A una pregunta de Ana Ajmátova
El hombre es el extraño animal
que abandona la cría a las puertas de Dios,
anega su negra madriguera con el trigo
para enfrentar un crudo invierno que nunca llega.
Despierta un día de nubes
arrancando los ojos de los hijos
y los devora como el Tiempo
para que nadie le arrebate el cetro.
El hombre parapeta un ramo de ideas en las altas trincheras.
Expurga a los que siembran opiniones de irregulares bordes.
Vocifera junto a la soledad de la última bestia de alguna especie.
Adorna con flores, guillotinas y cámaras de gas para la suya.
Ama al perrillo de extraviados ojos.
Ignora los ojos del hambre.
Embadurna telas con la belleza del silencio.
Mancha sus manos con la sangre de la Verdad.
Ana Ajmátova,
el hombre,
la bestia.
Deconstruyendo a «Mujer con alcuza»
Una mujer con alcuza
se yergue ante la noche,
nada le agobia,
desgrana con sus dedos las palabras del viento
y besa los corazones
que crecen al borde de la acera.
Anda tatuando en sus palmas
el nombre de cada rincón
y busca la pausa de la luz.
Su brazo se ha fundido a la alcuza
que ahora es estrella
y ella sigue,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días
y otras tantas noches,
sigue adelante por campos en flor
y besa la frente de la bestia vencida
a la orilla del andén.
Podría ser las sombras que le acompañan
lo que aterra al sujeto,
al mozo de tren y al mendigo,
al transeúnte efímero que no saluda,
y a la anciana de blancos ojos en la banca.
A la mujer con alcuza,
casi nadie le conoce,
desentierra los cadáveres
con la punta de su pulcro zapato,
les acaricia,
les canta unas tonadas de antaño,
son sus hermanos,
les sabe dulces en su sueño de muerte.
La mujer es la alcuza,
nunca duerme, no quiere,
ya no grita, ni llora asomada a la ventana,
no hay vestigios de gris en sus ojos ni en su manto,
irradia en la oscuridad
con la magia de algún insecto,
sabe que la felicidad es un estado de animo
y encumbrada,
rompe con amor las palabras que trae el viento.
La mujer de la alcuza
se asoma en la noche,
sonríe
y los pájaros se posan sobre ella.
N.Y.
En las calles de New York
nadie escapa de las sirenas,
emergen del metro, reptan por los rascacielos,
invaden hogares y oficinas,
se multiplican en los alleys,
azotan sin piedad Time Square
bajo la insolencia de las pantallas.
Eres un extra en una escena de Hollywood
sin final feliz.
Las sirenas,
logras despistarlas
pero siempre llega un eco sordo
y la inevitable desazón.
Son la fanfarria del circo de acero y canto
es la muerte clonándose en sus arterias,
arrastrando todo a su paso hacia al Hudson,
al homeless, al turista, al banquero.
El vecino ya no se asusta,
se ha acostumbrado a las ratas,
a ignorar la mano extendida.
De trenes
El tren huye sin prisa
y sabes que no le verás nuevamente
porque los trenes andan muriendo
cuando abandonan el andén,
no es tiempo de viajar perdiéndose entre ensueños y paisajes;
los trenes se van llevando el polvo en sus lomos y el adiós de los pañuelos,
esparciendo a su paso los amores que no acaban,
los ojos que hurgaron los escondites de tu piel,
la mano que hizo brotar fuego.
El tren se pierde en el horizonte
mientras el puño se hace un nudo a la altura del corazón.
Herejía
En el borde de la infancia amé a un dios.
Ahora amo la cruz de unas espaldas
y cambio de credo, de espaldas, de dios.
Carlos Naranjo
(foto: cortesía del autor)
Carlos Naranjo (Santiago de Cuba, Cuba, 1975). Poeta. Licenciado en Lengua Inglesa. Cursó estudios de Letras en la Universidad de Oriente, Cuba y en el Instituto a Distancia Enrique Pérez-Serantes de la Universidad de Comillas, España. Actualmente realiza sus estudios de postgrado en la Universidad Internacional de la Florida. Ha publicado en poesía: Irónicamente positive (2013). Ha sido antalogado en las antologías poéticas Balseros (2015) y Segunda antología poética Eliluc (2015). Algunos de sus poemas aparecen en el fanzine Liberpopulum. Ganador de los premios del jurado Miami NPE Awards 2014 and 2015 como mejor poeta del año.