La película Blow up, basada en un relato de Julio Cortázar y dirigida por Michelangelo Antonioni, supone, más de cincuenta años después de su realización, un análisis todavía actual de una sociedad marcada por el culto a la imagen, el predominio de la misma así como los problemas y ventajas que crea. También propone una reflexión clásica de origen platónico acerca de la realidad y su representación. Pero incluye y supone muchas más cosas que siguen afectándonos hoy en día: un «capitalismo de la imagen», una visión parcial, sesgada y machista de la mujer en el mundo de la publicidad, la fotografía y el cine, una discutible apología de cierto hedonismo juvenil y también de cierta rebeldía siempre vinculada a las vanguardias, al movimiento hippy de los sesenta y otros fenómenos contraculturales actualmente asumidos de forma natural por el mundo del comercio y la comunicación publicitaria.
Al abordar la imagen y también la captación de la misma mediante la fotografía, siempre proyecto a mis alumnos Blow up. Aunque este filme es historia del cine, lo cierto es que, cada vez es más desconocido por las nuevas generaciones. Ahora se encuentra más o menos fosilizado en posters vintage, libros artísticos y referencias pop que aluden al llamado “Swinging London”, la escena cultural, urbana y de moda que caracterizaba en los años sesenta a la capital británica. La película, rodada en 1966 es un retrato de esos años, pero es mucho más. No es una antigualla sino quizá uno de los filmes más actuales y que mejor retrata a nuestra sociedad de hoy en día.
El protagonista es un fotógrafo, un artista pegado a su cámara que alterna reportajes periodísticos y artísticos con su dedicación a la moda. Al comienzo nos encontramos en un ambiente obrero e industrial en el que el protagonista se ha infiltrado para fotografiar la vida de unos trabajadores sucios y esforzados, en un intento de transmitir autenticidad, realismo puro, un trabajo artístico de altura, que quizá reflexione sobre la miseria, quizá sobre la libertad, quizá sencillamente sobre el ser humano. Me recuerda su trabajo al del fotógrafo británico Chris Killip, muy especializado en retratar el mundo del trabajo, del esfuerzo y también el de las consecuencias de la desindustrialización en las clases bajas de aquel país. Es un trabajo artístico de gran dignidad.
Sin embargo, pronto vemos cómo se gana la vida en realidad el protagonista de Blow Up. Es fotógrafo de moda, es decir, su especialidad es fotografiar a mujeres con ropa de vanguardia en poses seductoras. Lo que más me llama la atención es la primera sesión de fotografía que mantiene con una modelo. Después de darle unas indicaciones y de tratarla de forma algo dominante, parece ser que el fotógrafo se toma una licencias que superan claramente su cometido profesional. No parece un caso de acoso, pero si de excesiva familiaridad. Por otro lado se evidencia que el fotógrafo y la modelo, supuestamente han mantenido relaciones íntimas en el pasado. El final de la sesión es muy significativo y completamente lógico con el transcurrir de la misma. Parece una acto sexual en el que al final se llega al orgasmo. Todo esto es merecedor de un análisis de género que no estoy en condiciones de abordar profundamente. Pero el machismo es evidente, la cosificación de la mujer, la sumisión de la misma y por supuesto, ese “orgasmo” (cuando el fotógrafo estalla de placer artístico mientras hace sus fotos) solo es masculino. Aquí parece que el único que ha gozado es el hombre. Me interesa todo esto porque creo que esta sesión simboliza muchas cosas actuales: la glorificación de la imagen, el fácil señuelo sexual que hoy en día sigue vigente y que cosifica a la mujer y ahora también al hombre, aunque en menor intensidad. En este sentido me llama mucho la atención el mundo de las actrices que se abren paso en un medio tan exigente como es el cine. Muchas actrices famosas consideraron imprescindible en su día hacerse una operación de aumento de pecho. Y muchas en cuanto despuntan son invitadas a ciertas poses seductoras en revistas de estilo, poses seductoras que tienen más que ver con su físico y con una forzada sexualización de su persona más que con su cometido como actriz. Recuerdo estas palabras recientes de una actriz española, Verónica Echegui; «No os imagináis cuantas veces me han sugerido que me opere el pecho. Un representante me dijo que no trabajaría incluso…o que me arregle la boca, o me han comentado sobre mi peso… pero lo que me da realmente pena es haber dudado, habérmelo planteado y sobre todo me da pena pensar el tiempo de mi vida que he perdido pensando que nunca soy suficiente».
Aparte de estas palabras aparecidas en la prensa, mi contacto profesional con el mundo del cine me ha permitido observar cómo en un entorno cultural y artístico de un aparente y marcado progresismo, se perpetúa el poder masculino de productores y directores sobre las mujeres actrices, invitadas, conducidas, chantajeadas para que asuman determinados roles sexuales, no solo en la ficción sino también en tras las cámaras. Que sea una situación vergonzante, no evita que sea una característica habitual de nuestra sociedad. Pese a los intentos éticos del feminismo lo cierto es que este estado de cosas sigue instaurado y muy afianzado gracias a una cultura de la imagen que hace más énfasis en los aspectos exteriores y físicos de los seres humanos. Es posible que el reciente caso Weinstein así como la cascada de escándalos similares en Hollywood, sirva de revulsivo para cambiar este estado de cosas.
Aunque Blow Up representa a un artista honesto, al mismo tiempo se ve obligado a trabajar en menesteres más comerciales y acaba siendo un cómplice más del machismo. Cómplice entusiasta porque en otras escenas vemos de qué forma trata de degradar a las mujeres. Esta película que, como digo, es muy actual, retrata la complicidad entre la entronización de la imagen y el patriarcado. El predominio de la imagen, marcado por la facilidad de asimilación de la misma, a veces por su simplicidad, pero a veces también por mensajes subliminales, se emparenta también con nuestro capitalismo, que todo, absolutamente todo (incluido el cuerpo de la mujer) lo convierte en mercancía que se vende y se compra.
Blow Up nos hace reflexionar sobre lo cool, lo aparentemente moderno, lo sofisticado, lo aparentemente rebelde, lo aparentemente contracultural… y la palabra que aquí subrayaría sería aparentemente. Es la palabra clave puesto que hablamos de apariencia y la apariencia es imagen. El mundo que retrata la película es el de hoy: imágenes por todos lados, vinculadas al comercio, vinculadas al capitalismo con el sexo como enganche. Como sabemos, en otros ámbitos comunicativos, en vez del sexo se utiliza la violencia como enganche. De ahí las imágenes impactantes de los informativos de televisión. Como se sabe, la frase que dice: “las imágenes que vamos a emitir pueden herir la sensibilidad del espectador” a veces no es más que un incentivo para mirarlas.
El comienzo de la película Tesis, de Alejandro Amenábar, habla un poco de esto: hay un accidente en un tren de cercanías. Una persona ha resultado atropellada en las vías. Paran el tren y los pasajeros son desalojados. La chica protagonista no sabe si mirar o no, no sabe si mirar o no…Teme a la imagen, pero ésta le atrae: el cuerpo destrozado de esa persona atropellada, el paisaje después del accidente…es horrible, pero le atrae. Hay un morbo, hay una curiosidad, no sabemos si malsana pero muy vinculada al ser humano. Y esto es algo explotado por el sistema económico actual, como se sabe: imagen, violencia, sexo…Hay algo ancestral, intuitivo, nada intelectual, emocional en todo esto. Algo también muy simple y muy directo, algo capaz de manipular mentes perezosas.
En Blow Up encontramos una trama de misterio e investigación en torno a un supuesto cadáver que el protagonista cree haber fotografiado. Observa las fotos reveladas hechas en un parque de Londres y descubre un sospechoso bulto. Amplia la foto y parece ser un hombre muerto, algo que confirma en una posterior visita al parque. De forma inexplicable, en esa segunda visita no lleva la cámara y no puede fotografiar de cerca el cadáver. Vuelve con su cámara en una tercera visita pero el hombre muerto ya no está allí.
El fotógrafo, el protagonista de esta película, es un hombre peculiar, que parece no dar sentido real a algo hasta que le hace una foto. De hecho no se preocupa de las consecuencias o acciones reales. Cuando ve al hombre muerto ni se le pasa por la cabeza llamar a la policía. Solo quiere fotografiarlo. Y no lo consigue, su gran tragedia. Digo que este fotógrafo es peculiar, pero ¿acaso no lo somos nosotros también subiendo fotos de nuestro disfrute en Facebook o en Instagram, redes que son, en gran parte, mundos de apariencias en los que lo importante no es pasarlo bien sino dejar constancia mediante la fotografía y la imagen de que lo hemos pasado bien? Blow Up retrata unas tendencias sociales que en los últimos cincuenta años se han agudizado hasta el paroxismo. Unos usos propios del mundo de la comunicación en televisión, cine, publicidad, unos mundos de apariencias, “aparentemente” perfectos y con la intención de hacernos soñar, se han extendido al ámbito de la cotidianidad gracias a internet y a las redes sociales. Ahora en las redes cada uno es un vendedor de sí mismo, vendedor de su propia prosperidad y felicidad o mejor dicho de su imagen, en muchas ocasiones falsa, de prosperidad y felicidad. Lo que cuenta es la imagen como transmisión de un deseo, de una narrativa, de un misterio. Casi nunca de algo real, palpable, cotidiano y accesible.
Pero Blow Up no solo muestra unas tendencias o unas determinadas realidades sociales. En cierto modo también ofrece un mensaje o algo parecido a una lección ética. Tenemos a un fotógrafo egocéntrico que solo cree en lo que ve y se acuesta con sus modelos. De la pobreza que observa solo le preocupa su estética y de un crimen lo único que le preocupa es fotografiar el cadáver. Pues bien, este joven artista descubrirá que hay cosas importantes que existen aunque no puedan ser fotografiadas. Si la película se pareciera más bien a un manual de autoayuda podría hacer referencia a esas cosas inmateriales que mueven el mundo más que el dinero o la imagen: cosas difíciles de fotografiar como la dignidad, el amor, la integridad, la lealtad…pero aquí es algo distinto. Tenemos que hablar ahora de unos extraños personajes que inauguran y clausuran esta película. Son unos mimos, unos artistas callejeros que pese a expresarse con movimientos no renuncian al alboroto y al griterío. Cuando aparecen tratan en general de trastocarlo todo. Trastocarlo poéticamente. De esa forma, cuando en el parque, al final de la película, el fotógrafo deambula cabizbajo tras fracasar en la búsqueda de su objeto (el cadáver), un coche con unos mimos pasa por el lugar. Se fijan en unas pistas de tenis vacías y deciden bajar a jugar. No tienen raquetas, no tienen pelotas de tenis. Pero eso no va a pararles. Así que cuatro de ellos se ponen a jugar un partido. Es decir, lo simulan. Tras un inicial gesto de condescendencia, el fotógrafo, al final, acabará comprendiendo. Porque la pelota inexistente se sale de la pista y él decide ir a recogerla y lanzársela de nuevo a los mimos tenistas. Es decir, lo simula. Durante toda la película el fotógrafo sólo ha creído en aquello que ve, y ahora es forzado a moverse, preocuparse por algo que no existe y que no puede ver: una pelota de tenis inexistente. Es una lección de humildad. Pero los siguientes segundos, los segundos finales del filme, son los más terminantes: el fotógrafo acaba desapareciendo. Es solo el personaje de un sueño, o el protagonista de una película cuyo destino está en manos del director, de Antonioni, quien decide borrarlo en el plano final.
¿Una conclusión? Blow Up nos habla del mundo tal cual es o mejor dicho tal cual iba a ser, tal y como es ahora: marcado por la imagen, la apariencia y vinculado a lo económico y lo material. Si esto no nos gusta (y a muchos no nos gusta) habrá que hacer caso a los verdaderos artistas. Aquellos que, como los niños, son capaces de crear mundos imaginarios al margen de lo aparentemente conveniente. Acabo de decir, paradójicamente, “mundos imaginarios”, porque la imaginación se desarrolla mucho mejor cuanto menor es el exceso de imágenes al que estamos acostumbrados en la vida actual. Esa imaginación puede estar más cerca de lo real que la acostumbrada “plaga de imágenes” que nos rodea cada día. En el fondo estamos intentando volver al Platón del famoso mito de la caverna. Seguimos siendo los habitantes de esa cueva, embelesados por unas imágenes que son solo sombras. Solo nos liberará la valentía de salir de esa caverna y enfrentarnos con las cosas reales.
Ramón Luque
(Foto: tomada de Facebook)
Ramón Luque (Sevilla, 1968) es cineasta y escritor. Doctor en Comunicación por la Universidad de Salamanca y licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es profesor en la Facultad de Comunicación de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Autor de numerosos estudios sobre directores de cine como Woody Allen e Ingmar Bergman así como de libros periodísticos como los dedicados a los escritores cubanos del Mariel o a los artistas españoles e hispanoamericanos en Berlín. Director y guionista de tres largometrajes, su última película es Historias de Lavapiés.