Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Nos queda la certeza de las fechas *

GERMÁN GUERRA

 

Agosto, 1966. ¡Se tiene que llamar Fidel!, dijo la enfermera y punto. El niño acababa de nacer, justo el mismo día en que Fidel Castro cumplía 40 años, pero el padre del recién nacido no acababa de llegar para firmar los papeles de la partida de nacimiento. No recuerdo cuánto demoró papá, pero llegó con cuatro rones de más y los borrachos no mienten. Al enterarse de las intenciones del personal médico, el viejo se paró en medio de la sala y gritó: ¡Qué Fidel ni Fidel! ¡Ese cabrón no puso na’ en esa barriga! ¡Se va a llamar como el padre! Se aprovechó el silencio de la calma chicha para que se firmaran los papeles, el niño fue nombrado como el padre y el viejo celebró el nacimiento de su primogénito durmiendo la resaca en una celda de la estación de Policía, frente al Hospital de Maternidad.

 
 
 

Abril, 1980. A punto de cumplir 14 años, arropado en el silencio cómplice de mis mayores, en el cálido amparo del hogar, se hablaba de la embajada del Perú, el puerto del Mariel y de otros lugares que alentaban al norte de las páginas cromadas de mis atlas. La inminencia del verano nos obligó a escapar del tedio de la última clase de matemáticas. La pandilla llegó al parque del pueblo para ver, en el centro del triángulo que arman la estatua de Martí, la iglesia y la ceiba sembrada por los mambises, cómo le hacían un acto de repudio y mataban a patadas a una mujer preñada. Era la primera vez que veíamos parir y nacer y morir al mismo tiempo. Martí tembló, supusimos que “de pasión por los que gimen”, nosotros temblamos de miedo a la sangre y al vacío. Fue la primera vez que no se dijo hasta mañana en la pandilla. Ese día nos marcó en el pecho una certeza y todas las preguntas, nos echó a andar por las calles de un reino de sombras y silencios.

 
 
 

Noviembre, 1992. Dos muchachos de la pandilla cumplen 26 años y deciden irse del país. La frontera esperaba con sus bocas abiertas y un par de cuerpos, sabiendo que podían morir en el intento, hechos de sombra, de sed y miedo, atraviesan la primera noche caminando entre un campo minado y las postas de las unidades militares, y la segunda noche perseguidos por fantasmas y braceando en mar abierto hasta llegar al territorio de la Base Naval de Guantánamo. Un par de cuerpos trazando una honda parábola de cansancio que nos dejó desnudos ante las puertas del mundo.

 
 
 

Noviembre, 2016. Acaba de morir el tirano que rigió los nombres de una nación por casi 60 años y a todos nos embarga una extraña mezcla de alivio, impotencia y vacío. Celebramos en las calles de Miami y en las grandes capitales del planeta el final de una era. Una larga procesión de cenizas atraviesa la isla en un viaje sin retorno a la semilla y al principio del fin. Los que lloran al paso de ese muerto que se pierde en el aire volverán a sus casas y mañana tendrán una doble ración de ron y circo. No importa si nos fuimos arriesgando la vida y la de nuestros hijos, no importa si nos quedamos a esperar el último capítulo con los brazos cruzados, acatando mandatos y ahogados en un charco de miedo. Nos queda la certeza de las fechas y esa extraña mezcla de alivio, impotencia y vacío por no haber hecho nada.

 
 
 

* Hoy. Nos queda la certeza de las fechas, texto breve que se debate entre el ensayo y el acta de memorias, escrito por encargo, se publicó en una edición especial de El Nuevo Herald el día 2 de diciembre del 2016 –otra fecha fatal, desembarco del Granma–, una semana después de la muerte del caudillo. Par de meses después de la publicación del ensayito memorioso, un compañero de trabajo se me acerca, en uno de los pasillos de la redacción, y periódico en mano me dice que el titular de mi artículo está mal escrito, que a “nosotros los cubanos” lo que nos queda es “la corteza de las flechas”, las flechas que nunca dieron en el blanco y quedaron, para siempre, suspendidas en el aire, las flechas que nunca tuvimos los cojones de tirar.

 

Germán Guerra

 

Germán Guerra (Guantánamo, Cuba, 1966): poeta, fotógrafo y editor. Estudió Informática y Bibliotecología en la Universidad M. V. Lomonosov de Moscú y en la Universidad de La Habana. Reside en Estados Unidos desde 1992. Ha publicado Dos poemas (Colección Strumento, Miami, 1998), Metal (Dylemma, Miami, 1998), Libro de silencio (Ediciones EntreRíos, Los Ángeles–Miami, 2007) y Oficio de tinieblas (Aduana Vieja, Valencia, 2014). Trabaja como editor de noticias y diseñador gráfico en el periódico El Nuevo Herald de Miami.

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Esta entrada fue publicada el 29/08/2019 por en Ensayo.
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