Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Blanco sobre blanco y otros poemas

EMILIO DE ARMAS

 
Blanco sobre blanco
 
He escrito árboles, plantado hijos,
engendrado libros:
¿por qué no morir?
Y antes aún: ¿por qué
no estar sereno
de este afán por descender
adónde?
     Comencé a hablar
hace ya tanto,
y sé que en algún sitio
alguien
escucha mi señal, la anota,
la traduce a otro lenguaje
—¿el verdadero?
Pero no sé más, no veo
el rostro, no escucho
la respuesta.
¿Acaso no es bastante
colmar a la mujer,
dar amparo al niño,
desear la bondad
y la belleza?
Mis árboles, mis hijos
y mis libros
no responden:
        el lenguaje
se me quiebra
entre los versos,
pero sigo, bajo, ahondo,
escapo, busco, adónde,
qué:
   no hay mar ni cielo,
sino un vacío blanco
sobre blanco,
semejante a la nada.
 
 
 
La noche de los amantes
 
La noche en que Catulo
gozó por última vez a Clodia,
no fue señalada por agudas sirenas.
Las luces de la avenida esplendían
  triunfales,
y nadie apresuró el paso en busca
  de refugio.
 
Sólo Catulo el procaz, y Clodia,
la hembra diestra en arrancar escalofríos,
andaban por los sitios más oscuros.
Nadie los vio adentrarse bajo los álamos
  del parque,
ni evitar con esmero la luz de las vitrinas.
(Algún esclavo, a lo sumo, percibiría
  sus sombras
emboscadas en el hueco de cuán tortuosa
  escalera,
y callaría para siempre.)
 
Nadie, en fin, advirtió en sus ojos
  y en sus manos furtivas
el fuego de la profanación y de la ofrenda,
en tanto su deseo se expandía
como una silenciosa flor nuclear.
 
 
 
Península
 
Bajo la clara noche de noviembre
recorro la península: Florida.
Silencio en los canales y en los bosques,
unas estrellas altas y el rugido
—quizás— de la pantera.
Como si fuera mía,
la tierra bulle y duerme ajena
entre las aguas del Atlántico,
dejándome pasar mientras me alejo
de otra Florida clara,
           allá en la isla
donde nací para alejarme
aún de cuál Florida, amor,
de cuáles islas y penínsulas
cantándome en la noche su promesa.
 
 
 
Para callar después
 
Entre la primavera de Amherst
brilló de pronto un ciervo
de altiva cornamenta.
Levísimo y fugaz, su paso
era la voz más pura del silencio,
y apenas un temblor
como de otear la muerte lo quebraba.
 
Por sólo un inconmensurable instante
se detuvo:
     sus ojos
tenían el color del fuego y de la sombra
  irrestañables,
y en ellos me miró el amor,
  todo el amor
que pueda ver un hombre
para callar después, sabiendo
que el ciervo deja sólo un rastro
seguido por la muerte.
 
 
 
En ciertos árboles
 
He llegado a creer que en ciertos árboles
pervive una memoria inabarcable
y minuciosa, algo tan leve y grave
como oír en la noche hablar a nadie
y recordar su rostro antes que calle.
Lo ha sentido, quizás, quien vio apagarse
el sol de un rojo invierno entre pinares
y oyó pasar el grito de los ánades,
como un eco anhelante, hacia los mares.
Una memoria leve como el aire
y como el viento, de repente, grave.
 
 
 
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski
 
(11 de noviembre de 1821 – 9 de febrero de 1881)
 
El 11 de noviembre
nació el desesperado,
el hijo de las culpas de sus padres,
el padre de las culpas de sus hijos,
el fusilado en falso, el asesino
que tiembla de piedad ante su víctima,
el príncipe, el idiota,
el ángel, el cadáver
acogido en la morgue
hasta el día de su resurrección
en el infierno,
el que amaba al caballo
quebrado a latigazos por su amo,
al perro pordiosero,
al gato miserable, a la mujer
violada entre damascos,
el más loco que todos sus hermanos sifilíticos,
el jugador, la prostituta,
la ruina de la patria: el inmortal.
 
 
 
Séneca, maestro
 
Séneca, maestro
de tu vida y tu muerte:
hombre sereno y alto,
filósofo de Hispania, amigo mío:
tu pensamiento me acompaña
como una clara sombra:
me guías entre todas las mentiras
de la verdad a fuerza de ser cierta,
me guías entre todas las verdades
de la mentira a fuerza de ser falsa.
Una tarde, en el frío
de un aula absurda entre los mangles
de los bullentes Everglades,
pronuncié tus palabras
en la lengua olvidada de los hondos varones:
Debet semper plus esse virium
in vectores quam in onere
.
Séneca, maestro,
jamás entre mis labios lengua alguna
  ha resonado
como tu voz aquella tarde:
 
“El varón que lleva la carga
tiene que ser más fuerte que la carga”.
 
 
 
Una canción de espera
 
Qué triste es irse
un viernes de Grecia,
cuando la luz se enciende
en las calles de Atenas
y por el cielo ascienden
las estrellas,
y sobre el monte esplende,
roja, la luna llena,
como el amor de invierno
que esta noche se aleja
conmigo, Nausicaa,
sobre la árida arena.
 
Qué triste es irme
este viernes de Atenas,
mientras canta el amor
una canción de espera
y las islas se abren
al olvido, Nausicaa,
entre los mares de Grecia.
 
 

Blanco sobre blanco
(La Torre de Papel, 1993)


 

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Emilio de Armas
(foto: cortesía del autor)

Emilio de Armas. Nace en Camagüey, Cuba, en 1946. Su primer libro, “La extraña fiesta” fue premiado en 1979 por la Universidad de La Habana, donde el autor se había graduado en Letras unos años antes. La editorial Letras Cubanas publicó en 1981 su libro “casal” Casal, posiblemente la más completa biografía sobre el poeta. Su libro para niños y jóvenes“ Junto al álamo con los sinsontes” fue Premio Casa de las Américas en 1988. En 1992 se estableció en los Estados Unidos, donde ha publicado varios poemarios entre ellos “Sobre la brevedad de la ceniza”, Premio Eugenio Florit en el año 2002. “Una sola palabra” recoge lo más representativo de su labor poética desde el año 1968 hasta la fecha y será presentada en la Feria del Libro de Miami y donde el lector puede adentrarse en una obra que sobrepasa ya los diez volúmenes, consagrándolo para siempre dentro de la mejor tradición lírica cubana e hispanoamericana.

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Esta entrada fue publicada el 24/11/2018 por en Poesía.
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