el cuervo hunde su pico punzante en la amarillenta piel. En la mañana del 7 de febrero, mes de su concepción, penetra el tenebroso valle de Proserpina, no como el tío Alberto (en el capítulo 7 de Paradiso) que marcha gracioso, plenario, a las tinieblas, asistido por el goce y la simpatía criolla de la décima, sino impulsado por el repentino tijeretazo de Ατροπος. Su espíritu, con absoluta entereza, asciende, reclama su criolledad, su terruño, reanuda la costumbre, del Marañón al Jigue, a donde vuelven errantes los hijos de Adán, donde revolotea el caballito del diablo y en silencio vuelven el cuervo y el buey en cenizas convertidos. Yo, me limito a pensarle de la misma manera que Ezra Pound pensó en los provenzales: Lo pienso vivo.

 
 

Jesús Alberto Díaz Hernández
(Foto: Ulises Regueiro)

Jesús Alberto Díaz Hernández «Tinito» (29 de Mayo, 1971, Pinar del Río). Escritor, dibujante, traductor. Estudió licenciatura en lengua inglesa en el Instituto Pedagógico de Pinar del Río. Tiene publicado dos poemarios: «Discurso en la penumbra», Editorial Hoy no he visto el paraíso (2012) ”Sanctasanctórum” , Editorial Eriginal Books (2012). Tiene ineditos inédito: “Deltedio”, Editorial Hoy no he visto el paraíso (2014) y Aurea Mediocritas, Eriginal Books (2014).  Sus poemas han aparecido en varios blogs y revistas literarias, tales como: Otro Lunes, Caña Santa, Inactual y La Peregrina. Textos suyos han sido traducidos al francés. Actualmente reside en Miami, Florida.

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Esta entrada fue publicada el 15/01/2018 por en Ensayo.
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